Música


9 discos malos del rock argentino

Artistas reconocidos y aplaudidos. Compositores prestigiosos. Músicos que hicieron canciones nos acompañan desde siempre. Ellos también son seres humanos y cada tanto se mandan algún moco. Acá, una lista necesariamente incompleta y subjetiva de nueve discos malos de eso que llamamos «rock nacional». / Por el Colectivo Crítico Tía Bowie

Andrés Calamaro – El palacio de las floresPor Luis Andrade

“Corazón en Venta” es el puntapié inicial que pareciera ser un lado B de aquel disco Nadie sale vivo de aquí, quizás el único momento genuino, ya que el resto del disco es una mala mezcla entre el estilo de Nebbia y los versos “calamararescos”: 17 temas llenos de arreglos innecesarios, paredes de sintetizadores y pianos mal logrados. El palacio de las Flores, es un mal homenaje a la canción popular con entonación tanguera, cargado de versos optimistas y mediocres como “Miami” y “Ser Feliz”.
“Punto Argentino” es un himno a la argentinidad plagado de lugares comunes. “El compositor no se detiene” escrita a dúo con Nebbia es un martirio infantil a los vaivenes de la creatividad , “Patas de Rana”, una reivindicación cursi de sus adicciones («el paracaídas no se abrió/y hay que volar… ¡fatal! /lo que no encuentro/son mis alitas de ángel caído»). El Regreso a su país de origen, con el reconocimiento local que tanto reclamaba y sus buenos homenajes al folclore y al tango, quedaron atrás, dejando al Salmón en un letargo creativo y con un disco que solo pudo ser alentado por Litto Nebbia. producción para el olvido en la larga discografía de Andrés Calamaro que, por suerte para sus fans, se reivindicaría luego con La lengua Popular.

Charly García El aguante / Por Gabriel “Sugar” Bonetto

García era consciente de su debacle física y compositiva, entonces, no tuvo mejor idea que reeditar la idea del incomprendido. Ya lo había hecho, con el lanzamiento del aceptable La hija de la lágrima de 1994, presentado por él mismo como una obra conceptual que no llegó a ser entendida por el gran público. Para Wikipedia el concepto «Say No More» es: “grabar un disco directamente, sin un guión claro, ni una lista de temas específica. De este modo, se espera conseguir una mayor frescura a la «formateada» música actual.” El comienzo de esta época lleva una advertencia audaz en el arte de tapa: La vanguardia es así. A partir de ahí ya no es solo un incomprendido sino un ser supremo que no está a la altura del resto de mortales. Charly no claudicó, insistió con su concepción de avanzada y como si no bastara con Say no more de 1996 editó El Aguante dos años después. Diez temas, la mitad covers (está «Correte Bethoven», adaptación al castellano del clásico de Chuck Berry), la otra mitad, navegando entre viejos temas sustraídos a su pasado y apenas un consolable dúo con Sabina en «Tu arma en el sur». El Aguante es deslucido, conservador y engreído. El tema de difusión fue el que le dio nombre al disco. García balbucea «Y si no te gusta/Te podés matar/Este es el aguante/Este es mi lugar». Demasiado ego, demasiado triste.

Gustavo Cerati – Once episodios sinfónicos / Por Gabriel “Sugar” Bonetto

Los episodios sinfónicos no nacieron de la mente conceptual de Gustavo Cerati, más bien fueron un desprendimiento de los resabios de cuerdas que pasaron por Soda Stereo y de la insistencia de su entorno. Nada fue gratuito en la carrera de Cerati, por eso los arreglos sinfónicos descolocan. Once episodios sinfónicos no es un disco inescuchable, tiene algunos méritos que se oscurecen por suceder al excelente Bocanada. Ahí radica el problema. Los episodios terminan convirtiéndose en prescindibles, y esa palabra no podía entrar en la carrera artística del ex Soda. El otro inconveniente se desprende de la tapa: Cerati con un disfraz de principito barroco y afectado  incorpora se incorpora al clima soporífero de casi todos los temas. Las excepciones estarían en «Corazón delator» y en «Bocanada».  Se volvió común aburrirnos con las crueldades filarmónicas de Deep Purple o Metallica, y si bien las intenciones de Cerati no eran esas, pasan muy cerca. Nadie esperaba las vitaminas fiesteras de los ochenta, sin embargo, pero el otro extremo nos ubica en una butaca de pana como si estuviéramos en el lugar más incómodo del Colón.

Tan Biónica – Canciones Del Huracán /  Por Soledad Valdez

Canciones del Huracán es conocido como el primer trabajo de estudio de quienes en sus inicios no sabían si llamarse “Tan Electrónica” o “Biónica Electrónica”. Los catorce temas que lo forman no son nada comparados a “With Out You”, la canción que Nikki Sixx le dedicó a su amor semisintético. El incesante encuentro con lugares comunes, un varieté de drogas consumidas en el intento de ser cool y un escaso poder metafórico convierten al álbum en el coctel ideal para un suicidio de domingo.
Ni hablar del corte que los catapulto a la fama, “Arruinarse”. Al escucharlo parece que se sufre más por amor en las calles porteñas que en las frías camas guatemaltecas. Además, los intentos por darles tonos festivos entusiasman menos que un forzado hit de verano. Y cuando intentan endurecerse tipo macho alfa, como en “El huracán”, están más cerca de Las Divinas de Patito Feo, que de los pibes que van a la cancha. En otras palabras: las canciones del huracán tienen la misma intensidad que una brisa matutina de invierno. Y provocan las mismas sensaciones molestas.

Catupecu Machu – Simetría de Moebius / Por Soledad Valdez

Cerca del final de la primera década del siglo XXI, la banda liderada por Fernando Ruiz Díaz lanzó su quinto trabajo de estudio, Simetría de Moebius. El disco parece haber sido escrito/producido/masterizado durante una rehabilitación en una clínica psiquiátrica. Los colores melódicos-sintéticos-oscuros mal compatibilizados y ajenos a la estética de la banda, lo hacen poco digerible. A los hechos, la meseta creativa le valió la salida de Javier Herrlein y el cambio de manager. Los cincuenta minutos del álbum, dan a entender que fue todo producto de una depresión vivida desde abril hasta septiembre. Desde el inicio, un ángel enfermo y confuso despliega sus alas en un vuelo turbio. Y el alter ego… grito alud que se pretende generar es tan solo un suspiro de aguanieve. La decepción resulta grande y dura hasta el final. No hay cierre enérgico y brillante porque regeneran el vibrante tema “Batalla” y lo convierten en una tregua sonora. Si en la versión original, F.R.D. parece que va a resetear y arremeter contra todo, en esta provoca la sensación de estar sedado deambulando por un neurosiquiátrico. Y lamentablemente sigue así cuando todo termina en una abstracción olvidable.

Miranda! – Es Imposible! / Por Belén Russomanno

¿El álbum blando de Miranda? Nos tenían acostumbrados a un frenético viva la pepa y, de repente, en 2009 cayeron con Es imposible!, una increíble acumulación de temas desabridos. En Miranda uno busca un show desaforado de androginia, dress code flúo y gente con acné comiendo chupetines bolita. En lugar de eso, esta vez recibimos canciones muy lentas, ningún hitazo y pocas líneas memorables. Abandonaron lo que mejor sabían hacer, narrar diálogos hilarantes en base a ritmos lúdicos y pegadizos, y pasaron a hilvanar unidades con poco power. Ale Sergi es «EL» cantante del fracaso amoroso, un compositor ocurrente, creador de imágenes de mucha verosimilitud, pero Es imposible! parece un disco hecho con fiaca. La canción «El showcito», excepción del disco, merece un aparte. ¿Cómo fue que esta canción pasó desapercibida? ¿Por qué nunca nadie habló de ella, para bien o para mal? Es la única que pone en juego las situaciones Miranda que a todos nos encantan: “Bailame un poquito que yo miro calladito / Montame un showcito tuyo y de tu vestidito  / Cuéntame el cuentito de tu dulce bomboncito / Al que le saco el papelito con mi boca suavecito”. El tema funcionó como las cenizas esparcidas, la señal de que no todo estaba perdido. En 2011, llegó el fénix de alas grandes y lo llamaron Magistral. Pero con Es imposible! a Miranda se le ablandó la pija. Y la sensación fue de desilusión general. Pero, a veces, cuando el otro no alcanza las expectativas, solo queda soltar un suspiro comprensivo, ser paciente y disimular. Está todo bien, Miranda, le pasa a cualquiera.

Fito Páez – Naturaleza sangre /Por Juan Terranova

Desde el título, la idea es volver a las fuentes, a lo primitivo, a lo esencial; invocar la fuerza perdida. “Estoy más simple” dijo Páez. Tenía razón. Naturaleza sangre no es un disco sofisticado. Melodías pop de guitarras ecualizadas sin paciencia, mucho 4/4, mucho amor de cafetín. ¿Le perdonamos los yeites, hacernos pivotear entre Rosario y Nueva York, el saqueo descarado a los Beatles? La vocación por nutrir nuestro abundante cancionero-falopa-argento-sensiblero, la inclusión desapegada del comentario coyuntural (“dos torres cayeron, lo siento por ti”) y otros recursos conocidos siguen en el centro de su música. Sin embargo, Páez copiando mal a Páez resulta ya demasiado. El primer corte, “Nuevo”, sinécdoque del disco, no puede ser más previsible y plano. ¿Hay o no hay algo nuevo? ¿“Dos pibes haciendo el amor”? Obviamente si estás borracho podés cantar a coro “no creo en casi nada que no salga del corazón” y olvidarte de que es una doble negación. Pero Naturaleza sangre, pese a su positividad estilo Villa Gessel en temporada alta, pese a sus momentos pegadizos, pese a su invocación de lo genuino, es un refrito de otros discos de Páez que fueron y son mejores. Alguien tendría que haberle avisado que el Bicentenario es menos ingenuo que el alfonsinismo. Así, lo que antes regalaba frescura ahora suena remanido, lo que antes pasaba por innovador ahora se percibe como desgastado. Con Naturaleza sangre, Páez entra a la fiesta de disfraces del kirchnersimo con la cara del boludo alegre que dice “vengo disfrazado de yo mismo” y enseguida empieza a contar anécdotas que ya conocemos. Los fans lo seguirán escuchando. Hay valor en eso. Pero todo ocurre más cerca de la diálisis que de la transfusión, confirmando que esa sangre mide alto el colesterol malo y hoy no sirve ni para hacer morcillas.

Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota – Último Bondi A FinisterrePor Sergio Massarotto

Sacando lo pícaro del primer tema y el hit «Gualicho», el disco exuda un mal uso de la electrónica. A medio camino entre el buen Luzbelito (1996) y Momo Sampler (2000), este disco se va tornando aburrido a medida que pasan las canciones con una lógica descendente. La monotonía de un ritmo electrónico densísimo y un tempo similar de principio a fin hacen que el resto de las canciones parezcan extensiones de los arreglos del primer tema desarrollados con desgano. Las letras, por su parte, se tornan una repetición intencionada de la metáfora oscura ricotera y las melodías una voluntad de dar miedo que ya perdió su gracia, como un tío que insiste en asustarnos con sus colmillos de vampiro falsos cuando ya salimos de la adolescencia. Entre lo triste y soporífero.

Almendra – El Valle InteriorPor Sergio Massarotto

Disco surgido de la reunión de Almendra a finales de los 70 y principios de los 80. (Reunión para hacer guita, lo cual no condenamos en absoluto, solo que no se dudaría en hablar mal de ella sino fuera Spinetta el que está en el medio). Almendra era una banda con un rock fresco y variado. En este disco se convierte en una excusa más del para entonces eutanásico rock progresivo adosado a un poco de funk sesudo. Arreglos hiperdifíciles, letras con voluntad de hermetismo, voces nasales y con objetivos de llanto contenido que además se imitan entre sí. El hombre viejo que siente que al llegar a los treinta merece convertirse en un pelotudo que sobreactúa la seriedad y el lugar del padre de familia. Imaginamos a Spinetta o Del Guercio diciendo “che, pará un poco; están los nenes”.///PACO