¿Sirve la contratapa de un libro para algo más que la repetición monótona de que se trata siempre del mejor libro posible? En el caso de La Serenidad (Entropía, 2014), Damián Ríos cuenta que esta nouvelle —además de tener «un ritmo trepidante» y un lenguaje «plástico y armonioso»— surgió como una «feliz discusión» del autor, Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974), con «los modos de novelar el presente».

Pero antes de la cuestión del tiempo: el espacio. ¿Quiénes son y dónde están los personajes de La Serenidad? Son y están en una zona de categorías arquetípicas o «abstractas», gracias a la cual no demandan (ni parecen en condiciones de dar) mayor detalle sobre sus motivaciones, deseos o conflictos. La Serenidad, entonces, resuelve la cuestión de «novelar el presente» con un estilo narrativo parecido al closed caption.

El protagonista se llama El Protagonista, es hijo de La Madre y El Padre, y padece un déficit amoroso o erótico —no está claro con pulsiones tan abstractas— por culpa de un Gran Otro (y por esto va a enfrentar La Gran Parábola de Su Vida y merodear la breve fiesta de El Filósofo de Toda Una Generación). Y, ahora sí, respecto al tiempo: «El Protagonista había perdido el registro de Lo Histórico hacía rato». No está mal para la abulia de El Protagonista, aunque resulte la clase de enigma que tampoco despierta la curiosidad del lector.

Serenidad ante las cosas y apertura al misterio, como dijo en un discurso Martin Heidegger. ¿Con qué intenta jugar Iosi Havilio al escribir La Serenidad? Probablemente con los legítimos problemas que plantean «un buen libro, poemas serios, modernos de verdad, una novela posta, inglesa, americana», como dice El Protagonista. Sin dudas, una noble preocupación de la aristocracia de los sensibles, los considerados y los valientes. Pero, en tal caso, incluso mediante el mismo énfasis en lo vanguardístico, Pablo Katchadjian lo hizo mejor. Y no porque lo hubiera hecho antes, sino porque evita la aburrida y serena neutralidad del tiempo y el espacio en la que se empantana Havilio.

Lo «trepidante» —que significa temblar pero también vacilar— está a la vista, y Havilio sin dudas puede resolver las cuestiones formales del lenguaje con elasticidad y armonía. Pero, ¿dónde quedó esa «feliz discusión» que menciona Ríos sobre «los modos de novelar el presente»? En su desvarío —que incluye la reproducción de cuadros y gráficos astrológicos, por suerte también breve—, El Protagonista parece dar una pista sincera: «Nada de lo que había ocurrido había ocurrido, ninguna palabra había sido verdaderamente pronunciada»//////PACO