Una etnografía inmediata del becario actual de humanidades del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) puede hacerse a través de Facebook. Alrededor del mediodía, noticias comentadas
in extenso, y en adelante un anecdotario con vicisitudes sociales ‒con especial énfasis en los encuentros con otros becarios‒, observaciones irónicas ‒pero nunca ofensivas‒ sobre cuestiones prácticas de supervivencia como el supermercado o la vida de las mascotas, para ingresar, al fin, en el territorio angustiante de una fecha de entrega, un congreso o ‒con un dejo de éxtasis‒ el link a alguna publicación mainstream donde asome cierto objeto de estudio que, sin embargo, permanece en infinito proceso de estudio.

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En una época en la que lo no exhibido es sospechoso de no existir, la desconfianza alrededor de la inserción práctica de aquello financiado por los contribuyentes encuentra su escenario.

Todo lo demás se mantiene en reserva, y en una época en la que lo no exhibido es sospechoso de no existir, la desconfianza hacia el sentido y la inserción práctica de aquello financiado por los contribuyentes encuentra su escenario. Lo que Hernán Vanoli (Bs. As. 1980) hace en Cataratas (RHM, 2015) es dinamizar esas vidas ‒sospechadas de perdurar “prendidas a la teta del Estado”‒, obligarlas a fracturar su endogamia ‒en la que los rentistas del saber a veces “se pasean disfrazados de oficinistas aunque la vida de becarios les permitiese pulular durante meses en  sus sendos departamentos contrafrentes en jogging o, directamente, en calzoncillos”‒ y enfrentarlas, al fin, al estigma de que “la cultura del trabajo produce un filoso malestar en todo becario de bien”. A tal fin, Gustavo Ramus y Marcos Osatinsky, dos treintañeros de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y conocedores de la gimnasia de sumisión con la que deben sostenerse a través de una burocracia gerenciada, en este caso, por la autoridad patriarcal del académico Ignacio Rucci, están a punto de viajar al XXII Congreso de Sociología de la Cultura en Iguazú.

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La sátira académica de Vanoli también es una novela poderosamente elocuente.

Pero más allá del argumento, que incluye espionaje industrial, muertes y espíritus, paranoias criminales y guerrilleros que son caracoles humanos, lo que establece desde los nombres la sátira académica de Vanoli ‒las campus novel, género casi anglosajón donde coinciden David Lodge, Philip Roth y José Donoso‒ es una novela poderosamente elocuente. Y es en ese “dar a entender algo con viveza” de la elocuencia donde Cataratas despliega ideas ‒desenvueltas en explicaciones que se cuidan de la ineficacia o en imágenes como Google Iris, la red social total‒ acerca de qué es y cómo funcionan mercado, Estado, conocimiento y tecnología. Ante otras novelas “temáticas” que solo pueden ofrecer un lenguaje que, como la comida de una aerolínea, llena sin intoxicar ni ofrecer algo nutritivo, a la tercera novela de Vanoli ‒sociólogo, editor y docente universitario‒ le resulta casi imposible pasar desapercibida.

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El sentido común dice que la política tiene que poner límites al mercado, y eso es cierto porque sus naturalezas son diferentes.

“El sentido común dice que la política tiene que poner límites al mercado y eso es cierto porque sus naturalezas son diferentes, pero esa idea de límite oscurece las instancias más interesantes que son las instancias donde el Estado debe negociar, capitular, dirimir, tomar decisiones que muchas veces no pueden llevarse a cabo si no se ejecutan a espaldas del soberano”, explica Vanoli sobre las ideas en su libro. Pero si ese cruce entre políticas educativas y saber se arriesga, como dice una de las sociólogas en el Congreso, “a la posibilidad de que el conocimiento produjera una transparencia insoportable y redentora: ser la enfermera que transmitiera ese virus y reparase y celebrase al mismo tiempo los daños colaterales del saber”, y si en ese doble proceso de alienación de los becarios por un lado, y de fetichización del conocimiento más allá de cualquier utilidad social por otro, la única relación entre ambos mundos es Mao, una versión paródica de Twitter donde conviven “artistas cachorros, poetas viejos e incapaces de escribir una novela, jóvenes cientistas sociales esclavizados por políticos de poca monta, militantes adoradores del posibilismo, docentes de colegio secundario anclados en una adolescencia eterna y amas de casa que aspiraban a vivir en Nueva York”, lo que Cataratas también logra es pronunciarse sobre la época. Y en ese punto, Vanoli abre a una verdadera cuestión política: “Claro que no estoy mandando a los investigadores en humanidades a lavar los platos sino todo lo contrario, me pregunto por las formas en que se vinculan con la sociedad que los financia, por qué el sistema que los engordó como en un feed lot, en una cultura universitaria signada por la sumisión, es incapaz de poner en valor sus productos”/////PACO