Libros


Selva Almada, desapego y amor


Campo, pueblo, silencio, polvo, siesta y cardo conforman la materia de los cuentos que Selva Almada escribió a lo largo de diez años y hoy recopila Random House en El desapego es una manera de querernos. A primera vista las cuentos aparecen agrupados en distintas secciones, con una propuesta de diversidad que se irá enturbiando con la lectura. Claro, hay excepciones. Por ejemplo, el conjunto de relatos que componen “En Familia” se acerca a una nouvelle, y recorre las miradas de los familiares de un hombre que se suicidó. Tal vez la decisión de centrar el tema en las reacciones frente a la tragedia, y no en sus causas, suma interés y consigue rescatar el tema del golpe bajo y  los lugares comunes. En un tejido de voces Almada atrapa la complejidad de las relaciones de la gente de pueblo y rompe con el estereotipo de simplicidad de ese personaje, tan visitado por la literatura local.

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El conjunto de relatos que componen “En Familia” se acerca a una nouvelle, y recorre las miradas de los familiares de un hombre que se suicidó.

Algo parecido ocurre en “Intemec”. Los relatos también están contados por los miembros de una familia a partir de la llegado de una empresa constructora que acentúa los conflictos de una pareja. Esta crisis avanza en paralelo a un viaje que tiene que hacer uno de ellos por encargo de la compañía para llevar a un muerto hasta Chaco. En apariencia independientes, el resto de los relatos hablan de cuestiones cotidianas extrañas, íntimas, como una chica fascinada con su primo Niño Valor (un nombre innecesario e irritante), los juegos macabros de dos nenas a la hora de la siesta, el ritual de las mujeres previo a los bailes o una mujer que recibe un llamado telefónico imprevisible. En verdad, todas las historias confluyen en una dirección que se va volviendo obvia: construir la trama de la soledad en los pueblos del litoral. Es interesante, en varias historias la ruta deja de ser un espacio, para convertirse en personaje. Siempre implacable “la cinta asfáltica brilla como la superficie de un río. Pero oscuro” y tiene el poder de acercar o desterrar, matar o liberar. Por momentos el filo metálico se vuelve serpiente, silenciosa e implacable y subraya la distancia entre la gente de pueblo chico y el habitante de las grandes ciudades. La prosa de Almada es capaz de dar belleza a la tragedia, por ejemplo habla de un muerto “abierto como un pájaro en la mesa de un taxidermista” o una nena encerrada piensa “estábamos en la habitación de un macho joven y sano y aquel olor entre acre y dulzón que al cabo de un rato tragábamos con la boca abierta como pescados empezaba a marearme.” El ritmo y la claridad de la escritura hacen pensar en la norteamericana Carson McCullers, en especial por la promesa latente de algo trascendente siempre a punto de suceder. Es una lástima que aparezca en varios relatos tan solo como recurso de estilo y termine desilusionando.

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Hacia el final todo lleva a pensar que el paisaje del litoral solo es capaz de desolación. Esa insistencia debilita la fuerza de cuentos como “La mujer del capataz” o “Alguien llama desde alguna parte”.

A diferencia de McCullers, una escritora que descuartiza el espíritu del sur americano a pura diversidad;  con personajes capaces de traducir regiones propias dentro de la vida ordinaria, Almada alcanza un tono, crea una atmósfera impecable, pero la reitere hasta el hartazgo en distintos escenarios -también parecidos- lo que genera un efecto monocromático. Hacia el final del libro todo lleva a pensar que el paisaje del litoral solo es capaz de engendrar desolación. Esa insistencia debilita la fuerza de algunos cuentos como “La mujer del capataz” o “Alguien llama desde alguna parte”.  “Los niños teníamos un mundo propio, hecho con la materia de las siestas y los juegos, pero también de la resaca melancólica de los cumpleaños, las fiestas familiares, los recreos, el tedio de las visitas forzadas a casas de parientes lejanos; el asco que nos provocaban los besuqueos de mujeres extrañas con olor a cosméticos y a tintura para el cabello… como si todos fuésemos iguales por el simple hecho de ser niños.” De algún esta idea de la protagonista de “Niños”, el cuento inicial,  anticipa la paradoja que plantean las historias: la singularidad de los vínculos, sentimientos y hechos son aplanados por la región que, en El desapego es una manera de querernos, tiene la fuerza de condicionar a sus habitantes de manera irreversible. Es decir, parece que la vida de pueblo engendra un destino y nadie puede escapar de él ni del efecto de tedio que terminan produciendo. Un escritor maduro me dijo hace tiempo que en sus novelas escribía lo que en la vida no era capaz de resolver. Es curioso, Almada en estas cuentos pone en los personajes reflexiones que sus historias se encargan de sepultar. Puede ser que leer una o dos despierte curiosidad, pero esa curiosidad se va durmiendo al insistir con las demás. El único riesgo es que se caiga el libro y te olvides de levantarlo//////PACO