Libros


Literatura y política según Jorge Asís

Jorge Asís todavía expone el hecho de que, en contraste con su literatura, muchos escritores y escritoras contemporáneos parecen concebir la política argentina nada más que como un territorio teórico. Es decir, como si se tratara de algo imaginado a partir de bibliografías historiográficas o clichés culturales que sólo garantizan un trato aséptico, distante y abstracto. El problema es que, a partir de esta concepción estéril de la política, lo que se reproduce es, también, una literatura estéril. Y esta es la razón por la cual, como signo de una época, abundan las novelas y los cuentos forjados bajo la idea mezquina de que no hay mayor amenaza para un escritor que cualquier asomo de compromiso personal con algo que pueda percibirse como genuino y, por lo tanto, amenace con enfrentar lo consensuado. Un efecto de esta circunstancia es que la relación más habitual entre la literatura y la política argentinas se limite a la constatación calculada de obviedades. ¿Y esto qué quiere decir? En principio, que a través de un inventario bastante previsible de épocas, circunstancias y temas que suelen prestarse más que otros a lo que simula ser una mirada “política”, se repiten libros que se consumen en la inerte (pero muy tranquilizadora) constatación de que los malos son malos, los buenos son buenos, los justos son justos y los injustos son injustos. Y también de que, por supuesto, tanto quienes escriben estos libros como quienes los leen están del lado correcto de la realidad.

En oposición a este panorama, Asís se ubica desde hace décadas con novelas tan incandescentes como Los reventados (1974), Flores robadas en los jardines de Quilmes (1980), Diario de la Argentina (1984) o Cuaderno del acostado (1988) como el único que aún intranquiliza y discute lo que la mayoría de sus colegas prefiere ni siquiera mirar. De hecho, Churrasquitos hervidos, billetes crocantes, su última novela, empieza con el diálogo entre un maestro, el presidente saliente Omar “el Turco” Massud, que en 1999 reflexiona sobre su despedida del poder tras una exitosa trayectoria iniciada en La Rioja, y un discípulo disidente, Iván Smirak, “peronista tenso e intenso” que como gobernador de Santa Cruz todavía ignora que alcanzará la presidencia en 2003, gracias a las intrigas de un viejo compañero de fórmula de Massud, el “Cabezón” Utrera. Sin duda, hay que ser menos que ingenuo para desconocer quiénes son los personajes. Sin embargo, un recorrido por la literatura de Jorge Asís demuestra que el objetivo nunca fue hacer reconocibles en la ficción a los actores de la política real. De lo que se trata, en realidad, es de construir a través de ellos una voz literaria verdaderamente libre, dispuesta a narrar las contradicciones del poder y el modo en que sus oscilaciones reflejan las expectativas y las frustraciones de una sociedad no siempre capaz de asumir sus propios deseos y limitaciones. Los inevitables equívocos de esta apuesta, por supuesto, afectarían también al mismo Asís, cuyos roles simultáneos de escritor, periodista y político dificultarían a veces distinguir su figura literaria de su figura personal.

Churrasquitos hervidos, billetes crocantes empieza con el diálogo entre un maestro, el presidente saliente Omar “el Turco” Massud, que en 1999 reflexiona sobre su despedida del poder tras una exitosa trayectoria iniciada en La Rioja, y un discípulo disidente, Iván Smirak, “peronista tenso e intenso” que como gobernador de Santa Cruz todavía ignora que alcanzará la presidencia en 2003.

Con la premisa de que en cualquier partido “el enemigo está adentro y afuera está el adversario” y que en la política la única ética es la traición, Churrasquitos hervidos, billetes crocantes repasa la historia argentina desde los últimos años de Juan Domingo Perón hasta 2011, cuando la “compañera presidenta altiva y digna”, Soraya de Smirak, viuda de Iván Smirak, se dispone a reconstruir un gobierno propio. Aun así, la pregunta acerca de cómo se construye poder se remonta a lo más profundo de la narrativa de Asís. Precisamente, a la época en que las ilusiones más vivaces de la izquierda, por la que Asís tuvo un paso entre 1968 y 1973, empezaban a mostrar signos de una amargura que en los cuentos de La manifestación (1971), por ejemplo, se harían visibles “para depararme momentos muy amargos y otros muy gratos”, como señalaría el propio autor en la introducción a una de sus primeras reediciones. Sin embargo, sería con Los reventados que se consolidaría un modo autobiográfico de contar la política. Ambientada durante el retorno de Perón a la Argentina en 1973, Los reventados combina el retrato de lo más marginal de la calle Corrientes con el voraz instinto de supervivencia de una nueva clase social: los hijos frustrados del capitalismo. Pícaros, inescrupulosos o simplemente capaces de hacer negocios sin contemplaciones ideológicas, estos personajes intentarán convertir la peregrinación de la militancia peronista a Ezeiza (que terminaría en masacre) en una oportunidad para vender fotos de Perón, sin que les importe si sus clientes pelean a muerte “por la patria peronista o la patria socialista”. Ficción y realidad vuelven a cruzarse como tragedia y comedia hasta que el desastre y el oportunismo se unen en una sola inquietud dirigida al futuro: “¿Sobreviviremos?”. A partir del golpe militar de 1976, Asís explorará esta pregunta en la más célebre de sus novelas: Flores robadas en los jardines de Quilmes, la historia de amor, compromiso y desencanto de Rodolfo y Samantha.

Si La manifestación y Los reventados exponían la cara cínica de una generación que buscaba en el compromiso político una realización, Flores robadas en los jardines de Quilmes, libro que lo transformó en “best seller”, le permitió abordar la primera gran mirada crítica sobre las esperanzas y los fracasos que pronto le darían forma histórica a la identidad trágica de esa misma generación. Dedicada al escritor y militante desaparecido Haroldo Conti y publicada mientras las viñetas costumbristas de Asís en el diario Clarín ofrecían un potencial resguardo ante las represalias del gobierno militar, Flores robadas en los jardines de Quilmes estableció una diferencia esencial entre recordar y entender, que en adelante atravesaría toda discusión acerca de lo más traumático del Proceso de Reorganización Nacional. Con múltiples ediciones, una película y miles de lectores en favor y en contra, el debate sobre cómo, qué y para qué escribir en tiempos de asesinatos, persecuciones y exilios acompañaría a Asís durante los próximos años. Mientras tanto, su alter ego literario, Rodolfo Zalim, advertía desde el papel: “Debo impedir que los incautos supongan que estoy redactando una autobiografía”.

Con Los reventados se consolidaría un modo autobiográfico de contar la política. Ambientada durante el retorno de Perón a la Argentina en 1973, Los reventados combina el retrato de lo más marginal de la calle Corrientes con el voraz instinto de supervivencia de una nueva clase social: los hijos frustrados del capitalismo.

Si bien la categoría de “best seller” nunca fue la única meta para los escritores (y los lectores) que le demandan a la literatura más que buenos contratos, los temas y los tonos de Asís le valieron una larga cadena de adversarios en el micromundo cultural que, paradójicamente, intentaron “cancelar” su obra con más fuerza a partir del retorno de la democracia, en 1983. Por entonces, a la envenenada fórmula de “best seller de la dictadura”, con la que se pretendía aludir al hipotético vacío en el que se había gestado el éxito de Flores robadas en los jardines de Quilmes (publicada el mismo año que Respiración artificial, de Ricardo Piglia), se le añadiría la de “escritor maldito”. Pero esta etiqueta ya no tenía que ver con el crudo desnudamiento de la joven generación setentista que continuaría en las novelas Carne picada (1981) y Canguros (1983), sino con el éxito de otra novela, Diario de la Argentina, en la que lo desnudado era el cuerpo y el alma de Clarín, diario clave para la construcción de poder y en el que Asís había trabajado entre 1976 y 1984.

En 2017, en sus Memorias tergiversadas, Asís escribe: “¿Por la pelotudez de haber dejado de ser un ilusionista de izquierda te parece que puedo ser un escritor maldito? ¿Por ser originario del mundillo árabe, acaso? ¿Y Saer, decime, de dónde carajo es? ¿De Dinamarca? ¿O por ser medio peronista? ¿O peronista del todo? Populista de los peores. Ideólogo de la barbarie. ¿O acaso vos también podés creer que verdaderamente soy sospechoso de haber sido colaboracionista de la dictadura, por no haberme ido a San Pablo? ¿O soy maldito, acaso, por ser menemista? Como si Menem fuera una invención literaria y no lo hubieran votado en el 89, en el 95… Democráticamente. Sé lo que pensás porque me conocés. Que soy un maldito indeseable de cuarta por haber escrito la novela inofensiva sobre el Gran Diario, la única que me va a trascender”. Con la voz habitual del testigo capaz de convertirse en protagonista, Diario de la Argentina no solo contó lo que nadie había contado antes sobre el modo en que la prensa amolda y es amoldada por la política, abriendo el camino para personajes que todavía ocupan un espacio central en Churrasquitos hervidos, billetes crocantes, sino que hizo más claro que nunca un principio irrenunciable de compromiso entre el autor y su obra. La única fidelidad de Jorge Asís era con su literatura, dispuesta a correr el riesgo de ofender con su verdad. Y esta vez la ofendida sería la empresa de medios más influyente del país, por lo que la venganza en forma de marginación no tardaría en llegar. Fueron sentadas así las bases de Cuaderno del acostado, otra de sus grandes novelas.

Flores robadas en los jardines de Quilmes y Diario de la Argentina tuvieron el reconocimiento de muchísimos lectores, pero eso también significó ser repudiado por el periodismo por contar la verdad, por el mundo literario por alcanzar el renombre de un “best seller” y por la política (ahora alfonsinista) por hurgar en lo que las buenas conciencias preferían mantener intacto.

Flores robadas en los jardines de Quilmes y Diario de la Argentina tuvieron el reconocimiento de muchísimos lectores, pero eso también significó ser repudiado por el periodismo por contar la verdad, por el mundo literario por alcanzar el renombre de un “best seller” y por la política (ahora alfonsinista) por hurgar en lo que las buenas conciencias preferían mantener intacto. Contra todos, Jorge Asís insistiría con libros periodísticos como La ficción política (1985), novelas políticas como Partes de inteligencia (1987) e incluso con historias folletinescas como El cineasta y la partera (y el sociólogo marxista que murió de amor) (1989). Pero el muro se impuso y Asís, en poco menos de una década, llegó a sentirse “un residuo de la cultura autoritaria”, “un modelo de escritor fascista”, “un injusto que se burló de circunstancias sagradas”, como dice su alter ego Rodolfo Zalim en Cuaderno del acostado. En tono confesional, este libro marcó el giro amargo hacia la madurez. Castigado por su “espíritu de sacrificio” y señalado por los “imberbes inescrupulosos de la Coordinadora que agarran hoy a dos manos e invaden triunfalmente todas las parcelas fundamentales del poder”, el objetivo de Zalim en Cuaderno del acostado es “volver a funcionar”. Y súbitamente, esta oportunidad llegaría en el plano real a través del menemismo, que le permitiría a Asís renovar una parte esencial de su identidad como escritor y, sobre todo, cambiar el rol del testigo cercano al poder por el del participante directo.

La versión noventista de Jorge Asís, con el vistoso “nudo papillón” y la prestancia para polemizar, supuso el rediseño de una máscara pública y una ocasión para la revancha. En principio, como embajador en Portugal y ante la UNESCO en París, e incluso como efímero Secretario de Cultura de la Nación (cargo que sería invitado a aceptar y deponer en 1994 tras un frustrado intento de “nacionalizar el lenguaje” en plena invasión de palabras como “sale” y “off”), todos sus enemigos declarados tuvieron que aceptarlo, otra vez, como parte de la escena nacional. Pero, ¿qué tenía para narrar ahora el impiadoso retratista del poder? La línea Hamlet (1995) fue el primer intento de contar qué había en las altas esferas del menemismo desde el propio menemismo, pero quizás por sus cuidadosas sutilezas o la incapacidad de transgredir las reglas de un ámbito que tampoco terminaba de aceptarlo durante un proceso político aún en marcha, la novela pasó casi desapercibida. A la espera de las condiciones para afinar lo inevitable, Asís merodeó entonces asuntos más cercanos a los de sus orígenes en novelas como Sandra, la trapera (1996) y procesó el salto cultural, histórico y estético entre los ámbitos suburbanos argentinos y las grandes capitales europeas en Lesca, el fascista irreductible (2000) y Del Flore al Montparnasse (2000), y también escribió Excelencias de la NADA (2001), donde retrató las batallas burocráticas, a veces ridículas, de quienes entregan sus vocaciones mínimas de influencia a los ritmos del cuerpo diplomático.   

En tono confesional, Cuaderno del acostado marcó el giro amargo hacia la madurez. Castigado por su “espíritu de sacrificio” y señalado por los “imberbes inescrupulosos de la Coordinadora que agarran hoy a dos manos e invaden triunfalmente todas las parcelas fundamentales del poder”, el objetivo de Zalim en Cuaderno del acostado es “volver a funcionar”.

Concluido el menemismo, Jorge Asís regresaba como escritor a una posición conocida: la del permanente acusado. Ahora, de menemista (y pronto de provocador, fabulador y dañino “vendedor de humo”). Pero su novela sobre el menemismo debió postergarse, ya que apareció otro espacio donde cotizar su palabra y su experiencia, incluso, ante nuevas generaciones: internet. Primero desde su página web, luego en Twitter y finalmente en televisión, durante los años del kirchnerismo Asís reconstruiría su figura pública como periodista y analista político, señalando (“con información probablemente mala”, como repite con ironía) puntos demasiado ardientes o vedados para la mayoría de sus colegas. Aparecieron entonces La marroquinería política (2006), El descascaramiento (2007), La elegida y el elegidor (2008) y El kirchnerismo póstumo (2011), en los que, en el fondo, se ajustaban cuentas con quienes desde una perspectiva pretendidamente progresista construían poder sobre una etapa de la historia política que Asís conocía bien, los setenta.

Sólo a partir de 2012 asomó, otra vez, el Asís verdaderamente escritor, aunque con historias que al estilo de Hombre de gris (2012), Tulipanes salvajes en agua de rosas (2012), Casa Casta (2013) y Dulces otoñales (2014), merodeaban en mayor o menor medida partes clave de su vínculo privado y público con el poder, pero que todavía evitaban de manera directa el gran drama de su construcción. Desde ya, eso no significaba que la mirada se hubiera suavizado. Como dice uno de los personajes de Hombre de gris: “Los jóvenes de hoy son menos idiotas de lo que fuimos nosotros. Pero vienen demasiado apurados por hacerla pronto. Antes de tener un discurso convincente, o un par de decenas de miles de votos, ellos quieren asegurarse los contratos para los cuñados. Para las pendejas que se comen. Estos turros son peores que nosotros, los viejos”.

Al borde de la tercera década del nuevo siglo, la literatura de Asís arrastraba todavía los conflictos de su autor, pero no podía ser negada por nadie. Con nuevos lectores, reediciones completas de su obra, publicaciones aniversario de Flores robadas en los jardines de Quilmes y Diario de la Argentina y presencia asegurada en los programas de televisión más vistos, Asís fue incluso readmitido en las páginas políticas y culturales de Clarín. Pero ni la tranquilidad del prestigio o el reconocimiento sin fisuras de su talento impidió que, ahora frente al macrismo, volviera a colocar el dedo en las llagas del poder. Apareció así La mafia del bien: el tercer gobierno radical de Macri (2018), pero también Memorias tergiversadas, en el que asomaban los prolegómenos de lo que, finalmente, sería contado en Churrasquitos hervidos, billetes crocantes: la historia del poder peronista desde sus orígenes hasta la actualidad. Fiel a su estilo corrosivo y con la sabiduría del veterano tahúr, la única consigna es que, así en la ficción como en la realidad, “el peronismo es la ideología del poder, pero es el poder quien signa las claves de la ideología”//////////PACO