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Carlos Schilling y sus experimentos con seres humanos

 

Bastará googlear “Experimentos con seres humanos” para encontrar un sinfín de fotografías y artículos macabros. Y a priori, se podría tener cierta reserva a leer un libro titulado de esa forma y cuya primera línea es: “Cuando tenía 13 años me gustaba dibujar cruces esvásticas en los cuadernos borradores.” Sin embargo, como muchas primeras impresiones, esta también será engañosa.

Carlos Schilling (Sunchales, 1965) es poeta, licenciado en filosofía y editor del suplemento de cultura de La Voz del Interior. Ha publicado tanto su prosa como su poesía, entre sus libros podemos mencionar Mujeres que nunca me amaron (2007) o Confesiones Impersonales (2010). No por nada es interesante mencionar su biografía, la historia de los hermanos Staub puede ser relacionada aunque sea un poco la coyuntura personal del señor Schilling. Lucas y Claus Staub son descendientes de un linaje de ingenieros que viven en un pueblo muy pequeño en Córdoba. Su historia personal esta signada por la lectura de Sherlock Holmes, la llegada al hombre a la luna, sus ancestros alemanes y por una fascinación particular por el Nacionalsocialismo.

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Otra cosa que no es lo que parece es el libro en sí: lo que desprevenidamente se lee con una novela, en realidad es un conjunto de relatos, cuentos que comparten personajes, que dialogan entre sí, con capítulos que no van a ningún lado, como callejones. Y es que en ese sentido Experimentos con seres humanos es como un laberinto, los interrogantes se abren pero jamás son resueltos.

Son moneda corriente los cambios de tiempo, escenario y narrador sin previo aviso. Las peripecias de cuatro generaciones Staub son narradas, formando un árbol genealógico frondoso irrelevante quizás para quien busque una trama, interesante para quien crea que la manzana no cae muy lejos de dicho árbol.

A una multiplicidad de voces narradores le corresponden una multiplicidad de tonos: se intercalan el humor (muy presente), la filosofía, la lógica, el misterio, lo científico. Todos juntos forman un texto inclasificable, tan extraño como los miembros de la familia Staub pero que aleja cualquier inquietud que producida por la línea inaugural.

Desde Córdoba y correo electrónico mediante, Carlos Schilling nos habló de este y sus otros trabajos.

¿Qué inquietud apareció primero, la filosofía o la escritura? Y dentro de la escritura,¿la prosa o la poesía? ¿En cuál te sentís más cómodo?

Cuando era chico me subía a un árbol y pensaba. Pensaba en la muerte. Mejor dicho: en una solución mental contra la muerte. No era un pensamiento triste sino feliz, porque de hecho yo encontraba una solución. Un solución verbal. El conjuro contra la muerte estaba en las palabras que me decía a mí mismo: yo, yo, yo. Y razonaba: si borro el pueblo, si borro el árbol, incluso si borro mi cuerpo, ese yo sigue siendo un yo posible, el yo de todos los que pueden decir yo. En mi lógica infantil, deducía que la muerte iba a mantenerse en suspenso mientras alguien pudiera pronunciar la palabra “yo”. Pero para responderte de forma concreta y en términos cronológicos, empecé a escribir una novela a los 12 años y decidí que iba a estudiar filosofía en 5° año del colegio secundario, a los 17. Por lo general, escribo poesía como quien resuelve un crucigrama, Digo: me impongo restricciones formales que considero muy productivas. Esa especie de desafío intelectual me lleva a perder la cabeza durante horas. Es algo así como una inconsciencia inducida por exceso de conciencia. En cambio, en la prosa, raramente accedo a ese tipo de gracia creativa (me sucedió sólo en algunos relatos de Experimentos, pero creo que fue por razones más sentimentales que literarias). Escribir un relato, una novela o un ensayo suele ser un trabajo, terriblemente divertido la mayoría de las veces, claro, pero trabajo al fin.

¿Cómo llegó al periodismo y más específicamente al periodismo cultural?

Llegué por casualidad. Un editor del suplemento Cultura de La Voz del Interior, Alfredo Mathé, me invitó a través de Diego Tatián a escribir reseñas de libros en 1991. Con el tiempo, después de fracasar en dos intentos consecutivos para conseguir una beca de doctorado, decidí que se transformaría en mi trabajo, y aquí estoy firmando reseñas de libros y de películas, todas las semanas.

Desde tu rol de editor en La Voz, ¿Cómo ves la escena literaria y cultural en Córdoba? ¿Y la de Buenos Aires?

Espero no pecar de estúpido en esta respuesta. La verdad es que hago un ejercicio constante para no pensar en “escenas literarias y culturales” de ningún lado. Si bien en el trabajo periodístico es inevitable utilizar esos tópicos sociológicos y geográficos, siempre he sentido una fe ciega en la individualidad literaria, una individualidad que soy incapaz de definir pero de la que (como los creyentes más recalcitrantes) veo manifestaciones en todas partes. Lo que tiene de bueno la literatura comparada con las religiones monoteístas es que hay muchas individualidades, tantas y tan interesantes que uno tiende a agruparlas en conjuntos o a formar series con ellas. Así, podría dar para Córdoba un buen número de nombres que para mí son la escena (mi escena íntima como lector, no como periodista): Daniel Vera, Antonio Oviedo, Mary Calviño, Alejandro Schmidt, Silvio Mattoni, Carla Slek, Carlos Surghi, María del Carmen Marengo, entre tantos otros. Y, de Buenos Aires, muchísimos, Hugo Padeletti, Luis Tedesco, Daniel Samoilovich, Arturo Carrera, Alejandro Crotto, Walter Cassara, Tomás Maver, Osvaldo Bossi, Marcelo Damiani, sólo para nombrar los primeros que me vienen a la memoria.

¿Hay algún tipo de lector al que apuntes o te dirijas específicamente?

En algunos poemas, me dirijo específicamente a una lectora que tiene nombre y apellido, por supuesto, pero que prefiero mantener en secreto.

Hablando de Experimentos con seres humanos, uno de los hermanos protagonistas es licenciado en Filosofía y su tesis es sobre un supuesto nexo entre Hobbes y Sherlock Holmes. Relacionarlo con tu biografía es inevitable. ¿Cuánto tuyo hay en Claus o en Lucas Staub?

Creo que ese nexo existe: tanto Hobbes como Sherlock Holmes (o su creador, Arthur Conan Doyle) son filosóficamente empiristas y psicológicamente asociacionistas. No hay para ellos un corte entre lo que Descartes llamaba la res cogitans y la res extensa (la mente y la materia), de modo que el pensamiento y el espacio son continuos y regidos por leyes mecánicas, de allí que Holmes trace tantos planos: si tiene el itinerario, tiene el pensamiento del criminal . Dicho esto, Claus y Lucas son potenciaciones y extrañamientos de lo que yo supongo que soy como persona.

El libro abre más interrogantes de los que resuelve (se desliza una posible teoría sobre las muertes de los otros Staub, la desaparición de la prima jamás queda clara) y hace referencias a las novelas de detectives pero jamás llega a ser una. ¿En qué género entonces creés que se acomoda?

Experimentos con seres humanos no es una novela sino un conjunto de relatos. La pieza probatoria es “Intermedio Szondi” (que puede desprenderse del resto de las historias sin perder ni ganar nada). Esa estructura débil (que yo refuerzo con falsas simetrías y otro recursos más o menos formales) me permite avanzar con mucha más libertad en el interior de cada relato sin que importe demasiado cómo su desarrollo repercute en la totalidad del libro.

El humor está muy presente en todo el relato. ¿Qué es lo que te hace reír?¿Buscás un efecto humorístico siempre en tus novelas o simplemente es un recurso más?

Yo soy patético y trato de reírme de mí mismo, pero precisamente porque soy patético no siempre lo consigo. Ahora, en este momento de mi vida, estoy pasado por una fase de seriedad deplorable. Me digo: debería reírme. Pero es como si el destino, siempre irónico, me estuviera contando un chiste que ya escuché demasiadas veces.///PACO