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La obra de Francisco (Francesco) Salamone, proyectada y ejecutada entre los años 1936 y 1940 en más de veinte ciudades y pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires, es un problema por desentrañar. Intentaré describir el tema en dos artículos. El primero explorará al hombre, las circunstancias en las que vivió y trabajó, las razones de su éxito profesional, de su ocaso, del posterior silencio sobre su obra y de su resurgimiento actual. El segundo será un análisis crítico de su obra, sus influencias, el medio entre urbano y rural en que la desarrolló y una evaluación de su lugar en el panorama de la arquitectura argentina del siglo XX.

La razón del hashtag

Hoy #Salamone es tendencia, al punto de que en el prólogo al libro de Juan Ignacio Ruffa, Francisco Salamone, cine y eugenesia en la obra pública bonaerense, el arquitecto Julio Valentino se pregunta: “¿Otra vez Salamone?” Sin embargo, la paradoja es que este interés académico y público empieza tras medio siglo de un olvido casi absoluto contra el que, desde cierta cultura progresista (y tal vez con más entusiasmo que conocimiento), actuaron artículos como “El misterio de la piedra líquida”, escrito en 2002 y reeditado en 2018 por Juan Forn en Página/12. Por supuesto que Salamone no podía adivinar lo que el signo numeral-hashtag representaría en el uso masivo y global de las redes sociales del siglo XXI. Sin embargo, proféticamente, el signo # aparece prominente en relieve a ambos lados del frente del palacio municipal que diseñó para la localidad de Tornquist, inaugurado en 1938. Pero al margen de ese detalle, hay muchos elementos que pueden explicarnos tanto el torbellino de su éxito profesional como el posterior ostracismo e indiferencia sobre su trabajo para llegar, finalmente, a este aparente renacer. Y estas tres fases forman, quizá, una historia más coherente que la aparente.

El éxito

Nacido en Italia en 1897, Salamone llega a la Argentina a principios de siglo XX, estudia en el Colegio Industrial Otto Krause y luego en la Universidad Nacional de Córdoba, donde se recibe en 1920 de “Ingeniero – Arquitecto”, título dual que lo habilitaba a construir tanto edificios como obras viales y de infraestructura. Trabaja en ambos rubros mientras vive en Villa María, Villa Allende y Bahía Blanca (donde conoce a su esposa), y participa en concursos de arquitectura como miembro de la Sociedad Central de Arquitectos a partir de 1925. Su condición de outsider (Salamone era considerado un provinciano además de un inmigrante formado fuera de la Universidad de Buenos Aires y las academias europeas), lo lleva a polemizar con la institución, y si bien logra algunos premios, claramente entiende que no pertenecía al núcleo social de la profesión, por entonces muy elitista y porteño.

Frente a la crisis económica de principios de los años 30, decide instalarse en Buenos Aires, donde se relaciona con los referentes conservadores de la Concordancia, el aparato político que sostenía al presidente Agustín P. Justo, que gobierna desde 1932 gracias al fraude electoral y la abstención revolucionaria adoptada por el entonces mayoritario Partido Radical en reacción al derrocamiento de Hipólito Irigoyen. Como militante conservador, Salamone conoce al cliente que cambiará su vida para siempre: Manuel Fresco, un médico sanitarista radicado en Avellaneda, donde colaboraba con el hombre fuerte de la zona, el caudillo conservador Alberto Barceló. 

Diputado provincial desde 1919, Fresco fue un férreo opositor a los gobiernos radicales, y desde 1932 hasta 1936, ya como diputado nacional, su ideología asume rasgos que la acercan al fascismo. De hecho, sostuvo en público su oposición al voto secreto, que consideraba cosa de cobardes y una práctica indigna de un hombre cabal (recordemos que el voto femenino llegaría varios años después). Influido por los regímenes corporativos por entonces triunfantes en Europa, Fresco propone, además, reemplazar al Congreso de la Nación por un organismo consultivo integrado por asesores técnicos, lo cual lo llevó también a cuestionar el sistema democrático mismo, al cual identificaba con “un régimen plutocrático burgués, capitalista, ateo, judío, liberal, materialista, sensual y positivista, escéptico, pragmático y utilitario, económico, antiheroico, antimilitarista y antihistórico”.

Esta pintoresca enumeración, a la cual bien podrían agregarse otros adjetivos como “chancho” y “baboso”, sumada a sus otras tantas propuestas y frases (que incluyeron el elogio público a Benito Mussolini y Adolf Hitler), permite trazar un rápido mapa mental de Fresco. Sin embargo, será su obra de gobierno lo que lo defina como miembro del Panteón (o Corte de los Milagros, según se mire) de los gobernadores bonaerenses. Al asumir en 1936, Fresco cuenta con el poder y los recursos de una economía superavitaria y decide encausarlos en un ambicioso programa de obras públicas. En Mar del Plata asigna las más notorias al consagrado arquitecto Alejandro Bustillo (quien era también hermano de su ministro de Obras Públicas) mientras que para las obras de menor escala, situadas en los distritos más alejados, Fresco “recomienda” la contratación de su protegido, Francisco Salamone, quien se encargaría de dirigir un programa basado en cuatro tipos de obras de arquitectura: palacios municipales, mataderos, cementerios y plazas públicas. Con la tarjeta del gobernador a mano, sus propuestas se convierten en ofertas que los intendentes no pueden rechazar. De esta manera, Salamone lleva a cabo un conjunto de más de sesenta obras en cuatro años (aunque Forn sostiene que fueron apenas cuarenta meses) con las que marcaría un discreto antes y después en la historia de la arquitectura argentina.

Este esfuerzo dañó su salud. Los testigos de entonces afirman que fumaba más de cien cigarrillos al día y dormía poco, además de sufrir las penurias de los continuos viajes en un territorio sin rutas pavimentadas ni hotelería decente. De todas formas, con su esfuerzo, el ambicioso programa de construcciones se pudo realizar y sobre la base de este prestigio como hacedor Fresco planeó alcanzar la Presidencia de la Nación en los comicios de 1943. Para esto, acordó con Barceló para que lo sucediera al frente de la gobernación, y si bien Barceló ganó la elección de 1940 mediante otro fraude masivo, el presidente Castillo no aceptó el resultado e intervino la provincia. Poco después, tanto Barceló como Fresco cayeron en desgracia, y tras el golpe militar de junio de 1943 sus aspiraciones quedaron sepultadas para siempre.

El olvido

Los ocho tomos en los cuales Manuel Fresco compila y describe su gestión con el sugestivo título de Conversando con el Pueblo. Hacia un nuevo Estado no hacen mención alguna a Salamone, si bien sus obras aparecen descritas en detalle. Este es el inicio de la etapa del olvido, que se prolongará hasta mucho después de su muerte. Hasta entonces, Salamone se traslada al noroeste para llevar a cabo obras de infraestructura, aunque al poco tiempo es acusado de malos manejos en unas obras de calles en Tucumán, ajenas por completo a sus edificios bonaerenses. En 1943 decide emigrar a Montevideo, y tras ser sobreseído de las acusaciones de malversación de fondos públicos y retornar a la Argentina, comienza a trabajar en la realización de obras de pavimentado, además de la construcción de algún que otro edificio. Cuando muere, en 1959, su obra ya había sido completamente olvidada. 

Por esas fechas, el historiador radical Félix Luna, en su libro Alvear, luego de estigmatizar la gobernación de Fresco, remata: “A cambio de todo esto, construyó algunas obras públicas; entre ellas, ciertas horribles pérgolas que todavía infaman las plazas de muchas ciudades de la provincia”. Mediante un proceso de degradación y reducción, este tipo de referencias a la arquitectura cívica de Salamone intenta transformarla en apenas un anónimo y desdichado ornamento del espacio público. Por otro lado, en el libro La arquitectura en la Argentina 1930–1970, de Federico Ortiz y Ramón Gutiérrez, ni siquiera se lo menciona, a pesar de recorrer doscientas obras de más de un centenar de arquitectos en todos los estilos. También lo ignora Gutiérrez en su posterior ensayo de 1976, La arquitectura imperial, enfocado en las obras monumentales promovidas por el Estado argentino entre 1914 y 1943, lo cual es aún más llamativo, ya que se trata del campo de acción específico de Salamone.

Los motivos de este olvido pueden explicarse en varios aspectos. El más obvio es de índole estilística. La práctica y la enseñanza de la arquitectura experimenta a partir de los años cuarenta una renovación, adoptando el canon del Movimiento Moderno e ignorando los estilos ornamentales de lo Clásico, el Art-Decó, el Colonial, etc. En ese sentido, la obra de Salamone, de carácter decorativo y ligada a la estética expresionista y Decó, fue considerada durante mucho tiempo como perimida. Otra razón está en la inaccesibilidad de sus edificios. Lejos de la capital y de las grandes ciudades, por fuera de los circuitos habituales del turismo, las impresionantes obras de Salamone demandan hasta el día de hoy un peregrinaje (o bien la intervención del azar) para poder ser visitadas (narraré mis propias experiencias al respecto en la segunda parte). Un tercer motivo es la inicial reacción negativa que casi invariablemente tuvieron los habitantes de las ciudades del oeste y el sur de la provincia, quienes veían estos edificios como objetos estrambóticos, extraños a la limitada paleta de sus expectativas. El hecho mismo de que fuera el gobernador Fresco quien impusiera la obra (y el arquitecto) desde afuera y por medio de sus “recomendaciones” contribuyó a esta falta de identidad con los usuarios. Hablando justamente de las poblaciones del interior, Ezequiel Martínez Estrada, de quien citaremos en extenso pasajes de su imprescindible ensayo Radiografía de la Pampa, dice: “Homero significaba con el epíteto de “el-que-de-lejos-manda”, conferido a Agamenón, un poder ya de signo jurídico que llegaba más allá de la acción inmediata, un poder jerárquico puro”. 

Sin duda, esta forma de manejar los asuntos públicos se impone y se hace respetar, pero rara vez se agradece o se ama. Un cuarto motivo responde al hecho de que el programa de obras públicas bajo el cual Salamone realizó su obra quedó no solamente ligado a un destino político fallido e ignorado por los gobiernos posteriores, sino esencialmente teñido por una de las expresiones más afortunadas que haya tenido el debate político en el país. Cuando en 1945 el periodista nacionalista José Luis Torres publicó su libro La Década Infame, tal vez no reconoció la influencia que tendrían esas tres palabras para anular otros tantos lustros de la compleja vida argentina, hasta reducirlos a algo que para muchos debe ser sepultado en el olvido. Del libro ya nadie se acuerda, pero el epíteto sigue vivo y vibrante. Como tantos otros contemporáneos, y por muchos años, Salamone cayó en la volteada.

La resurrección

Recién en los años ochenta comenzó el estudio sistemático de los edificios de Francisco Salamone gracias a un grupo de docentes de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo que formaban parte de la Cátedra de Historia dirigida por el arquitecto Jorge Gazaneo. El primer ensayo que se ocupa de su obra lo publica en 1992 el arquitecto Alberto Bellucci (traducido al inglés como Monumental Deco in the Pampas. The urban art of Francisco Salamone) para la revista estadounidense The Journal of Decorative and Propaganda Arts. No sorprende que este renacido interés comience junto con la llegada del “debate posmoderno” a nuestro país. Por otro lado, el título de la Bienal de Arquitectura de Venecia de 1980 fue La presencia del pasado, y es ahí donde también empezó a divulgarse la reconsideración del clasicismo y demás vertientes estilísticas históricas y su adaptación a la técnica contemporánea de producción de edificios y ciudades. No es casualidad que ambos fenómenos coincidan en el tiempo, ni que por entonces surgiera el neoconservadurismo en la política, la economía y las costumbres. Para finales del siglo pasado, Salamone había recuperado la atención de los historiadores, por lo que empezaban a crecer las monografías y los voluminosos tratados (que imagino hoy casi inhallables, publicados en lugares tan improbables como Mar del Plata o Tandil). Ya en nuestro siglo, intentar explicar su auge en los medios y en las redes sociales es más difícil, aunque arriesgo tres hipótesis que no excluyen otras posibilidades:

1. Misterio. Hay un fuerte componente esotérico en sus edificios. Su utilización de un sistema ornamental por fuera de las referencias estilísticas tradicionales, basado en recursos escenográficos del teatro (e incluso del cine, como plantea Ruffa) sugiere que detrás de su lenguaje puede ocultarse un secreto, algo que pide ser decodificado. Forn acierta en plantear la existencia de un misterio, si bien este no sería tecnológico sino semiótico y social. Uno podría preguntarse: ¿qué mensaje hay en esas construcciones? ¿Ocultan algo? ¿Acaso obedecen a un Plan, con mayúsculas?

2. Pulsión de muerte. No me refiero con esto solamente al obvio programa de cementerios y mataderos y su simbología, de por sí explícita. Percibo que cualquier pieza de Salamone podría aparecer, sin desentonar, en alguna fantasía distópica e incluso postapocalíptica. De hecho, la laguna de Carhué ya hizo su trabajo hace años, y nos presenta la escena impactante del matadero de Epecuén sumido en una espectacular versión del deterioro, la degradación y la ruina. 

3. Sueños húmedos. La hipótesis es de índole política y tal vez resulte la más inconfesable. Al contrario de lo que muchos pensábamos al surgir internet en los noventa, hoy vemos una tendencia hacia el liderazgo mesiánico y la asociación de los gobiernos fuertes con los grandes negocios, un poder que se afirmó de la mano de la globalización y de la concentración que posibilitan las plataformas digitales (redes sociales, Big Data, e-commerce, manipulación de la información, psicopolítica, etc.) y que alcanza también el campo biológico mediante la programación genética a través del ARN mensajero. Frente a este panorama, surge un interrogante. Trabajando a sol y sombra en un contexto chacarero y a las órdenes de un poder omnímodo pero a la vez global, ¿no será Salamone un modesto ejemplo de lo que vendrá? ¿Acaso no encarnan la figura y la obra de Salamone los “sueños húmedos” de servir a un único patrón todopoderoso, la fantasía que recurrentemente seduce a tantos intelectuales, artistas y colegas?/////PACO

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