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El pasado 29 de junio Motherboard.vice.com publicó un breve artículo firmado por Sophie Weiner cuyo título dice casi todo “Why Google’s Neural Networks Look Like They’re on Acid.” Lo que no dice el título está en las imágenes que se proveen. Para precisiones técnicas, copio el primer párrafo: “Hace poco, una misteriosa foto apareció en Reddit exhibiendo un monstruoso mutante: una criatura multi-cabeza que parecía una babosa cubierta con caras de animales derretidas. Pronto el origen de la imagen fue revelado en el blog del Google research team. Resultó que esta imagen del más allá era, de hecho, inhumana, el producto de una red neuronal artificial creada para reconocer imágenes. Y parecía que la red estaba drogada.”

Weiner explica que las “artificial neural networks” (ANNs) son computadores diseñadas para simular el cerebro humano y existen desde los años 50s, pero insiste en que los recientes avances sobre “image recognition” resultan sorprendentes. Las ANNs funcionan pasando información de una “neurona” digital a otra y esto le daría la facultad de aprender. Digamos que sí una de esas máquinas ve cien fotos de perros, empieza a “entender”, de forma visual, lo que es un perro. La imagen del mutante se generó pidiéndole a esa máquina que leyera y reemplazar por formas similares lo que iba viendo. O sea, que interpretara imágenes desconocidas. El resultado de la fragmentación sigue siendo un misterio incluso para los mismos ingenieros de Google. La prensa especializada, que funciona siempre en una misma dirección, empezó a hablar de ácidos, psicotrópicos, LSD y hongos. De un misterio hecho de logaritmos pasamos a un misterio más cercano y recreativo, la metáfora química. El artista digital Larry Carlson podría ser otra cita inevitable pero Weiner va a lo seguro y habla de los momentos más ingenuos, o las lecturas más superficiales, de Vincent Van Gogh.

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Dicho esto, las imágenes me sorprenden pero no por las relaciones que hace Sophie Weiner. Las computadoras finalmente están hechas por hombres y, como quedó claro en el cine y los libros del siglo XX, pueden imitarlo, incluso en sus vicios más conspicuos como la crueldad o la indiferencia, pero también en el arte doméstico o sublime de leer mal y producir resultados atractivos. Un motor exigido al máximo cuyos pistones se funden no desentonaría en una galería artística y podría ser fácilmente leído como símbolo de una sociedad tecnificada que se transforma en otra cosa cuando ya no puede más y satura. (Sabemos que el acero vencido por el calor y la fricción toma formas orgánicas.) Por eso creo que la relación inmediata de estas imágenes con las drogas no es equivoca, pero sí incompleta. Hay en esas pinturas digitales algo más que una computadora adicta a mirar, intoxicada con millones de pixeles.

El 7 de julio, en otro artículo de Motherboard.vice.com, Jason Koebler encontraba la reacción humana al algoritmo lisérgico. Su artículo se titula “What Computers Dream of When They Look at Porn.” La frase clave, que le resta peso a la tecnología, habla de un uso que conocemos: “Recientemente Google presentó su red neuronal artificial de identificación de imágenes a las masas de Internet, y, como era previsible, Internet decidió muy rápido transformala en porno psicodélico para robots (to turn it into psychedelic porn for robots.)”

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¿Para robot o hecho por robots o ambos? ¿Sorpresa o causalidad? El doctor Freud lo habría anticipado con solo mirar un ábaco. Mientras la primera nota de Sophie Weiner se pierde intentando dar precisiones sobre la serotonina y el funcionamiento del cerebro, Koebler es eficiente. Lo transcribo: “El programa DeepDream de Google alimenta con fotos su sistema de reconocimiento de imágenes y las lleva así a su versión más extrema. La red separa pequeñas porciones de una imagen y las somete al sistema, exagerando pequeñas características. (…) Esto genera un loop de retroalimentación que exagera o lee significados en los detalles.”

Uno de los investigadores de Google, citado por Koebler, es incluso más simple y directo: “Si una nube se parece a un pájaro, la red va a hacer que se parezca más a un pájaro. La red reconocerá el ave con más definición en el próximo paso y así sucesivamente, hasta que aparezca un pájaro muy detallado, como si hubiera surgido de la nada.”

Hay menos inteligencia, entonces, que artificialidad. Y ya la modernidad nos dio lecciones muy claras sobre fantasmas y repetición. Sin embargo, Internet, que somos todos nosotros, acerca la novedad. La inclusión de los cuerpos humanos retratados en el acople genital como insumo de esta maquinaria digital nos ofrece un arte sino revelador al menos conspicuo y hasta emotivo.

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Volvemos a las drogas y también a los recuerdos de los pringosos experimentos lingüísticos de William Burroughs y su no tan pobre realización fílmica a manos de David Cronenberg. También podemos incluir en la lista de antecedentes la escena de los dinosaurios en el bar de Fear and Loathing in Las Vegas. El catálogo se expandiría con facilidad pero siempre dependiente de los psicofármacos. Me autoimpongo el desafío de salirme de esa serie. La clave, entiendo, está antes en las imágenes que en el método que la produjo. La obra debe primar sobre la narración del procedimiento. ¿Qué vemos en esta pornografía pasada por ese ojo ciclópeo y acelerado?

Describir con humildes palabras cada una de estas imágenes implicaría un trabajo de orfebre, también breves huracanes de estilo que recordarían al alto modernismo. La empresa así está lejos de ser imposible, incluso el resultado tendría –supongo– algún valor literario pero ahí donde las imágenes son un catálogo de aberrantes imprevistos y seductoras incoherencias, las palabras, lineales, intelectuales, garantizarían momentos de tedio. Me dejo tentar y digo que veo una orgía donde los cuerpos se fusionan los unos a los otros, donde los torsos se vuelven escamados sin perder su forma y donde las cabezas humanas son reemplazadas mitológicamente por cabezas de perros y reptiles. Los ojos de los seres humanos iniciales aparecen desperdigados e incrustados en el escenario que a su vez tiene continuidad en los cuerpos y muestra tentáculos y antenas y piel y estrías y carne.

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En otra imagen, el cabello de una mujer gana la textura y los colores de las mariposas, pero las paredes también lo hacen. Estamos en un baño donde nada es liso. La filigrana domina hasta el hastío. De un punto hueco surge una araña; de un artefacto de metal, el hocico de un mamífero, no importa de cuál. La mujer sostiene un teléfono pero en vez de mano y dedos tiene la cabeza de un pájaro, o la cabeza de dos pájaros pegados. En una imagen más, celebrando a Quevedo, un ano se transforma en retina, y unos muslos ofrecidos al curioso se fragmentan y siembran de caras que nos miran. También los miembros viriles que acosan la cara de una mujer transmutan en crustáceos iridiscentes, en insectos, en cítricos cortados a la mitad, en animales que parecen hipopótamos y artefactos que recuerdan bujías. Un glande se vuelve topo, una axila, el útero tornasolado donde espera un feto teratológico. En este mundo sobresaltado, ninguna mirada es limpia, ninguna forma es noble ni definitiva, solo los colores parecen ajenos al desastre del mal sueño. Pero en la angustia de la forma que promete siempre un pliegue más, hay una atracción irremediable, un morbo, un reencuentro, una verdad. ¿Quién no percibió alguna vez que esa mano que lo acariciaban podían ser de plumas, o de musgo, o de sangre? ¿Quién no probó con placer o desagrado transpiración ajena, ácida o vidriosa? El encuentro en la oscuridad nunca es certero y mucho menos el contacto erótico donde nuestro cuerpo erizado o negado se entierra y niega nuestra razón y vela nuestros párpados.

Las drogas que modifican nuestra percepción, las pesadillas o nuestra idea diurna de lo que son las pesadillas, las novelas que experimentan con los efectos de lectura en desmedro del orden, el ciberpunk como estética, el cine que se rebela contra el realismo y el documento: abundan los antecedentes para comprender estas imágenes que finalmente son queridas, aceptadas y propias, pero ¿no resulta más rico asociarlas, antes que nada, con el barroquismo napoleónico de Jaques Lacan y sus investigaciones sobre la metonimia, el deseo y el significante?

Toda inteligencia es artificial tanto o más que la pornografía y el sexo mismo. En el hombre, la naturaleza fue abolida cuando dejó el Paraíso, cuando empezó a hablar y descubrió su muerte y la muerte de sus semejantes, cuando admitió, avergonzado, que sus genitales los brutalizaban, cuando descubrió placer en juzgar a los otros y goce en matarlos y dominarlos.

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Borges en un Fragmento sobre Joyce donde prefiere hablar de él mismo cuenta el argumento de Funes, el memorioso: “Nosotros de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa. Funes, todas las hojas y racimos que comprenden una parra.” El verbo “percibir” contiene pero “excede” al verbo mirar. Incluye un sentir, una experiencia, un momento que puede ser táctil. Las imágenes que produce la red neuronal de Google están hechas de superposiciones y variaciones y de aceleración y tiempo pero también de líquido, de histeria y de sinestesia. Nos hablan con postales atendibles de las posibilidades del futuro pero también, de forma más precisa y arrebatada, de los paisajes inhóspitos, sensuales y repetitivos que habitan nuestra neurosis contemporánea.///PACO