Hay dos clases de ciclistas: los que andamos en bicicleta y no pretendemos cambiar el mundo, los que forman parte del movimiento denominado Masa Crítica. Los Masa Crítica pertenecen a una movida que nació hace 20 años en San Francisco, que consiste en juntarse el primer viernes de cada mes a las 5.30 pm en una plaza y todos juntos salir a pedalear. Se juntan en masa (o se amasan, como le gusta decir a la versión local) para, entre todos, bloquear el tránsito y poder andar por las calles tranquilos. Argumentan que es por seguridad, porque mil bicicletas pueden más que un auto, y, cuando los apurás un poquito, te echan en cara que ellos no interrumpen el tránsito porque ellos son el tránsito.

En Buenos Aires, Masa Crítica existe hace cuatro años y se juntan el primer domingo de cada mes a las 16 en el Obelisco, o las noches de luna llena a partir de las 21. Como toda moda, al principio eran pocos, pero últimamente están teniendo una convocatoria de alrededor de 4.000 bicicletas por domingo. Es una locura que 4000 personas lleguen a congregarse por el simple boca-en-boca nada más que para pedalear. El circuito se sabe donde empieza pero jamás dónde termina. Una de sus principales características es que no hay un recorrido pre-fijado: todo se va dando sobre la marcha. Así como tampoco hay un cabecilla que responda por la organización: “Masa Crítica no tiene líderes”, se jactan, como si eso les otorgara una especie de halo celestial que los resguardara de todo mal. “No estamos contaminados por ninguna ideología -parecen decir- lo nuestro es genuino, es real, nadie nos mete ideas en la cabeza, nadie nos obliga a estar acá. Sólo queremos andar en bicicleta por la ciudad sin que nadie nos moleste porque nacimos para pedalear”. A grandes rasgos, esa podría ser la carta de presentación de un miembro de Masa Crítica.

Una sola vez participé de una de estas bicicleteadas masivas, más por curiosidad que por ganas de formar parte de una movida que expulsa más de lo que contiene. Como dije al principio, me gusta andar en bicicleta, la uso como medio de transporte para ir al trabajo y con fines recreativos, pero no me gusta ese sentimiento de superioridad que se genera cuando miles de palermitanos se congregan para “ganarle la calle a los autos”. El mecanismo es el siguiente: todas las bicis ruedan sin parar por avenidas y calles angostas, mientras algunos voluntarios se encargan de obstruir las laterales para que los autos no puedan pasar y así la Masa Crítica puede “fluir”. Desconfío profundamente de las personas que hacen del verbo fluir un modo de vida, me parecen sujetos atrapados en su individualidad, incapaces de identificar que su fluir trae consecuencias. Piensan que fluir es dejar que la vida pase y los sorprenda, pero en realidad hay situaciones en las que con fluir y nada más no alcanza. Hay que asumir responsabilidades y siempre hay un otro que puede verse perjudicado con el fluir despreocupado de los demás. El fluir muchas veces se confunde con la búsqueda a toda costa del propio beneficio. Es un poco lo que pasa con Masa Crítica, que fluyendo se olvidan de que forman parte de una sociedad estructurada en base a reglas (en este caso, de tránsito) que nos alcanzan a todos.

Esos “tapones” que se organizan para que la masa pueda seguir su marcha duran entre 15 y 20 minutos, y la cantidad de bicicletas amontonadas que pedalean es un sinfín proyectado en el horizonte. A lo largo de más de 10 cuadras, en cada intersección, los automovilistas, peatones, colectiveros y todo aquel que no tiene la dicha de fluir sobre dos ruedas un domingo a la tarde, se ve realmente imposibilitado de continuar con sus quehaceres mundanos. Dejan de fluir a costa de que otros fluyan libremente. Hay situaciones en las que más de un automovilista tuvo ganas de fluirle una piña al ciclista hasta convertirlo en bicivolador, hinchado las pelotas de que le fluyan todo el tiempo en la cara. Pero también vi fluir con muy mala vibra (otra de las palabras que me hacen desconfiar inmediatamente del emisor) a los voluntarios que llevan adelante el “tapón” de las calles. No son respetuosos, no piden disculpas por interrumpir el tránsito arbitrariamente porque -de nuevo- ellos son el transito, y encaran de muy mala manera a quienes están en todo su derecho de querer cruzar la calle (porque el semáforo así lo indica) y no pueden. Acá no hay un problema de intereses, directamente hay un avasallamiento sobre las normas de tránsito de quienes se creen con más derecho a fluir que los demás porque van sobre un medio de transporte que no contamina y es saludable.

Ahí radica el que tal vez sea el principio fundamental que aúna a los fans de Masa Crítica, el que los hace sentirse superiores e invencibles: “¿Por qué nos critican si lo único que queremos es promover la vida sana y una ciudad libre de smog?”. Casi todos los que participan decoran sus bicicletas con un cartelito que reza algo así como “Un auto menos” y se encabronan contra los automovilistas porque no entienden un precepto tan básico. De hecho, en la web de Masa Crítica San Francisco, una de las cosas que listan dentro los DO’s & DON’T’s es “no pienses que sos moralmente superior sólo porque estás en bicicleta (volverás a viajar en auto muy pronto)”, pero parece que pocos le hacen caso. Debe ser la ausencia de líderes lo que lleva a los locales a fluir de manera heterodoxa.

Como los activistas de Greenpeace, los Masa Crítica terminan envueltos en situaciones engorrosas de las que no salen bien parados. En el caso de los primeros, hay una buena porción de la sociedad que les reclama coherencia y conciencia latinoamericana, sobre todo cuando defienden una causa como la ecología que es más una problemática de los países centrales que de esta región, que todavía tiene que resolver problemas estructurales como la pobreza y el desempleo, antes de ponerse a pensar en una especie exótica de calamares que las generaciones futuras nunca conocerán. En el caso de Masa Crítica, cuando fueron noticia porque un taxista se violentó porque no lo dejaban pasar y se llevó puesto a uno sacando chispas con la bici que arrastró algunos metros, los que tuvieron que salir a explicar quiénes eran y en qué se basaban para ocupar las calles de esa manera fueron los niños mimados del gomín. El tachero tendrá que cumplir su pena por el delito que cometió, todavía sigue siendo ilegal atropellar a alguien. Pero a los pibes de Masa Crítica ¿quién les explica que fluyendo no se entiende la gente?