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Milena Busquets, la heroína de las mujeres


I

Hay una feminización de la masculinidad sobre la que Karl Ove Knausgård construye una parte significativa de su obra [1]; una obra sobre la que las almas dispuestas a creer en la igualdad encontraron una comprobación reconfortante de que, con la conciencia y la tolerancia adecuadas, tal diferencia puede no existir entre los hombres y las mujeres, y que, por lo tanto, los antagonismos pueden resolverse sin distorsiones. Por supuesto, que ese borramiento del núcleo traumático de la diferencia ‒que es, nada más y nada menos, el sustento de la realidad‒ se admita sin demasiadas críticas (culturales y estéticas) no puede dejar de leerse sin un nivel de negación equivalente respecto a las consecuencias patológicas de esa igualdad (cualquiera que haya leído Un hombre enamorado, por ejemplo, sabe que Karl Ove Knausgård es un hombre golpeado [2]). Slavoj Žižek ‒y hay algo casi turbio en la necesidad de recurrir cada vez más a Žižek‒ ilumina muy bien ese desfasaje cuando dice que lo que constituye los objetos de estudio predilectos del psicoanálisis son las consecuencias inesperadas de la desintegración de las estructuras tradicionales que regulan la vida libidinal y, en consecuencia, el trabajo de “entender por qué el debilitamiento de la autoridad patriarcal y la desestabilización de los roles sociales y sexuales genera nuevas angustias y no da paso a un Brave New World”.

Ubicar También esto pasará (Anagrama, 2015) de la española Milena Busquets en el rubro de las nuevas angustias generadas por “el debilitamiento de la autoridad patriarcal y la desestabilización de los roles sociales y sexuales” probablemente no es un punto de partida equivocado.

¿El debilitamiento de la autoridad patriarcal y la desestabilización de los roles sociales y sexuales genera nuevas angustias?

En principio, Milena Busquets parece haber escrito ‒con “una enorme expectación en Frankfurt y contratos de traducción en más de veinte países”, aclara el libro‒ a partir de uno de los puntos tácitos marcados por Karl Ove Knausgård: la inevitable masculinización de las mujeres en una cultura donde los hombres parecen cada vez más feminizados. Como novela sobre un duelo, en tal caso, También esto pasará invierte las coordenadas clásicas del hijo ante la muerte del padre y, en un primer movimiento, las convierte en una hija de cuarenta años ante la muerte de la madre, pero en un segundo movimiento ‒más interesante‒ feminiza las coordenadas mismas del conflicto edípico. También esto pasará termina por ser así una novela sobre el drama de esa operación transformista, un cambio de coordenadas que late sobre cada uno de los instantes de la vida libidinal de Blanca, la protagonista. “Durante mucho tiempo, la única historia de amor que me preocupó fue mi historia de amor contigo”, piensa Blanca sobre su mamá en cuanto ve en un bar del pueblo costero (al que se va a pasar unos días de recogimiento entre hijos, amigas, ex maridos y amantes) a un “hombre misterioso” hacia el que se había sentido atraída durante el entierro.

Maquetación 1

II
La forma en que ese espectro absorbe las pulsiones eróticas de su hija después de la muerte queda casi siempre explícita en la siniestra colonización sensual de su mirada. Aunque Blanca se pasea entre hombres que la han deseado y que todavía la desean, e incluso entre hombres que podrían desearla ‒y a todos les da (y casi todos consiguen) la oportunidad de besarla y, con mejores o peores resultados, la oportunidad de penetrarla‒, parece incapaz de desear sin interferencias, y por momentos no puede ni pensar pero, sobre todo, mirar sin la aparición del fantasma edípico. Los hombres que le gustan, hombres cuya fuerza, intuye Blanca, “solo debería servir para darnos placer, para estrujarnos hasta que no quede ni una sola gota de pena ni de miedo en nuestro interior”, no tardan en pasar a disputarse la fuerza del deseo con el fantasma de manos maternas capaces de “llevar anillos antiguos, apaciguar la fiebre y espantar pesadillas”. Por supuesto, esas no son las condiciones ideales para el goce, y el sexo ‒como intuyó en Viena el profesor Sigismund Schlomo Freud‒ no tarda en transformarse en una experiencia minada por la culpa.

Aunque Blanca se pasea entre hombres que la desean ‒y a todos les da (y casi todos consiguen) la oportunidad de besarla y, con mejores o peores resultados, de penetrarla‒, parece incapaz de desear sin interferencias, y por momentos no puede ni pensar pero, sobre todo, mirar sin la aparición del fantasma edípico.

Lo interesante, sin embargo, es pensar en los términos con los que También esto pasará dialoga con esa culpa. ¿Son términos tradicionalmente masculinos o femeninos, o términos desestabilizados de una masculinidad feminizada o de una feminidad masculinizada? Al menos cuando Blanca siente ante determinados hombres con su “otro corazón, el que su polla ha invadido”, el goce del cuerpo prevalece sobre la represión de la palabra (“sin decir una palabra, se pone detrás de mí y empieza a besarme el cuello mientras me aprieta contra la mesa”). En esos casos, el “animal que hay en mí”, dice Blanca, “se pone a palpitar y se olvida de todo”. Ante otros partenaires, en cambio, la retórica del ars amandi degenera rápido hacia la podredumbre casta de la muerte. “Una de las mejores maneras de descubrir los rincones secretos de tu propia ciudad, no los románticamente secretos, los de verdad improbables, es enamorándote de un hombre casado”, piensa Blanca mientras pasea con Santi, uno de sus amantes, y entonces emerge el espectro: “Hacía semanas que no veía a Santi. Desde antes de tu muerte. Los meses anteriores, mientras tú te debatías inútil y salvajemente en la cama contra la enfermedad y la demencia, yo, cuando no estaba demasiado triste o cansada, me debatía en el mismo lugar, también inútil, y…”.

Milena Tusquets

III
La manera en que Blanca pronuncia por momentos su satisfacción a través de la manifestación de una insatisfacción ‒“a medida que la enfermedad se iba volviendo más feroz e implacable contigo, mis relaciones sexuales [3] se iban volviendo también más feroces e implacables”‒ y la manera en que por otros abandona toda voluntad de satisfacción resuelve en parte la pregunta sobre la voz del género. “El triunfo inapelable de la lucha por la igualdad de género”, cree al fin y al cabo Blanca, “ha servido, sobre todo, para que ellos se parezcan cada vez más a nosotras y no al revés”. Pero los hombres, feminizados o no, no son el centro del drama de Blanca.

El problema es la poderosa masculinización, la inapelable paternalización de la madre muerta.

Sensualizar lo que ella misma llama “depresión”, en tal caso, nunca es el verdadero conflicto. El problema, en cambio, es la poderosa masculinización, la inapelable paternalización de la madre muerta, y la omnipresencia de un espectro capaz de resumir el duelo por su verdadero padre [4] a una mención al paso (“cuando cumplí diecisiete, fallecía mi padre de cáncer”), mientras amenaza con absorber y socavar las pulsiones eróticas de su hija (“me pregunto si será el mar mi último amante”). Ni la banalidad romántica ni los infantilismos ni los intersticios en los que puede emerger el cliché ‒“te quiero es la única manera verdadera de decir te quiero”‒ son tan significativos para la relevancia literaria (y comercial) de También esto pasará como el poder del fantasma edípico de una madre que usurpa y sabotea la libido de su hija hasta reducir a los hombres a distintos conjuntos de cualidades y defectos incapaces de ser protegidos o inventados por el amor. “El sexo frustrado desvela”, le dice una de sus amigas a Blanca, mientras ella, de a poco, empieza a espaciar las visitas al cuerpo muerto de su madre en el cementerio para ocuparse de enfrentar al espectro. Un espectro que la espera sobre los cuerpos de los hombres y en viejas habitaciones familiares y, al final, sobre las aguas de Port Lligat, el último destino antes del cruce definitivo del Aqueronte y, tal vez, de la restitución de la posibilidad de gozar/////PACO

 

[1] Un hombre enamorado (Anagrama, 2014).

[2] “Ella se levantó y me dio una bofetada en la cara con todas sus fuerzas”, escribe Knausgård en la página 263 de Un hombre enamorado, una forma de violencia de género que no se menciona en casi ninguna de las reseñas celebratorias.

[3] Una lectura del tipo social representado por Blanca, una sofisticada mujer española dos veces casada con hombres a los que es capaz de forzar a convivir, madre de varios hijos y que, sin embargo, no deja de sentirse infantil a los cuarenta años, puede sintetizarse en el hecho de que use la expresión “mis relaciones sexuales”.

[4] Es inevitable tener en cuenta que Milena Busquets es hija de Esther Tusquets (1936-2012), una de las mujeres fuertes (o señoras de nadie) del mercado editorial hispanoamericano, y hermana de Oscar Tusquets, fundador con Beatriz de Moura de la editorial Tusquets.