Michel Houellebecq (Francia, 1958) es un escritor cuya obra se inserta en una versión particular de eso que los teóricos de la comunicación del siglo pasado llamaban “autopista de la información”. La suya es una autopista hecha de mucho ruido mediático, oportunismo editorial, insoslayables tragedias coyunturales –como el ataque a la revista Charlie Hebdo– y un eficiente coro universal de alarmistas y censores profesionales, entrenados en el arte político de insertar las sombras acusatorias de los fantasmas culturales de moda –el racismo, el machismo y, donde sea relevante, como en la Europa occidental contemporánea, la islamofobia–, de manera tal que su obra resulte inevitablemente presentada, por los motivos más triviales, como “polémica” y “controvertida” (el nombre “Houellebecq”, de hecho, suele estar por eso antecedida nueve de cada diez veces por “el polémico autor”). Esos son algunos de los hilos –no los más ventajosos– que sostienen a la figura del best-seller. Es decir, aquel autor cuyos libros compra (y a veces lee) incluso el público que habitualmente no lee. De esa manera, también, la información con valor auténtico, que para un escritor se inscribe a través del tiempo y el espacio en el pacto de verdad que sella con una obra y un lenguaje, a veces se abandona a la distorsión, a veces a la mala interpretación –por la misma pereza que impide cualquier trabajo intelectual responsable– y muchas veces ni siquiera se tiene en consideración. Esas diferencias implican pactos sociales de por sí muy distintos, y el protagonista de Sumisión (Anagrama, 2015) los explicita con cuidado: “Solo la literatura permite entrar en contacto con el espíritu de un muerto, de manera más directa, más completa y más profunda que lo haría la conversación con un amigo, pues por profunda, por duradera que sea una amistad, uno nunca se entrega en una conversación tan completamente como lo hace frente a una hoja en blanco, dirigiéndose a un destinatario desconocido”.

epa04549700 A journalist views the front page of the latest issue of French satirical newspaper 'Charlie Hebdo' in Paris, France, 07 January 2015. Two masked gunmen with automatic rifles killed 12 people at the Paris headquarters of satirical French magazine Charlie Hebdo, which had angered Muslims two years ago by publishing cartoons of the prophet Mohammed. Speaking at the scene of the assault, French President Francois Hollande said the shooting was a 'terrorist attack' and that the government had raised the alert level in the capital to the highest as police hunt for the gunmen, who escaped after the shooting. French media said two policemen were killed in the shooting, which lasted several minutes after the gunmen entered the magazine's offices and started firing. Four people were injured, and Hollande said the death toll could rise.  EPA/STAFF ** Usable by LA, CT and MoD ONLY **

“Solo la literatura permite entrar en contacto con el espíritu de un muerto, de manera más directa, más completa y más profunda que lo haría la conversación con un amigo, pues por profunda, por duradera que sea una amistad, uno nunca se entrega en una conversación tan completamente como lo hace frente a una hoja en blanco, dirigiéndose a un destinatario desconocido”.

A pesar de todo, Sumisión llega los lectores (y a los no lectores) con el halo inevitable del sangriento atentado a la revista francesa Charlie Hebdo, cuya tapa al momento del ataque mostraba casualmente a Michel Houellebecq caricaturizado como un adivino, anticipando en su nueva novela la vida de los franceses bajo el dominio político, religioso y cultural del primer presidente francés de origen islámico. ¿Pero es Sumisión una obra que “anticipa el futuro” de Francia o que, en realidad, ausculta con un fino oído su presente? Ubicada en 2022, la novela cuenta el proceso espiritual, intelectual y libidinal a través del cual François, un profesor universitario de cuarenta y cuatro años especializado en la obra del escritor francés Joris-Karl Huysmans, mide, asimila y finalmente abraza desde su trabajo en la Universidad París III-Sorbona el horizonte que propone a la nación francesa la Hermandad Musulmana liderada por el flamante presidente electo Mohammed Ben Abbes. Pero lejos del registro de la simple unidimensionalidad de la distopía o la caricatura ‒que propone a veces demasiado pronto la burla donde sería más astuto la reflexión‒, Houellebecq despliega voces como las del profesor Godefroy Lempereur y, sobre todo, la del “espía retirado” y “estratega de salón” Alain Tanneur. Con ellos, François mantiene largas conversaciones durante las que degustan exquisitos platos de cocina ‒descriptos con la misma dedicación del sexo, como si la gastronomía fuera uno de los últimos bastiones de la identidad francesa‒ y desarrollan el asidero teórico y político necesario para que la cuestión islámica se eleve más allá de la sátira. La conversión al catolicismo de Huysmans le sirve a François ‒cuya amante es una estudiante judía que se muda a Israel ante el triunfo de la Hermandad Musulmana‒ como un espejo con el que mide la posibilidad de su propia conversión al Islam. ¿Y qué propone el Islam? Ante el desgaste del modelo familiar occidental y la devaluación de los dogmas de la fe católica ‒“Jesús había amado demasiado a los hombres, ese era el problema”‒; ante una sexualidad carcomida por un narcisismo individualista que imposibilita la entrega genuina al otro y el paso hacia el verdadero amor, y finalmente frente a las primeras consecuencias de la decadencia física como hombre ‒“mi cuerpo era la sede de distintas afecciones dolorosas, migrañas, enfermedades de la piel, dolor de muelas, hemorroides, que se sucedían sin interrupción, sin dejarme prácticamente nunca en paz”‒, la Francia islámica de Ben Abbes promete un retorno a la seguridad del patriarcado (en el que las mujeres pueden gozar las ventajas de una respetuosa vida doméstica liberada de las exigencias del mercado laboral), un retorno a los valores de la familia tradicional y, por si fuera poco, una nueva economía bajo un régimen de solidaridad basado en la caridad. Cansado de una sexualidad atada al mercado de la prostitución y una vida social hundida por el aburrimiento, la verdadera prioridad de François tras su conversión, sin embargo, es el derecho sagrado a un harén. “Que mi vida intelectual había acabado era una evidencia cada vez más obvia, aún participaría en vagos congresos, viviría de mis restos y de mis rentas; pero empezaba a adquirir conciencia ‒y eso era una verdadera novedad‒ de que, probablemente, habría otra cosa”.

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“El poeta es un parásito sagrado”, escribe en Supervivencia. Un parásito que “a  semejanza de los escarabajos del antiguo Egipto, puede prosperar sobre el cuerpo de las sociedades ricas y en descomposición».

A través del goce de los cuerpos o los dogmas de una fe, la posibilidad o no de una experiencia sensible es lo más relevante en la obra de Michel Houellebecq. Pero si, como poeta ‒género con el que el autor de El mapa y el territorio prefiere identificarse‒, Houellebecq se atribuye la tarea de trazar un puente con lo sublime a partir de esas intuiciones descartadas por la razón y la utilidad, ¿en qué términos se dibuja ese puente? En ese punto, Sumisión no se distancia de los temas fundamentales del resto de sus novelas, ni de las interrogaciones frecuentes del “poeta Houellebecq” ante la sociedad mercantil de su época. “El poeta es un parásito sagrado”, escribe en el poemario Supervivencia. Un parásito que “a  semejanza de los escarabajos del antiguo Egipto, puede prosperar sobre el cuerpo de las sociedades ricas y en descomposición. Pero también hay lugar para él en el seno de sociedades fuertes y frugales”. Si ser poeta significa “desaprender a vivir”, y si el resentimiento con respecto a la vida “es necesario en toda auténtica creación artística”, la poesía, y en especial la poesía de un romántico, es la forma en la que un escritor puede hoy más que nunca oponerse a la fuerza omnipresente del mercado y a la fuerza de sus tecnologías (de cuyos saberes prácticos el marketing editorial, a través del método de la provocación mediática, suele ser el más asociado al best-seller Michel Houellebecq).

MICHEL HOUELLEBECQ PRESENTA EN BARCELONA SU ÚLTIMO LIBRO, "SUMISIÓN"

En ese sentido, ni siquiera es estrictamente necesario adentrarse en las páginas de Sumisión para que, como novela, revele las muchas resonancias que su éxito comercial vuelve a plantear en el contexto de la obra de Houellebecq. Por encima de las ordinarias necesidades mundanas y más allá de los vulgares engranajes de los grandes grupos editoriales ‒con los que, como novelista, ha negociado adelantos de hasta un millón y medio de dólares por libros como La posibilidad de una isla‒; alejada del gusto de la mayoría de los lectores, la poesía no tiene reglas ni exige otra tarea que el descubrimiento y el sacrificio. Y ante ese poder, paradójicamente, según Houellebecq la novela no tiene más que subordinarse. “Es irracional, ya sé, pero es como si el poema ya hubiera sido escrito mucho antes que nosotros, como si estuviera escrito desde la eternidad”, escribe en la correspondencia con el filósofo Bernard-Henri Lévy compilada en Enemigos públicos. “La novela es distinta; hay mucha grasa sucia, sudor; es el despliegue de esfuerzos insensatos para que todo quede un poco en su lugar, para apretar los tornillos y evitar que el conjunto no se despegue dentro de los decorados; es, después de todo, una especie de maquinaria”. La poesía y la novela, lo luminoso y lo sórdido, lo sublime y lo maquínico: ese es el tejido elemental, plagado de injertos y suturas, milagros y decepciones, calculados golpes de efecto y verdaderas tragedias atravesadas por el amor y por el odio, sobre el que escribe Michel Houellebecq.

La poesía y la novela, lo luminoso y lo sórdido, lo sublime y lo maquínico: ese es el tejido elemental sobre el que escribe Michel Houellebecq.

Pero ubicar a la poesía en el territorio de lo sublime y a la novela en el territorio de lo maquínico es un primer paso. Desde ahí, la obra de Houellebecq vuelve una y otra vez a ciertas preguntas. ¿Cómo funcionan la historia y la sociedad que le cedieron a la ciencia, en el trascurso de los últimos años, las preguntas más importantes sobre el sentido de la vida? ¿Qué frustraciones y miedos, qué nuevas esperanzas y fantasías se trasladaron a partir de esos procesos desde los altares hasta los laboratorios y, como en Sumisión, de los laboratorios otra vez hacia los altares? A la técnica y la civilización, esa pareja de principios del siglo XX formalizada por Lewis Mumford, Houellebecq va a invitarla pronto a un inevitable ménage à trois con el mercado. Y es al reparo de esa unión entre la cultura, el sexo y la técnica como van a constituirse los puntos más sensibles de su obra. Mientras tanto, François, el protagonista de Sumisión, no deja de mirar el mundo tan “houellebecquianamente” como en Las partículas elementales o Plataforma. Y, desde ahí, la imposibilidad del amor y la decadencia del cuerpo regresan a la imaginación de Houellebecq en una versión más refinada y concluyente. “Llegada a un grado de descomposición repugnante, Europa occidental ya no estaba en condiciones de salvarse a sí misma”, se convence mientras Ben Abbes avanza en la construcción de un nuevo mapa geopolítico centrado en las palabras del Corán. Pero su verdadera preocupación al momento de convertirse es otra. La única que inaugura la posibilidad de una segunda vida: “¿A cuántas mujeres tendré derecho?”///////PACO