Chucky 2 (1990) es mi favorita de la saga Child’s Play. Si en la primera uno entiende el origen espiritual de Chucky (encontrar un cuerpo humano para poder matar en paz y dejar de ser un muñeco de la marca Good Guys), en la segunda vemos su revancha material contra los empresarios cínicos que le dieron forma y contra las buenas costumbres de la familia tradicional yanqui. Es justamente la ambición de los empresarios que no quieren perder un peso en ventas la que hace revivir a Chucky, aún sabiendo que el muñeco participó en un confuso episodio homicida. El principio y el final de la película sucede en una fábrica, entre el trabajo artesanal y las cadenas de mando de los Good Guys que sonríen en serie. De esa producción infinita y enajenada salen nuestros propios «good guys»: accidentally anarcocapitalista, el preferido de los chicos, el perverso polimorfo insoportable y deforme que cobra vida entre el residuo de la producción mercantilista.

Ángel Faretta hace una diferencia entre el invento del cinematógrafo de los hermanos Lumière (1895) y el nacimiento del cine como lenguaje a partir de la obra de David Wark Griffith. El cinematógrafo fue creado como un artefacto de lujo e innovación para ser vendido a las clases altas, que desde entonces podrían dejar registro de sus parafilias y eventos sociales o familiares. Precisamente lo primero que filmaron los locos Lumière fue un breve video de sus empleados saliendo de la fábrica. El gringo Griffith, estadounidense sureño de origen Irlandés, usó el cinematógrafo con el fin de contar historias, estableciendo bases narrativas para la construcción espiritual del cine: fuera de campo, principio de simetría y eje vertical. Este movimiento hizo posible que la máquina del enemigo pase a otras manos estableciendo así nuevas formas de producción donde el goce se mira al espejo.

En Chucky 2 la maquinaria de la fábrica funciona sin descanso, desde principio a fin. Podemos ver cómo se ensambla un Good Guy desde cero. El problema para Charles Lee Ray, el prófugo asesino en serie que tomó el cuerpo de Chucky en la primera película, es haberse convertido en una parodia: es más un perverso polimorfo enojado en un enterito de bebé que el asesino terrible que solía ser. Solo puede acceder al mundo humano en base a sus consumidores, los niños, que lo cagan a palos, lo alimentan con comidas invisibles y lo llenan de mocos.

Chucky es un producto enajenado que evadió la cadena de mando. Representa el excedente de la producción y la cultura, el excremento debajo de la alfombra de las familias puritanas yanquis que aparece cuando los padres se van. Es la maniobra accidental que logra interrumpir, con un solo movimiento, la maquinaria productiva que no descansa nunca.