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Por Mavrakis

I
Lo que hay de autodestructivo en el espíritu del ecologista convencido no empieza en el intento de abordar un barco petrolero ruso en medio del Ártico —esta sería una misión complicada para the expendables— sino en la idea de que el principal adversario del sano equilibrio natural de un ecosistema —cualquier ecosistema— es la Humanidad. ¿Cuáles son, al final de la verborrea ecologista, los factores capaces de alterar, dañar y finalmente destruir a la Naturaleza? Básicamente la sustentabilidad, la proliferación y el desarrollo de la Humanidad. Por lo tanto, lo que hay de autodestructivo en el espíritu del ecologista convencido no empieza en el intento de abordar un barco petrolero ruso en medio del Ártico. En realidad, ahí es donde termina. La batalla romántica de los ambientalistas contra el dominio y el progreso de la Humanidad termina ahí.

Al margen, ¿hay ambientalistas en Rumania? Como sea, un poco más triste que las batallas de los humanos contra la Humanidad son los éxitos del cliché a lo largo de las batallas contra el cliché. Para alguien con un mínimo de mundanidad, Camila Speziale, por ejemplo, es un cliché. ¿Cuántas chicas de 21 años con una cámara analógica de fotos al cuello y con inquietudes socioambientales y con demasiado amor de mamá y papá por delante para pensar en un futuro propio conocí yo mismo? Mi propio Twitter es un largo muestrario de cientos de Camilas [i]. En mi experiencia, a un cliché por el estilo no se lo evita. Al contrario, se lo invita. Por ejemplo, a tomar el té. A una exposición de fotos en blanco y negro (los tonos de la sensibilidad miserabilista par excellence). Al cine, incluso, siempre y cuando se trate de algún bodrio hecho lejos de Hollywood. Y entonces las cosas suelen resolverse nueve de cada diez veces con naturalidad porque la naturaleza del cliché —¿hay clichés en Rumania?— es la previsibilidad absoluta.

En esencia, la Humanidad también tiende al cliché. Aquella sugerencia de Dios, dividid y multiplicaos, no tuvo modificaciones como programa humano de sustentabilidad, desarrollo y proliferación. En los términos de la propia Camila Speziale, con su gramática lastimada por la comida vegetariana que accedió a darle el sistema penitenciario ruso: «Yo estoy adentro pero todavía las perforaciones de petróleo siguen». Sí, la Humanidad persiste [ii].

II
La Humanidad es previsible —y la puntualidad es el placer de los aburridos, dicen en Rumania—, incluso cuando se trata de pegarle una mirada a las subjetividades de sus pequeños grupos disidentes ante la naturaleza de la Humanidad. Y la Naturaleza también persiste. Desde los años cincuenta del siglo pasado hay novelistas como J. G. Ballard imaginando que el mundo se hunde, se quema y se congela. Pero la Naturaleza persiste y como el papel higiénico más rústico posible —este es un viejo chiste rumano— no parece aceptar mierda de nadie. A veces, ni siquiera de los propios ambientalistas y conservacionistas. ¿Steve Irwin? ¿Alguien se acuerda de Steve Irwin? Era australiano y tenía un apodo: cazador de cocodrilos. Para los canales de cable de espíritu ambientalista, donde Steve aparecía persiguiendo y toqueteando cocodrilos, era un buen apodo. Pero entre los animales no lo hizo nada popular y por eso un día, mientras Steve hacía su trabajo, un animal lo mató. El video está en YouTube.

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Antes de morirse, Steve Irwin fundó un zoológico en Australia. David Styles, por ejemplo, es un criador de tigres que trabajaba en ese zoológico. No de los criadores que disparan un dardo tranquilizante antes de entrar a la jaula para imponer la distancia que corresponde a la evolución de las especies, sino uno de esos susurradores [iii] que llevan mamaderas para bebés hasta las fauces de los tigres y los alimentan con sensibilidad desde que nacen hasta que están suficientemente entrenados para entretener [iv]. Hace unos días, delante de unas cincuenta personas, uno de los tigres a los que David Styles había cuidado y entrenado lo atacó. Le mordió el cuello: «Prior to the attack, the trainer had been patting and playing with the tiger».

Probablemente no resulta natural para un tigre alimentarse con una mamadera y uno ya puede imaginar que este pensamiento atravesará varias veces la conciencia —si el cuello que sostiene su cabeza no se termina de morir antes— de David Styles mientras se alimenta desde ahora con sondas. ¿Cuál es el error? ¿El zoológico es un entretenimiento brutal y anacrónico? ¿Los tigres estarían mejor en su hábitat natural? ¿Los tigres estarían mejor como alfombras de lujo ante chimeneas de lujo? Creo que es la idea de una cohabitación armoniosa entre la Humanidad y la Naturaleza la que suena algo desafinada en todo esto. Finalmente, como siempre, la idea estúpida de la igualdad. Entre hombres y mujeres, blancos y negros, animales y humanos. Hollywood, en cambio —¿qué cine se disfruta en Rumania?—, se rige con comisiones más institucionalizadas.

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La American Humane Association (AHA) se fundó en 1887 y su misión es proteger a los menores de edad y a los animales. ¿Es lo mismo para la conciencia de ciertos ambientalistas y conservacionistas un menor de edad y un animal? Si alguna vez conocieron a una maestra jardinera —en Rumania dicen que son las más sexualmente activas de las profesionales de la pedagogía— la respuesta es evidente. (Mientras tenía un cuello entero entre su cabeza y su torso, por ejemplo, David Styles paseaba entre los tigres con mamaderas y no con una escopeta automática calibre doce setenta). El negocio actual de la AHA es certificar que en las películas no se dañen animales ni menores. Eso se traduce en un sello que al final de la película dice No Animals Were Harmed. En los últimos tiempos, sin embargo, la AHA ha estado en la mira de los conservacionistas —y de los conservacionistas de ciertas productoras de Hollywood ante otras productoras de la competencia— bajo la sospecha de que no siempre su certificación del cuidado de animalitos y de la buena conciencia se cumple en serio [v]. En realidad, según The Hollywood Reporter, la AHA tiende a facilitar los medios para ocultar cuando algún animalito se muere durante algún rodaje.

Al tigre de la película Life of Pi [vi], por ejemplo, lo sacaron del agua con una cuerda medio ahogado. Docenas de animales marinos murieron también durante explosiones submarinas en las películas Pirates of the Caribbean y en The Hobbit se murieron muchas cabras y ovejas por deshidratación. En una película de Bradley Cooper, alguien del equipo de filmación aplastó por accidente a una ardilla. Una lectura más precisa de la tarea de la AHA —que hasta en Rumania podrían contemplar— es que su loable misión no consiste en impedir que los animales mueran al servicio de Hollywood —o al servicio del entretenimiento global de millones de personas, para ponerlo en términos más justos— sino que mueran inútilmente al servicio de Hollywood. El derroche del recurso, en tal caso, consistiría no en matar algunos agentes de la Naturaleza —¿algunos peces, algunas cabras, algunas ovejas, un tigre?— sino en errar en el objetivo superior que es el entretenimiento de la Humanidad. Un colectivo al que, por su persistencia existencial en el cliché de la vida, toda forma de distracción temporal ayuda bastante.

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III
Ese es el pecado de Olivia Opre. Treinta y seis años, madre, cazadora, Miss Nebraska, taxidermista y presentadora de televisión. En el historial de cacería de Olivia hay leones, osos y rinocerontes. Como toda mujer, se toma el asesinato en serio: no solo caza con armas de fuego, también parece ser muy diestra con el arco y la flecha [vii]. A priori, Olivia Opre no se llevaría nada bien con Camila Speziale. Imaginen que, a pesar de la diferencia de edad y perspectivas sobre el mundo, las dos coincidieran por un rato en la misma fiesta. Una estaría pensando en su cámara de fotos y en qué escala de grises podría servir para sentimentalizar mejor —es decir, peor— la cruel vulnerabilidad de los seres que habitan esta Tierra dominada por la crueldad humana. La otra, al hablar de su gusto por la caza, diría esto: «I enjoy the challenge. I enjoy knowing the prize I’m going after is out there and the excitement that goes along with pursuing it. You feel so much respect when you walk up on an animal you have taken. You feel a connection to the animal, a very strong connection». Los cazadores en la sala sabrán cuál de estas dos presas es la más valiosa.

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La perspectiva de Olivia no se opone a la Naturaleza. Al contrario, ella explica que muchos de los grandes inversores en conservadurismo son cazadores. Ellos son los que necesitan que haya animales y ecosistemas en condiciones para cazarlos. ¿Por qué no financiar su placer? Los rastreadores y los que seccionan a los animales muertos —dice Olivia—  también participan de esa economía. No se trata de conmoverse por la economía regional de algunos africanos —en Rumania no hay nada de eso— sino de la construcción cuidadosa de un placer. «I see myself as the most important conservationist there is. Hunters put back so much into the world’s great wildlife and make sure future generations can experience what our forefathers experienced».

El pecado de Olivia, sin embargo, es que nadie más que ella disfruta la cacería. De acuerdo a su propia visión de las cosas, Olivia ya hizo por la Naturaleza mucho más de lo que hará en la suya Camila Speziale. Pero la Humanidad tampoco se lo perdona. No al menos la parte de la Humanidad que la empezó a perseguir, torturar y condenar en Facebook, una red con 1.500 millones de usuarios, cotización en NASDAQ e ingresos por 5.000 millones de dólares. Ya lo lamentó el escribano que conoció a Bartleby: Oh, la Humanidad. Personalmente, solo voy a decir: Miss Nebraska, bienvenida al verdadero lado salvaje.

A mí, en realidad, la única muerte animal que logró conmoverme en los últimos tiempos fue la del perro Brian Griffin. Era un liberal en el sentido norteamericano, era alcohólico y era escritor. La vez que usó los ejemplares de su única novela escrita hizo una especie de cucha y Stewie lo vio y le dijo: «Veo que has construido algo en base a la mediocridad». La suya fue una muerte natural en un sentido muy propio de la Humanidad: Brian murió porque podía ser asesinado. Nada más que por eso. Para afinar algún rating, tal vez, pero ni siquiera. Es la pregunta banal que se hace cualquiera que alguna vez haya matado a un animal simplemente porque podía hacerlo: ¿y por qué no? Vladimir Nabokov lo hizo con la madre de Lolita. ¿Y por qué no con Brian Griffin? La Naturaleza tampoco se habría opuesto porque es la primera en saber que inevitablemente las cosas siempre tienen que morir. Así que el perro Brian Griffin se murió. No es una muerte subversiva ni contracultural. Es la muerte tal y como se la aprecia en Rumania: sangrienta, azarosa y sin sentido ////PACO


[i] Estoy seguro de que ella también inserta palabras en inglés en el diálogo coloquial. Estoy seguro de que dice, por ejemplo: «Prefiero Oui-Oui antes que Tea Connection porque el ambiente es más nice y el diseño del menú es menos crappy«.

[ii] Sobre todo en Rusia, for Christ’s sake.

[iii] ¿Cuándo se vengarán los perros de ese mexicano repugnante que domestica animales en la televisión a cambio de una green card?

[iv] ¿Qué filósofo dijo que un zoológico es el lugar al que van los animales que no sirven para trabajar ni para ser comidos?

[v] Si al final de The Expendables 3 me dijeran que murió algún pajarito en medio de las explosiones, no me importaría. Pero a mí los pajaritos no me gustan porque hacen ruido. Si al final de The Expendables 3 me dijeran, además, que tres dobles de riesgo se murieron, trataría de averiguar si también hacían ruido.

[vi] A Camila esa película debe gustarle porque seguramente la puede emocionar.

[vii] Si todavía existieran las cacerías de indios, ella estaría ahí. Una anécdota, tal vez falsa: cuando Joe Martínez de Hoz se enteró de la toma del poder por parte del Proceso, dicen que estaba en un safari en África.