I

Grecia juega muy mal. Y los griegos lo saben. Y déjenme darles un poco de inside information al respecto: no les importa porque se consideran por encima del fútbol, e incluso por encima del deporte en particular y la civilización contemporánea en general. En las palabras inocentes del relator estatal que las dijo durante el partido con Colombia: “la mayor dificultad de Grecia es generar”. Nikos Dimou escribió que los griegos hacen lo que pueden para agrandar la brecha entre deseo y realidad. Aumentando sus exigencias o destruyendo su entorno, y a veces haciendo las dos cosas a la vez. La defensa de Grecia: la destrucción. La delantera de Grecia: la exigencia. Exigencia y destrucción negativizadas, por supuesto. O sea, exigencia y destrucción haciendo todo lo posible en su propia contra.

Como si Georgios Samaras pudiera hacer milagros —un jugador australiano nacionalizado, tirándose contra los propios defensores, a veces de manera verosímil, nada más que para indicarle después al árbitro que no había habido foul— y como si Orestis Karnezis pudiera hacer algo más que confiar en su suerte con los delanteros colombianos. Pero la suerte nunca es griega.

Un hecho: Grecia es el peor equipo en los mundiales de fútbol antes que El Salvador, habiendo perdido cinco de los seis partidos mundialistas. Otro hecho: los griegos consideran que su deber con la Historia se dio con honores y diplomas alrededor de los últimos siglos antes del nacimiento de Cristo, y que aquello justifica la parsimonia aletargada desde entonces. En las palabras de la parte de la colectividad helénica que me rodea: los griegos inventaron la filosofía y por eso “no están para boludear con la pelotita” (a lo que inmediatamente se suma: “menos contra esos negros”).

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El DT de Grecia, el portugués Fernando Santos, es un ejemplo más del reciente idilio de los griegos con la sociedad de consumo: un largo y doloroso noviazgo, sin matrimonio. Pero lo mismo podría decirse del argentino José Pekerman como DT de Colombia. Relaciones utilitarias, construidas sobre la lógica mercenaria. Trabajos despojados de cualquier romanticismo —“sin pasión”— que se desnudan cuando les toca hacer que festejan los goles de los países que han contratado sus servicios. La diferencia es que donde el equipo colombiano encuentra falencias para avanzar, el equipo griego encuentra el goce constitutivo del pesimismo y la queja.

El pesimismo y la queja —visiten Atenas, conversen con los griegos, escúchenlos quejarse a los gritos del mundo y de las cosas que no funcionan en el mundo, y de lo caras que son esas cosas— son el capital intelectual griego desde hace muchísimos años. Y por eso el equipo griego se ocupó de —en las palabras del relator estatal que las dijo cuando todavía faltaban dos goles más— “jugar como si estuviera empatando en vez de perdiendo uno a cero”. Y aún así, a pesar de la goleada, Grecia Colombia debe haber sido el partido más aburrido del Mundial 2014 hasta el momento.

II
Colombia, un equipo tosco y prácticamente africano, con un director técnico alquilado y una larga ausencia en los mundiales (y con el antecedente de Andrés Escobar, ametrallado hasta la muerte después del gol en contra durante el Mundial de 1994 en un partido contra Estados Unidos), hizo prácticamente lo mínimo indispensable para ganar. Grecia, por su lado, hizo prácticamente todo para gozar la derrota. A esa distancia entre el deseo y la realidad los griegos la llaman desgracia, y es algo contra lo que los griegos se niegan a aplicar la religión —cristianismo ortodoxo en el cielo y una monarquía exiliada en la tierra— y se niegan a aplicar también el humor.

¿Cómo juegan los griegos al fútbol? Sin gracia. Maquínicamente, como autómatas bien adiestrados, pero sin llegar a ser tecnócratas infalibles como los alemanes. Esto no preocupa a los griegos porque viven en general dos veces por encima de sus posibilidades, prometen el triple de lo que pueden hacer y sienten (y se sienten) el quíntuple de lo que experimentan.

Dos equipos malos, en definitiva, para un partido sin brillos y una goleada aburrida. Déjenme insistir con algo de inside information al respecto: a los griegos no les interesa. Sienten que cumplieron ya con todo y para siempre. El fútbol de la selección nacional griega es un sistema frágil, extranjero, inanimado. Ese es el punto: mientras la mitad de los griegos intentan transformar a Grecia en un país extranjero, la otra mitad emigra. Cuando España ganó el último Mundial, al menos les sirvió para obviar por un rato la crisis económica. Pero en Grecia no les interesa interrumpir la queja y el pesimismo. Ni siquiera les interesa ganar el Mundial de Brasil. Simplemente les interesa el ejercicio pseudofilosófico de iniciar una batalla perdida, mirar a la muerte a la cara —cambien “la muerte” por los goles de Gutiérrez, Rodríguez y Armero— y ni siquiera sonreírle. Es lo que hizo la suerte con los griegos: el primer pelotazo contra un travesaño, la primera pelota que pudo haber puesto a prueba el nuevo sistema de medición de la FIFA para “saber si la pelota entró o nó al arco”, no le importó a nadie, ni siquiera a la delantera griega. Oh, pero el placer de quejarse… Eso sí que no lo conocen los sensuales colombianos, con su fútbol más bien inconsistente, su propio DT de alquiler y una narcodemocracia lista para ajusticiar al que por error meta un gol en contra/////PACO

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