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Por @Maria_Velo

I.
«Bueno, chicas. Las quiero felicitar. Este fue nuestro último ensayo. A partir de ahora quiero que piensen en los pasos y los interioricen. Ya los saben. Háganlos como les guste, como los sientan cómodos. Es hora de confiar en todo el trabajo que hicimos y empezar a divertirse.» dijo la profe, y todas festejamos porque hacía calor, porque teníamos sueño, porque había sido duro. No festejamos con gritos y saltitos, no. Fue más como una corriente de agua dulce que inundaba nuestros ojos, uno a uno, a lo largo de la ronda, siempre en el orden en el que íbamos a bailar, Yoli, Maga, Sol, Lu, Nía y yo. Quiero que se pongan el tema en el ipod, quiero que lo piensen, quiero que lo bailen con la mente, desde hoy a mañana y no quiero que piensen en nada que no sea nuestra canción. Dicen que la danza es marcial y es un poco marcial, porque no puede ser de otra manera.

II.
Varios mails. La profe estaba muy contenta de que un grupo de mujeres que casi nunca había hecho danza se animara, motu proprio, a subirse al escenario del Maipo a hacer una córeo nada fácil. La danza es, como cualquier gran amor, pasión y compromiso. Mails de aliento, mails de preparación, mails con consejos, mails con abrazos y besos y nos vemos en unas horas les recomiendo intensamente que no salgan esta noche, guarden sus energías y duerman todo lo posible.

III.
Bailar no es escribir. Bailar no es escribir. Bailar no es escribir. No es esbozar ideas, no es armar punteo, no es organizar entidades ni complejizar gradualmente. Bailar es eufemismo de lo verdadero, que es ser bailado. Con o sin córeo. Con o sin ensayo, el momento de bailar es diferente al de escribir, al de desear, al de pensar, porque no bailás, sos bailado. Un instante subís al escenario y al siguiente, bajaste. Y en el medio, el que piensa pierde. No se piensa porque no se trata de pensar. «Es hora de confiar en todo el trabajo que hicimos y empezar a divertirse.» El movimiento se desmenuza, se rearma y se sistematiza de manera que nunca jamás deba volver a pensarse. Y entonces ocurre la magia. La magia que hace que un espectador pueda conmoverse con el infinitésimo bailarín a metros, en el escenario. La magia no sé bien cómo pero te juro que tiene que ver con algo de la interpretación. Voy a citar las cuatro acepciones de interpretar de la RAE que más se me antojan:

Interpretar

 

1. tr. Explicar o declarar el sentido de algo, y principalmente el de un texto.

 

2. tr. Traducir de una lengua a otra, sobre todo cuando se hace oralmente.

 

3. tr. Explicar acciones, dichos o sucesos que pueden ser entendidos de diferentes modos.

 

4. tr. Concebir, ordenar o expresar de un modo personal la realidad.

Se me ocurre que la interpretación es la interacción de dos fuerzas. Por un lado, la fuerza de lo dado, del objetivo, del mensaje. Por otro lado, una fuerza más compleja: en ella convergen varias cosas, una suerte de traducción, explicación, ordenamiento, subjetivización y, mi preferida, vertorización de sentido, si me permitís. Algunos recursos tienen efectos poderosos en ciertos lenguajes pero sufren del lost in translation y la interpretación debe encargarse de resignificarlos. Lo mismo con la danza. Lejos estamos de las antiguas escuelas de Ballet y cualquier danza más o menos moderna sabrá enseñar que cada paso, como dijo la profe, debe resignificarse en el propio cuerpo y encontrar en él su nuevo vehículo de sentido. Está el vector córeo, y está el vector danza, ambos deben cooperar para esta transposición.

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IV.
Bailar no es córeo. Bailar no es córeo. Bailar no es córeo.

Coreografía

«escritura de la danza» del griego χορεία (danza circular, corea) y γραφή (escritura)

 

1. f. Arte de componer bailes.

 

2. f. Arte de representar en el papel un baile por medio de signos, como se representa un canto por medio de notas.

Lengua y lenguaje, ¿no? La córeo se piensa y se congela de la forma más obsesiva posible, pero después venimos, la sacamos del freezer y tenemos que lograr encontrar ese sabor para el que fue creada. Y si no lo encontramos, agregarle sal, pimienta, laurel, algo. El paso abismal, el golpe de gracia que la sacará del mundo de las ideas.

IV.
Digo abismal porque tiene que ver. El destello que viaja desde el escenario al último asiento de la platea es una fuerza que no proviene del pequeño y escuálido bailarín pensando y moviendo los hilos de sus extremidades, sino de esa entrega tan femenina del abismarse, dejar el cuerpo en manos del cuerpo. La conciencia sabe la coreografía, pero el cuerpo la conoce y puede ejecutarla con el convencimiento del automatismo y la cadencia de la misma música. La danza es un lenguaje y para que éste se manifieste en su máxima expresión debemos aprender a prescindir de lo intermedio, porque estorba. El zen lo entiende de forma parecida. Vaciarse para recibir la fuerza del universo y proyectarla. Abolir el intermedio verbal entre la memoria física y el movimiento es la única manera de liberar la danza de la neurosis. Bailar es entregar al subconsciente el dominio del cuerpo y a la música el dominio del subconsciente para brillar con la fuerza y la certeza del universo. El salto a la interpretación es esa instancia en la que la coreografía toma formas nuevas dentro de su nuevo cuerpo, el nuestro propio, habla y se manifiesta y vive a través de él. En ese momento no tenés un cuerpo. Sos un cuerpo. Tu cuerpo te es. Y sos bailado.

V.
Dice que el Maipo es el mejor teatro de la ciudad. Que, como fue hecho para ver minas en bolas, es ancho y cortito y se ve bien de todos lados. Mi viejo, arquitecto. El teatro tiene una barra en la entrada y algunas puertas camufladas que conducen a pasadizos que llevan a los camarines y recuerdan, naturalmente, al Fantasma de la Opera. Miles de Christines perdidas por los túneles de cemento que ya lejos están de ser misteriosos. Los camarines contiguos, con cortinas semitransparentes de gasa de colores, se conectan entre sí por dentro y por sus puertas serpean filas de odaliscas, flamencas, gauchos, pequeñas ballerinas y gogo dancers. Un grupo de nenas de no más de 5 años que toman la leche sentadas contra una pared, una junto a otra, canon de rodetes tirantes, redecillas, canon de vasos chocolatados, canon de piernas regordetas enfundadas en cancán blancas. En fotografía a eso le decimos ritmo. El show se percibe tangencialmente. Se escucha absolutamente todo lo que pasa en el escenario, pero muy poco se puede ver. Un grupo de adolescentes entra y sale sin cesar, tienen varios números. Entran, se cambian, estiran sus piernas, se mojan el pelo, salpican todo, vuelven a hacerse el rodete. Huele a antitranspirante de supermercado y a fijador para el cabello. Huele a espíritu adolescente. Con las chicas estamos listas hace mucho. Nuestro número es ya avanzado el show. Charlamos, estiramos, repasamos la córeo mentalmente, porque sabemos que una vez que subamos esas escaleras de cemento no vamos a poder seguir pensando.

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VI.
Dicen que nuestro número es el segundo del segundo acto. Subimos las escaleras. Es un poco como nacer. La música que se escuchaba grave, fuerte y resonante, se vuelve clara y brillante. Un pequeño espacio y las bambalinas laterales, telones negros a través de cuyas rendijas puede verse, de perfil, el escenario y, si sos imprudente, el público. Al ver que el telón está bajo, la profe nos hace pasar, raudas, a chequear posiciones y córeo. Se hace en segundos y volvemos a bambalinas. Junto con nosotras, unas odaliscas preadolescentes lucen unos vestidos dorados por los pies y un grupo de adultas repasa su córeo, envueltas en coloridas calzas con cuentas plateadas que cuelgan de sus caderas. Pienso que si no estuviese nerviosa, querría sacar fotos. Y entonces llega eso de lo que les hablé. De un momento a otro repasamos la córeo, saltamos, yo salto, no puedo parar de saltar, gritamos, nos ponemos en círculo y nos tomamos de los hombros, la profe filma con un celular mientras nos dice lo genias que somos y todo lo que nos vamos a divertir. Mientras, pasa el número de las chicas doradas. Falta el aire. Tengo ganas de hacer pis y me duele la cabeza. Estoy saltando mientras repaso la córeo y vuelvo a saltar. No puedo querer hacer pis porque ya hice pis cinco veces en estas dos horas. Salto. Baja la música y las doradas se van por la otra bambalina. Apagón. La profe nos palmea como espoleándonos, y nosotras corremos a las posiciones. Suena el primer golpe, no, ese no es, el segundo es el de Nía y Maga y ahora sí, mi primer paso. Lo siguiente que recuerdo fue un momento pasada la mitad del baile. Un instante volví en mí y volví a disolverme en la música, en los pasos, en mis compañeras, en la danza. Y después, terminó. Respiré agitada mientras contaba, como nos dijo la profe, uno, bien quietita, sosteniendo la pose, dos, con el corazón galopando y el fuego en las mejillas, tres, volviendo a mí lentamente, detectando el espacio, las luces, el sonido que regresa, el público. Cuatro, quietita, como si no tuviera un maremoto adentro. Cinco. Sostener la pose. Hasta que vuelve el apagón. Y entonces sí, correr a las bambalinas, las risas, los abrazos, los gritos y el resto de la vida ////PACO