////

A fines de 1983 Raúl Alfonsín, que se preparaba para asumir la presidencia de la Nación, convocó a Juan Vital Sourrouille a integrar su gabinete. Para el Ministerio de Economía ya había designado al economista radical Bernardo Grinspun y a Sourrouille, que no venía de la UCR, le tocó en suerte la Secretaría de Planificación, de reciente creación. Allí desembarcó con un reducido equipo de colaboradores entre los que destacaban José Luis Machinea, Mario Brodersohn y Adolfo Canitrot. Fue este último quien sumó al staff al sociólogo Juan Carlos Torre con la idea de diseñar planes adecuados para una sociedad que había cambiado demasiado rápido desde los años 70.

Torre rondaba en ese entonces los 40 y había vuelto al país en 1982 luego de pasar varios años en universidades de Inglaterra y Francia. Lo suyo eran los estudios sociales, pero convencido por Canitrot, viejo amigo del Instituto Di Tella, y entusiasmado con la reconstrucción democrática que prometía el alfonsinismo, dejó todo y se sumó a la política. Torre procuró, sin embargo, preservar del mundo de la acción una ínfima porción de su vida de investigador y para ello decidió llevar un registro diario de lo observado en la función pública. Ese registro, a veces grabado oralmente, a veces escrito, más algunas cartas de la época dirigidas a su hermana, se edita ahora, cuatro décadas después, como Diario de una temporada en el quinto piso. En su conjunto el libro es un descenso en tiempo real a los infiernos de la planificación económica y la impiedad de las internas gubernamentales en la Argentina, narrado con la mirada asombrada y crítica del intelectual outsider en un tono al principio sutilmente demoliberal que, con la acumulación de frustraciones, se vuelve descarnadamente antiperonista hacia el final.

Una certeza se instala desde el primer momento entre Sourrouille y su gente: la crisis económica heredada de la dictadura militar es casi terminal pero los radicales, con Alfonsín a la cabeza y mareados por el éxito electoral, no parecen siquiera capaces de percatarse de la situación. Mucho menos de solucionarla. Entran a sucederse y amontonarse, a partir de entonces, una serie de conflictos entre los “tecnócratas” de Sourrouille y los “políticos” de la Coordinadora, con un Grinspun que, a medio camino entre ambos, le vende humo a su amigo el presidente a la vez que se lanza con temeridad a operaciones políticas de alta escala. Torre pinta un gobierno atrapado desde el momento inicial entre la expectativa social por las promesas electorales, las justas demandas sectoriales postergadas por años, el llano forzado del partido militar y los límites de un sistema económico retrasado y asediado por la inflación y la deuda externa.

Respecto del último punto y su posible resolución negociada con el Fondo Monetario Internacional, entre Sourrouille y Grinspun se produce un cortocircuito que se proyecta, encarnado en otros personajes, hasta nuestros días. El primero propugna el establecimiento de un plan técnico de ajuste acordado con el organismo y su consiguiente ejecución, mientras que el entonces ministro de economía, desatendiendo los gélidos números, apuesta a una mirada política por parte del Fondo. Eso desata la perplejidad de los “tecnócratas”. A fines de abril de 1984, Canitrot le dice a Torre: “Grinspun espera que prevalezca un enfoque político de la deuda externa y que el gobierno norteamericano apriete a las autoridades del Fondo para que nos den aval. Yo no sé qué pensar”. Y más adelante concluye que “ni el presidente, ni el partido, ni el país están preparados para lo que viene”.

Planteado el antagonismo, la lucha entre ambos bandos va recrudeciendo y Sourrouille, aliado con la realidad económica, despliega una larga operación de desgaste sobre la figura de Grinspun, a la que se suman y se bajan alternativamente miembros del gobierno como Caputo o Nosiglia. El embate culmina con la caída del ministro y el encumbramiento de Sourrouille en su cartera en febrero de 1985. Es entonces cuando el equipo ganador se instala propiamente en las oficinas del quinto piso del Ministerio de Economía. Desde allí lanzan un paquete de medidas híbrido, conjunción de ortodoxia y heterodoxia: el Plan Austral. Su éxito es casi inmediato y les garantiza a los de Sourrouille acceso privilegiado al dubitativo Alfonsín y ascendente sobre el resto de los ministerios.

Sin embargo, las mieles de esa victoria resultan efímeras, pronto los problemas se acrecientan de forma abrumadora y la incapacidad del gobierno se vuelve endémica. El 1 de julio de 1987 Torre anota: “A partir de ahora voy a continuar este registro con una lapicera y papel. Grabar, esto es, escucharme hablar en voz alta, se ha vuelto psicológicamente cada vez más difícil. La desazón que me produce nuestra experiencia en el Quinto Piso se refleja en el tono lúgubre de mi voz, que me resulta insoportable”.

La serie The Americans, emitida entre 2013 y 2018, recorría la carrera de una pareja de espías rusos infiltrados en Washington bajo la fachada de un matrimonio norteamericano común y corriente. En cada capítulo Elizabeth y Philip Jennings arriesgaban su vida física, mental y emotiva para favorecer el triunfo de la Unión Soviética en la Guerra Fría a finales de los años 80. Lo notable de la historia es que la lucha, las misiones y las peripecias de la pareja eran perfectamente vanas e inútiles desde el punto de vista del espectador, que ya sabía por contexto histórico del colapso del sistema comunista ruso apenas unos años más tarde del presente de la ficción. La lectura del Diario… de Torre produce idéntica sensación: uno ya sabe que al final fracasan, que el éxito del Plan Austral será breve, que el “tercer movimiento histórico” no habrá de ser, que Cafiero no será el presidente que todos creen, y que al Plan Primavera y al gobierno de Alfonsín se los va a devorar la hiperinflación. Pero como en la serie de los espías rusos, nada de eso, sin embargo, obstaculiza la lectura ni el interés en los sucesos que narra el sociólogo. Por un lado, resulta innegable que cierto morbo por ver las preliminares de una debacle ya conocida acompaña al lector desde el momento cero del recorrido, pero también puede que el deseo de acceder a la intimidad de una crisis económica del pasado resida en la inquietante certeza de que sucesos de características similares acompañan nuestra vida nacional de modo cíclico, especialmente en el presente.

Entonces, mientras el alfonsinismo naufraga, el ánimo de Torre se desploma. El 11 de agosto de 1988 consigna: “Este es un gobierno que sólo puede gobernar por obra y arte de gestos plebiscitarios contundentes: la paz con Chile, el juicio a las Juntas, el Plan Austral. Cuando la magia de esos gestos se disuelve en el aire todo cambia”. El pesimismo va in crescendo, el 13 de agosto escribe: “nos deslizamos hacia esa guerra civil de baja intensidad que ha sido el rasgo dominante de nuestra vida pública por muchos años”. Finalmente el 2 de septiembre anota: “Hoy me aceptaron la renuncia”. Hemos arado en el mar. 

Pero no todo en el registro de ese largo proceso de deterioro conlleva morbosidad. Las páginas de Torre sufriendo y observando las desventuras del Quinto Piso no son solo la colección de rencillas internas y desesperadas observaciones que se podría suponer. En ellas también abunda la reflexión serena y fundada acerca de cuestiones como la naturaleza y el carácter de la sociedad argentina, de cuestiones como los pliegues, dificultades y complejidades de la tarea política (algo que hoy, a fuerza de “descastar”, muchos se esfuerzan por minimizar y vilipendiar), y de cuestiones como los modos y los métodos en que se construye y sostiene un liderazgo político. Las cartas a la hermana, en especial, son excusa para interpretaciones muchas veces polémicas acerca de la historia cercana. En una de ellas, por ejemplo, Torre arriesga una lectura acerca de la Guerra de Malvinas, la derrota y la vuelta de la democracia. Contra la intelligentzia vernácula, que desde siempre celebró la derrota bélica de la Nación ante el poderío británico como el puente hacia el fin de la dictadura y el retorno democrático, el autor sostiene: “Aunque prevenida, esa opinión pública dio su apoyo a la gesta militar, sobre todo luego de ser convocada por el gobierno, poniendo fin a su cerrada negativa a un diálogo con los partidos, y también por la extensión de esa convocatoria a los mismos sindicalistas que había ordenado apalear pocos días antes. Nadie retaceó respaldo y todos lo hicieron persuadidos de que la ocupación de Malvinas, al reivindicar a las fuerzas armadas, prometía acelerar el proceso de normalización institucional. Los laureles a conquistar en las islas australes, junto con los otros recogidos en la lucha contra la guerrilla, venían a dar a los militares la posibilidad de una retirada honorable”. 

El 2 de abril de 2022, justamente, en un homenaje a excombatientes de Malvinas en el Congreso con motivo de los 40 años de la gesta, Cristina Kirchner le recomendó a Sergio Massa el libro de Torre haciendo mención a su “extraordinaria actualidad”. Massa, hoy superministro de economía, prometió leerlo. Para Cristina, como para Cicerón, la historia es maestra de la vida. El Diario de una temporada en el quinto piso, en ese sentido, tiene mucho para enseñar. En otro texto, fallido pero famoso, en el que la indignación ante el gobierno de Luis Napoleón pudo más que su capacidad de análisis, Karl Marx postuló que la historia sucede dos veces, primero como tragedia y después como farsa. La sola enumeración de las crisis argentinas alcanzaría para refutar esa ley: la historia sucede mucho más de una vez y su forma es cada vez más trágica. De aquellos polvos, estos lodos. Quiera Dios que logremos aprender y esta vez el ciclo se interrumpa////PACO

Si llegaste hasta acá esperamos que te haya gustado lo que leíste. A diferencia de los grandes medios, en #PACO apostamos por mantenernos independientes. No recibimos dinero ni publicidad de ninguna organización pública o privada. Nuestra única fuente de ingresos son ustedes, los lectores. Este es nuestro modelo. Si querés apoyarnos, te invitamos a suscribirte con la opción que más te convenga. Poco para vos, mucho para nosotros.