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Entre los hilos de la realidad, envuelta en la trama celeste, existe una dimensión donde Hermes Binner fue presidente. Todos los que lo vimos gobernar sabemos que si en 2011 hubiese ganado las elecciones argentinas el país sería completamente diferente. Pero aunque fue el único que hizo frente a la política más poderosa desde Juan Domingo Perón, en esta realidad no consiguió más que un pequeño segundo lugar. Para la mayoría, Binner no es más que un eco, un recuerdo vago de un tiempo que él no protagonizó.

Logró lo que parecía imposible: convertirse, en 2007, en el primer gobernador socialista y el primer líder del socialismo en muchas décadas, tal vez desde la muerte de Oscar Alende. No fue suficiente para los que pedíamos más, para los que rogábamos por un milagro, pero no fue magia porque queda claro que en la política hay de todo menos magia. Sin embargo, nos dejó un poco más que eso. Binner es, desde ahora, un símbolo, una leyenda oral que recorrerá las pampas gringas, la vara con la que se midan, por mucho tiempo, a sus sucesores y a sus pares.

Falleció el ex gobernador de Santa Fe Hermes Binner | Hermes ...

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En estos años llevé conmigo muchas historias sobre Hermes Binner. Anécdotas que vi, oí y viví, de lejos y de cerca. Una de las que más me gusta pasó en la campaña de 2007, cuando competía contra Rafael Bielsa por la gobernación de Santa Fe. El PJ santafesino había organizado una movida contra él, un libro llamado “La familia socialista”, un par de cientos de páginas de operaciones de mala calidad que fueron presentadas en un teatro de la ciudad de Santa Fe. Los periodistas santafesinos acudieron esperando un cóctel repleto de las figuras de segundo orden del peronismo local. Pero hubo un asistente inesperado. Hermes Binner llegó con una comitiva muy pequeña a la presentación. Las cámaras, mcirófonos y grabadores se concentraron en él. Descarnadamente incrédulos, obviando todo decoro, le preguntaban: “¿por qué vino?”. Binner, con una sonrisa, dijo: “Me dijeron que este libro habla de mí. Quería saber qué dice”. Se sentó en una de las filas del medio y escuchó atentamente la presentación, sin sacarle los ojos a los panelistas que, con visibles nervios, agradecieron su presencia. Al final, se levantó, compró el libro y se fue. Ante un micrófono aseguró que se iba a su casa a leerlo.

Una semana antes de ganar esas elecciones, el diario donde yo trabajaba pactó una exclusiva. Mi editor, muy generosamente, me encargó a mí y a una compañera, los minions que escribíamos todos los días sobre política, para que hagamos la entrevista. Era un momento importante. El diario lo había apoyado desde que era intendente de Rosario, y esa exclusiva fue un gesto que luego de ganar se traduciría en pauta y favores. También era la oportunidad de lucirme ante él y su gente. Preparamos exhaustivas preguntas que tocaron todos los temas de la campaña, inclusive aquellos que eran incómodos. Cuando le pregunté sobre sus planes para la Secretaría de Cultura, me dijo que había que alentar la producción de libros. “Cómo puede ser que ya no exista algo como la Editorial Claridad”. Con esa frase terminó de seducirme. Imaginé una provincia donde los libros fueran una política de Estado, donde la literatura se publicara y se distribuyera profusamente, donde todos los escritores santafesinos tuvieran la posibilidad de publicar. Pero lo que más me gustó de esa entrevista fue el momento en que Binner y su comitiva llegaron al diario. Recuerdo que en la mesa de entrada trabajaba una señora que estaría en sus cincuentas, muy coqueta, con su permanente y sus aros, con un trajecito ajustado y una sonrisa. Era soltera o viuda. Y siempre estaba atenta a los hombres que llegaban. Binner entró al diario por la puerta principal, vestido con un traje azul y una corbata roja que le quedaban pintados. Yo justo estaba en la otra puerta y vi la escena. Como un Don Draper flaco y un poco ajado, mofletudo pero sin perder ni un poco de elegancia, caminó a la mesa de entrada y saludó a la señora. Ella, nerviosa, le dijo “Buenas tardes…. Gobernador”, y largó una carcajada de nervios. Él sonrió y dijo: “No todavía”.

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En 2009 yo estaba cubriendo Agroactiva, una exposición del mercado agropecuario que concentra a la agroindustria de varias provincias y se hace todos los años cerca de Rosario. Es común que asistan políticos de todos los colores a mostrarse frente a chacareros e industriales, paseen por los pasillos que exhiben máquinas plateadas, verdes y rojas, y con grandes sonrisas se saquen fotos y hagan declaraciones a radios pequeñas y periódicos regionales. Cuando Binner caminaba, una multitud de periodistas lo seguía atropellándose como en un sketch de televisión. Yo era uno de ellos. Íbamos por uno de los senderos de barro y vimos como, por la calle transversal, venían caminando Francisco de Narváez y Felipe Solá, en aquellos tiempos aliados contra Néstor Kirchner en unas elecciones históricas. Los periodistas veíamos que Binner y el dúo del peronismo opositor se iban a encontrar y no tendrían más remedio que saludarse. Cuando Binner los vio, alzó los brazos buscando un abrazo. Ambos referentes se acercaron, pero sólo uno consiguió la atención de Binner. “¡Felipe!”, dijo el gobernador. “¡Hermes, qué gusto!”, respondió Solá, visiblemente feliz, que se adelantó unos pasos. El actual canciller de Alberto Fernández no tuvo empacho en dejar atrás a su aliado, que se quedó quieto a un costado esperando su turno para saludar al socialista. Pero eso nunca pasó. Binner se involucró en una animada charla con Felipe Solá, y caminaron juntos unos metros recordando otros momentos donde se habían encontrado a lo largo de su vida y prometiéndose “un café” en las próximas horas. De Narváez, que disfrutaba de una popularidad mediática única en su historia, que había vencido en elecciones al ex presidente Kirchner, pasó como una vaca por la ruta, completamente ignorado.

La tercera que quería contar acá fue en 2012, Trabajé unos meses con la diputada Alicia Siciliani, mano derecha de Binner, y frecuenté un búnker que tuvo en calle Esmeralda. Había pasado la gobernación, las elecciones 2011, y el socialista intentaba construir lo que se llamó el Frente Amplio Porgresista (FAP) junto a un puñado de referentes de lo más diversos, desde el desagradable Luis Juez hasta Victoria Donda y Claudio Lozano. Con mis amigos broméabamos y decíamos que son “monotributistas” de la política, tipos que le facturan a uno y a otro sin distinción de color o ideología. Binner, no contento con haber hecho historia en Santa Fe, quería hacer historia en Argentina y buscar una oportunidad en 2015, aunque muy mal acompañado. Era un hombre con mucha fe en el diálogo, el acuerdo, la concertación, la articulación de políticas e ideas; siempre se sintió cómodo en ese lugar, siempre fue un maestro del acuerdo y la concertación. Sin embargo, esa vez pude ver de cerca que ya no era tan así. Y fui protagonista privilegiado de ese momento.

Noticias | Hermes Binner: "No soy acartonado"

Recuerdo que yo estaba en una sala donde había varias computadoras. Escribía un mail que, si mal no recuerdo, era para una periodista de TN. Frente mío había una chica, no recuerdo quién era o qué hacía, sólo que siempre estaba en esa sala. Imprimía cosas. No me hablaba. Era un viernes a la tarde y en el búnker ya no quedaba nadie más que nosotros dos y los líderes del FAP reunidos en una sala aparte, donde hablaban sobre no se qué cosa. Era muy rara esa soledad en ese lugar. Había una reunión importante pero, sin embargo, no estaban los asistentes, los secretarios ni los compañeros de bancada, ni los aliados políticos. Sólo ellos, los jefes, en una sala, y yo y la chica que imprimía frenéticamente cosas que para mí eran desconocidas. Empecé a escuchar gritos en la sala de reuniones del FAP. Pude escuchar la voz de Vicky Donda y un entrecortado discurso en cordobés, claramente de Luis Juez. Otras voces se sumaban, a los gritos también. Así fue por unos minutos. Entonces, por la puerta de la sala donde yo estaba, veo pasar la figura cansina y encorvada de Hermes Binner. Lo vi caminar a la cocina, poner la pava a calentar, sacar una taza, poner adentro un sobrecito de té y esperar. Lo vi mirar fijamente la pava unos largos segundos. Después se fue a otra sala y lo perdí de vista. Yo no quería llamar la atención y seguí escribiendo. La chica que estaba en la sala se levantó y se fue hacia otro lado. Quedé solo. Entonces escucho una voz muy conocida. Me doy vuelta y veo a Binner parado en la puerta, con una taza de té en la mano, los ojos cansados y una media sonrisa. Una sombra amarga caía sobre él. “Qué difícil que es hacer un FAP”, me dijo, mirándome, mientras atrás se escuchaban más gritos sordos. Hablamos un poco. Le recordé que una vez yo lo había entrevistado y él me había dicho: “No hay lugar para una tercera fuerza en la Argentina”. Me dijo que seguía siendo así. Después de esa conversación supe que su proyecto ya no tenía futuro. En diciembre me desvinculé de común acuerdo con la diputada Siciliani. A ella no le gustaba que yo no quiera ser su mayordomo y me limite a mis tareas de asesor de prensa. A mi no me gustaba que me pague una miseria y que no tuviera ni un poco de ambición más que disfrutar de la comodidad de su despacho. Cuando me fui, me reemplazaron por un rosarino inútil que nunca hizo nada que valga la pena destacar.

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Estas historias son apenas algunas de las que puedo contar. No hablan de su gobierno, ni de sus ideas, ni de la capacidad que lo transformó en una inspiración para quienes lo siguieron. No revelan prácticamente nada de lo que fue Hermes Binner para todos los que confiamos en él ni para los que vivieron en la provincia imaginada que él hizo realidad. No hablan de la cruel lucha contra quienes gobiernan hoy la provincia de Santa Fe, que hicieron todo lo posible para impedir que concrete las obras que proyectó, que presionaron intendentes para que le impidan llevar agua potable a pequeños pueblos, que llamaron “maquetas” a los hospitales donde hoy se atienden los pacientes de COVID-19 y son ejemplo en Argentina. No dicen mucho de las decisiones difíciles que debió tomar, ni de los enormes problemas estructurales que resolvió exitosamente; ni del desdén, la incomprensión y la pereza de muchos de los que lo acompañaron. No dicen nada de la esperanza que repartió con su sonrisa, sus acciones y sus palabras a quienes supieron escucharlo. La muerte no sólo se lleva a las personas, también se lleva la memoria y las energías. Tal vez todo eso que faltó acá sea tarea para otro día, otros artículos, otros lugares.

Hoy, cuando me enteré de su muerte, terminé de trabajar y me fui a dormir la siesta. Una canción llegó sin llamarla a mi cabeza, y soñé con esa melodía y esa letra. Me desperté y la puse en el teléfono mientras me volví a vestir. Tal vez estos versos digan algo de él, porque, según me enteré después de escucharla, el poeta los escribió para alguien que admiraba y había muerto hacía muy poco. Vayan para vos, Hermes, donde quiera que estés.

It’s a story of a man

Who works as hard as he can

Just to be a man who stands on his own

But the book always burns

As the story takes it turn

An leaves a broken man

If you could only live my life

You could see the difference you make to me

So fine – Duff McKagan