Como biografía de Eduard Savenko, 
Limónov es un artefacto con poco que envidiar al Life of Samuel Johnson de James Boswell. ¿Podría, incluso, aspirar a superarlo? El motivo por el que uno vuelve a Boswell es que Jorge Luis Borges lo leyó como la estructura narrativa perfecta, un artefacto donde hilar texturas reales y ficticias hasta alcanzar una verdad que trascendiera una y otra cosa. Esa verdad es estrictamente literaria, pero las consecuencias de su lectura son estrictamente estéticas. Entre las muchas brújulas para explorar Limónov, puede resultar particularmente útil.

Si las biografías redactadas por periodistas tienen como horizonte devenir un documento histórico de consulta para los historiadores del futuro -en un devenir que asimila a veces muy rápido que el personaje en cuestión tiene realmente alguna relevancia histórica-, la biografía de Emmanuel Carrère alrededor de Eduard Savenko parte del mismo estado elemental de la cuestión, pero para revisar con astucia el cúmulo de coordenadas de composición analógicas de un género que incluso la web -donde biografía y autobiografía se entremezclan a través de distintas plataformas- revela más contemporáneo que nunca. La pregunta banal alrededor de Limónov es quién es Eduard Savenko. Pero la pregunta relevante es distinta. ¿Se puede considerar posible hoy narrar a un tercero sin narrarse también a uno mismo? ¿Es la percepción de un sujeto, de su vida y de sus circunstancias una experiencia inevitablemente subjetiva? Y en ese caso -en el que Carrère cree sin duda-, ¿cuál es el formato estético adecuado para hacerlo? ¿Qué estrategias son las más útiles? ¿Y qué precio debe pagar esa representación?

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Como escritor -porque se trata, desde el comienzo, de un escritor que escribe sobre otro
-, Carrère explora sus respuestas desde una zona ambigua. Especulación, investigación (cuatro años de investigación), ficción e introspección, de principio a fin.
Limónov, en consecuencia, es la biografía del escritor ruso Eduard Savenko, el poeta que se crió entre delincuentes juveniles en las provincias soviéticas, el hijo de un soldado cuya tarea más valiente fue servir como engranaje menor en la maquinaria de exterminio estalinista, el inmigrante viril que se forjó una reputación de poeta maldito en París y que se regaló a la miseria, a la homosexualidad y al trabajo oscuro de aserrar su propio ego en Nueva York. Pero Eduard Savenko es también el agitador político que regresó a la nueva Rusia postcomunista y el autor de éxito que se involucró en guerrillas de Europa del Este, fundó un partido bolchevique y estuvo tres años preso por orden de Vladimir Putin.

Limónov es, también, el ir y venir a través de las fronteras de una representación que exige una vida extravagante -es decir, violenta, marginal, literaria, errante, política: en una palabra, soviética– a los ojos de Emmanuel Carrère, el hijo de una familia burguesa parisiense profesional beneficiada por todas las ventajas de una democracia de corte liberal con sensibilidad socialista y a la sombra plácida de una de las tradiciones humanísticas más sofisticadas de Occidente. Es en el espesor del hilado autobiográfico que atraviesa Limónov donde Carrère revela con desconcierto este intersticio elemental entre Rusia y el resto de Europa. Se trata de mundos geográficamente inminentes y simbólicamente lejanos –demasiado lejanos, intuye Carrère-, en especial cuando se trata de asimilar las formas de experimentar la Historia y las formas de la violencia que conlleva esa Historia.

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En una ocasión, Eduard Savenko, que ya ha cambiado su nombre a Limónov, su percepción de la literatura hacia Moscú, su juventud hacia Francia y su sexualidad hacia Nueva York -junto a las mujeres que amó: Anna, que se suicida; Elena, que lo abandona por un conde italiano; Natasha, que se abandona al alcoholismo- regresa a Rusia. Su objetivo es borrar de la conciencia de sus compatriotas la idea perversa de que las peripecias, la voluntad y las vidas que prosperaron durante setenta años de URSS no han transcurrido en vano (los 40 millones de muertos devorados por el Sistema han sido débiles e inadaptados, sabe Limónov, y está dispuesto a tomar las armas para repetirlo). En la casa de sus padres, sin embargo, se siente desplazado. «¿No quiere el hijo reinstalarse aquí? Aquí se está bien, es confortable, tranquilo. Cortando en seco sus ilusiones, Eduard dice que ha venido a pasar solamente unos días. Explica por qué ha ido a Moscú: su gira de VIP, el libro publicado con una tirada de trescientos mil ejemplares. Le gustaría que sus padres comprendiesen que ha triunfado, que estén orgullosos, pero nada de lo que les cuenta parece interesarles. Está demasiado lejos de su mundo, ni siquiera le preguntan si tienen un ejemplar del libro para ellos. Él se alegra porque no trae ninguno y porque, si hubiera traído alguno, el retrato que hace de ellos no les agradaría. Lo único que quieren saber es si tiene una mujer y si pueden esperar tener nietos algún día».

Si Johnson realmente dijo alguna vez que sólo los estúpidos escriben gratis -«no man but a blockhead ever wrote except for money»- es irrelevante, porque Boswell ya ha construido por siempre en Life of Samuel Johnson a un hombre a la altura de esas palabras. Por su lado, la saga de desplazamientos de Limónov, parece indicar Carrère con esa escena, ha significado un precio que es difícil devaluar. «Hay que construir la estrategia de vida sobre el presupuesto de la animosidad del prójimo», dice en la cima de su madurez Limónov. «Vivo en un país tranquilo y decadente, en donde la movilidad social es reducida. Nacido en una familia burguesa del distrito XVI, me convertí en un bobo del X. Mis padres tienen una casa de veraneo en la isla de Ré, a mí me gustaría comprarme una en el Gard», dice en la cima de su madurez Carrère. ¿Cuál de los dos, entonces, ha pagado el precio más alto para convertirse en el escritor más importante de su país?

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«Cuando Limónov llega a París, yo acababa de volver de una estancia de dos años en Indonesia. Lo menos que se puede decir es que antes de esta experiencia yo no había llevado una vida muy aventurera. He sido un niño formal y después un adolescente demasiado cultivado», escribe Carrère sobre Carrère. Sobre Limónov, el hombre de acción que desprecia a los apparatchik de la cultura oficial, dispara una ametralladora sobre Sarajevo o alcanza el Nirvana mientras limpia la pecera del director del presidio donde pasa tres años de su vida, Carrère escribe que sus notas periodísticas -que llaman al alzamiento contra el status quo después de la glasnost– se publican para el mismo público ruso que se entretiene con anécdotas sobre una buena mujer que «para castigar a su hija, la ha encadenado a la intemperie, a menos treinta bajo cero, y la chica se ha congelado hasta tal punto que ha habido que amputarle los brazos y las piernas. En cuanto llevaron a casa lo que quedaba de la niña, un tronco, el compañero de la madre se apresuró a violarla y la hija dio a luz a un pequeño al que a su vez también encadenaron».

La anécdota, trivializada por un diario barato leído en un tren, esa historia de castigo, frío y prosperidad de la vida, sugiere una y otra vez Carrère, encierra la naturaleza cabal de la psiquis rusa y la imposibilidad de que todas las intenciones, toda el ansia de corrección política y todo el genuino espíritu pedagógico del progresismo europeo -que Carrère representa- no encuentre otro destino que descarrilar trágicamente frente a lo impenetrable. Carrère no es ingenuo en este punto y sugiere -todo Limónov gira alrededor de esta sugerencia- que la vitalidad de Rusia resulta hoy tal vez demasiado viva para la placidez mórbida de la Europa próspera y aletargada que aún prefiere imaginarla como un punto turístico entre la barbarie y, en el mejor caso, como un laboratorio de las ciencias políticas.

«Eduard se mira sus anillos, se atusa la perilla de mosquetero: ya no es Veinte años después, es el Vizconde de Bragelonne. He agotado mis preguntas y a él no se le ocurre hacerme ninguna. No sé: alguna sobre mí. ¿Quién soy, cómo vivo, estoy casado, tengo hijos? ¿Prefiero los países cálidos o los fríos? ¿Stendhal o Flaubert? ¿Los yogures naturales o los de frutas? Ya que soy escritor ,¿qué tipo de libros escribo? Dice que el interés por el prójimo forma parte de su programa de vida y sin duda se interesaría por mí si yo hubiera estado en la cárcel a causa de un crimen hermoso y muy sangriento, pero no es el caso. El caso es que soy su biógrafo: le interrogo, él responde, cuando termina de responder se calla, se mira los anillos y aguarda la pregunta siguiente. Decido que no estoy por la labor de chuparme varias horas de entrevistas así, que me las apañaré muy bien con lo que tengo. Me levanto, le doy las gracias por el café y el tiempo que me ha dedicado y en el umbral de la puerta me hace finalmente una pregunta:
-Es extraño, de todos modos. ¿Por qué quiere escribir un libro sobre mí?
Me pilla desprevenido pero le respondo sinceramente: porque tiene -o porque ha tenido, ya no me acuerdo del tiempo verbal que empleé- una vida apasionante. Una vida novelesca, peligrosa, una vida que ha arrostrado el riesgo de participar en la historia.
Y entonces él dice algo que me deja de una pieza. Con su risita seca, sin mirarme:
-Sí, una vida de mierda».

Juego de espejos por momentos cóncavos y por otros momentos convexos, la biografía y la autobiografía hacen de Limónov un libro interesante no porque cuenta la vida de un hombre -un escritor cuya obra, en Argentina, resulta tan exótica como inconseguible- sino porque cuenta y desafía las formas que tiene un hombre de contarse a sí mismo en la medida en que cuenta la vida de otro. En la brumosa Unión Soviética que añora Limónov y que atormentaba a Solzhenitsyn, eso se prestaba a las indagaciones de la mejor literatura. Pero en el Occidente capitalista y desengañado de los rusos de finales del siglo XX, todo se percibe mejor en Facebook. Cuenta Carrère que Limónov solía estar atento a si es su propia cuenta o la de uno de sus antiguos aliados políticos la que recibe más likes. No es difícil imaginar que Carrère y Limónov encuentren en esa aparente trivialidad un verdadero punto de contacto. Carrère y Limónov, avocados a la tarea de invertir su energía en algo que sólo en apariencia demarca una ontología inútil. Carrère y Limónov finalmente hermanados. como Caín y Abel, pero hermanados. Una condición que Boswell no se animó a poner en juego con Johnson/////PACO