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Las lolitas del presente manejan un grado de autoconciencia respecto a su clase sexual y poder social que reduciría a cualquier pederasta erudito al estilo de  Humbert Humbert a la categoría de tórrido amateur más bien parecido a Pee Wee Herman. A propósito, habrá que escribir pronto sobre ese otro héroe olvidado de los años noventa que interpretaba Paul Reubens.

Vanessa Hudgens, Selena Gomez, Ashley Benson y Rachel Korine son lolitas manufacturadas por las mismas corporaciones dedicadas al diseño de subjetividades infantiles que reprimieron e intentaron destruir la carrera de Reubens. Hijo de una época donde la masturbación pública en un cine porno podía derrumbar una exitosa trayectoria cinematográfica y televisiva dedicada a la alegría de la infancia en apenas minutos -Pee Wee Herman/Paul Reubens fue sorprendido masturbándose en esas condiciones-, las lolitas actuales han aprendido a capitalizar para sí mismas el enorme poder onanista de sus cuerpos, a pesar de los deseos monopolizadores de instituciones intensamente pedófilas como The Walt Disney Corporation, que desean sus cuerpos sólo para sí mismas y para nadie más.

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Emancipadas del poder subyugante del cine y la televisión a través de internet, las lolitas emancipadas manejan sus cuerpos entre la sensualidad de la inexperiencia y la ingenuidad de una vocación. Hay un horizonte de excitación sexual que les pertenece y lo saben y saben también cómo domarlo a piacere.

Sin construcciones inocentes alrededor de una concepción de infancia, las nuevas crisálidas no deben contemplarse con la piedad banal de las explotaciones sexuales -oh, reverendísimo fantasma que agita las conciencias tardoprogresistas- sino con la seriedad que amerita el trato directo y sin mediaciones con una tiranía. «Nabokov, in all his fiction, writes with incomparable penetration about delusion and coercion, about cruelty and lies», escribió Martin Amis sobre la obra más famosa de Nabokov.  «Even Lolita, especially Lolita, is a study in tyranny».

Preciso lector de lo contemporáneo, ludópata lúcido cuando se trata de los pliegues tabú del discurso amoroso, no sería desafortunado pensar que las impresiones literarias del galés pueden aplicarse también a las nuevas impresiones de un mundo cada vez más desnudo y tiránico.

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