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Por Sofía Ferro

La señorita de hierro de Paris se aparece entre los edificios de la ciudad, soberana casi irreverente. El ajetreo turístico que la rodea resulta una maquinaria de estimulación visual, auditiva y sensorial. Todo está en su lugar. Las filas de turistas que, a pesar de ser temporada baja, afluyen en cada una de las patas de hierro, los vendedores ambulantes, el shop. Todo está en su lugar.

Es mi último día en la ciudad y, sumándome a la horda de nómades ansiosos, me acomodo en una de las filas para subir y tener una vista privilegiada de los Champs Élysées. Distrayéndome de a ratos, me pongo a hacer un balance de mis días en Paris y pienso en el hostel, las visitas, la comida, los precios, etc. La famosa listita de pros y contras de la new age. En esa línea, me es inevitable caer en la valoración común: Los franceses son antipáticos. ÁSPEROS. Y aunque peque de generalización, perdoname una: es la forma más aburrida de pecado.

Me resulta raro, ejemplo, que nadie se turbe al ver al otro (al extranjero, yo, o a ellos mismos) perdido entre las calles de una ciudad que está rota desde el siglo XIX. Es extraño, también, considerando que la generación partícipe del Mayo del ’68, o sus hijos, aún transitan las mismas calles. A mi entender, la calidad humana (y el trato), la lucha contra un sistema hostil y la pugna contra todo lo que los conceptos de procesos de individuación y cultura de masas, en boca de Gilles Lipovetsky, engloban, van de la mano.

Y es que, más allá de que las calles estén numeradas, «Esto en Mar del Tuyú, ponele, no te pasa». La aislación es imposible cuando tu metro cuadrado de playa se superpone con el de al lado. Nos des-individualizamos, opción uno, u optamos por escuchar música o leer la saga de moda, opción dos. Pero en cualquier caso, ante el estímulo de un ente ajeno que requiera atención, hasta los hipocampos meteorólogos responden y son capaces de evitarnos algún que otro chasco. «Puede fallar», dijo Tusan, pero la intención es válida. Sin embargo, en París, los bajofondos son de todos, porque todos son el otro.

-Un horror, la verdad, los franceses son un horror…uh, pará, bancame que viene un negro con cositas…Bonjour…sí…one of the…la chiquitaa, mmmsísí…esa Tour Eiffel, si tu plais.