Con una tipografía grande e interlineado espacioso, es lícito cuestionar la decisión de Random House de publicar Distancia de rescate de Samanta Schweblin como obra independiente. Pero, ¿no se opacarían las 124 páginas de esta nouvelle en compañía de otros cuentos o relatos de extensión similar? Si bien, como cuentista, Schweblin ha trabajado con anterioridad sobre lo fantástico, lo extraño, la niñez y los animales, deberá reconocérsele como mérito amalgamar esos mismos tópicos en este libro, y llevarlos a tal grado de desarrollo y complejidad.

Un chico, David, es el que pregunta. Una mujer, Amanda, es la que responde. Ella está en cama y presiente que va a morir; él la inquiere hablándole al oído y no está interesado en sus opiniones. Son preguntas incisivas porque “el punto exacto está en un detalle”. Es necesario conocer cuando “nacen los gusanos”. Será Amanda la que tenga que recordar con precisión lo que sucedió en el pueblo, del que no sabemos el nombre, que eligió para vacacionar junto a su hija Nina. David no es un niño “normal”: está “infectado” y su espíritu ha podido salvarse, en parte, migrando a otro cuerpo desconocido. Él deberá rectificar el curso de la narración de Amanda, en un juego de tensión entre una voz autoritaria y urgente, que Schewblin con originalidad asigna al niño, y otra que pende del hilo sufriente y frágil que la ata, en todo momento, al destino de su hija. La distancia de rescate, (“distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola”), herencia de otras generaciones, asfixiará irreversiblemente tanto a padres como a hijos. “¿Por qué las madres hacen eso (…) de ir por delante de lo que podría ocurrir?”, pregunta David, en uno de los pocos momentos en que su voz se asemeja a la de un niño. “Tarde o temprano sucederá algo terrible”, responde Amanda. “Mi abuela se lo hizo saber a mi madre, (…) mi madre me lo hizo saber a mí, toda mi infancia, a mí me toca ocuparme de Nina”.

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Pero Amanda deberá lidiar, además, con la atracción que siente por Carla, madre de David. Su perfume y su piel. Los breteles de su bikini y sus pies. Atracción que, pese a descuidar el lazo con Nina y exponerla a los peligros latentes del pueblo, Amanda dudará siempre en cortar.

Uno de los aciertos decisivos de Schweblin es la destreza con la que maneja el cambio en los registros de las voces y los tiempos en la narración, en un libro mayormente conformado por diálogos y sus reconstrucciones posteriores. Del relato de la voz de Amanda surge, nítida, la voz de Clara y el tránsito desgarrador hacia la pérdida de su hijo.

El paisaje cambiante de un campo en que los animales desaparecen para dar lugar a la soja, los niños nacen con malformaciones y el agua se contamina, permite, en simultáneo, una clara lectura política en un libro “fantástico”. Justo es marcar, tal vez como único defecto en una obra tan meritoria, cuánto se habría ganado en ponerle algún nombre propio (o corporativo) a quienes han generado el horror real del ambiente que se describe.///PACO