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Todos hablan de García Márquez. Los que lo leyeron y lo disfrutaron se esfuerzan por demostrar ante hablantes y lectores de redes sociales cuánto lo van a extrañar, cuán importante era para ellos. Casi todos lo llaman “Gabo”, el apodo de amigos que en los últimos años fue apropiado por muchos que no lo son anteponiéndole el adjetivo “gran”. Casi como el muñeco parlante que sale en Los Simpsons. Los que disfrutaron su literatura sienten esa especie de vacío débil y efímero que se forma ante la muerte de alguien famoso, es decir, que conocíamos pero no nos conoce. Los que lucraron con su obra y su nombre convirtiéndose en cronistas lo lloran pensando en qué será de ellos sin la figura que les brindó prestigio internacional y respaldo financiero millonario.

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Las librerías argentinas explotaron con la noticia de su muerte. No fue igual con otros como Juan Gelman, que murió hace poco y muchos le dedicaron elegías e insultos a la muerte como entidad abstracta aunque la parca se lo llevó después de casi un siglo de vida, habiendo vivido plenamente, con todo el reconocimiento que merecía y mucho más. A pesar de que Página/12 casi le dedicó una edición, en la librería donde trabajo desde hace un año apenas si preguntaron por sus obras, sin precisar títulos, “algo de Gelman”, pedían, con timidez. Pero con GM al principio hubo un silencio y luego un estallido. Supe de la noticia porque llamó alguien al negocio. Ese mito de que los libreros aumentan los precios cuando un escritor muere no se aplica donde trabajo. Apenas si avisan lo que pasó para que entendamos si vienen a preguntar, o para que tengamos sus libros a mano.

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Desde este lunes, donde antes se pedía un libro de GM ahora se piden siete. Pero es importante aclarar que era un escritor muy leído ya desde antes. Recuerdo cuando me di cuenta que tenía la primera edición de “El otoño del patriarca”. Cien mil ejemplares. Hoy la primera edición de cualquier libro tiene como mucho tres mil. En el mercado del usado, sus libros no superan los 60 pesos. Reediciones permanentes y una altísima rotación hace que siempre hayan estado disponibles. Las copias nuevas que llegan desde la distribuidora también eran muy pedidas. No quedan dudas de que era un escritor verdaderamente popular, como quedan pocos, o casi ninguno.

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Los que se enojan con la idea de que los libros se vendan después de la muerte no entienden cómo funciona la cabeza de un lector. Una persona puede haber leído tres libros, trescientos o tres mil, sin embargo para todos los libros significan algo en la vida. Sobre todo para los que leyeron tres. Y la mayoría de los lectores de GM, por estadística, no leyeron muchos libros. Y probablemente los mejores libros que leyeron, los de mayor calidad, sean los de GM. Sin embargo, la mayoría lo leyó hace mucho. ¿Cuántos dirán “uh, se murió justo cuando estaba empezando a conocerlo”? Los que hoy salen a las librerías y preguntan por GM son aquellos que lo leyeron hace mucho tiempo y su muerte les recordó cuanto les había gustado. Y no piden cualquier libro, piden exactamente el que habían leído. Muchos cuentan que lo prestaron y no se los devolvieron, o lo perdieron en una mudanza, situaciones que cubren el 99% de las desapariciones de libros. Es más no sólo lo leyeron hace mucho tiempo, sino que lo leyeron cuando eran jóvenes. La mayoría de estos clientes que salen de la librería felices por haber comprado “Crónica de una muerte anunciada”, “El Coronel no tiene quien le escriba” o “Relato de un náufrago” superan los cuarenta años.

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No hay razones para que me caiga mal GM. Se hizo famoso por escribir libros, prácticamente inventó un género propio, vendió muy bien sus libros en Europa sin hacer demasiadas concesiones, disfrutó su fama y reconocimiento con plenitud, se abrazó con sus presidentes favoritos y hasta fue mensajero de Pablo Escobar para que el narco más simpático de Latinoamérica pueda comprar un misil. En esta oportuna columna de Alan Pauls, el escritor argentino hace un cruel retrato de su rol como docente y reduce sus exitosos libros a una fórmula simple. En la columna se adivina la envidia de Pauls y, sobre todo, prefiere decir todo esto después de que murió su objeto de crítica.

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Mientras que más o menos cualquier lector latinoamericano puede mencionar tres de sus libros, no pasa lo mismo con su producción periodística, ya material de estudio para los aspirantes a cronistas. GM creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) para aprovechar su expertise y el éxito de obras como “Noticia de un secuestro” y convertirlos no sólo en dinero, sino también en prestigio, viajes, alumnos en toda América y, sobre todo, evangelizar con su propio Frankestein en las redacciones hispanoparlantes. El resultado no es ni de cerca tan interesante como su literatura. Lo que quedó es una superabundancia de periodistas sin talento ni ideas que repiten los apuntes tomados en los meses de instrucción en la FNPI para instalarse a sí mismos como elegidos que ejercen el mejor tipo de periodismo posible, el único que se acerca a la verdad, el que sirve para contar cualquier cosa y que les permite investigar y desgrabar lo menos posible.

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A pesar de que el oportunismo y la sobreactuación en las redes sociales puede hacerle perder la paciencia a cualquiera, no me parece mal que la gente recuerde a un escritor que se murió y que leyeron con placer. Tal vez mi visión melancólica se relaciones con estos versos de Scott Weiland en la canción “Adhesive”:

The superheroes dyin’
All the children cryin’
Sell more records if I’m dead
Purple flowers once again
Hope it’s sooner hope it’s near
corporate records fiscal year

Acá el poeta habla de este fenómeno con dolor irónico. En él refleja su propia muerte, a la que en definitiva desea. GM murió en su cama, rodeado de seres queridos, ya viejo y enfermo, habiendo abandonado hace unos años la idea de escribir aunque cosechando todo lo logrado como gestor de su propia escuela de periodismo. Que el mercado aprovechará la notoriedad para reeditar sus obras es una de las mecánicas clásicas del capitalismo donde se mueve la producción de cultura, que los lectores recuerden su nombre y vayan a buscarlo de nuevo persiguiendo también la recuperación de su propia juventud es un proceso del sentir humano y se llama melancolía. Ambas son inevitables y hasta hermosas, a su modo. Nunca leí a GM, nada de lo que se diga a favor ni en contra de su obra logrará entusiasmarme tanto como para hacerlo, pero desde lejos veo con respeto este proceso donde los libros de un muerto son más leídos que los libros de los vivos que, incansablemente, intentan cualquier cosa, entregan cualquier cosa y escriben cualquier cosa con tal de tener un poco de eso que a GM le sobraba: lectores fieles, que lo buscan y lo quieren aún cuando no está más entre nosotros////PACO