Por tener que presentar la antología de una revista, me acuerdo de dos cosas. Una la tengo que ir a buscar y la otra la sé de memoria. Me acuerdo, primero, de que Beatriz Sarlo tiene varios ensayos sobre la publicación de revistas culturales en Argentina. En uno de ellos, “Intelectuales y revistas: razones de una práctica” de 1992, comienza diciendo: «Publiquemos una revista». Centenares de veces esta frase fue pronunciada por un intelectual latinoamericano ante otros intelectuales. Acompañada casi siempre por dos ideas afines: necesidad y vacío, la frase inaugura ciclos largos o breves de un impulso hacia lo público fuertemente marcado por la tensión voluntarista.
«Publiquemos una revista» quiere decir «una revista es necesaria» por razones diferentes a la necesidad que los intelectuales descubren en los libros; se piensa que la revista hace posible intervenciones exigidas por la coyuntura, mientras que los libros juegan habitualmente su destino en el mediano o el largo plazo. Desde esta perspectiva, «publiquemos una revista» quiere decir «hagamos política cultural», cortemos con el discurso el nudo de un debate estético o ideológico. La frase, cuya forma previsible es el plural, constituye el colectivo que suele quedar representado institucionalmente en una forma clásica: los consejos de dirección.
Cada época habilitó las marchas y contramarchas de las revistas que le nacieron. Hay que celebrar la extraordinaria tradición de revistas culturales que, en este sentido, cosechó nuestro país. Desordenados: Sur, Proa, Contorno, El escarabajo de Oro, Literal, Los libros, Crisis, Punto de vista, Diario de poesía, Babel, El ojo mocho, Minotauro, V de Vian y hasta la Orsai de Casciari. Revistas en papel todas; algunas oficiales, otras en los márgenes; algunas cargadas de pomposos y sospechosos presupuestos, otras marginales y casi lúmpenes, constituyen un rosario de modernización cultural en toda América Latina que merece, en sí, nuestro festejo.
La segunda cosa que me acuerdo es que en el primer número de la revista Literal, de noviembre de 1973, comienza diciendo: “No matar la palabra, no dejarse matar por ella”. La expresión es sugerente, pero me quedo con algo lateral: en esa mezcla entre lumpen y aristocrática, ordinaria y refinada, el grupo de Germán García, Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán con Josefina Ludmer, Masotta o Zelarayán, conecta con algo del artificio convocante de la revista Paco, entre el desorden y el semblante elitista del crítico en retirada.
Paco es una de las primeras buenas revistas digitales independientes de nuestro siglo. Le son contemporáneas dos revistas con las que mantiene una relación tensa, pero no exenta de tránsitos. Anfibia, que es del 2012, y Panamá, de ese mismo 2013 en el que se empezó a funcionar Paco. Superado el narcisismo del blog, el grupo fundador de Paco recogió la iniciativa histórica que el desarrollo técnico le exigía al ensayismo del siglo XXI, el mandato sarleano: “Hagamos una revista”. Anfibia, Panamá y Paco corresponden con justeza a un mosaico de tres revistas digitales que, respondiendo a patrones éticos y estéticos por momentos antagónicos, expresan el alojamiento para las querellas culturales de nuestro tiempo. Financiadas por el Departamento de Estado norteamericano, por ATE-IOMA Seccional La Plata o por el mangueo explícito, las tres revistas merecerán, cuando los tiempos dispongan, una atención para recapitular los tránsitos de la lengua intelectual urbana de nuestras primeras décadas de siglo.
La intrusión heterogénea de cualquier tipo de temas en las revistas expresan, por momentos mejor que los libros, el pulso cotidiano de una época. Además, claro, porque en la revista el texto convive intensamente con sus paratextos, sus imágenes, las tipografías, la disposición de los títulos, garabateando con inocencia pero reveladoramente las éticas y las estéticas de la producción intelectual. Como la revista Paco es absolutamente novedosa como revista cultural de internet, hace ya 11 años de vertiginoso avance de la técnica (y de nuestra antropología lectora y escritora), en su estilo burlón, un poco soberbio, un poco harto de las hipocresías, anticipa rasgos populosos del fenómeno Milei. Paco es, y me da la sensación de que así lo quiere, la intromisión del desparpajo retórico de internet en el campo crecientemente academizado de la crítica cultural. Paco expresa, en ese campo plagados de disciplinas híper especializadas, a la aristocracia plebeya educada en los azotes de largas horas de consumo de pantallas y libros regateados; un intelectualismo tan voluntarioso como renegado, de madrugada. Por eso también en Paco hay mucho de cierta estética del resentimiento (en su escuela de formación, se enseñaba la crítica de Harold Bloom), del que evita participar de los franeleos de su tiempo pero no puede dejar de denunciarlos, espiándolos.
Son estas las coordenadas en las que me gustaría colocar a la revista Paco en la extensa tradición, parte de un orgullo nacional un poco abollado, de las revistas culturales. Si quisiéramos besar la frente de nuestro tiempo para medir su temperatura, en algún punto Paco anticipa mejor que ninguna otra revista cultural la introspección del peronismo para proyectarse hacia el futuro, tanto como el fanatismo por los videos de Guillermo Moreno o Santiago Cúneo. Me gusta como en su momento se definía Terranova en Twitter: “ex promesa de la literatura argentina”. Me lleva al “ex tenista”, Jesús, que comparte la mesa con el Turco García, en su programa lleno de ex´s. Me da la sensación, siendo ajeno a la sociabilidad íntima de su Consejo de Redacción, de que si Paco fuera un programa de streaming se parecería más a un capítulo de Lo del Turco o a una transmisión de Flavio Azzaro que a un programa educativo patrocinado por la UNTREF. Éste es también, para terminar, el riesgo con el que, creo, puede toparse la revista Paco en su porvenir inmediato. La victoria de Milei, la frustración del progresismo y la irrupción de un conservadurismo revanchista, pueden confundir a los incautos. Paco quiso ser una revista cultural cuando todos hablaban de política, en 2013, y ahora que se puso de moda twittear “dios, patria y familia”, la revista deberá esquivar los prejuicios nabos con la que querrán capturarla. Es decir, Paco, que nunca mató la palabra, no puede dejar matarse por ella. Deberá ejercer quizás una de sus obsesiones más irrenunciables: el estudio de la ciencia ficción. Paco es una revista que dedica parrafadas enteras a pensar el futuro; quizás el tiempo le exija, incluso, mostrar su faceta más optimista////////////PACO