La invasión empezó con una oleada de spam. El mail hablaba de Tlön como un “nuevo mundo”, “capaz de cambiar la manera en que ves la realidad”. Lo recibieron, entre otros, Laura Ann Carrington, un ama de casa de Carolina del Norte, Olaf Larsson, un especialista sueco en Borges, radicado en Islandia, y Alexandra Pollefort, una estudiante belga de artes combinadas. Todo indica que ellos habrían sido los primeros en abrir cuentas de usuario en Tlön, o al menos los primeros que lo manifestaron en las redes sociales, según informaron en su momento Twitter y Facebook. Es imposible saberlo con certeza. Aunque la CIA y el resto de los organismos de inteligencia mantiene la información bajo estricto secreto, hay pruebas de que al menos dos de ellos participaron de atentados suicidas en sus países de residencia, Carrigton en el Carolina Town Center y Larsson en el gran incendio forestal que se produjo al noroeste de Reykjavik, mientras que Pollefort era una de las pasajeras a bordo del Airbus 736 de Lufthansa, durante el vuelo Frankfurt – Shangai, que se perdió en algún lugar del Pacífico con 128 personas entre pasajeros y tripulación, misteriosamente disueltos en el aire.

Después de los mails, llegaron los avisos publicitarios en Google, Twitter, Yahoo! y Facebook. La anomalía no fue percibida por los usuarios, pero causó alarma en las empresas. Los anuncios se habían infiltrado en el sistema, multiplicando sus clicks por millones alrededor del mundo, sin que nadie los hubiera autorizado. Los programadores no conseguían depurarlos. Reaparecían una y otra vez, como una plaga, incrustados en el código html.

En Wikipedia también pasaban cosas, tal como anotó Larsson en su entrada de Facebook el día 28 de octubre de 2013:

“Uqbar es una ciudad ficticia, imaginada y descripta por el escritor argentino Jorge Luis Borges en su cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, correspondiente a la parte “El jardín de los senderos que se bifurcan”, al comienzo de “Ficciones”. Su condición, como bien señalaba Wikipedia hace poco, es doblemente ficcional. En el cuento, Uqbar aparece mencionada como una ciudad en Asia Menor, según describe un volumen de la Enciclopedia Británica que posteriormente se revela como apócrifo. De Uqbar proviene la sentencia: “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. La literatura de Uqbar es fantástica y se refiere, siempre, a una región imaginaria de Tlön. Si bien el cuento de Borges admite múltiples lecturas, esta información estaba correctamente consignada en Wikipedia, tal como yo recordaba de mi visita unas semanas atrás, en una única entrada destinada al término “Uqbar”.

Quien realice ahora una búsqueda de “Uqbar” en la edición en inglés de Wikipedia (lo hice recién) accede a una página de desambiguación. Existen dos entradas de referencia. La primera es la habitual, que corresponde al término tal como aparece en el cuento de Borges. La segunda acepción refiere  “un consorcio de origen árabe-sirio, con servidores en Europa del Este, propietario de la red social Tlön”.”

“No tenía sentido –declaró a la revista alemana Scheiss Arnold Copperfield, uno de los académicos más destacados del MIT–. Me llamaban desde Google y Facebook al mismo tiempo, desesperados, ofreciéndome millones de dólares sólo para que me acercara a conversar con ellos, ni siquiera me decían cuál era el problema. Tengo una reputación y considero importante ayudar a estas empresas, pero no me interesa vincular mi carrera a ninguna de ellas en particular. Por eso cité a representantes de todas las firmas en Silicon Valley y les pedí que me explicaran.

Al parecer, el problema venía empeorando en los últimos días. Los aconsejé consultar con Tim Berners-Lee, que desarrolló el código html, pero estaba de vacaciones, en algún lugar del Pacífico, y no les había contestado las llamadas ni los mails. Conozco bastante a Tim, y no me sorprendió. Tiene el idealismo de los grandes genios de la humanidad. Y no es para menos. En lo que se refiere a la exploración de nuevos mundos, él llegó más lejos que todos los astronautas. Nos enseñó que para viajar al cosmos, para ser dioses, no era necesario construir una nave, sino inventar un lenguaje. No era incomprensible que Tim no quisiera lidiar con los jóvenes mercenarios que se repartieron la web como cowboys del far west, por muy brillantes que estos sean. Podía darse ese lujo. Pero a mí, de todas formas, me interesaba el asunto.”

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Según Wikipedia en español, “HTML permite, mediante una herramienta de visualización (como un navegador o un agente de usuario), mostrar por ejemplo un catálogo de objetos en venta. El código HTML de este catálogo puede explicitar aspectos como «el título del documento es Ferretería Acme«; pero no hay forma de precisar dentro del código HTML si el producto M270660 es una «batería Acme», con un «precio de venta al público» de 200 €, o si es otro tipo de producto de consumo (es decir, es una batería eléctrica y no un instrumento musical, o un puchero). Lo único que HTML permite es alinear el precio en la misma fila que el nombre del producto. No hay forma de indicar «esto es un catálogo», «batería Acme» es una batería eléctrica, o «200 €» es el precio. Tampoco hay forma de relacionar ambos datos para describir un elemento específico en oposición a otros similares en el mismo catálogo.”

La web no piensa: nosotros pensamos a través de ella. Al menos, hasta el advenimiento de Tlön. En los últimos años, Berners-Lee se dedicó al desarrollo de la web semántica, que pretendía subsanar esto.

“Hasta hace poco, la web podía entenderse como un enorme predicado. Tim tenía la ilusión de transformarla en sujeto.  Yo creía que era un sueño que nunca se iba a llevar a la realidad”, sostiene Copperfield durante la entrevista.

Wikipedia -o lo que queda de ella- parece darle la razón:

“La otra barrera que se opone pasivamente a la web semántica es el modelo de negocios de gran cantidad de páginas web, que obtienen ingresos de la publicidad. Estos ingresos son posibles únicamente si sus páginas son visitadas por una persona, y se pierden si los datos quedan disponibles para que los interprete un proceso automático.

El siguiente ejemplo arbitrario y parcial ilustra este concepto: para un trabajo de investigación para la escuela sobre la vida de un prócer, un sistema semántico realiza la investigación y presenta en pantalla el resultado: fecha de nacimiento y defunción, batallas en las que participó, hechos destacados, frases célebres, y todo esto sin necesidad de acceder a ninguna página web específica, y por lo tanto sin consumir la publicidad de los sitios que pusieron a disposición esa información.”

Sigue Copperfield:

“Pero el gran dilema ahí no es de orden tecnológico ni mucho menos comercial sino, más bien, metafísico. Una web semántica, que se piensa sola, no necesita –al menos teóricamente– de los usuarios. ¿Qué sería de nosotros, si perdemos nuestra condición de sujetos frente a la web? ¿De qué manera pensarnos?”.

La nota es errática, como si estuviera mal editada. Copperfield se va por las ramas y el cronista no hace nada por recuperar el hilo de la narración. En algún momento el entrevistado vuelve de las especulaciones y retoma su relato:

“Les pregunté cuáles eran las características de Tlön. El único que la conocía por dentro era un ingeniero en sistemas de Google, que dio un paso al frente mientras los otros hacían lugar a su alrededor. Era un chico de veinticinco, veintiséis años. Casi un veterano, para el promedio de edad que me rodeaba. Tenía el cabello enrulado, castaño rojizo, y muchas pecas en la cara, que estaba pálida. Al principio pensé que se debía a la timidez, algo usual en alguien acostumbrado a pasar el día realizando trabajos de programación. Pero había algo más. Su estado parecía febril, y temblaba. Cuando habló lo hizo con un hilo de voz, al punto de que tuve que acercarme para escuchar lo que estaba diciendo. Habló de Tlön como “un mundo nuevo, otro planeta”. Cuando le pedimos especificaciones, no supo darlas. A decir verdad, me sorprendía que se mantuviera en pie. “No ingresar” decía y un instante después: “Ingresar”. Eduard Saverin, uno de los muchachos de Facebook, le dio una palmada en el hombro para tranquilizarlo, y casi lo derriba al suelo. Jack Dorsey, de Twitter, se adelantó unos pasos: “estamos desesperados”, dijo. Y recién entonces entendí de qué estaban hablando”.

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Las primeras anomalías se detectaron en junio. En julio, Google estimaba que la cantidad de usuarios registrados en Tlön superaba las 400.000 personas, con mayoría en los Estados Unidos. Unas semanas después, esa cantidad ya se había duplicado. Hacia fines de agosto, cálculos conservadores estimaban que Tlön había superado la barrera de los cinco millones de usuarios. Poco después ya no existían cálculos. A raíz de los atentados suicidas, se suprimió el wifi en los espacios públicos. Los servidores de Tlön eran imposibles de ubicar. Se pensó en Al Qaeda. Bombas de la Onu borraron del mapa vastas regiones de Siria, Irán y lo que quedaba de Irak y Afganistán, sin resultados. Las grandes ciudades se volvieron inhabitables. La gente emigraba hacia al campo, lejos de las grandes aglomeraciones de personas, lejos de Internet. Pero con la rapidez de una epidemia medieval, en todas partes existía algún usuario de Tlön. Copperfield relata su perplejidad:

“No se vuelven autistas ni esquizofrénicos. Tampoco comparto la opinión de que sean zombies, aunque algo de todo eso hay en su comportamiento final. La ausencia de rasgos externos, salvo quizás por una palidez que sólo en algunos casos es intensa,  vuelve más difícil detectarlos. Pero están ahí, lo sabemos bien, en todas partes. La marca de Tlön se vuelve patente en el lenguaje. No conjugan verbos, lo cual de por sí es llamativo, pero más todavía lo es la ausencia de sujeto en las oraciones que formulan. Todo lo que hay son predicados de un sujeto ausente. Este sujeto, estimo –y no soy original en esto–, no son ellos, porque su condición de tales es conflictiva. El sujeto es Tlön.”

Mientras afuera ocurría el desastre, Copperfield llevó adelante las investigaciones pertinentes. Dio instrucciones precisas de no ingresar en Tlön bajo ningún aspecto, pero en algunos casos ya era tarde. En una semana fueron detonadas cuatro bombas caseras, de baja intensidad, en los edificios de Google y Facebook. A partir de entonces, el ejército controla las entradas y las salidas. Todos los empleados son registrados. Las enmiendas constitucionales dejaron de existir, en la práctica, en Silicon Valley.

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“Mark Zuckerberg lloraba en el baño, mientras una de sus asistentes los esperaba con los Kleenex en la puerta –revela Copperfield–. Yo intentaba mantener la calma, pero lo cierto es que las cosas no andaban nada bien. No sólo no podíamos localizar los servidores de Tlön, sino que ni siquiera éramos capaces de bloquear el acceso. La única manera de detener el desastre hubiera sido desconectar Internet, al mismo tiempo, en todo el mundo. La idea era descabellada, pero no existía otra alternativa. Me entrevisté con el presidente en Washington. Le expliqué mis razones a él y a sus asesores. La diplomacia en el mundo se había desestabilizado desde la invasión a Oriente Medio. No veían posible un consenso absoluto, como el que era necesario para detener a Tlön. Me pidieron que piense en otra opción.”

¿Por qué las personas siguen registrándose en Tlön, cuando sus consecuencias de devastación son tan evidentes? Mark Weiss, psicólogo social, ensaya una respuesta:

“La compulsión a Tlön no pertenece al orden de lo social. No podemos entenderla porque no tenemos las herramientas para hacerlo. Las matrices explicativas de las ciencias sociales se volvieron obsoletas, están devastadas. Fueron efectivas, en un cálculo benévolo, hasta el advenimiento de Tlön. Pero visto a la distancia, ahora que todo está muerto o en camino de estarlo, creo que empezaron a caducar con el html”.

Las palabras del Dr. Weiss no deben ser tomadas en cuenta, sin embargo, con extrema severidad. Luego de la citada entrevista, publicada por el New York Times, confesó haber llegado hasta la segunda página de registración en Tlön. Días después no pudo contenerse. Es imposible saber hasta dónde llegó. Se inmoló en los techos del Social Sciences Academic Resource Center de Irvine, California. Afortunadamente, el edificio se encontraba vacío en ese momento.

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“Un día recibí el llamado de Jimmy Wales, de Wikipedia. Me había dicho que en los últimos tiempos usaba un teléfono a disco porque ya no confiaba en nada digital.

-Esto es el fin –dijo.

Contó que había hablado con Stallman y ambos concluyeron en que la catástrofe era inevitable.

-Ni siquiera Richard y los otros paranoicos del control lo vieron venir.

En algún sentido tenía razón, pero Tlön está lejos de ser un desajuste tecnológico.

Me habló de Orbis Tertius. El nombre en latín, sumado a su rechazo absoluto (y justificado) hacia cualquier artefacto tecnológico, especialmente la web, me hicieron pensar en alguna logia secreta medieval. No es seguro que no lo fuera, pero no se sabía casi nada de Orbis Tertius excepto que en los últimos dos años se habían dedicado a modificar las entradas de Wikipedia. Al principio ligeramente, al punto de que nadie se daba cuenta, más allá de alguna eventual controversia acerca de uno que otro término. Luego llegaron las entradas duplicadas, como en el caso de Uqbar. Al comienzo de los atentados, la CIA solicitó información acerca de las direcciones de IP desde las cuales se realizaban modificaciones en determinadas entradas de Wikipedia. Estaban repartidas en todo el mundo, desde Estados Unidos a Asia Menor. Algunas personas fueron detenidas. El nombre Orbis Tertius fue pronunciado por Karol Karov, un estudiante lituano que había sido demorado por alterar el significado de “capitalismo” en la edición en inglés de Wikipedia. Sus modificaciones no iban por el lado de la teoría económica y política, sino que interpretaban al capitalismo como una copia imperfecta, vaporosa y humanizada, del sistema de valores y relaciones que rige en Tlön, que no supone la libertad del individuo para consumir, sino para ser consumido. Esta es una de las pocas cosas que podemos saber con certeza de Tlön, los que nunca ingresamos en ella. Y los que ingresaron, a partir del segundo formulario de registración, ya no tienen manera de saberlas.

-Creamos la web con la idea de pensar a través de ella. De que ella, quizás, piense por nosotros en algunas cosas, para facilitarnos el proceso. Esto nos conduciría a un nivel superior de sinapsis, es decir, nos volvería más inteligentes. Pero no estábamos preparados para ser pensados por la web. Ser sombras de un universo más real que la realidad. Eso escapó a los planes.”

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Esta era, casi con seguridad, la razón que con más frecuencia atraía a los usuarios a Tlön. La secta Orbis Tertius, si es que puede ser llamada de esa manera, nunca fue identificada, y tampoco se sabe con exactitud por quiénes está o estuvo compuesta, ni cuáles fueron sus propósitos iniciales. Lo único que se conoce son sus resultados. ¿Hasta qué punto influyeron las entradas en Wikipedia sobre Tlön, en la creación de Tlön? Al respecto, hay teorías contrapuestas. Existe la respuesta mística que supone que, de algún modo, Tlön es un producto de las definiciones. Otra, más usualmente aceptada, sostiene que Orbis Tertius y la empresa fantasma Uqbar están relacionadas de alguna manera, y que actuaron en conjunto. Atribuye sus móviles al fundamentalismo árabe, aunque no exista ninguna prueba concreta de este vínculo. El profesor Oppenheimer, tras un período de largas –e infructuosas– investigaciones en Silicon Valley, se arriesga a ensayar una tercera hipótesis:

“Yo creo que Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, son un producto de la web. ¿Por qué se llaman así y no de otra manera? La información acerca del cuento de Borges estuvo inscripta en la web desde sus comienzos, a pesar de los esfuerzos de su viuda por preservar la propiedad intelectual. Luego se sumaron las definiciones de Wikipedia, en todos los idiomas, millones de blogs alrededor del mundo, actualizaciones de Twitter y Facebook que lo mencionaban. No me extrañaría que Orbis Tertius fuera el producto de una cadena de mails espontánea, o de alguna red social subsidiaria, que introdujo en sus usuarios la pulsión de redactar las definiciones. Esa misma mutación del html, que no me extrañaría que haya sido propiciada por los experimentos de Tim Berners-Lee acerca de la web semántica, puede haber sido el origen de Tlön. Son especulaciones, que no termino de entender yo mismo, y que probablemente jamás sean corroboradas, porque no va a quedar nadie en condiciones de hacerlo”.

Mientras tanto, la cantidad de registraciones en Tlön no se detiene, sino que aumenta a cada vez mayor velocidad. Tim Berners-Lee desapareció, al parecer definitivamente, en una isla del Pacífico Sur. De la web como la conocíamos hasta hace poco, sólo quedan algunos restos, como islotes en un río sin caudal. Facebook, Twitter y Google colapsaron a la vez. Silicon Valley es Detroit. Sobreviven algunos medios zonales, blogs personales que ya no se actualizan, como epitafios, y publicaciones aisladas alrededor del mundo: Revista Paco en Buenos Aires, un medio informativo de narcos mexicanos, una revista digital alemana llamada Scheiss. Caminar por la calle se volvió peligroso, en los lugares donde todavía existen calles. Las fuerzas de seguridad no dan abasto. Las masacres se producen en todos los lugares del mundo, e involucran tanto a los usuarios de Tlön como a aquellos que se resisten a la registración. Sobre lo que viene, sólo es posible arriesgar el último twitt de Olaf Larsson, antes de inmolarse a lo bonzo en la reserva forestal de Hilmarsson, a escasos kilómetros del círculo polar: “esta vez sí, el mundo será Tlön”. ///PACO

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