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Por Sergio Massaroto

Queens Of The Stone Age/ Matador Records (2013)

1-Mecánica de un hombre.

Hay discos de rock –sino todos- que pueden entenderse como el manifiesto explícito o inconsciente de dar cuenta de cierta forma de vida. Es el caso y el pulso que impera en los álbumes de Queens Of The Stone Age; una especie de fenomenología de la experiencia humana en determinado medio. No gobierna en ellos el detalle descriptivo y quizás aburrido de una cadena de sucesos sino que la música misma se convierte en una experiencia acerca del desarrollo vital acontecido a los hombres en un lugar. Desde ese territorio, para ser exactos, el desierto, California, Los Angeles, la Costa Oeste, es que estas músicas despegan y aportan a la globalidad exigida por el bussiness del rock internacional. Todo esto es conocido, historia corriente y repetida entre los críticos. Lo que suele quedar solapado son los niveles yuxtapuestos e itinerantes en que se configura este devenir. Cada disco surge de una interacción que tiene la característica de no ser unilateral. No siempre y no solo es el desierto o la geografía el origen y el espejo y ni tampoco son letra y música el único nivel afectado. Las relaciones entre los músicos, cada cambio de formación, cada contexto y los posicionamientos en esos ambientes, caracterizan la vitalidad de este sonido. Este, el sexto disco de la banda, no escapa al imperativo y confecciona otra arista en el movimiento de múltiples niveles que fue construyendo, además, a la figura preponderante del frontman Joshua Homme. Si uno vuelve la mirada al pasado documentado en youtube ve al adolescente guitarrista de Kyuss parado, consciente de su función, a la izquierda del baterista, muy cerca del plato ride, conviviendo en un diálogo recíproco y equilibrado con los otros componentes de la banda que inventó el desert y el stoner-rock, géneros menores para ese tiempo de primacía grunge. De ahí en más la órbita elíptica continuó su curso junto al reacomodamiento de los elementos del entorno. Ya al formar Queens Of The Stone Age, el pelirrojo californiano pasó a ganar, con mecánica progresiva, cada vez un papel más central. Hay un interregno: el clásico Songs For The Deaf (2002), -matiz pero al mismo tiempo símbolo del recorrido- donde el peso irradiado por la talla de los demás integrantes mantuvo al guitarrista como un primus inter pares, apenas una cabeza por encima del resto. Sin embargo el éxito de esa gestión lo catapultó como un hombre de liderazgo definitivo sobre el cual la manada posa la mirada y busca refugio. Hoy Josh Homme ocupa varios centros: así como se coloca al frente en el escenario, también en el mundo más amplio del rock. Los antes subgéneros menores en los que comenzó a rasguear riffs y afilar punteos allá por los noventa y el estilo que supo captar y generarle una identidad sonora a toda una geografía, han ganado su lugar fuerte en la música y el imaginario del rock contemporáneo. Desde colocarse a la izquierda del baterista de Kyuss, a tocar la guitarra casi como sesionista en Screaming Trees para luego convertirse en un imán alrededor del cual giran músicos nuevos y consagrados, el hombre de Palm Springs se convierte hoy en un god of rock, nexo que conecta lo sido –Elton Jhon- con lo que adviene –Alex Turner-, retroalimentando la influencia desde el pasado hacia el futuro, desde lo externo hacia lo interno y viceversa. Esta es la interacción principal que ayuda a entender el lugar de Like Clockwork, el desierto, la geografía y las experiencias personales están, es cierto, pero la clave por detrás es la relación con toda esa música externa y la posición que ocupan los integrantes de la banda con el colorado establecido ya como faro (el gesto poderoso de ir al piano en alguna balada, colocado al frente, con el grupo atrás, lo denota). Así en Like Clokwork, además de los nombrados, desfilan Nick Olivieri, Dave Grohl, Mark Lanegan, Brody Dalle, Trent Reznor. Amenazan bases que remiten a la oscuridad y el misterio del crepúsculo en el desierto pero también guiñan a Mars Volta, aparecen baladas de tono inglés, estribillos que recuerdan a la música disco y estructuras rítmicas con una densidad fruto de la mística comunión entre Homme y Grohl, dos amigos que hacen honor, con sus herramientas, a esa conexión espiritual. El sexto disco de Queens Of The Stone Age se abre en un torbellino que expande influencias hacia afuera pero deja la puerta abierta a la llamada externa filtrada y curada por el ojo avizor del colorado de Palm Springs. Con evidencia, la banda ha logrado un punto álgido de madurez consolidando una formación idónea con los androides pálidos y fieles –Troy Van Leeuwen, Dean Fertita, Michael Shuman- y el potente agregado, ante la partida de Castillo, del baterista Jhon Teodore, ex Mars Volta, que supo sortear el filtro de los QOTSA para sumarse a este grupo de hombres que así como producen buen rock, dan la impresión de ser capaces de bajar de un helicóptero y liberar el Sudeste Asiático si no hubiese otra cosa para hacer.

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2-Un año intenso

Haber estado al borde de la muerte fue la experiencia que, según el propio Joshua, lo movió a componer estas canciones después de seis años sin aportar nuevo material para los QOTSA en los que se dedicó a producir y formar otros proyectos. Rock adulto, sensual y corpóreo, el sentido explícito del disco, fraguado en esa experiencia, se abre desde la primera canción, Keep Your Eyes Peeled donde una rítmica densa y siniestra, con inteligentes variaciones realizadas sobre el bombo y una sola nota de guitarra y bajo, se convierte en el pulso del reloj que da título al disco. La violencia y lo sagrado se reparten la atmosfera bien desarrollada y sugerida en el video de animación –Boneface- que acompañó el lanzamiento: una pelea de bar –simil “Rock Fuerte en el Puticlub”– llevada a cabo por seres que transitan una zona intermedia, muy cara a este disco, entre vida y muerte. La canción cierra con una frase fuerte que traducida a máquina sería algo como “alabado sea Dios, nada es lo que parece”. Un tema oscuro.

I Sat By The Ocean” trae lo mejor del rock veraniego americano. La composición pensada en tonalidad mayor, la melodía que cierra sobre si, la ironía que bien maneja el colorado de Palm Springs. Una letra acerca del amor, las expectativas, los posibles futuros que no fueron y el tránsito hacia un meta nivel lingüístico – we’re passing ships in the night– que nos muestra pasajeros, quizás nimios o solo rastreables por alguna marca, como el rumor de un motor que no deja de pasar e irse en la oscuridad de la noche. Homme pregunta con gravedad si realmente sabemos quiénes somos apoyado en la risa musical de una canción divertida.

La tercera “The Vampires of Time And Memories” es una balada en el piano que vuelve a transitar la zona entre vida y muerte. Canción cristiana no desde la afirmación de alguna entidad sino desde la pregunta por la presencia de algo más y la desesperación constatable en la posible soledad del momento de la muerte; el desprendimiento del hombre desde la multitud hacia el enfrentamiento cara a cara con la nada y la búsqueda de amparo. Preguntas fuertes, de hombre parado frente al atardecer rojo del desierto. “¿Quién podrá soportar su presencia?” cantaba Vox Dei, con temor, en Jeremías Pies de Plomo en la misma línea de esta canción. Importante la estrofa que da título al track –y que Boneface interpretó en el arte de tapa- a la cual inunda una progresiva ascensión de la voz y el volumen. De inmediato a eso caemos en el descanso de la batería, limitada a acentuar con platillos un arreglo de fondo entre guitarras y teclados logrando, por fin, la tensión justa para apoyar la frase que parece preguntar si hay alguien con derecho a sentirse vivo siendo, al mismo tiempo, incapaz del amor; si no hay necesidad, acaso, de abordar lo invisible. El final es anunciado por los golpes de Castillo, la banda se explaya con un hermoso solo del androide Fertita y la incógnita queda flotando en el aire. Punto alto del disco.

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Sigue If a had Tail, floja en la dicción, con una letra que calza forzada. Hay cierto encanto en el estribillo glam y un sonido que recuerda a Bowie. Reflexión sobre el cruce de la animalidad y la técnica que desde ahí intenta ensayar una crítica a la frivolidad. Groove e invitación a bailar, poco más que eso a pesar de la presencia de Alex Turner.

My God Is The Sun es la canción dedicada, sin máscaras, al amor hacia el desierto. Chacarera eléctrica y rabiosa que canta loas al sol como lo haría un faraón egipcio. La potencia y variación rítmica de Grohl en batería la lleva a otro plano. La zona power y rápida del disco.

Si en la anterior podemos insinuar un valle con hordas de esclavos formados con prolijidad y obligados a rendirse -Homme látigo en mano- ante el poder del sol, Kalopsia, en cambio, comienza como un vals industrial y sugiere el caminar entre máquinas obsoletas que aún mantienen cierta combustión secreta a punto de manifestarse con violencia, para volver a apagarse y retornar, poco después, a esa calma apócrifa. No es casual la presencia de Trent Reznor en el tema. Un pianito de fondo y las voces suaves que repiten kalopsia –la ilusión o el delirio de creer vivir algo más maravilloso de lo que es en realidad- nos hacen sentir los efluvios y vapores maquínicos que nublan la vista y deforman las cosas. Composición rara de los Queens Of The Stone Age, muy trabajada y cuidada que necesita su tiempo de escucha.

Fairweatherfriends es una canción de rock acerca de la amistad donde sobresalen las sucesivas tramas y solos de guitarra y el amplio espectro de la voz de Homme, capaz de ir del agudo hasta el vibrato profundo. Para destacar, también, la presencia de la Liga de La Justicia Costa Oeste -con Lanegan colaborando en la letra, Grohl en los tambores, Nick Olivieri, Alain Johaness y Brody Dalle en las voces- y de Sir Elthon Jhon en el piano, resaltando el riff realizado en conjunto con la guitarra y en los coros -en el que repite una y otra vez la frase del título- junto al conflictuado ex bajista de la banda. La canción consigue, con una puteada, cortar de golpe la mística pomposa que llega en el final; la ironía que le marca la cancha a la tentación de opulencia.

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De inmediato, y con unos ruiditos de máquinas, empieza Smooth Sailing. Otro escenario industrial, sensual y con ritmo electrónico. Pieza para bailar mientras se festeja la supervivencia y el arriesgar sabiendo la inexistencia de segundas oportunidades. Un espíritu que resume a QOTSA instanciado en esta oportunidad en un groove contagioso.

Ya desde el título I Appear Missing retoma la senda oscura de las primeras canciones del álbum. Estrofas acerca de despertarse en bata blanca, el ricotero estar preso en libertad, el juego entre desaparecer/ aparecer, etc. Densa en su estructura rítmica, llena de sonidos y guitarras eléctricas en capas, tiene la inestabilidad del enfermo que se levanta de su camilla y apoyado en ella trata de reconstruir, de a poco, el mundo circundante. Fundamental para cerrar la idea el video que acompaña, mezlca entre la serie Walking Dead y No Country For Old Men de los Coen: desierto, muerte y fantasmas.

El último tema es el que da nombre a la placa. Un piano, una melodía muy linda y la voz del colorado cantando acerca de los miedos, la certeza de que el mundo supone pérdida y el difícil arte de aprender lo imposible que es ir contra el tiempo. Lo clásico. Un arreglo deudor del rock inglés entre Yes y Radiohead, con una orquesta de fondo, cierra la canción y el disco dejando brillar, casi en un susurro, a un intimista Homme que repite, trágico, One thing that is clear It’s all down hill from here.

Queens Of The Stone Age entregó un muy buen disco, que requiere su tiempo de maduración. Profundo, con una música cargada de cuestionamientos existenciales y melancólicos –no muy nostálgicos- pero a la vez con un componente muy claro de dureza y sexualidad. No es posible dejar pasar la atmosfera entre industrial, desértica y post nuclear que los videos de promoción y el gran trabajo artístico de Boneface y Liam Brazer ayudaron a confeccionar completando el imaginario del álbum. Más tranquilo que los anteriores pero con una densidad que refleja la madurez de los músicos, el sexto disco de la gente de Palm Desert coloca otra vez a la banda en la senda del buen hacer, algo a lo que -y agradecemos- no dejan de acostumbrarnos.///PACO