I
Los homínidos que primero se arrastraron por la tierra tuvieron que notar en algún instante clave que del barro y de la suciedad también emergía la vida y el alimento. Entonces adoraron a la tierra y le agradecieron. Cuando empezaron a levantar la cabeza y mirar hacia arriba, la escala de la percepción cambió, la escala de lo posible fue diversificada: la lluvia, el sol y las estrellas —la cosmogonía más primitiva del universo— relativizaba los dones y demarcaba una jerarquía. Con el tiempo, los silos y las pirámides delinearon cierto quid de la cuestión: las mismas construcciones humanas apuntando hacia el cielo y aspirando a rozarlo —en incluso rozándolo—, almacenaban en su interior la cosecha del extremo opuesto de lo posible, el fruto mundano y natural de la tierra.

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En ese asunto hay más acerca de la constitución de lo humano y sus deseos y sus fantasmas de lo que puede contar Wikipedia. Para citar, por último, a cierto crítico argentino: no es casual si las especulaciones del Doktor S. Schlomo Freud, poeta de poderosas metáforas antes que descubridor de verdades literales, vibran todavía bajo la misma lógica. Entonces, ¿hacia dónde miramos todavía? ¿Qué es lo que miramos ahora? Ya nadie sensato mira con mayor expectativa hacia abajo, ni nadie con excesiva esperanza sigue mirando hacia arriba. Miramos, en cambio, hacia delante. Miramos pantallas. ¿Y con qué nos comunican esas pantallas? Antes de seguir, tal vez resulte útil recordar que, por suerte, existen herramientas métricas que evitan en este punto el canto histérico y monopólico de las sirenas de la angustia. ¿Y qué dicen las métricas? Dicen que a través de las pantallas miramos hacia abajo y que eso nos gusta. Dicen que el goce persiste en lo caído, en el barro y en la mierda de la que venimos y hacia la que vamos. Dicen que François Rabelais no estaba equivocado. Dicen que la banalidad no es precisamente banal. Dicen que la web es hoy nuestro templo universal y que, en la mejor tradición de los templos universales, aunque por algún motivo algo tal vez innecesario todavía nos incite a rozar lo más elevado, el auténtico placer del templo pervive en el resguardo de lo más íntimo, lo más profano, el alimento más mundano y banal.

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II
Nazarena Vélez: durante las últimas cuarenta y ocho horas, casi toda la tecnología disponible fue usada por las audiencias argentinas —por las personas argentinas— para saber algo más sobre Nazarena Vélez. Convertida otra vez en una de las mujeres más interesantes, Nazarena Vélez vela a un marido suicidado. Dos de las cuatro noticias más leídas en Argentina el último martes —traten, mientras tanto, de pensar cuáles son las otras dos; traten, también, de recordar sobre qué asunto hablaron últimamente en la mesa o al lado del bebedero en la oficina— tuvieron que ver con Nazarena Vélez. Está bien, ¿pero quién lee noticias en las páginas de los diarios? La información no circula ahí, la información circula en las redes sociales. De hecho, es muy probable que este mismo contenido haya llegado a esta pantalla a través de una red social (en realidad, siete de cada diez veces ocurre a través de Facebook, dos de cada diez veces a través de Twitter y solamente una de cada diez a través de una página tal como se estilaba en los años noventa). Especular sobre la vida de Nazarena Vélez es irrelevante: ella es una profesional —probablemente de la exposición— y tarde o temprano ella misma se va a ocupar de contarlo todo.

En este punto puede resultar importante aclarar que no se trata de jerarquizar el valor de lo posible a través de la falacia de la democracia del mercado. Eso pueden hacerlo —lo hacen, de hecho— las editoriales independientes que cobran a todos por igual por el mismo derecho a publicar su libro, o los publicistas en apuros que —este era un defecto que le endilgaron una vez al crítico John Updike— creen que todo lo que leen y reseñan es notable, o «hermoso» y «genial», como si la distribución del talento no pudiera restringirse nunca a nadie y como si todo, al final, fuera lo mismo. No se trata de asignar valores ni jerarquías. Se trata de no pasar por alto qué es lo que realmente nos interesa, nos seduce y nos asusta. Durante los últimos quince días de marzo, las búsquedas más importantes realizadas por los argentinos en Google siguen esta lista: Barcelona vs. Manchester City, Papa Francisco, Jorge Ibáñez, Fórmula 1, San Patricio, Wren Scott, Independiente, Karina Jelinek en TMZ, Equinoccio de otoño, Google Play, 2048, Barcelona vs. Real Madrid, Avión de Malasia —lo más buscado del 24 de marzo, incluso por sobre «24 de marzo»—, Nazarena Vélez y Lobotomía. En el desfasaje entre lo que realmente interesa a los argentinos y lo que los medios creen que interesa a los argentinos se licúa una industria de medios y se ridiculiza cada día un poco más la industria periodística, pero ese es otro asunto para otra bibliografía.

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III
Volviendo a la lista, ¿qué es lo que fluye y alimenta al templo digital? Los goles de Lionel Messi, los espectáculos de deporte y los juegos para usar en el celular mientras se pasa un rato en el baño o en la sala de espera, las grandes tragedias aéreas y las muertes de las celebrities, un cambio de estación —los lejanos homínidos persisten— y hoy mismo, al menos por ahora, la posibilidad de que a Eva Perón le hayan hecho una lobotomía poco antes de morir.

Cada palabra tiene un correlato en cifras que insisten en desnudar qué es lo que realmente alimenta a los espíritus debajo de la pirámide. El último martes, por ejemplo, más de 200.000 personas buscaron en Google el nombre Nazarena Vélez. El miércoles, algo más de 20.000 buscó «Avión de Malasia». Hace dos viernes, más de 500.000 personas buscaron «Jorge Ibánez», una proporción parecida a la de quienes el jueves pasado buscaron «Equinoccio de Otoño». La pregunta equivocada es si la muerte de un modista es —o ha sido o debería ser— tan importante como un cambio de estación (personalmente, a mí me decepciona que el culo de Karina Jelinek haya sido lo más visto del miércoles pasado por apenas algo más de 10.000 búsquedas). La pregunta correcta es si tiene algún sentido o resulta inteligente disminuir las inquietudes más auténticas de un país a la mera banalidad. ¿Qué hay un poco más allá de lo aparentemente banal? En esencia, para volver a las especulaciones del Doktor S. Schlomo Freud, una danza constante de Eros y Thánatos, en proporciones de intensidad y permanencia casi idénticas.

Dice Martin Amis que no fue la primera de las Torres Gemelas en ser golpeada la más trágica. La primera, durante al menos unos minutos para quienes estuvieran en Manhattan, pudo parecer víctima de un penoso accidente, un caso de horrible fatalidad y tragedia. El instante de verdad llegó cuando el segundo avión se incrustó en la segunda torre. Cuando lo azaroso se transformó en planificado y el espanto en terrorismo. Fue el segundo avión contra la segunda torre el que desnudó cuál sería el mundo del futuro. Oh, Harold, el asunto es que más allá de la metáfora obvia sobre aquello etéreo y elevado que aterriza de mala manera sobre lo real, a nadie serio le interesa realmente la solemnidad. Y eso está bastante bien, la solemnidad no produce otra cosa que aburrimiento. Google Analytics es ahora una lectura más indiscreta que el conde Tolstoi////PACO

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