Música


Güacho y La Patrulla Espacial en el ZAS

Hace pocas semanas Charly García dijo que el rock de ahora era una mierda; no aclaró cuál de todas las escenas nacionales ni sé cuáles son las bandas a las que García va –o lo llevan- a ver y escuchar en vivo, pero me juego que si hubiese estado en el ZAS el sábado 8 de Marzo, fiel a su estilo, habría querido subir al escenario. El lugar repleto de gente, la liviandad y el buen humor de la noche, el humo, los parlantes bien ecualizados y las distorsiones valvulares al fuego, merecían el gesto con el que García suele dar cuenta por donde pasan hoy las buenas cosas. En ese lugar, pasada la medianoche, La Patrulla Espacial brindó en tándem con Güacho una noche furiosa donde la tradición del rock tocó sus pliegues con el mejor de los presentes. Dos bandas platenses amantes y explotadoras del riff que parecieron complementarse a través de la diferencia y la relación dialéctica.

Los Güacho desplegaron cincuenta minutos del dejarse llevar; la navegación psicodélica apoyada sobre la sumatoria, en la guitarra, de distorsión más delay en cantidades industriales, y la vuelta insistente al riff, como un bombeador vuelve una y otra vez a penetrar el suelo en busca de agua. Por momentos parecen haber salido de un cruce entre Color Humano y las bases de Pez en “Spuistraat 249”, aunque también algo en el aire olía a Los Natas. Apuesta de riesgo, hay que saber que esa libertad absoluta se come todo y necesita ser determinada de alguna manera. Tracciona en su paso cualquier cosa que implique límites, llevándose a sí misma a implosionar, igualarse con la nada. Una vez desatada, no hay autoridad que detenga a esa necesidad libertaria de hurgar cerca de la improvisación por largos minutos: la voz, que ya no importa ni se trabaja, ni hablar de la canción; el público queda a un lado y, en una instancia final, ni siquiera sobreviven los riffs; la libertad absoluta se come a la banda. Lo único que le interesa a ese flujo es estirarse como la llama en un campo, alimentándose del imposible ejercicio –al menos sin violencia- de no ser limitada. Por suerte, y como una muestra del camino dialéctico, a las 2 am subió La Patrulla Espacial trayendo toda la determinación que a Güacho no le interesa. Ambas bandas comparten un espíritu similar solo que la madurez del segundo grupo lo particulariza positivamente. Apareció la canción, el estribillo, el contacto; toda la indeterminación volvió a ser puesta en caja, negada, y se avanzó, claro.

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La Patrulla rockeó fuerte. Armaron una lista de temas que abarcó todo lo que tiene editado hasta ahora el grupo y se dio, sobre el final, un gusto propio con el cover de Pappo’s Blues “Fiesta Cervezal”. Las guitarras llegaban al fondo del Zaguan Sur con fuerza y claridad, los solos rompían, el bajo se entregó a su tarea de base con buena mano, y la batería llevó el swing picante del rock and roll clásico a través de todo el show. Solo este último instrumento tuvo algún desliz técnico en el abuso del bajón de tempo para sostener la riffería imparable de la banda; pero fueron momentos mínimos, afortunadamente el rock de La Patrulla pasa por otros lados más importantes que andar mostrando lo bien que se toca.

Para el que no los conozca le resumo que hacen blues y rock, usan en la voz el tradicional delay largo que parece hacerlos transmitir desde una nave soviética de tecnología obsoleta, y tienen canciones que cierran pero no al punto de llegar a la circularidad del recetario industrial. Rompen tal imprecación con bajones rítmicos breves, como un descanso para retomar las energías que los devuelvan al swing. En definitiva consiguen lo difícil, ser auténticos bebiendo de lo más tradicional. También las letras, sobre todo las del último disco, se embarcan en el viaje al interior de las napas del rock aportando al tiempo lo propio. Nada extraño: la noche, la ruta, el humo, las mujeres; aunque también el espacio y las palabras. Resalto un par de frases que se entonan con fuerza en el vivo “Si ya conocemos el final de todas las historias/somos libres otra vez” en A través de la noche, o la invitación rutera de Carretera Perdida “Se apagan todos los motores/y se cortan las distancias”, ni hablar de la asertividad de Días Futuros, la canción que da nombre a su último trabajo. (¿Saben estos tipos que compusieron una de las tres mejores canciones del rock argentino de los último años?).

La banda contagia; cuando se forman al frente guitarristas y bajista -excelente la elección del Thunderbird, que es por sonido y estética, EL bajo para la Patrulla- para cantar estribillos al público, este recoge el guante y también grita, acompañando con el dedo o la mano hacia adelante como las hinchadas. El ZAS a tope, interpretando al unísono “no me importan tus recetas para seeerrr!!” se convierte en el hallazgo de un páramo. En tal punto es que hay que replantearse cosas de las críticas hipster al rock and roll cuando este se futboliza y admitir que en parte nos gusta encontrarnos con los otros en ese lugar de intercambio ecuménico, cantar junto a la banda el estribillo agitando como cuando sale el equipo a la cancha. La identidad no es cosa fácil de rechazar y menos aún si lo único que busca el gesto es complacer éticas minoritarias del buen gusto posmoderno. No todo fue negativo en el rockandroll argentino de estadios.

Todo lo anterior viene a traer sobre la mesa La Patrulla Espacial; más aún en el vivo, al tensionar y responderle a un medio que tiene otro color y preferencias. No hay que olvidar que surgen en La Plata, donde hay un mar de solistas y bandas indie folk abrevando en una estética minimalista de moda, que se resigna a interpretar e idolatrar a Spinetta desde el llanto y a explotar el siniestro goce de la tristeza y la melancolía otoñal. Ahí es que aparecen los patagónicos espaciales Borthiry, Vilche, Simeoni y Schneider –junto al Perrodiablo, claro- para traernos el sonido y las formas que sostuvieron Pappo, Riff, los Ratones Paranoicos o Viejas Locas. Al margen de lo fáctico, los imagino por las noches orinando divertidos en las paredes externas a la facultad de Bellas Artes de La Plata después de una jornada de blues y cerveza. No se puede negar que, desde cierto lugar, es esa una provocación hermosa.///PACO