El sello Milena Caserola acaba de publicar Los gauchos irónicos, un libro de ensayos de Juan Terranova (Buenos Aires, 1975) donde se analizan los libros y la obra de Luciano Lamberti, Carlos Busqued, Federico Falco, Mariano Dorr, Pola Oloixarac, Iván Moiseff, Félix Bruzzone y Carlos Godoy, entre otros autores contemporáneos. También se detiene en temas como Internet, las antologías y la juventud. Aquí, respondió estas preguntas para Paco.

¿Reparaste en que los ensayos de Los gauchos irónicos son laudatorios? Tenés fama de ser más agresivo o disolvente.

Cuando Maxi Tomas leyó la primera versión del libro, hizo una lista de los, digamos, “descalificados” en los ensayos, y eran todos de generaciones anteriores. Abelardo Castillo, por ejemplo. Me señaló con tino que faltaba chispa, palo a los contemporáneos que no me gustaba. Los gauchos irónicos de Juan Terranova irónicamente es un libro afirmativo. Así que quise incluir un página que ya había publicado en contra de Andrés Neuman, un escritor para infradotados, el personaje idiota, complaciente y exitoso que nunca falta en ningún lado, pero los editores, Matías Reck y Sofía Balbu, se opusieron. Me dijeron que querían que fuera un libro responsable, afirmativo. Y bueno, no conviene discutir con los editores, a los cuales desde ya les estoy muy agradecido. Aparte creo esa idea estaba en mí. Hacer un libro “constructivo”. Al menos por esta vez, parafraseando ese cuento breve recopilado por Borges y Bioy, quiero leer y escribir estando puro frente a los ojos de Dios. Hay un desafío crítico importante ahí, argumentar por qué nos gusta lo que nos gusta. Argumentos negativos sobre lo que no nos gusta producimos todos.

¿Cómo elegiste los autores de Los gauchos irónicos?

Terminé de recopilar los ensayos a fines del 2011. Algunos se escribieron incluso un par de años antes. Digamos que no elegí un corpus, sino que fui tomando las reseñas que había hecho y las amplié. Con Lamberti y Busqued, por ejemplo, intenté llevar mi lectura crítica lo más lejos posible porque sentía que podía hacerlo. Son libros y autores que me dieron ganas de escribir, de ensayar sobre ellos. Hay otros autores que leo, y que me gustan e interesan y que sigo pero no me produjeron ese entusiasmo crítico. Al menos no en ese momento.

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¿Qué autores te interesan y no están en el libro?

Son muchos. Patricio Pron. Leonardo Oyola. Ariel Idez. Hernán Vanoli. Sebastián Robles. Mariana Enríquez, Sonia Budassi. Me gusta mucho como escribe y lo que narra la tucumana María Lobo. Releo mucho el libro de Diego Vecino, Flema es una mierda, sobre la interacción de rock y menemismo. Sí, son muchos. ¿Tengo que darles una respuesta crítica a cada uno? La verdad es que no lo sé. Sobre la novela de Idez, La última de César Aira, escribí una reseña que se podría haber convertido en un ensayo. Quizás lo haga en el futuro. Y me gustaría escribir sobre Patricio Pron. Y alguien debería resaltar el trabajo de Flavio Lo Presti como articulista y lector. Y finalmente tendría que intentar escribir sobre la afiebrada y contundente prosa de Nicolás Mavrakis, cuya voz ensayística resalta por su calidad.

De La masa y la lengua, un libro anterior, incluiste en Los gauchos irónicos un ensayo largo titulado “Internet y literatura”. ¿Por qué?

Creo que ese, no otro, es el tema epocal que me toca como crítico.

Terra

¿Por qué pensás que no hay crítica de textos contemporáneos, a excepción de las reseñas individuales de fin de semana? 

El periodismo cultural argentino está dirigido por analfabetos, genuflexos y turistas. Esa sería mi primera respuesta en seco. Oh, Terranova, qué polémico, l´enfant terrible. Buah… En realidad creo que hay crítica contemporánea. No está en los deprimidos Ñ y ADN. Pero Maximiliano Tomas trabajó mucho para abrir un espacio, del cual participé, y trabajó mucho para que, por ejemplo, Beatriz Sarlo reseñara en Perfil. También hay muy buena crítica en revistas digitales y blogs. Tu afirmación se centra, creo, en Ñ y ADN, que ya no son parámetro de nada que no sea inmovilidad y fracaso. Y esto ya lo digo como lector: ¿Cuál es la próxima tapa? ¿Andrés Rivera? ¿Marcos Aguinis? ¿La nota de las industrias culturales? ¿El negocio del arte? Luego está la academia, que es lenta pero se acerca, muy de a poco, confundiendo obsesión y responsabilidad con fobia. Si me preguntan a mí, creo que en la facultad habría que leer solamente el Quijote, porque cada vez que el claustro docente y sus investigadores rentados del Conicet intentan acercarse a “lo que pasa ahora” confunde demasiadas cosas. ¿Hay excepciones? Las hay, desde ya. Finalmente, después de decir todas estas generalidad estúpidas, entiendo que lo contemporáneo siempre está velado, ausente, hay que construirlo, se fuga, paradójicamente, hacia atrás, hacia el pasado, y hacia adelante, hacia el futuro. “Lo contemporáneo” es un enigma inútil, un pantano gaseoso, lo imposible, lo que no existe, está existiendo, y ya se perdió. Se necesita talento y convicción para enfrentarlo.

¿Qué es lo más difícil de escribir sobre ese “pantano”?

Hay muchos equívocos que son parte orgánica de la lectura pero que no por eso dejan de sorprender. Incluso entre los que se dedican a leer de forma profesional, la literatura y los libros parecen estar cimentados en el pasado, hay una apoyo fuerte, muy conservador, en el pasado. Para mí el gran desafío, al menos en este libro, es leer el presente, lo que está ocurriendo ahora. Internet es una gran herramienta en este sentido. Pero más allá de esa aceleración a la que nos somete la web, insisto, el capital de un crítico es su presente. Pero ya hablar de “presente” es raro. Hablar de “jóvenes escritores”. Nunca falta el marmota que pregunta “¿hasta cuándo es joven un escritor?”. Y después si decís que estás escribiendo sobre escritores “nuevos” siempre hay alguien que te responde “a mí de los nuevos me gusta César Aira”. Y Aira tiene ¡sesenta y cuatro años! (risas) Una vez una chica me preguntó en el Centro Cultural Pachamama “¿vos te referencias con la literatura joven?”. Le dije “no, yo siempre fui un viejo choto” (risas). Esas palabras, “joven”, “nuevo”, no sirven, no tienen grosor crítico, son convenciones del lenguaje institucional, forman parte de los discursos alicaídos, están en el repertorio de la gente que dice que piensa pero en realidad no piensa. Es difícil prescindir de ellas porque parece que dan soluciones, porque las convenciones son muy grandes, y porque a veces uno necesita comunicar una idea general en poco espacio, pero en realidad son como un salvavidas de plomo. Vos usaste “contemporáneo” que está bastante mejor. Para mí, como crítico, lo que importa es el presente, mi presente, nuestro presente, que, por supuesto, se degrada y se escurre a cada segundo.

¿Qué críticos te formaron en tu educación sentimental? 

Ricardo Piglia. Julio Schvartzman. Beatriz Sarlo. Daniel Link. Carlos Correas. Viktor Shklovsky. Kurt Cobain.

¿Qué sigue ahora?

Para la Feria del libro presento El vampiro argentino, un novela que se publicó en España hace unos años, un intento arrebatado de maximalismo tercermundista. Eso es “lo que sigue”. No llegó antes por el tema del cierre de la importación de libros y llega ahora.

El vampiro argentino se publicó por primera vez inmediatamente al Bicentenario. ¿Por qué te obsesionaba? ¿Qué otras obsesiones tuyas aparecen en la novela?

Lo de siempre. Los nazis ganan la Segunda Guerra, dominan el mundo, Buenos Aires es la capital nacionalsocialista de Latinoamérica. Una especie de vampiro comienza a matar militares y funcionarios succionándoles la sangre de forma bestial. Y claro, están los festejos del Bicentenario de la revolución, todos esos equívocos, mis obsesiones por los sistemas políticos totalitarios, por la fuerza, por las armas, por las literaturas nacionales. Es también la historia de un tipo que piensa mucho en un mundo donde todo indica que lo mejor es no pensar mucho. Me rompí la cabeza para escribir esta novela, es larga, farragosa, compleja. Y me habría gustado –Dios lo sabe–, que fuera todavía más compleja. Pero, como dice Ellroy, escribir novelas largas, joder, es demasiado tiempo solo.

¿Algún libro en el que estés trabajando ahora?

Terminé de recopilar una serie de artículos que van de la literatura a la política. Son más retóricos y agresivos que los de Los Gauchos. Casi se podría decir que es una especie de “evil twin”. Tengo una novela más por terminar, un libro de relatos… Como el hámster en la ruedita de alambre, me mantengo ocupado.

¿Se puede escribir ensayo y ficción? ¿Pueden convivir estas maneras de ver el mundo en un solo autor?

Mi respuesta es no. Contra mí mismo, contra mis prácticas debo decir que no, no conviven. O conviven mal. No se puede pensar como narrador y como ensayista. Es uno o lo otro. Que yo practique ambos “géneros” es un error de mi parte, reflejo de mi desprolijidad y mi ansiedad. Pero la verdad es que me la paso eligiendo cosas que conviven mal, que no convienen, que me hacen perder dinero, que me escinden como sujeto intelectual. O como dice uno de mis tíos, cada cuál se jode como más le gusta.///PACO