Libros


La textura del tiempo

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“Me había dado cuenta de que únicamente la percepción grosera y equivocada lo coloca todo en el objeto, cuando todo está en el espíritu” , dice Proust en el final de En busca del tiempo perdido. Esta idea se expande hasta estallar en El espectáculo del tiempo (Seix Barral, 2015), la novela más reciente de Juan José Becerra que cuenta la historia de Juan Guerra, su familia, amores y amigos.
 
En una primera persona feroz Becerra -perdón Guerra- cuenta episodios, anécdotas acerca de su vida. Habla de sus pensamientos y emociones sin preocuparse por la corrección política. La voz de este narrador no conoce eufemismos ni censura para contar lo que sucede en su mundo más íntimo. Esa honestidad lo deja modificar su punto de vista a medida que el tiempo lo modifica. Con este gesto humilde consigue alejarse de Proust y su narrador inalterable. Es decir, lo que Proust construye con un tono único desde la infancia hasta la vejez, Becerra lo hace con los matices y las contradicciones que trae la experiencia. Al mismo tiempo revela una búsqueda por construir la propia identidad a partir del sentido que surge de cada vivencia. Tal es así que en algunos momentos se desliza un narrador corregidor que señala errores y deja en evidencia que la escritura también es un proceso.
 
“Me di cuenta cuando entré a la ducha con el propósito de distraerme (ya me había duchado a la mañana). Aparté la cabeza de la lluvia y miré la flor de metal de la que bajaban el agua y el vapor (el vapor también subía): bronce. Remonté la ruta de su origen: el plomero que colocó la pieza, el comercio que la vendió, la empresa metalúrgica que la hizo, los obreros de la fábrica -y sus familias, y sus bicicletas, y sus salarios, y su lucha de clases y sus antepasados-, los mineros que dinamitaron las montañas de donde salieron los elementos de la aleación, la antigüedad de esas rocas, el polvo cósmico que formó la Tierra. No había nada de ese momento -nada- que pudiera llamarse actualidad” piensa Guerra.
 
Con un proceso similar el protagonista descompone la memoria en un pensamiento impulsado por las emociones que de alguna manera ordenan la realidad de un momento. Logra que las escenas aparezcan con una vitalidad imposible. Es difícil que la literatura, que es siempre un artificio, vibre igual que un ser vivo. Sin embargo, por momentos las frases de la novela dejan ver una piel salvaje bajo la que se puede sentir el circular de la sangre a la velocidad de un pensamiento. Becerra traduce al lenguaje lo que sucede en la intimidad descarnada de los vínculos de un hombre.
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A lo mejor por eso uno de los ejes de la novela es la relación entre el amor y el sexo. Hay escenas donde las imágenes de sexo explícito desplazan la máquina de pensar de Guerra y el sexo opera como núcleo del ciclo de la vida. Sexo cursi, sexo fatal, sexo pasional, sexo con animales, sexo como la consagración del amor y la concepción de un hijo. Es decir los cuerpos en la novela no solo se desnudan sino que definen la intensidad de las emociones, el momento de una pareja, la unidad de la familia, los actos, los quiebres y el vacío. Tan poderosa es la fuerza del sexo que es la única capaz de desplazar a la muerte.
 
Esta idea crece y llega a las zonas más oscuras en la historia de Lorenzo, un amigo de Guerra. Hay algo brutal en la sinceridad para exponer el desgarro del fin del amor en algunos párrafos. Pocas veces en la literatura argentina se logró hablar del dolor sin apelar a lugares comunes o a sentimentalismos como lo hace Becerra: “Al día siguiente, apenas abrió los ojos, una luz interior se encendió en él como si despertara por segunda vez. Corrió al antebaño, subió descalzo a una silla y abrió la puerta del altillo. Con el mango de un paraguas enganchó en la oscuridad la correa de un bolso. El bolso cayó de punta. Le faltaba saber si en el interior había alguna correspondencia con lo que le indicaba la memoria. Lo abrió y sacó una almohadilla de viaje Samsonite inflada desde ¿cuando? con el aire de Laura Vazquez. Sin saber, porque no le importaba, si allí había vida encapsulada o aire muerto, apretó con dos dedos la válvula de plástico y tomó desesperadamente el aire de Laura como si hubiera estado atrapado durante siglos debajo del agua.”
 
Es estimulante descubrir las conexiones furtivas bajo el aparente azar de los ensayos que integran la novela: un astronauta y su visión del espacio, los Hermanos Lumiere y el nacimiento del cine o la creación del Código Morse resultan momentos de la humanidad que de un modo certero confluyen en la historia personal de Guerra. Es en este fluir donde los fragmentos van conformando un archipiélago de sentidos conexos.
 
Tal vez por eso El espectáculo del tiempo puede leerse dentro de la tradición realista, no en su concepción más naturalista, como parodia o copia de lo que nos rodea sino como exploración de los vacíos e inconsistencias que conforman la trama de la realidad. “¿Por qué recordar tenía que ser más preciso que vivir si los hechos de la vida son en sí mismo confusos?” se pregunta Juan Guerra. La respuesta de Becerra es encarnar las entrañas del pensamiento en la experiencia de la memoria y mostrar así la textura del tiempo.////PACO