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Es habitual que el uso de la primera persona para contar una historia lleve a identificar al protagonista con el autor del libro. Lo curioso es que eso suceda al mismo tiempo con dos narradores diferentes como ocurre en Las mujeres que amé de Daniel Guebel, que acaba de publicar en marzo Random House. En apenas 200 páginas divididas en dos nouvelles, Guebel desata no una sino dos voces y avanza hasta rozar una esquizofrenia muy refrescante en la literatura actual.

Una herida que no para de sangrar es la primera de las dos novelas cortas y cuenta la historia de un escritor convencido de ser superior al resto -pariente cercano de Narciso Bello- que piensa por ejemplo Tenía que llegar a la soberanía absoluta de lo nuevoo “ ¿Seré un imbécil (no yo, desde luego, sino una especie de tumor puramente psíquico alojado en el interior de mi mente y que me dirige siempre en la dirección equivocada)?Aunque los hechos lo contradicen una y otra vez, él persiste hasta alucinar. Este burgués además se entera que su ex esposa contrató a su enemigo para contar la verdadera historia de su separación y desmentir la versión que él había escrito en su obra literaria mas celebrada, Demolición, que no es otra que Derrumbe (Mondadori, 2007), la novela que el propio Guebel escribió en un tono confesional para hablar del dolor de su quiebre conyugal.

“¿Desde cuándo un autor escribe para darse el gusto, para encontrarse en su ideal, para enamorarse de sí mismo? Las palabras no son espejo. El escritor tiene que ser capaz de entregar libros que de ninguna manera se correspondan con sus preferencias literarias; libros, incluso, y sobre todo, capaces de avergonzarlopiensa el protagonista. ¿Será esa la capacidad exhibicionista del propio Guebel?. Si la respuesta es afirmativa, entonces lo siento pero las palabras sí son espejo.

La otra nouvelle que lleva el nombre del libro empieza como un diario a partir de que el narrador-protagonista-autor fue dejado por una novia uruguaya. Ese hombre abandonado otra vez, quiere dos cosas, recuperar ese amor y explicar por qué solo puede reconocer que ama después de la pérdida. La prosa adquiere velocidad en la deriva. Así avanza desde el análisis de la vida amorosa personal, a la filosofía, de ahí a una reflexión sobre el cristianamos y el judaísmo para seguir en explicaciones que resultan un ensayo lúcido sobre la imposibilidad de amar desde la racionalidad.

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Cuando hablo de análisis me refiero a ideas como esta: Ese sacrificio no realizado, esa muestra de egoísmo propia de una mente infantil, es uno de los pesos que llevo sobre mis hombros y que hizo lo suyo para construir mi malbaratada personalidad. Es cierto que a más de un lector puede resultarle extraño que a alguien con semejante currículum psíquico se le ocurra escribir que su enemigo es el demonio y su término de comparación es Cristo. Pero es así. La humillación a la que me sometió mi terror infantil, de adulto me forzó a desarrollar un simulacro de valentía para ocultar el patético secreto, una especie de hipertrofia de oferta física con el sexo opuesto -el macho que está para todas- que contiene en su seno el cáncer de la imposibilidad real. Con su crucifixión y muerte Cristo no salvó a nadie ni pudo salir entero del sueño de la existencia de Dio; así también yo abro los brazos en cruz y me entrego al abrazo de la multitud de mujeres, doy lo que no soy y sangro por lo que no tengo, y en mi cobardía esencial persistiré hasta que se abra el abismo y, cumpliendo con aquella profecía que arruinó mi vida, el diablo venga por mi y me lleve de una buena vez y para siempre.

Ahora bien, en Una herida que no para de sangrar esa voz se vuelve tan estridente que por momentos molesta ¿Es necesario que el escritor vanidoso vaya a tomar sol a la playa en sunga atigrada? En este punto Guebel subestima a sus lectores y grita en lugar de entonar para marcar lo que en realidad ya estaba a la vista: la capacidad de construir una voz que puede exhibir lo mas vergonzante de sí misma y reírse de eso, sin pretender quedar bien. Ese gesto excesivo irrita y hace que la narración por momentos se convierta en un sketch cómico. Lo que podía ser sarcástico, se queda en el chiste fácil. De haber matizado la personalidad de ese narrador, habría dejado que fuera su voz -y no los tics de esa voz- la que mostrara el ridículo y al mismo tiempo descubriera la intimidad y vulnerabilidad de ese hombre.

No es casualidad que las dos historias deriven de Derrumbe. Más explícitamente la primera, ya que el narrador es su autor. El punto de partida es la voz narrativa original que Guebel toma y lanza en una hipérbole vanidosa hasta desarmar la realidad y reconstruirla con los retazos de aquello que solo puede verse desde un dilema obsesivo. Mientras que en la segunda nouvelle, la conexión viene dada por el tono confesional y la sinceridad para abordar y explorar los signos del amor, las decisiones erróneas, las probables causas cercanas -como un amor de infancia- o mas remotas -como el sacrificio, el celibato y la promesa de vida eterna cristianas-. Es en estos tramos donde la narración alcanza sus puntos de mayor sensibilidad. Es decir, conmueve.

El efecto de estilo es siempre un subrayadoescribía Guebel en Mis escritores muertos (Mansalva, 2009), otra novela corta e inmensa por los ciertos a la hora de explorar los límites entre la realidad y la ficción para construir un terreno propio. En esa misma línea avanza en las dos novelas, mas certero en la segunda, y profundiza lo que ya venía esbozando en el resto de su obra: la soberanía de la autenticidad de voces capaces de nombrar el dolor y al mismo tiempo reírse de ellas mismas.///PACO