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1- ¿Qué pasa cuando no se tiene un nombre? No como metáfora, sino de manera literal. ¿Qué pasa con el cuerpo, con las decisiones, con las relaciones, con la vida y con la muerte, la propia y la ajena; qué pasa con las elecciones cuando la propia identidad, la más básica, está en cuestión? 

2- ¿Quién fue (o quién es) Julio Ricardo Abad, El Bombo Ávalos, Bombo Abad o el Capitán Armando? 

3- En diciembre de 2003, al cumplirse diez años del Santiagueñazo, Luis Horacio Santucho, sobrino de Mario Roberto Santucho, presentó su libro Santiago en llamas. Del Santiagueñazo al Crimen de la Dársena (Ed. Nuestra América 2003). En esa presentación, en un momento dado, Luis Horacio Santucho dijo: “no es fácil llamarse Santucho, pesa mucho este apellido, hay que llevarlo con dignidad”.

4- En la página 12 de Bombo, el reaparecido, Mario Santucho escribe: “Existe un argumento más sórdido para tender un manto de olvido sobre el Bombo Ávalos. Me refiero a las sospechas sobre su colaboración con la dictadura. Los indicios no son concluyentes, provienen en su mayoría de torturadores o servicios de Inteligencia, pero un prejuicio implícito induce cierto razonamiento tal vez inconsciente: si hubo miembros de las clases medias y pudientes que se entregaron en cuerpo y alma al ideal colectivo, que por su convencimiento ideológico ocuparon lugares de dirección en las organizaciones revolucionarias, y aun así fueron quebrados por la tortura, ¿por qué alguien plebeyo y más bien inculto se inmolaría por la causa”? Palabra clave: sórdido. Pero, lo más importante, ¿de quién o quiénes sería ese “prejuicio implícito (…) tal vez inconsciente”, por el que un hombre de pueblo no puede abrazar una causa justa con mayor determinación que uno de los sectores medios? El autor no lo aclara y siembra la duda de si no es tan solo suyo. 

5- ¿Qué diferencia hay entre quebrarse y doblarse

6- Tema del traidor y del héroe, para variar...

7- Bombo, el reaparecido, de Mario Santucho, cuenta la historia de un santiagueño que fue guerrillero, perteneció al PRT y al ERP, tuvo su actividad destacada en los montes de la provincia de Tucumán, y al día de hoy no se sabe con certeza dónde está su cuerpo. Dicho de esta manera, el libro podría estar describiendo la vida de Mario Roberto Santucho. 

8- ¿Cómo se narra a un padre? 

9- Pese a llamarse Mario Antonio Santucho, el autor firma el libro como «Mario Santucho».

10- Una de las novedades que trae el libro es la figura del «reaparecido», ¿etapa superior del desaparecido? La contracara del desaparecido, hasta hoy, era el sobreviviente ¿Esto se altera con la figura del reaparecido? Muchas veces la figura del sobreviviente se construyó sobre el vacío de los que ya no están. Muchos hicieron de eso una causa de lucha. La lucha por la memoria. En los deudos, es claro y legítimo. En los no deudos, ¿lo es? Creo que sí. Pero, ¿y si eso implica prestigio y/o dinero? Ahí la cosa se pone más gris. Nunca simpaticé con los que hacen un modo económico de vida de su condición de sobrevivientes. Vivimos la época de las víctimas. Prefiero lo que hizo Vaca Narvaja: “bueno, muchachos, perdimos la guerra, me pongo una gomería”. Volver al trabajo, a la vida social. La contracara de eso podría ser Galimberti, que se dobló, y utilizando una base de contactos y experiencias de la etapa revolucionaria, se pasó al enemigo. Hay más matices: Bonasso se dedicó a escribir libros sobre los 70´s. Libros que, por otro lado, no son malos. Sin embargo hay un uso de la experiencia revolucionaria que me resulta un poco reprochable; construir la identidad propia, ya en democracia, en base a la etapa anterior, en la que mis amigos dejaron la vida. La otra cara podría ser la del pelado Gorriarán, que siguió haciendo exactamente lo mismo, lo único que sabía hacer. Lo que se dice morir con las botas puestas

11- De la profusa literatura donde se narra de distintas manera o en uno u otro sentido o forma la figura del desaparecido, este sea quizás uno de los libros más interesantes. El otro tal vez sea, por distintos motivos, el libro de cuentos 76, de Félix Bruzzone. Y no casualmente, los dos autores son hijos. HIJOS. Con puntitos o sin ellos, se me escapa, pero hijos. No podría ser de otra manera, parece. Modular la lengua de la memoria, intentar desacralizar el discurso de los derechos humanos, plantear temas espinosos como el de los militantes que colaboraron con la represión tras recibir tortura. Todo ese movimiento solo parece ser posible desde la autoridad moral que confiere un nombre, una genealogía, una o varias tragedias cargadas en la propia piel. Sin embargo, estos hombres y mujeres también son, además de hijos (al menos en el caso de Santucho lo es): padres, madres, esposos, entre otras identidades posibles, no solo hijos; de hecho el libro está dedicado a la familia del autor (esposa e hijo). Por lo que ya desde la dedicatoria hay un movimiento de intentar salir de la figura de hijo, una afirmación de su condición de padre y esposo, o sea de no hijo, o al menos de no solo hijo.

12- Mario Antonio Santucho, el escritor, tiene hoy cuarenta y cinco años. Su padre, Mario Roberto, fue asesinado y su cuerpo desaparecido el 19 de julio de 1976, a sus treinta y nueve. 

13- Todos los hijos de desaparecidos que conozco comparten, en sus ojos, una mirada muy particular, en todos los casos perturbada. Algunos, en esa mirada, denotan vacío, otros ambición; otros, en cambio, lucidez o bondad. Pero todos perturbación. Quizás la mirada perturbada es la mía al posarse sobre la de ellos, me doy cuenta ahora. 

14- “Las huellas físicas de la violencia se curan con pastillas o inyecciones; las marcas en la memoria no tienen fecha de vencimiento”. Dice el narrador de Bombo, el reaparecido, en la página 21.

15- ¿Es este libro una crónica, como en varios momentos del texto el narrador sugiere? ¿Es, como propone el narrador, un texto del non fiction, en la línea de Operación Masacre de Rodolfo Walsh? Podría ser, pero no. El narrador es un investigador obstinado, que va tras el dato, que se mueve de Santa Lucía, Tucumán, a González Catán, La Matanza; que habla por teléfono, manda mails, toca puertas, entrevista represores. Hay un motor muy potente en esa búsqueda, ese motor está relacionado con la identidad del que busca. También con la pasión política y con la curiosidad intelectual y literaria. Pero la potencia de ese motor de búsqueda es la identidad. En fin, en ese sentido, la labor investigativa es casi obsesiva. Sin embargo, si hubiera que, necesariamente, pensar el texto en relación a la obra de Walsh, estaría mucho más cerca de la Carta a Vicki; o hasta incluso a la Carta abierta a la junta militar que a Operación Masacre, a Quién mató a Rosendo o a El caso Satanowsky. Bombo, el reaparecido, como híbrido entre la novela de tesis y la novela familiar. En un punto, es el tipo de texto que, creo, Walsh, con algo de voluntarismo, cierta ingenuidad víctima del paradigma, y mucho perfume de época, planteaba como el futuro de la novela. Decía Walsh en una entrevista con Ricardo Piglia en 1970: Un periodista me preguntó por qué no había hecho una novela con eso, que era un tema formidable para una novela. Lo que evidentemente escondía la noción es que una novela con ese tema es mejor o es una categoría superior a la de una denuncia con este tema (…) la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, es decir, se sacraliza como arte. Por otro lado, el documento, el testimonio, admite cualquier grado de perfección, en la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas”. Ahora veamos qué escribía Ricardo Piglia sobre la escritura de Walsh: “Las dos poéticas de Walsh están unidas en un punto que sirve de eje a toda su obra: la investigación como uno de los modos básicos de darle forma al material narrativo. El desciframiento, la búsqueda de la verdad, el trabajo con el secreto, el rigor de la reconstrucción: los textos se arman sobre un enigma, un elemento desconocido que es la clave de la historia que se narra. Su ética del lenguaje y su conciencia del estilo lo acercan a las posiciones enunciadas por Bertolt Brecht en “Cinco dificultades para escribir la verdad”. Hay que tener, decía Brecht, el valor de escribirla, la perspicacia de descubrirla, el arte de hacerla manejable, la inteligencia de saber elegir a los destinatarios y la astucia de saber difundirla.” 

16- Este fragmento de Piglia podría servirnos para pensar el texto de Santucho.

17- “Otro compañero de generación, el Sapo Suárez, dice que el Bombo estudiaba la magia roja y negra. Que tenía libros sobre el tema. Los vio en la bolsita de lona donde llevaba los útiles de la escuela. Y considera que quizás haya sido por eso que los milicos nunca lo pudieron atrapar. Porque la magia enseña a desaparecer.”

18- No lo dije hasta ahora, pero el protagonista del libro no es una persona sino una ciudad, Santa Lucía, que queda en el sur de Tucumán, a unos cincuenta kilómetros de San Miguel, y en su ladera este se encuentra el cerro Aconquija, que sirvió de base física y espiritual para la experiencia guerrillera rural más determinada de la historia argentina. Allí el PRT-ERP instaló su Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”. El 20 de septiembre de 1974, unos cuarenta guerrilleros bajaron al pueblo desde el monte y además de recuperar algunas armas cortas de la comisaría liquidaron a dos pobladores vinculados al asesinato de dos luchadores populares. Uno de los guerrilleros, el que les indicó a los verdugos quiénes eran los que debían ser ajusticiados, estaba encapuchado. Ahora imaginemos a Mario Santucho, el autor, recorriendo el pueblo de Santa Lucía mientras construye este libro, caminando por esas calles, levantando polvo, entrando a bares, a casas, a oficinas públicas. Haciendo preguntas, conversando, tomando un mate dulcísimo y muy caliente, grabando voces con un celular, sacando fotos, mirando el Aconquija, mirándolo como descifrando, como si allí residiera algo que le pertenece y se le mantiene velado. 

18- En el libro figura esta escena entre el narrador y Juan Norry, el comisionado municipal del pueblo en 2016: “Respondeme la pregunta del millón: ¿quién era el encapuchado?”.

19- Otro textual: “Muchos años después, mientras me abría paso entre senderos selváticos ahora obstruidos por los cercamientos de empresas citrícolas, en busca de vestigios inexistentes de los campamentos guerrilleros que fueron devorados por la espesura, tuve la sensación de que algo había quedado: una idea, una marca, una herida”. El narrador habla sobre Santa Lucía; también sobre él mismo.

20- Una idea, una marca, una herida.

21- Muchas veces el Partido es la familia. 

22- El Bombo Ávalos fue yerno del Zurdo Ramón Rosa Jiménez, hachero y luchador popular, ícono del movimiento combativo tucumano que dio inicio a la experiencia erpiana en el monte. Jiménez, alias el zurdo, fue asesinado en una confusa pelea de ebrios de pueblo. Tiempo después sería vindicado por los guerrilleros en el episodio que mencioné antes. 

23- En la página 37, contando un hecho que sucedió en 1972 sobre la historia de un referente político del pueblo, se puede leer lo siguiente: “En la ruta lo cruzó la estanciera de un tal Manzur. También iban el comisario Correa y otro agente policial. Bajó la patota, lo hostigaron a Ramón, lo golpearon salvajemente, y lo tiraron a la selva moribundo.” No sabemos si ese “tal Manzur” que sugestivamente el narrador menciona apunta a decirnos algo sobre el presente. En todo caso, la forma de mencionar el episodio se presta a confusión o a broma interna.

24- Página 53: “Una pregunta resuena hace años en las universidades globales: ¿puede hablar el subalterno? La respuesta casi siempre emerge en el lenguaje de las armas.” Esta pregunta, enunciada con cierta pretensión es, sin embargo, vacía. ¿A cuáles “universidades globales” se refiere? ¿Sobre qué indagan y para quién lo hacen esas universidades? “¿Puede hablar el subalterno?”, se pregunta el narrador. Y me pregunto yo: ¿Qué corriente popular puede, a esta altura de la Historia, hacerse esa pregunta? Una mínima mirada sobre la historia de la humanidad bastaría para saber que lo que el narrador llama “el subalterno”, o sea el pueblo, habla. La pregunta pertinente creo yo debería, en todo caso, ser: “pueden los intelectuales liberales y neo-post-ex (elija el lector) marxistas escuchar a los pueblos cuando hablan?” Lo que parece es que no. Con respecto a la respuesta: “la respuesta casi siempre emerge en el lenguaje de las armas”, es al menos polémica. Muchas veces los pueblos, las clases subalternas (como gustan llamar en las universidades globales) o los oprimidos hablan y construyen proyectos políticos auténticos y vigorosos, sin necesidad de recurrir a las armas. Parece evidente que los pueblos, y en particular el nuestro, el pueblo argentino, utilizando el razonamiento básico y sabio de conseguir lo máximo dando lo menos posible, siempre ha preferido la paz a la guerra. Nuestro pueblo ha demostrado a lo largo de su historia no haber dejado nunca de resistir. Si tenemos en cuenta, solo por poner algunos ejemplos incompletos y arbitrarios, el poder de nuestras organizaciones obreras, nuestro sistema de seguridad social, o que la última dictadura acá duró siete años y en Brasil veintiuno. Y al mismo tiempo de su ininterrumpida resistencia, también pareció nuestro pueblo no obstinarse en causas que no se podían ganar, o que no visualizaban como propias, lo cual es absolutamente lógico. 

25- «El Teniente Armando era un muchacho flaco, morocho, de baja estatura, ojos negros y tenía un diente de oro.»

26- En varios fragmentos del libro se enuncian hipótesis políticas. El tono general de la voz narradora es de vocación crítica. Sin embargo, las hipótesis políticas más densas, acaso las más problemáticas, no están tan a la vista, no se nos ofrecen con tanta generosidad al debate. Esto, es importante decir, no creo que sea por mezquindad, más bien por cerrazón sobre algunas premisas aceptadas por la mayor parte de las corrientes progresistas. Se parte de ciertas bases axiomáticas de las que se presume hay una coincidencia plena en el universo de lectores. Pero, por citar un ejemplo, veamos lo siguiente, en la página 56 dice: “Transcurría 1973 y un Perón disminuido retornaba de su largo exilio, mientras el justicialismo arrasaba en las elecciones. Con la sospecha de que el revival y su propuesta de Pacto Social no iba a funcionar, aquellos jóvenes exploradores se internaron en el pedemonte del sur tucumano con la ilusión de sentar las bases de un territorio libre. Andaban un paso adelantado.” La supuesta disminución de Perón en qué se basa. ¿Se refiere a lo físico? Podría ser, ya era un hombre grande; pero si esa disminución se refiere a lo político: ¿cuál es el sustento? En el mismo párrafo reconoce que el peronismo “arrasaba” en las elecciones. Y esos “jóvenes exploradores”, en qué basaban su “sospecha” de que el gobierno de Perón fracasaría. De hecho, en términos de gestión de gobierno, el breve interregno donde el viejo líder gobernó por tercera vez su país fue altamente exitoso en cuanto a baja de la inflación, generación de riqueza, aumento del empleo y demás indicadores macroeconómicos. Pero más allá de esto, que es menos importante, la pregunta que no se hace el texto y que me parece más interesante debatir es ¿qué hacía pensar a esos jóvenes que tras dieciocho años de lucha, proscripciones, presos, fusilamientos, hostigamientos, etc, el pueblo argentino iba a querer que se instale una guerrilla rural que se levante en armas contra el gobierno por el que se luchó tanto? Eso no resulta cuestionado. La línea del PRT ante el nuevo momento político se encuentra en un documento del año 1973 dirigido al Presidente electo Héctor Cámpora, titulado “Por qué el ERP no dejará de combatir”. En ese documento puede rastrearse con bastante precisión el núcleo del equívoco argumentativo del que se desprenden luego las hipótesis políticas sobre las cuales se actuó. Creer que tiene sentido darle tregua al gobierno de Cámpora, respetando la voluntad popular, al mismo tiempo que se mantienen las acciones armadas contra las empresas y las fuerzas armadas es, en el mejor de los casos, ingenuo. El principal problema es que se pensaba la política en términos de guerra; en vez de pensar la guerra en términos políticos. El ERP declara darle tregua, o sea, abandonar la lucha armada contra el gobierno de Cámpora pero no contra las FFAA que son parte del Estado nacional y las empresas radicadas en el país. Esta visión admite el matiz de discernir la autonomía de las FFAA como actor político más allá de su función estatal específica; pero el mismo razonamiento falla, y no admite los matices y zonas porosas del devenir político; no se aplica esa lectura para entender del mismo modo el carácter de la confrontación en la que se está inmerso; al mismo tiempo, no se ve que después de casi veinte años se abría para el país un proceso político de apertura, donde, además, todas las fuerzas revolucionarias estaban en excelentes condiciones de acumular y construir poder: sobre la base de la consecuencia de su lucha contra Lanusse, sobre la base de su aguerrida militancia juvenil y obrera, y sobre la base de los enormes espacios que se abrían a partir de la posibilidad de acceder a lugares de conducción del Estado y gremios por el voto popular y por los acuerdos políticos con el peronismo. Solo para hacer un breve repaso: el Ministro del Interior y el jefe de la policía bonaerense eran el Bebe Righi y Lulio Troxler respectivamente. Los gobernadores de Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, Salta y Santa Cruz estaban alineados o cercanos políticamente a la tendencia revolucionaria del peronismo. De esta modo, el ERP en 1973 dice cosas como esta: “todo aquel que manifestándose parte del campo popular intente detener o desviar la lucha obrera y popular en sus distintas manifestaciones armadas y no armadas con el pretexto de la tregua y otras argumentaciones, debe ser considerado un agente del enemigo, traidor a la lucha popular, negociador de la sangre derramada”. Sobre la base de esta frase que es quizás la más rígida pero también la más transparente del texto citado, se construyen creo yo los equívocos subsidiarios que el texto de Santucho no pone en discusión. Aunque sí pretende hacerlo sobre temas pretendidamente candentes como el de la lucha armada. 

27- El libro está pensado con desparpajo, toca varios puntos sensibles, interesantes (como la violencia) y caros tanto a la historia personal y familiar del autor como a su universo de ideas. Pero lo que no quiere o, muy probablemente, no puede cuestionar el texto (aunque sea un intento comprometido y honesto) es la base y matriz filosófica de la visión sobre la que la izquierda argentina en todas sus vertientes (socialista, comunista, progresista, trotskista, autonomista, etc.) fracasa incansablemente desde tiempos ya remotos////PACO

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