Aparecida es el título del nuevo libro de Marta Dillon publicado por Sudamericana. La escritora, periodista y activista fundó la revista feminista Las 12, suplemento de Página 12, y también la revista Soy, suplemento del mismo diario, que milita a favor de los derechos de LGBTI. Marta Dillon es en sí misma su propio CV. Su madre, Marta Taboada, fue secuestrada la noche del 28 de octubre de 1976. La pequeña Marta tenía 10 años. Eran las dos y media de la mañana cuando Susi, la chica que las cuidaba mientras su madre no estaba, entró corriendo a su habitación y le dijo “quedate quieta que entró la cana. El negro está herido, tu mamá está bien, acordate que la gorda se llama Porcel”. Pasarían 35 años hasta que se encontraran los restos de Marta Taboada. Este encuentro es la excusa de Aparecida, una crónica autobiográfica donde la autora narra su infancia, su casamiento con la cineasta Albertina Carri y la vida que ambas llevan como madre de Furio.

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Marta Dillon se posiciona como una víctima pese a que su vida adulta es rica en afectos y oportunidades.

Desde el título, la novela Aparecida nos anuncia el fin de una búsqueda. La razón de este fin puede resultar antierótica y aburrida. Durante los 35 años que su madre permaneció desaparecida Marta Dillon se formó como militante, como periodista, como hija de desaparecida. Pero ya no lo es más. La autora parece preguntarse por esto, por la decepción del deseo cumplido, al mirar los huesos encontrados de su madre y plantearse qué hacer. Se queja de haber deseado tanto su cajita feliz de huesos que ahora que la tiene no sabe qué hacer con ella. Hay una relación, un gancho entre la opacidad de la aparición, un fin de fiesta que Dillon parece anticipar. En un momento del libro se nombra la figura de un Líder. Este Líder es aquel que reivindicó los derechos de los desaparecidos y descolgó los cuadros de los responsables. Es llamativo el título de Líder y la ausencia del nombre de Néstor Kirchner. En muchos pasajes del libro el vocabulario utilizado recuerda a las traducciones españolas; una referencia al comienzo sobre cómo Albertina sabe moverse por Europa da la impresión de que el libro también estuviera pensado para la exportación directa de relatos de derechos humanos. Desde ahí se resignifica la palabra Líder, que suena a figura mítica, capaz de trasladarnos a otro mundo, más como aparece en los Simpson, que al proceso social que durante décadas empujó la decisión política que Kirchner tomó en su rol de Presidente de la Nación.

Marta Dillon elige contar la historia de Aparecida a modo de crónica. Este estilo, más propio de una nota de diario que de una novela, hace del libro una confusa y desordenada historia, más parecida a una charla con amigas que al carácter de “investigativo” con el que es anunciado. Los saltos temporales no colaboran con el suspenso ni logran sostener en todo momento la trama, sino que dan la impresión de estar escritos en el orden en que fueron llegando a la mente. Este estilo a mano alzada se sirve de descripciones ambientales que deberían funcionar como analogías de los sentimientos que la protagonista estaba sintiendo cuando los hechos que cuenta tuvieron lugar, pero muchas veces se tornan en descripciones innecesarias, que generan opacidad en la lectura. La protagonista es una mujer privilegiada en una sociedad avanzada que expresa su insatisfacción con enojos, fastidio y exceso de alcohol, pero que no logra ponerlo en palabras ni llega a preguntarse en voz alta el por qué de esto. La historia violenta de la muerte de su madre y la batalla política que ha llevado adelante han marcado su vida y la han comandado, dando la impresión de que no puede salirse de ese lugar.

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La impresión es que el libro también está pensado para la exportación directa de relatos de derechos humanos.

Marta Dillon se posiciona como una víctima pese a que su vida adulta es rica en afectos y oportunidades. Durante su adolescencia se recluyó en H.I.J.O.S. y se fue descubriendo a partir del contacto con otros que habían padecido su misma historia. La voz narradora carece de contrapeso y por esta razón puede resultar difícil empatizar. En las casi 200 páginas apenas podemos encontrar algunos renglones que se preguntan por el rol de la madre y su responsabilidad en el riesgo corrido y el eventual abandono de sus hijos. Mientras Marta tenía 10 años, sus tres hermanos menores apenas recuerdan a su madre. El rol del padre se torna fundamental en la trama ya que es el único que discute la historia de Dillon. De manera unívoca el libro busca adherentes que no antepongan ningún pero. Es el padre de Dillon quien cuestiona el lugar de la madre guerrillera, el lugar de exposición de la familia y, de alguna manera, el lado irracional de las acciones que llevaron a esta madre a separarse de sus cuatro hijos. Uno de los hijos, Santiago, dice “no avalar los métodos de los militares, pero tampoco los de mamá”. La dificultad central del libro y la “oportunidad perdida” se deben a que Marta Dillon no busca analizar la historia que le tocó vivir sino enfatizar cuál es su visión sobre esta historia, desmereciendo incluso las posiciones cercanas que la contradicen. En definitiva, nos encontramos con una novela con poco valor investigativo, una crónica que se torna personalísima y que está dirigida a un pequeño grupo social que no busca discutir el rol de la guerrilla en nuestro país. A casi 10 años de que se anularan los indultos que Menem otorgó a los militares, Dillon esquiva la posibilidad de elaborar una relectura de su historia repitiendo en todo momento los lugares ya comunes de quienes ahora, por un cambio en la historia y en la sociedad, han aparecido//////PACO