Medios


Ricardo Darín y la teoría de las tres tetas


1.
La noticia ya es vieja. Clarín.com publicó una nota en la que destacaba a Ricardo Darín como uno de los 50 mejores actores de todos los tiempos según la American Film Institute (AFI), uno de los organismos más influyentes de la industria cinematográfica. El matutino incluso entrevistó al actor para que opinara sobre el galardón. Siempre atento, agradeció la distinción, dijo que para él «era un honor» y bla bla bla. Pero la lista no existía; o no, al menos, como Clarín decía que existía. Como explicó el periodista Diego Batlle, la lista surgió de una nota de la agencia Europa Press. El autor de ese artículo tomó un top 25 de «leyendas» de la historia del cine, publicado por AFI años atrás, y le agregó un top 25 actual, inventado por él mismo, en el que aparecía Darín. Clarín levantó la nota en la web y salió en el diario del día siguiente, después incluso de que se hubiera alertado sobre el error. Varios portales de noticias reprodujeron la nota: algunos luego la borraron; otros, como La Nación, explicaron lo sucedido y publicaron un fe de erratas, una práctica casi caída en desuso.

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El incidente dice mucho del medio y del periodista que lo publicaron, pero más sobre los medios en general y sobre nosotros, el público enajenado que somos.

2. El episodio generó dos de las tres o cuatro reacciones básicas que un hecho puede provocar en las redes sociales, tal vez las dos más interesantes: el humor y la indignación. Las burlas y los memes contra Clarín apenas taparon los québarbaridad y los adóndevamosaparar sobre el futuro del periodismo. Algunos críticos, curiosamente, apuntaron a las responsabilidades del periodismo web, señalándolo como un género menor del periodismo, que no es «serio» y riguroso como los medios de papel, que «no chequea». Como si exagerar, inventar, no chequear o directamente mentir no fuesen prácticas que nacieron de los medios tradicionales, desde el monstruo del Lago Ness hasta Pergolini matando a Phil Collins. El incidente dice mucho del medio y del periodista que lo publicaron, sí, pero más sobre los medios en general y sobre nosotros, el público enajenado que somos.

3. Hay que volver a ver La crisis causó dos nuevas muertes, el documental de Patricio Escobar y Damián Finvarb sobre la Masacre de Avellaneda en la que murieron Kosteki y Santillán. Está completo en YouTube. Sus creadores lo filmaron en 2006, antes de que la batalla cultural y la guerra entre el kirchnerismo y los medios lo consumieran todo. Por eso, Escobar y Finvarb pueden entrar lo más campantes, cámara en mano, al despacho de Julio Blanck, entonces editor jefe del diario Clarín. A los dos minutos 41 segundos, Blanck desenchufa el teléfono de línea y pregunta «¿vos conocés una redacción?». Ante la respuesta negativa del entrevistador, Julio sentencia: «Las redacciones siempre son un quilombo porque el diario siempre está en blanco, siempre hay que llenarlo; si tenés noticias, mejor. Ojalá no sean de esas, pero si tenés noticias mejor. El problema es cuando no tenés nada».

4. El periodismo profesional del siglo XX era un negocio más o menos cerrado: los periodistas escribían una serie de noticias que ellos mismos creían que podían interesarles al público, vendían la publicidad que esas noticias acompañaban (no al revés), distribuían ese producto a los puntos de ventas y rezaban para que lo comprara la mayor cantidad posible de consumidores (que eran, a su vez, el producto que vendía a sus clientes, la audiencia). Ni la radio ni la televisión cambiaron mucho ese panorama: contar, vender, distribuír, volver a vender. En ese esquema, los periodistas alternaban entre contenido informativo duro (política, economía) con noticias blandas o de color (historias de vida, policiales, espectáculos, escándalo, sexo, Ibiza, Locomía y Los Amigos de Bart). Los medios, recordemos, no sabían quién era su público ni qué le interesaba, pero intuían, creían poder adivinarlo, y ellos dictaban qué era noticia y qué no, por ende algo debían saber. Las encuestas y el rating, dos herramientas popularizadas en la segunda mitad del siglo, ayudaban a formar una idea un poco más clara sobre el público, pero no resolvían la ecuación. Publicar era, entonces, como tirar una red enorme al río, con la esperanza de capturar la mayor cantidad posible de peces: algo iba a picar, y no había demasiadas razones para cambiar la fórmula. Entonces llegó internet, y rompió todos los juguetes.

5. Los cambios que produjo la web en el periodismo son demasiados para enumerarlos en un solo párrafo. Vayamos al que nos importa para este punto: Google Analytics permite saber cuántas personas leen una nota, quién lee qué, por cuánto tiempo, desde dónde viene, hacia dónde va, si le interesó o no y qué otros intereses tiene. Las estadísticas online causaron una de las primeras heridas narcisistas al periodismo: los periodistas no conocen a su público y no saben lo que les interesa. Quienes durante años predicaron sobre la importancia de las noticias duras (glorificando al periodista «serio», de política) descubrieron que, en general, esos contenidos tienen una fracción del público que poseen las noticias blandas. Este descubrimiento derivó, por un lado, en un reordenamiento jerárquico de la importancia de las noticias y, por el otro, en la buzzfeedización del contenido. Analytics en mano y siempre con un pie en Facebook, Buzzfeed entiende a sus lectores mejor que todos los editores de diarios de papel del mundo, juntos. Sabe que muchos lectores van a decir que les encantó el artículo de 50.000 caracteres sobre el nadador condenado por violación de Stanford, pero que en realidad lo abandonaron al tercer párrafo y después vieron otras 14 notas de gifs, comida y videos de gatitos.

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Buena parte de los medios argentinos sigue estancado en 2006. Algunos juran haberse modernizado, dicen entender la web, tienen perfiles en todas las redes sociales, pero siguen sin saber qué quieren sus audiencias.

6. Muchos medios argentinos siguen estancados en 2006. Algunos juran haberse modernizado, dicen entender la web, tienen perfiles en todas las redes sociales, pero siguen sin saber qué quieren sus audiencias. No jerarquizan su contenido: ponen al mismo nivel un listicle con los memes del tema del día, un cable de DyN o Télam sobre un tema que no le interesa a nadie, una columna de opinión propia, un video de perritos y una investigación propia de un caso de corrupción que llevó meses reconstruir. Todo con el mismo tono y el mismo diseño, sin gracia. Pero además siguen pensando, como Julio Blanck hace 10 años, que «al diario siempre hay que llenarlo», aunque sea en la web, aunque el diario de papel ya no exista. Aunque la sobreoferta de contenido estire el principio de Pareto y el 99% de las noticias sean irrelevantes, hay que llenar, hay que actualizar. Y si lo único que hay es un cable de Europa Press que pone a Darín entre los 50 mejores actores del mundo, bueno, peor es nada.

7. Este tipo de gaffes, como dijimos, se toman con humor. A veces, en cambio, la indignación apunta para el otro lado. Como cuando Clarín publicó un recuadro sobre Silvia Martínez Cassina, la periodista de Canal 13, a la que comparaban con Juana de Arco y le advertían que la original «terminó quemada en la hoguera». Varios medios, cientos de tuiteros, y la propia cronista lo tomaron como una amenaza por su actividad sindical. Puede ser, no lo sabemos. Sí sabemos que internet derribó otro mito, el aura de santidad e infalibilidad del periodista. La batalla cultural y el seissieteochismo se encargaron de vestir un santo de madera, instalaron que nada es casual, que todo tiene que ver con todo, que los medios son empresas con intereses político-económicos y siempre operan en función de ellos. Y en parte es cierto. Pero el imaginario colectivo de que detrás de cada recuadro están Magnetto, Saguier o Fontevecchia, dictándole en el oído al periodista como un diablo de los dibujitos, es mayormente falso. Magnetto, Saguier y Fontevecchia probablemente lean menos el diario que los propios seissieteochistas y analistas del rol de los medios. Donde algunos ven amenazas, intencionalidad política y carpetazos muchas veces hay eso mismo. Otras veces sólo hay un tipo o una mina cansados, ojerosos, mal pagos, precarizados, que quieren cerrar la edición para poder agarrar el último subte y llenan un recuadro con lo primero que les viene a la mente. El diario siempre está en blanco, siempre hay que llenarlo. Uno de los grandes secretos es que no hay secretos.

8. El otro punto que desnuda el caso Darín es el fin de la verdad. En un mundo post-fáctico, donde no importan los hechos sino las interpretaciones, «periodismo» y «verdad» dejan de ser sinónimos. Sólo el periodismo de datos se acerca a una noción de verdad, pero esa clase de investigación está en pañales todavía en Argentina, y aún esos mismos datos pueden manipularse para llegar a una determinada conclusión. A los medios no les interesan los hechos, sólo las interpretaciones, en especial si se enmarcan en su relato, para confirmar sus propios prejuicios. El refrán popular «no dejes que la verdad te arruine una buena historia», contado en las redacciones como chiste, en la práctica es una ley. ¿Es verdad que Darín salió en una lista de los mejores 50 actores de la historia? No, pero es verosímil, podría serlo, y al fin y al cabo no importa. ¿Los punteros repartían un vale, con código de barras incluído, por 300 pesos para asistir a la Marcha Federal? Seguramente no, pero encaja con nuestra visión de los hechos y por ende vamos a darle entidad. «Periodismo» y «verdad» ya ni siquiera entran en el mismo campo semántico. Por eso es mala la publicidad del relanzamiento de Perfil. Esas leyendas urbanas de la web que enumera un rapero mientras dos personas le pegan a un monitor se reproducen, en parte, gracias al periodismo, no a pesar de él.

9. Esta nota se llama «Ricardo Darín y la teoría de las tres tetas», pero hasta ahora solo hablamos un poco de Darín, mucho de periodismo, y todavía no apareció ni una teta. Disculpen, soy periodista, me enseñaron a poner un título ganchero y recién después escribir la nota. ¿Qué es la teoría de las tres tetas? En septiembre de 2014, Alisha Hessler, una mujer de 21 años de Tampa Florida, aseguraba haberse implantado un tercer seno. Una foto de la chica, que se cambió el nombre a Jasmine Tridevil, con un bikini de tres partes, comenzó a circular por todos lados. La noticia era a todas luces falsa, pero miles de medios del mundo levantaron la noticia. ¿Cómo resistirse? Tres tetas, Total Recall, la fantasía perfecta. La mayoría de los portales lo levantaron cuando TMZ ya había revelado que el tercer pecho era una prótesis removible. ¿Es publicable esa noticia? A priori no es una noticia, en el sentido clásico de «noticia», pero sin duda es publicable. ¿Es verdad que la mujer tiene tres tetas? No, pero la historia, que haya una chica que dice tener un tercer pecho, existe. Y a la larga, al ser una nota blanda, de color, no importa demasiado si fácticamente sea verdad o no. En el fragor del debate, un editor avisó que la noticia era «falsa». La respuesta fue: «Flaco, es una mina con tres tetas, ¿qué me importa que sea falsa? No estamos hablando del enriquecimiento ilícito del vicepresidente, ¡es una mina con tres tetas!».

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Los medios argentinos necesitan actualizarse con urgencia. Dejar de ver la web como un apéndice necesario, y algo molesto, del papel.

10. Los medios argentinos necesitan actualizarse con urgencia. Dejar de ver la web como un apéndice necesario, y algo molesto, del papel. Jerarquizar el contenido. Cosas básicas, que ya llevan unos años de delay, pero que todavía no se aplican en serio. Conocer a la audiencia, con un ojo en analytics y otro en redes sociales, y editar en consecuencia. Y empezar a desterrar el concepto de «verdad», disociarlo del contenido. No es lo mismo inventar que crear la noticia, y por algo el propio Clarín mandaba a Jorge Asís a correr un rally por el continente en 1978. Si lo que se lee son las noticias blandas, importa qué historias se cuentan, cómo se narran, y no tanto una noción de verosimilitud que pocos respetan. Para eso hacen falta imaginación, recursos y ganas de laburar. Hay mucho por hacer. Porque al diario siempre hay que llenarlo; si tenés noticias, mejor//////PACO