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Por Micaela Ortelli

I
Hace un rato le escribí a mi editora avisándole que mandaría la nota de madrugada; que no se asustara –esa palabra usé–; que no se asustara si se iba a dormir y mi nota no estaba. (Es mi primera vez con ese diario y esa editora.) Respondió como lo hacen los editores, que no tuve muchos, pero supongo: rápido y corto. Dijo que la hiciera tranquila, que no salía esta semana. Ah. Son las seis y media de la tarde de un miércoles, la mejor hora: está bajando el sol y en tres el ventilador va perfecto. Música ya. Necesito aturdir mi cabeza antes de que me aturda ella a mí (después dicen que la cabeza controla el cuerpo: mi cuerpo está feliz de que faltó la profesora). Porque de repente no tengo nada para hacer. De repente me vuelvo a sentir la nada misma.

II
Soy hija de comerciantes; si hay algo que tengo incorporado es la idea del aprovechamiento del tiempo. Aunque no sé si incorporado es la mejor palabra, porque no lo llevo adentro; lo llevo afuera, como una mochila. Qué cliché: la culpa. Entonces en un momento así lo que hago inmediatamente es amortizar: mando wasaps: qué se hace hoy, en qué andás, cosas así. Mientras, pienso en lo que hice en el día, si sirve, cómo se me desestructuran el jueves y el viernes, qué se me acumula la semana que viene. Por ahora nada: tengo ginecólogo y una entrevista con un editor para posibles futuras traducciones.

Mi ser freelancer es eso: vorágine y vacío. Inestabilidad.

Ahora es vacío.

Pero vos me preguntabas por qué: por qué freelancer, por qué periodista. No sé. No son cosas que decidí, aunque por lo visto no hice nada para evitar que sucedieran; no sé si me explico, no me hago la complicada, sólo no recuerdo haber tomado una decisión. Y tampoco ando diciendo que soy periodista. Porque ahí está la cosa: ser freelancer es hacer changas; sin changa no hay profesión porque uno es lo que hace, eso ya es slogan. En este momento no me siento periodista. No me siento nada.

III
El vacío se llena, o se tapa, o se aturde. Siempre se termina haciendo algo. Hoy saldré de mi casa por primera vez en el día a las diez de la noche (no estuve todo este tiempo escribiendo esto; pensándolo, quizá). Cuando vuelva, acá estará mi mesa de trabajo, debajo de los objetos entre los que me siento cómoda cuando me siento algo. Mañana volveré sobre mi nota y será mejor haber salido y luego dormido en lugar de trabajado hasta la madrugada. El vacío se habrá ido.

IV
No es lo que elegí; lo que elegí es no trabajar en una oficina, aunque nunca trabajé en una así qué no sé lo qué es. Elegí no salir de mi casa a la mañana, eso también. Y no tener que usar zapatos, aunque a veces uso.

V
Supongo también que quien decide ser freelancer tiene (el impersonal en esta oración es la que va) un espíritu que se quiere libre, pero al mismo tiempo se limita. Es imposible, se dice, ser freelancer sin ponerse límites. ////PACO