La historia es sencilla y no se demora más que algunos minutos. The Sinner, inspirada en la novela homónima de la alemana Petra Hammesfahr, insinúa la vida tediosa y de provincias del matrimonio Tannetti. Cora, su marido Mason y el pequeño Laine pasan un día junto al lago hasta que ocurre lo impensado. Mientras corta pedazos de pera para dárselos de comer a su hijo, Cora observa a un grupo de jóvenes que ríen y se divierten a unos pocos metros. Pero no es hasta que suena cierta canción que la señora Tannetti se levanta y, sin más, y delante de todos, se abalanza sobre uno de los hombres y lo apuñala siete veces. La víctima resulta ser Frankie Belmont, alguien a quien Cora niega conocer. “Lo apuñalé con el mismo cuchillo que estaba usando para pelarle una fruta a mi hijo”, dirá poco después ante las autoridades, sin explicar los motivos pero asumiendo su absoluta e innegable responsabilidad. Y es en la búsqueda de “la razón” donde aparece lo siniestro: ¿bajo qué pretextos Cora asesina a sangre fría a un desconocido? Y, acaso, ¿existen motivos válidos para ese tipo de aberración? En ese sentido, la serie propone algo arriesgado: confirmar la tesis de que no hay acto asesino sin un motivo, poniendo en jaque un discurso de época hipersensible al variopinto de violencias y sus contextos.

La señora Tannetti se levanta y, sin más, y delante de todos, se abalanza sobre uno de los hombres y lo apuñala siete veces.

Es el detective Harry Ambrose —en una actuación brillante del queridísimo Bill Pullman— quien no acepta que el asesinato haya sido espontáneo, tal como lo asume Cora. Obsesivo, amigo de las prácticas sadomasoquistas extramatrimoniales y amante de las aves, es Harry quien acompaña a la protagonista a hurgar en su pasado en busca de asientos lógicos, de explicaciones. La investigación comienza con intuiciones combinadas con el viejo método del interrogatorio puerta a puerta y unos primeros encuentros tirantes con la victimaria. Ambrose se acerca a la reclusa con la certeza dolorosa de que hay en su memoria recuerdos ocultos de vital importancia para encontrarle el por qué al caso. Y, a pesar de Cora, resignada ante la justicia a recibir el peor de los castigos, la invita a escurrirse por esas rendijas oscuras en busca de una verdad.

Ambrose se acerca a la reclusa con la certeza dolorosa de que hay recuerdos ocultos de vital importancia para encontrarle el por qué al caso.

Ya muy acostumbrados al recurso narrativo del flashback como productor de sentido de la psicología de los personajes y como ordenador de los hechos del presente, la novedad y la contingencia con la que viene a jugar The Sinner es justamente el problema de la des-memoria. ¿Cómo se explica un presente ―puntual, traumático y traumatizante― sin registro del pasado? ¿Qué tipo de narración nos ofrece la historia cuando no se la recuerda del todo, cuando la experiencia está infectada de puntos ciegos y especulaciones? Esas son dos de las preguntas de mayor densidad a lo largo de los 8 episodios producidos y protagonizados por la bellísima (aunque acartonada) Jessica Biel. Son los interrogantes que entretejen la urdimbre y la trama de mayor dificultad del caso, la pared contra la que chocan Cora y Harry todo el tiempo.

Hechos, recuerdos y reconstrucciones.

Con la conjetura de que víctima y victimario se habían conocido en el pasado, Ambrose encara una investigación policial heterodoxa. Primero entabla un vínculo con Tannetti entre paternalista y cómplice, con algunas notas de tensión sexual, en el que encuentro a encuentro la ayuda a recordar. En principio, Cora admite haber conocido a Frankie un 4 de julio algunos años atrás, de haberse consumido droga con él, de haber tenido sexo. Sin embargo, la confesión es desbaratada en pocas maniobras por el trabajo del detective, que comprueba que le han mentido. Este asunto nos enfrenta a una cuestión central que tiene que ver con la génesis misma de la memoria. ¿Recuerda Cora lo que efectivamente ocurrió o es la presión de Ambrose lo que la hace re-construir una realidad no acontecida? Así, al deseo de recordar se lo confunde con un recuerdo genuino, con un encadenado de sucesos que no buscan sino encajar en los hechos (el paradigma, la necesidad) del presente. Ante este peligro, que enfrenta lo vívido contra lo vivido y la realidad contra la imaginación, el investigador busca apoyo en la Dra. Tammy Chang, una especialista que induce a Cora a algunos trances hipnóticos con la esperanza de que esta vez el pasado no se presente como artificio (como algo que no fue) sino como testimonio, como narración documental. En esta resignificación de la memoria, en esta metamorfosis de los recuerdos, la historia cobra un nuevo sentido: abandona el pantano de excusas para acomodarse en la tierra firme de lo cierto. Y, además de “la verdad”, lo que The Sinner busca para Cora es una identidad que no la ligue únicamente a su lado homicida.

La mujer jamás es pensada en el lugar de la violencia: algo con lo que ningún feminismo se atreve a fantasear.

The sinner mantiene al espectador en el lugar justo de tensión entre la economía narrativa y la búsqueda de la justicia de cualquier clásico policial. A su vez, no termina de funcionar en un clima de época donde la violencia es potestad del hombre, donde la mujer jamás es pensada en el lugar de la violencia —algo con lo que ningún feminismo se atreve a fantasear, y que vino a evidenciar a un periodismo de género falto de herramientas con el crimen reciente de Fernando Pastorizzo. El thriller no resiste la potencia de su propio comienzo y diluye esa ética inicial a través de los capítulos usando el pasado no metabolizado de nuestra pecadora para justificar lo imposible. La historia de Cora Tannetti va y viene entre lo inexcusable y la revancha feminista, entre la miseria y la entereza, entre la asesina y la madre de familia, entre lo sucedido y lo que debió suceder, entre las malas decisiones y lo predestinado, entre lo real y lo ideal.

La serie nos abandona al desafío de digerir y desmarcarnos a tiempo de los dolores de nuestra propia historia, aquella que tuvimos y que hubiéramos querido tener.

En esa sintonía aparecen también las notitas imantadas a la heladera, los souvenires, las postales de viajes, las cartas de los ex nunca del todo ocultas al fondo de un cajón, los correos electrónicos archivados y las fotografías de relaciones terminadas que perecen en la fosa común de la web: además de aquello que “ha sido”, lo que persiste y permanece nos dice que hay algo que “aún es”, algo que matiza el muro del presente como una mancha de humedad. ¿Es la memoria propiedad del hoy o del ayer? ¿Es la memorabilia fundacional de la historia o son esquirlas sin importancia que conservamos para poder “explicarnos” lo que ya no podemos entender? ¿Qué música compone todo eso que no olvidamos? ¿Y lo que sí? The Sinner apeló a un crimen y al abuso, al fanatismo religioso, al uso de drogas y al incesto para mostrarle al espectador que el pasado no está muerto sino que sobrevive a todos los tiempos incluso como gran justificador, como generador de verdad. Después de completar su identidad y haber encontrado “la justicia”, el final feliz de The Sinner se yuxtapone con una certeza que nos amarga con su doble efecto. Su verdad viene atada a la decepción que establece que no hay posibilidad de un futuro de página en blanco porque eso está inevitablemente signado por las sombras de lo que ya ocurrió. La serie nos abandona al desafío de digerir y desmarcarnos a tiempo de los dolores de nuestra propia historia, aquella que tuvimos y que hubiéramos querido tener. Antes de que sea demasiado tarde y hagamos algo monstruoso a plena luz del día/////PACO