Literatura


Philip K. Dick, úsese según las instrucciones

Incluso si uno nunca leyó nada de Philip K. Dick, uno de los escritores más importantes de ciencia ficción en lengua inglesa en la década del 60’, seguramente pueda apreciar uno de los aspectos fundamentales de su narrativa. Y es que el imaginario dickiano no sólo se lleva muy bien con algunos componentes del orden de nuestra realidad (las fake news, la posverdad, las versiones y las intrigas), sino que también ha permeado una parte significativa de la cultura popular. De modo que, o por haber visto Matrix, The Truman Show o Blade Runner, o por haber leído hace unos meses que, a pesar del carácter aparentemente resiliente del vínculo, el casamiento entre la vedette Victoria Xipolitakis y el banquero Javier Naselli fue un contrato y en consecuencia una impostura, uno podría intuir ipso facto una clave de lo que intenta pensar el cuerpo de la literatura del novelista norteamericano: ¿qué es aquello que llamamos realidad y no lo es tanto?

A propósito del problema de la apariencia, hace cinco meses se cumplieron 50 años de la publicación de Ubik, novela capital en una obra que se ocupa, una y otra vez, de las tensiones que existen entre aquélla y la realidad: de cómo la realidad no siempre es lo que parece ser, de cómo a veces hay alguien que intenta manipularla con determinados propósitos —que, para un paranoico como Dick, nunca son buenos—, de cómo lo que uno piensa que está haciendo es, con frecuencia, algo diferente de lo que parecía ser en un principio.  

La pista para leer estos problemas hay que buscarla, entonces, en 1969, el año en el que se publica Ubik. Dos años antes, la cuarta mujer de Dick había dado a luz a una niña (se llamó Isolde, por mor de una pasión wagneriana). También por aquellos meses el fisco se interesó en los ingresos del escritor, después de que éste firmara una petición en la revista Ramparts donde exhortaba a la ciudadanía norteamericana a no pagar impuestos, puesto que financiaban la guerra de Vietnam. Así pues, necesitado de algo de dinero para encargarse de su hija y dar cuenta de su solvencia frente al estado, Dick se lanzó a la escritura de una nueva novela. Terminó siendo una de sus obras más logradas, y tal vez, la más celebrada de toda su producción. 

Pero sigamos con Ubik. Es en el año 1992 y el capitalismo ha avanzado sobre el negocio tecnológico de los fenómenos telepáticos. En consecuencia, los hombres de negocios contratan telépatas para robar secretos de sus competidores y los competidores, a su vez, tienen la posibilidad de protegerse a través de los inerciales, personas con habilidades para bloquear las capacidades de los telépatas. Las empresas de espionaje extrasensorial son muchas, pero Glen Runciter es el hombre fuerte del campo anti-psi. Una propuesta de trabajo rentable lleva a Runciter y a doce de sus empleados a la Luna, aunque sólo para descubrir que el negocio es un fiasco, o mucho peor: es una emboscada. Una bomba humanoide despedaza a Runciter y los doce inerciales logran, a duras penas, regresar a la Tierra, sólo para corroborar que allí mismo se ha desatado un proceso de descomposición vertiginoso cuyo funcionamiento es tan caótico como inexplicable.

En este punto, los inerciales ven cómo toda la materia a su alrededor adopta formas cada vez más primitivas: un ascensor se convierte en una escalera, una lámpara eléctrica retrocede hasta funcionar con aceite, un Ford Mustang se transforma en un Ford T. Aparentemente, después de la muerte de Runciter, la entropía está descolocando al mundo, y en ello se implica también la vida: algunos inerciales ven retroceder la materia de sus cuerpos hasta morir. Pero entonces uno de ellos encuentra un papel detrás de un mingitorio. Tiene escrita una frase. Dice así: “Yo estoy vivo y ustedes están muertos”. No hay dudas: es la letra de Runciter. De modo que, aparentemente, no fue Runciter el que murió en la Luna. Por el contrario, ahora todo apuntaría al hecho de que los inerciales son los muertos, que han aterrizado en una suerte de palingenesia y que se mantienen conscientes gracias a la poca actividad eléctrica que tienen sus cerebros. No todo es lo que parece.

En estos 50 años, las virtudes de Ubik han sido saludadas por cierta parte de la crítica literaria. Stanislaw Lem, por ejemplo, escribió en 1975 un ensayo titulado “Philip K. Dick: A Visionary Among the Charlatans”. Lem explica cómo Dick desmoldó el género de la ciencia ficción con sus novelas, inventando dispositivos para plantear problemas antes que para hacer entretenimiento. Mientras que los autores del ghetto de la ciencia ficción desplegaban un repertorio primitivo y rudimentario para contar sus historias, Dick indagó una nueva manera de escribir, elaborando en la ciencia ficción preguntas que podían resolverse, más bien, desde la filosofía. 

Para Lem, Ubik es esencialmente una novela sobre el derrumbe; por eso, se relaciona con una palabra que Dick inventó en uno de sus libros: gubble. La palabra designa el estado de descomposición y de podredumbre al que tienden todas las cosas cuando están bajo el efecto de la entropía. Lem entiende que Ubik es una novela que trabaja sobre este principio, y por eso mismo puede agruparse junto con Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Esperando el año pasado y Gestarescala. Para decirlo rápidamente, Lem piensa la originalidad de Ubik a partir del trastrocamiento de un principio narrativo: donde había un dispositivo diegético (un protagonista sufre un brote esquizofrénico y relata la realidad desde su perspectiva alterada), ahora aparece invertido (no es el protagonista el que tiene un brote esquizofrénico, sino el universo mismo). 

“No soy un novelista; soy un filósofo que escribe ficción. El núcleo duro de mi escritura no es el arte: es la verdad”. En 1981, Dick hizo esa apreciación de su obra. Y quizás la verdad de la que quería hablar tenga que ver en parte con cierta intuición freudiana: la que Freud tuvo a principios del siglo pasado, cuando escribió esos tres libros sobre el significante (La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con el inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana). Dick, que leyó con atención a Freud, sabía que los sentidos de las palabras pueden zafarse, y que por lo tanto —dado que el lenguaje estructura nuestra subjetividad—, los sentidos con los que organizamos el mundo también. Tal vez por eso la ambigüedad de algunos casos freudianos sobre el trastrabarse (por ejemplo, aquél en el que una paciente suya quiere decir que en su familia son todos espirituales [Geist], pero dice que son avaros [Geiz]) no diste tanto de la ambigüedad de la escena en la que uno de los protagonistas de Ubik, Joe Chip, camina fatigado bajo los efectos de la perlesía, sin saber bien cómo sobrevivir, ni a qué sobrevivir, ni para qué: “Voy a ir lo más rápido posible hasta mi departamento a buscar un Ubik, pensó, y después saldré hacia Des Moines. Después de todo, es lo que recomiendan los anuncios de televisión. Uno tiene que prestar atención a estos anuncios, musitó, si quiere sostener la vida. O la semivida. O lo que sea que estoy tratando de sostener”.

En la biografía Divine Invasions: A Life of Philip K. Dick, Lawrence Sutin cuenta una anécdota sobre William Burroughs. Al parecer, un estudiante le preguntó a si creía en la vida después de la muerte. Burroughs, a su vez, le preguntó qué le aseguraba que no estaba muerto en ese preciso instante. Tal vez, lo que Ubik pueda sostener a 50 años de su publicación es su lúcida pero inquietante simbolización del mundo: que a menudo es difícil determinar qué es igual a qué, qué importa más, qué puede dejarse de lado. Que los sentidos, apenas se fijan, se fugan hacia otro lado, y antes que asegurar coherencia quitan seguridades. Que, como Joe Chip, no sabemos cuál es nuestro bien, ni acaso si existe. Que no habría una apariencia porque primero hay una realidad, sino que la apariencia y la ambigüedad ya son un elemento constitutivo de lo real. Que, a fin de cuentas, no podemos abonar los sentidos con los que organizamos el mundo (y que, contra todo dogmatismo, no se puede probar lo contrario)////PACO