1.
Estuve leyendo un libro de Peter Orner, una mezcla de autobiografía con crítica literaria y asociación libre, el tipo de escritura que tanto me gusta. El título me lo recomendó N en Barcelona. Caminábamos medio perdidos por el Raval, yo aprovechaba las esquinas mal alumbradas para besarla y hacerla reír y ella se detenía en las vidrieras para curiosear y recomendar libros. A N, que publicó varios –todos buenos– le gusta escribir por las mañanas, según dice en una entrevista acaecida en la feria del libro de Viña del Mar. En la vida real no le pregunté por su oficio de escritora: me daba pavor. De hecho, nuestra historia no duró más que esa noche en Barcelona y una semana de llamadas telefónicas. Conversaciones largas, serenas, divertidas, en las que la N –la voz de N– restauraba la dulzura de sus labios o la experiencia de sus labios, tal como plantea T. S. Eliot en el segundo apartado de The Dry Salvages.
N dejó mi airbnb barcelonés antes del amanecer. Que le guste escribir por las mañanas no me sorprende por eso. Es lo que predicaba Pavese, cuyos diarios recomienda en esa misma entrevista chilena. Se trata de un video de youtube que miro esta noche para convencerme de que no es tan hermosa –la idealizo– aunque enseguida doy cuenta de mi error. N es, en efecto, muy hermosa, y para colmo menciona a Pavese sin amagues exquisitos. Otro punto en común (gustos musicales, literarios, amistades) aunque el café que compartimos en Poblenou hace unos días (nuestro último encuentro) haya concluido en gélido cachetazo. La metáfora es mala, lo sé, y también es una metáfora triste, porque lo cierto es que no volví a sentir sus manos desde esa primera vez en Barcelona (en el café Centric tomó las mías y vio mis callos de músico e hizo comentarios ingeniosos, seductores, femeninos). Ay de mí, N idealizada. I have heard the mermaids singing each to each… Lo mejor es cerrar youtube y olvidar tus manos tibias y tus labios y pensar que esta aventura arroja un saldo más o menos positivo. En mi mesa de luz, un ejemplar de tu último poemario (¡autografiado!) y la recomendación de Sigo sin saber de ti de Peter Orner.
2.
Por lo que veo en las pintorescas librerías del barrio gótico, Peter está de moda. Es lo que se lee en Barcelona y probablemente lo que se lee en Buenos Aires. Yo vivo en Bruselas y no sé qué leen los francófonos. Por eso leo a Orner con entusiasmo amateur y pronto quiero rescatar todo lo que pueda serme útil en lo inmediato. Es decir cuando me haga cargo –nuevamente– de mi amor por la escritura. Un amor inestable, inconsistente, difícil de sostener. Un amor que se parece a N, que pronto atravesará el Atlántico para continuar su vida por las grandes –y a veces desérticas– avenidas de la fama. Esta última metáfora es precisa. Porque los autores que menciona Orner pululan más bien por calles interiores y resquebrajadas. Barrios secundarios, residenciales, periféricos. El tiempo es implacable con todos los escritores (Bolaño dixit) y Sigo sin saber de ti revisita los favoritos de Peter como si fueran familiares lejanos, abuelos y tíos anclados en ese suburbio eterno que es Norteamérica.
Recorramos esas calles notables por orden de aparición. La primera es Jean Rhys, mujer que publicó Wide Sargasso Sea (1966)y que fue editada por Ford Madox Ford antes de sucumbir al alcoholismo. Todavía no leí a Ford, Madox, Ford –un nombre de venia militar– pero tengo una edición de Parade’s End en Buenos Aires que probablemente nunca lea. No, Sir, no! O como dicen en Chile: ni cagando. No hay tiempo para Ford. Sí tuve tiempo para Faulkner, Hemingway, Fitzgerald (Scott) pero no para Ford, Madox, Ford. Prefiero leer antólogos tipo Orner, que enseguida cita a Gina Berriault, autora de un libro muy sugestivo que tituló The lights of Earth (1984) y luego a Maeve Brennan, que escribía para el New Yorker bajo el pseudónimo de The Long-Winded Lady. Hay que leer las aguafuertes de esa Dama del Largo Aliento. Hay que evitar el efecto hipnótico de los reels e historias de N y aceptar que las redes no guardan ningún mensaje secreto y que son, ante todo, el espejo oxidado de nuestra mezquindad. Hay que leer, insisto, ese seleccionado de mujeres brillantes en la que aparecen Shirley Hazzard, ganadora de cuantiosos premios, Kate Zambreno, que es joven y contemporánea y exitosa como N, Lorraine Hansberry, primera autora negra en ser estrenada en Broadway, y Eva Figes, que Orner usa de epígrafe a los varios títulos de esta autobiografía estructurada como Midwinter Day, poema monumental de Bernadette Mayer, fallecida hace poco más de un año.
Como puede apreciarse, un largo paseo por los arrabales literarios de los Estados Unidos. En esa guía Michelín descubro también a Robert Hayden, a Tomas Tranströmer (poeta sueco cuyos versos me hacen acordar a Seamus Heaney, ambos ganadores del Nobel, es decir ¡Dos poetas millonarios!), a Richard Wilbur, a James Alan McPherson y al más contemporáneo James Wright, que no debe confundirse con Richard Wright, el afroamericano que escribió cuatro mil haikus entre 1959 y 1960.
¿Cómo suena un haiku del viejo Mississippi? Having appointed / all the stars to their places / the summer wind sleeps. Gracias N. Gracias señor Wright. Gracias Peter Orner. Claro que por momentos, casi por aburrimiento, Peter también cita autores latinoamericanos. Habla de Viel Temperley y de Neruda y me pregunto qué lleva a un lector tan voraz a pregonar un interés tan disímil. ¿Será Neruda un gran poeta cuando se lo lee en inglés? Tengo treinta y tres años y nunca di con un verso de Neruda que me guste. Tampoco di, hasta ahora, con un verso de Viel Temperley que resulte prescindible. Cuando Orner se interesa por Vargas Llosa y luego por Rulfo, pienso en esos turistas yanquis que visitan el Obelisco con zapatillas compradas en el black friday de The North Face. No sé qué es más ridículo, si quedarse prendido de esa noche barcelonesa o buscar en Buenos Aires una aventura corte Nat Geo. El desenlace es el mismo: un paseo solitario y toneladas de cemento indiferente, delineando la noche con sus resplandores eventuales, carcomiéndose bajo la humedad implacable del Río de la Plata o el Mediterráneo.
3.
Hablando de ríos célebres, una de las citas más luminosas de Sigo sin saber de ti es de Paul Celan. A Celan sí que lo conozco. De hecho, la última vez que hablé de Celan o pensé en Celan fue con X, la primera vez que salimos, un atardecer de pandemia que pasamos frente al Sena tomando Goudale de lata y hablando de Félix de Azúa y de Celan hasta que en determinado segundo la tarde ambarinó la escena y nos besamos como los actores de Before Sunrise. X, casi doctora en Letras, otro amor literario. Aunque ese delirio duró más de una semana: a X yo le gustaba en serio y ella a mí pero las murallas emocionales de Príamo resistieron. O fue la pandemia o la irreverente distancia entre París y Bruselas, no lo sé. Imaginen lo calamitoso que sería que nuestros sueños se vuelvan realidad escribe Orner. Imaginen si esa historia (a la que Marco Castagna, un amigo escritor, tituló La chica de Granada) hubiera sido más que el tráiler de una película jamás filmada. Quizás no estaría en Bruselas, muerto de frío, pensando en los labios de N o en la sonrisa de X.
Todos tenemos alguien que se subió a un autobús o a un avión. O que tomó su coche y se fue, sigue Orner; las personas son espacios vacíos. Erudición y autobiografía. Más adelante, en otro capítulo, cita a Celan, que se mató en el mismo río a orillas del cual X y yo nos besamos por primera vez. Las estrofas que seleccionó dicen así:
Lo escrito se ahueca, lo
hablado, verdemar,
arde en las bahías,
en los
nombres diluídos
brincan los delfines.
Unos versos descomunales. Unos versos que Neruda (el Neruda violador, el Neruda que halaga a Stalin) no podría mecanografiar ni aunque se los dictaran. Los versos aparecen en Atemwende (1967) que probablemente Orner leyó en inglés como Breathturn. Busco el original en alemán pero es imposible y al rato ya no importa. Desde que vivo en el norte de Europa, todo suena mejor en español. Hasta los besos saben mejor en español. Hablo con chauvinismo y cursilería pero también con conocimiento de causa. El acrónimo del beso francés es el beso literario. El beso andaluz, el beso del café Centric de Barcelona. En esas sensaciones diluidas brincan los delfines. ¿Una interpretación demasiado personal? Orner hace lo mismo con todos los autores que cita. En ese registro, la lectura esconde una estrategia sentimental. De la desesperación de Celan a la penumbra reflexiva de un escritor norteamericano de mediana edad… Otro yanqui haciendo trekking en el cruce de Corrientes y 9 de Julio. Otro infrarrealista (o un pobre músico… ¿acaso no es lo mismo?) enamorándose en los bares del Raval.
4.
¿No leíste a Orner? Deberías. Fueron las palabras N frente a esa vidriera de traducciones catalanas. Un mes después estoy subrayando el libro como si fuera un valioso apunte de La Universidad Desconocida. ¿Qué sería de nuestras autobiografías de atravesar esos barrios al estilo Orner, es decir en segunda marcha, a bordo de un Renault 19 desvencijado? Orner maneja un Subaru. Y no, no lo leí. Canto retruco con humildad y algo de orgullo disimulado. Al fin y al cabo… ¿Conoce N los pormenores atléticos de mi santo oficio? Años tañendo cuerdas como un kenjutsu japonés, afilando la inteligencia auditiva y la sensibilidad muscular. Claro que no hubo tiempo para Ford, Madox, Ford, y mucho menos hubo tiempo para Peter Orner. Además –quisiera decirle– el libro cuesta 21 euros. Es el precio de un vinilo remasterizado. Por la misma plata… ¿No escuchaste el solo de clarinete del primer movimiento de la décima de Shostakovich? Esa sinfonía sondea la zona abisal de medio siglo XX. ¿Y no escuchaste el cuarteto de cuerdas de Debussy, precisamente el compás 75 del Andantino, cuando el primer violín despliega una línea que es un resplandor, una luz inédita atrapada en pocos segundos, un rayo que se desgrana en low motion o nuestro último beso en Carrer dels Tallers?
Deberías. Pero bueno, así son los oficios solitarios. Dejan poco tiempo y poca plata en el bolsillo. What did I know, what did I know / of love’s austere and lonely offices? El remate es de un poema de Robert Hayden, uno de los tíos perdidos que Orner tanto añora. Those Winter Sundays podría ser el título de estas palabras. Lo que más impresiona de ese poema es el misterio del último verso. ¿Qué dialéctica opera entre los oficios solitarios y el amor austero? El verso tiene mil pliegues, como esas melodías que funcionan con cualquier instrumento o estilo. Pienso en Miles Davis tocando el concierto de Aranjuéz en Sketches of Spain… ¿Nunca lo escuchaste? Lo que queda flotando después del último acorde –esa frontera entre la reverberación y el silencio– es la sombra del amor austero.
5.
Unos breves instantes de arrebato, dice por último Peter Orner. Todo lo que importa es lo que sucede después. Quizás tenga razón. Vuelvo ahora sobre sus páginas y doy con el capítulo que pondera a Yaakov Shabtai, escritor israelí. Orsen dice que el problema con algunos personajes secundarios de Inventario (2012) es que a veces ignoran que son personajes secundarios. ¿Cuántas páginas o cuántos renglones ocupé en la mente de N después de esa cafetería deprimente en Poblenou? O en palabras de Peter ¿Cuánto tiempo de la vida perdemos en mezquindades? Los personajes secundarios no saben que son secundarios hasta que se dan cuenta. Es trágico y patético. ¿Y esto, acaso, no nos pasa a todos?
Cuando narré las demoras e idas y vueltas de La Chica de Granada a Marco Castagna en un larguísimo mail, mi amigo escritor advirtió: lo único que no se recupera es el tiempo. Me gustan sus certezas. Sus poemas también tienen esa fuerza. Se puede falsificar todo menos el dolor, lo único verdadero / y el único motivo verdadero de la falsificación. Marco querido, pregunto: ¿Adivinar una y otra vez lo que le pasa a otro no es el reverso secreto de nuestra mezquindad? Orner responde de esta manera: en la vida, las tan ansiadas confrontaciones –ajustes de cuentas– solo ocurren en nuestras mentes. Al amor austero se lo calla. Apenas es un gesto, una prosa de otoño en el Raval, un desvelo de invierno, una canción de estribillos trillados y luego fade out…
¿Y después qué? Falta envido. Dos libros que el aura del velador hace brillar en la madrugada. Relojeo esas carátulas perfectas y quisiera recomendar Peter Orner a X y mandarle el tercer movimiento del Opus 10 de Debussy a N. Agarro el celular, abro el whatsapp, miro la lista de contactos pero es absurdo. ¿Qué puede escribirse a medianoche que no suene como un lamento? El título de la autobiografía de Orner me gusta porque revienta los cristales del orgullo masculino. Necesitaba este descanso. Necesitaba pensar que el yanqui escribió ese libro para que N lo señale en una vidriera de Barcelona. And approach to the meaning restores the experience. Las manos, los labios irrepetibles de N. En los nombres diluidos brincan los delfines. Miro el título por primera vez e ignoro que su traducción al argentino anuncia un próximo desvelo. Sigo sin saber de vos. Al menos así, en criollo, todo suena menos ridículo.///PACO