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I
El verdadero problema gira alrededor de la cuestión ociosa. Es ocioso catalogar la cachetada de un agente de civil de la Metropolitana, ante las cámaras de televisión, como represión. Los tipos ni siquiera usan esposas, usan precintos de plástico como en las películas de Hollywood. Esa ociosidad es reverencialmente climática. El calor multiplica el ocio. Alguien de menos de treinta años preocupado en el año 2013 por la posibilidad de un tendido de rejas alrededor de un parque público en Caballito es un penoso conservador caminando sobre los bordes mentales de la imbecilidad, por supuesto, pero es también la víctima de la ociosidad. Ociosidad intelectual.

Cualquier cryptohacker sabe que las reivindicaciones actuales tienen otros caminos, donde no existen los precintos, los policías, ni las cámaras de televisión. El inconveniente es que ser un cryptohacker exige menos ociosidad que cargar un morral, abandonar el hábito del afeite y leer el escapulario culposo de Eduardo Galeano.

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II
Designar represión a lo que no lo es también representa cierta ociosidad del lenguaje. El hermano país de Irán es revelador en este aspecto. En principio, debe recordarse que el monopolio estatal de la fuerza no funda represión sino que funda Ley. Y la ley codifica su aplicación bajo la institución de la Justicia. En tal caso, en Irán, la justicia determina que a los ladrones les sean cortados los dedos. Al menos la primera vez.

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III
La severidad de la Ley involucra también una concepción divina de la Justicia. La palabra del Profeta, en Irán, es atendida con la misma devoción con la que la imbecilidad crónica del progresista ocioso porteño fija su atención, en el año 2013, en el enrejado de una plaza arrasada por la pauperización de los intercambios sociales. Pero la cuestión, ahora, es qué puede considerarse represión.

El ladrón iraní debe cumplir su sentencia a través de la amputación pública de sus dedos. Una maquinaria perfectamente primaria, funcionarios perfectamente convencidos, se transforman en los brazos ejecutores de la Ley. El condenado, por lo demás, sabe que la amputación de algunos dedos es mejor que la horca. Algunos huesos menos es mejor que la amputación de la vida misma. ¿Represión? No. Cumplimiento de la Ley. Celebración de la Justicia. Terrenal y divina.

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IV
La máquina de la colonia penitenciaria no es necesariamente elegante. Efectiva y protocolar, es la representación mecánica de la burocracia. La sierra eléctrica debe ser operada por uno de los funcionarios mientras que otros dos se ocupan de que la mano del condenado no evite lo inevitable ni extralimite en su piadosa ceguera la justicia necesaria. Continúa siendo un método más amable que cualquiera de los practicados en Guantánamo.

¿Diría el condenado, una vez exculpado, que ha padecido una terrible represión? ¿Lo que ocurre con los recuerdos penosos de la infancia en el inconsciente es represión? ¿La bofetada de mano abierta que recibe el tardoadolescente sentimental preocupado por las rejas en Caballito es represión? La pregunta ni siquiera es relevante. ¿Es una pena que estas cosas ocurran? Llamarlo de esa manera sería otra ociosidad del lenguaje. Esto sí, en tal caso, puede ser una pena: