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Los años en Downing Street

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Por Nicolás Mavrakis

Desde hace unos años trato de leer autobiografías. Un género clásico y complejo. Previo y, por supuesto, más allá de la agotada literatura del yo -que es algo absolutamente distinto-; inevitablemente atravesado por la ficción –Los hechos, de Philip Roth, tiene un epílogo iluminador al respecto- y sobre todo atravesado por la Historia y por el juicio contemporáneo de la Historia. Las mejores son las autobiografías de los escritores. Las más interesantes las de los políticos. Las peores son las que redacta un tercero. En ese caso, la parte auto se resemantiza en algo que oscila entre el lugar del biógrafo franco y obsesivo -el caso de Boswell con el doctor Johnson- y el publicista obsecuente que modela a su figura desde la sumisión tosca de la admiración y la propaganda.

Entre las de políticos, The Downing Street Years es una de las autobiografías más interesantes. Tal vez la muerte de Margaret Thatcher logre que se traduzca al castellano. Maggie fue la fuerza de la modernización británica a través del vector del conservadurismo. Eso la convierte en una figura complicada de por sí. «Si soy honesta, debo admitir que mi entusiasmo vino de una profunda convicción similar», escribe Thatcher después de citar a Chatham. La cita de Chatham es: «Sé que puedo salvar a este país y que nadie más puede».

El Imperio Británico ya no era lo que solía ser cuando Thatcher llegó a la política y mucho menos cuando llegó al poder. Tampoco se sostuvo ahí durante más de una década contra la voluntad de la democracia parlamentaria más desarrollada de Occidente. Tiene el mérito, incluso, de haberse convertido en el motor negativo de la contracultura generacional más intensa y productiva después de la beatlemanía. En ese sentido, The Downing Street Years es un documento relevante. Incluso, una lectura amena.

Thatcher era hija de un almacenero. De origen proletario, nunca se llevó bien con la Reina. Mejor dicho: su relación con la Reina implicaba un trabajo de diplomacia privada, aspiracional. La vena popular de su discurso se alimentaba de aquel pasado. Hay un tono pedagógico y maternal en la autobiografía de la Dama de Hierro, que sin embargo no cede nunca a la estricta estupidez. «Antes de que leyera una sola línea de los grandes economistas liberales, conocía por cuenta de mi padre que el libremercado era como un vasto y sensible sistema nervioso, respondiendo a eventos y signos que cambian de manera permanente en todo el mundo de acuerdo a las necesidades de personas de diferentes países, diferentes clases, diferentes religiones, con una benigna indiferencia por sus status».

Antes de convertirse en el fantasma que la divierte en la biopic, Denis, su marido, había sido uno de sus principales consejeros. Primera Ministro mujer -el castellano entorpece un poco ese título- en la historia de Gran Bretaña, Thatcher enfrentó en la década del setenta del siglo XX algunas de las discusiones que cuarenta años más tarde sonarían también en la Argentina del siglo XXI. «Nada escapaba de su ojo profesional. Él podía ver y percibir un problema mucho antes que cualquier otro», recuerda sobre Denis. «Su conocimiento de la industria del petróleo también me dio acceso inmediato al asesoramiento experto cuando en 1979 los precios subieron de manera imprevista».

Hay largas páginas de recuerdos familiares, detalladas páginas sobre la redecoración de toque femenino de Downing Street -una de las primeras medidas del poder de Thatcher sobre su espacio de trabajo- y, por supuesto, el episodio Malvinas. Las mejores líneas de The Downing Street Years, sin embargo, están dedicadas a la figura de su marido y a la reflexión sobre el ejercicio del poder. En el pliegue sensible de la primera mujer al frente de una de las potencias más grandes de Occidente no hay necesariamente un espíritu de demagogia. La reputación de Maggie ya no tenía nada que perder ni nada que ganar mientras escribía sus memorias.

Uno percibe ahí ese nervio británico que, creyéndose partícipe directo y privilegiado del destino del mundo, logra desentenderse sin mayor conflicto de la superficialidad de la coyuntura y pensarse como el espíritu mismo de la Historia. «Ser primera ministro es un trabajo solitario. En cierto sentido, debe serlo: no se puede liderar desde la multitud. Pero con Denis nunca estuve sola. Qué hombre. Qué marido. Qué amigo». El orden de esas últimas palabras, la pulcritud de su construcción gramatical. ¿Qué esposo no querría ser recordado así por su mujer?

The Downing Street Years circula pirateada para e-readers.
No hace falta ser un hacker para conseguirla, ni un anglófilo para leerla.

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