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1. Confesiones de un alma bella

Podrá sonarles a herejía lo que voy a afirmar, pero la famosa obra escrita de Johann Wolfgang von Goethe podría resumirse, hoy y a la distancia, como un ejercicio avant la lettre del género que conocemos como literatura del yo. 

De hecho los sucesivos y famosos protagonistas masculinos de sus obras nos presentan rasgos y vivencias que permitirían reconocer al propio Goethe en distintos momentos de su larga, poblada y provechosa vida. El joven Werther, Wilhelm Meister, el Conde Egmont, Prometeo, incluso el Doctor Fausto, encarnan de modo más o menos velado facetas del propio autor. Entiendo que el procedimiento literario es lícito y hasta cierto punto inevitable, ya que solamente puede escribirse con propiedad, conocimiento y pasión sobre aquello que se ha experimentado en carne y espíritu propios, independientemente de la cuota de goce o sufrimiento o mera indiferencia que en su momento haya proporcionado.

Más razonable, más inepto, más haragán, el profesor G. Guerber ha preferido condensar el conjunto de sus experiencias en un único relato, de estructura epigramática y redactado en un tono que oscila entre el patetismo, el ditirambo y la sátira. Su registro como escritor posiblemente le haya valido un sumario al funcionario que se lo otorgó, ya que no duda en avanzar chocando a todo aquel que se le interponga a lo largo de un texto extenso y denso en circunstancias y reflexiones diversas.

El principal recurso del que se vale el autor es el de escindir su persona en un conjunto de personajes, la mayoría de ellos munidos de nombres eufónicos, además de algunos selectos invitados, quienes se van turnando para llevar adelante la narración, del modo como se pasa el testimonio en una carrera de postas. Este conjunto de confesiones de estructura coral, (una imagen más descriptiva que el coral sería la de un grupo de anémonas o mejor un espectral cardumen de aguavivas), puede llevar al lector incauto a la confusión. Sin embargo, el plan de la obra es coherente y cuidadosamente escrito. 

2. La ciudad y los perros.

Pozo del Molle es la ciudad natal de G. Guerber. El nombre no suena promisorio, apenas la imagen de una hondonada (o de un aljibe) junto a un árbol autóctono emparentado con el aguaribay. Su traza es de lo más curiosa y se debe al trazado de un damero diagonal, alineado con la vía del ferrocarril que va de Villa María a San Francisco, dentro de un rectángulo, orientado, como el catastro de todo el territorio, en dirección a los puntos cardinales. El conjunto de las colisiones que se producen entre el tejido y su contorno se corresponde perfectamente con el desajuste que en su momento experimentó nuestro joven Werther sin su Carlota, (pero con sus sucesivos perros) en un entorno semi rural y semi bárbaro, los años de aprendizaje de un alma bella dentro de un medio llano y hostil al cual logró sobrevivir, no sin secuelas.

Corral del Bajo viene a ser como quien dice un satélite del pueblo, ubicado a una cierta distancia, con muy pocas edificaciones, y todas del mismo lado de la calle única y con una vereda sola, como dice la canción. Para entender ese escenario de características lunares se agrega la ausencia, por entonces casi total, de contacto con el mundo, sin señales de TV ni de radio am (solo emisoras uruguayas, alguna del Brasil y de onda corta), hasta el posterior advenimiento del cable y de la frecuencia modulada. Ni hablar de Internet  o de redes sociales.

3. El mapa y el territorio.

La Patria Piamontesa, que constituye el territorio principal en el relato, vendría a ser la porción sudeste de la provincia de Córdoba. En la llanura los límites son difusos, pero puede aceptarse que la traza de la ruta 158 constituye la frontera, que separa la influencia del litoral (y por lo tanto de Buenos Aires) del influjo de La Docta y de sus particulares costumbres y lenguaje. Solo una vez estuve en persona con G. Guerber, quien vive y enseña desde hace años en Montevideo. El tono de su voz es apenas cordobés y para nada enfático, lo cual parece confirmar su pertenencia cultural a la región al sur de esa línea Mason – Dixon.

La riqueza de la tierra contrasta con la imagen desértica que imprime la región a los ojos del viajante y con una vida signada por el hastío para la mayoría de los locales. Esa combinación explosiva es caldo de cultivo para freaks, aquellos seres dotados que no encajan y por lo tanto prosiguen su destino en otros sitios. El paisaje recuerda a la obra del arquitecto Francisco Salamone, quien se inició en el trabajo profesional en Villa María, como también al argentino más notable salido de la zona (alguno sabrá corregir), Oscar Ruggeri, natural de Corral de Bustos, pasta de campeón. 

Hay un esquema geométrico que une el paese de nuestro joven héroe: cien millas en línea recta a Corral de Bustos y otras cien millas a La Carlota. Tres vértices de una estrella pentagonal casi exacta, los dos restantes caen en Dalmacio Vélez Sársfield, (otro cordobés, tal vez más notorio, pero oriundo de Calamuchita), y en Saira, un pueblo casi fantasmal de nombre indescifrable para mí, poco antes de pasar la frontera hacia Santa Fé. 

En el centro de esa estrella no hay poblaciones, apenas un conjunto de lagunas inaccesibles por ruta, hoy con toda probabilidad casi secas, de aguas amargas y con alto contenido de agroquímicos; pero que por entonces, época lluviosa, estaban desbordantes de aguas turbias y feraces, encadenadas y seguramente infestadas de anguilas. Un pentágono cierra la figura. Cien kilómetros perimetrales separan cada vértice, se verifica la sección áurea (relación irracional, no pitagórica) tanto entre el kilómetro y la milla, como entre las poblaciones contiguas y aquellas enfrentadas. Cinco puntas, cinco kilos de pasta de campeón, cinco chupetes para conciliar el sueño. Todo parece coincidir.

4. Las partículas elementales.

Las potentes ideas e imágenes vertidas en el libro se asocian con las calles que chocan y rebotan en loop contra el contorno del plano de Pozo del Molle. También con la conducta imprevisible de las partículas elementales, aceleradas a velocidades cercanas a la de la luz, y que nuestro profesor de física en su momento estudió. No puede hablarse aquí en rigor de surrealismo ni de escritura automática, en todo caso la prosa de Guerber sería semi-automática, en el sentido de un arma como el fusil de asalto Kalashnikov AK-47 calibre 7,62 también conocido como Cuerno de Chiva, puesto en manos de un fedayín bajo los efectos de alguna sustancia estimulante. Hay pasajes que remiten a munición aún más destructiva: “…proyectiles de 30 milímetros en los cañones rotativos en los A-10 Thunderbolt II. Estos cañones de varios tubos abrían fuego a un ritmo de hasta 3000 disparos por minuto…”. El efecto de estas frases y párrafos puede sonar chistoso, pero no debe deducirse de esta afirmación que estamos frente a un libro liviano o como se dice “para pasar el rato”. No se equivoquen. 

5. El colapso de lo posible.

El título es ya un acierto y nos plantea varios interrogantes: En el texto G. Guerber menciona el colapso de la función de onda, (cito el artículo de Wikipedia): “Sin embargo en la teoría cuántica este colapso de la función de onda es tal que aquello que ocurre en un lugar distante, en muchos casos tiene que depender de lo que el observador eligió observar. Lo que uno ve allí depende de lo que yo hago aquí. Este es un efecto completamente no-local, no-clásico”. No poseo las herramientas para establecer si debo creer o  no en esa aparente operación de la magia o del vudú. Por suerte existen otras interpretaciones.

Bernard Shaw ha declarado que toda labor intelectual es humorística. La sentencia es aquí del todo aplicable al libro. Sin embargo, paradójicamente, la obra exuda melancolía por todos sus poros. Arriesgo tres motivos para ello y lo hago también desde mi propia experiencia. El primero es el componente étnico eslavo, proclive al fatalismo y a un pesimismo de base. El segundo es el hecho de residir el autor en Montevideo, ciudad que suele instalar entre sus habitantes esa clase de sentimientos depresivos. El tercero, tal vez decisivo, es que se trata de una obra de madurez, y aunque se trate de la primera (y espero sinceramente que le sigan otras), es la visión desde un lugar de la vida en donde el territorio de lo posible, (el futuro), ya se encuentra, sino colapsado, severamente reducido en sus opciones debido al mero transcurso del tiempo.

Sobre todo encuentro ciertas descripciones, referidas a los campos de batalla de las guerras civiles en ambas Américas, desde Antietam a Quebracho Herrado, que me resultan particularmente poéticas. El colapso de lo posible es un libro dirigido principalmente a los hombres, que eso quede claro, y acerca de su autor puede trazarse, para cerrar, un último paralelo con Goethe. Nietszche nos relata en Mas Allá del Bien y del Mal el encuentro del escritor, ya maduro, con el Emperador Napoleón en 1809, pleno apogeo de su gloria: “Entiéndase por fin con suficiente profundidad el asombro de Napoleón cuando vio a Goethe: ese asombro delata lo que durante siglos se había entendido por «espíritu alemán». «Voilá un homme!«, quería decir: «¡Eso es un varón!”////PACO

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