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“¿Qué es lo que haría el hombre sombra?. El hombre sombra percibiría el hecho pero no sentiría su pesantez, porque le faltaba volumen para contener su peso. Es sombra. Yo también veo el suceso, pero no lo contengo.”
Los siete locos, Roberto Arlt, 1929
Al morir Bernardo Neustadt el 7 de junio de 2008, pocos meses después del inicio de la disputa vendida por los grandes multimedios de comunicación como el “conflicto campo-gobierno”, parecía que finalizaba una era en la forma de hacer periodismo político en el país. Con el diario del lunes podemos decír que la profecía no se cumplió ya que un estilo así no suele terminarse con la muerte de un hombre, sobre todo porque no se trataba de un hombre cualquiera, sino precisamente, del padre de la criatura. En su sepelio y por ende último adios, quedó grabada la escena repetida hasta la eternidad en programas de televisión satíricos y “de archivo” (esa televisión que tanto conocía y que había transformado en su escenario de batalla principial), y que se transmite en el habitual loop que reseña los bloopers clásicos que Crónica TV pudo registrar en su largo andar audiovisual por la vida de los sucesos más histriónicos de la historia argentina, cuando uno de sus amigos lo despidió con una suerte de poema libre que lo afirmaba a Neustadt en tiempo presente.
Allí, entre el umbral que separa la vida y la muerte, a medida que las palabras de despedida iban ganando latencia en la pronunciación emocionada del poeta funerario, la “idea y estilo Neustadt” hacía un esfuerzo supranatural para quedarse anclado en nuestro plano y seguir organizando el discurso barrabrava de los comentaristas políticos del momento. Casi como un Cid Campeador del periodismo, seguía galopando y batiéndose a duelo tronando con su mirada cansina a lo Fritz Lang por los cuatros costados del país, en esta cruz sudamericana, haciendo del silencio mortuorio y el gesto solemne un ruido evidente con su partida física, sobre todo porque pese a dejar algún vago linaje entre sus contemporáneos y posmodernistas, a muchos de sus émulos no les da el peso para estar en el ring del periodismo de guerra si no tienen detrás un grupo monopólico que le sirva de resguardo ante cualquier mínimo ataque o retruque.
El pulpo mediático tiene una perversa costumbre de proveerse de los cuerpos mancillados y que todavía reposan tibios en la camilla, ya sean estos aliados o enemigos, y reescribir la historia de ellos a partir de su muerte, casi como un embalsamamiento mediático donde el muerto termina dando paso a una hibridación totalmente despersonalizada y se lo vacía tanto que parece un maniquí de esos que se exhiben mutilados en sus manos o en sus cabezas en las vidrieras de los locales de ropa, total lo importante es que la vestimenta se luzca para que pueda ser vendida. En definitiva, lo que da una nueva vida al cadaver es la ropa con la que lo va a vestir el discurso hegemónico, ya que será ésta la versión final antes de la aceptación acrítica por parte de su audiencia, oyentes y lectores. De esta manera, al aplicarse esta ecuación post-mortem a un rival incesante de años anteriores, puede volverse un ejemplo práctico de la gran persona que pese a las diferencias que en el pasado nos encontraron en veredas opuestas, lo recordaremos como un argentino que siempre quiso lo mejor para su país, recobrando sentido y vigor el viejo lema de la extremista derecha nazionalista criminal paraestatal: “el mejor enemigo es el enemigo muerto”.
Pero Neustadt vivo fue el trompo más dinámico en el que Carlos Menem se movió para llegar a la masividad televisiva y así poder defender y validar su título en las elecciones de 1995, año en el que fue reelecto presidente nuevamente. Lo que los políticos argentinos no terminaban de medir del todo en el medio de esa orgía que parecía interminable y el persistente remate del Siglo XX a menos de cinco años de extinguirse, que en esa asistencia constante a los canales de televisión y construcción de sentido neoliberal con el “uno a uno”, los viajes a Miami y el congelamiento de la inflación a través de la perdida del salario, el trabajo y la industria nacional, fue que de todo ese embrollo, cuando la olla a presión no resistiera más la contención social, Bernardo Neustadt seguiría allí dictando el pulso comunicacional de la reconversión de la nueva forma neoliberal. El tiempo cubre todo con su manto tragicómico. Hay unTiempo Nuevo cuando las olas neoliberales arrasan la bahía, y un Nuevo Tiempismo cuando estas descansan en la tensa calma de la política argentina. Pensar también, por qué no, en un Neustadt transformado en una especie de ente vampírico que se alimentaba de las frustraciones políticas para seguir descargando sobre cualquier alternativa popular la espada de Damocles del conservadurismo y “el que se vayan todos” o, en el peor de los casos, el quiebre interno de la sociedad argentina y sus instituciones para transformarse en una vía libre del capitalismo financiero a principios del siglo XXI. Claro está, todo esto diagramado, producido y conceptualizado desde el salvoconducto del periodismo y la libertad de expresión.
Fue así que al inicio del segundo mandato de Carlos Menem, en una de las emisiones de su programa “Tiempo Nuevo”, Bernardo Neustadt saludó a su público habitual, y se dirigió a su siempre fiel Doña Rosa para hacerle saber que él había votado a Menem, pero no en carácter de ciudadano argentino, sino como “accionista”, y como tal se expresaba “en nombre del 50% de los accionistas de ese país que votó por Menem, ocho millones quinientos treinta y nueve mil seiscientos ocho personas (…) que el 14 de mayo, entre las 8 de la mañana y las seis de la tarde le dijeron “si señor, siga cuatro años más”. Pero no para esto. Uno de esos accionistas soy yo. Si no lo escuchó bien: uno de esos accionistas soy yo. Pero no para esto. Se acuerda…cuando los políticos quieren decir cuando algo no anda bien “la cancha está embarrada”…ya está embarrada…por eso se resbala tanta gente (en los televisores deja de verse la imagen de Neustadt y ahora vemos una imagen similar a un atardecer con un horizonte naranja fluor con la frase “EL HOMBRE NO MUERE, SE MATA” sobreimpreso sobre la imagen que dura unos segundos y coincide con la voz de Neustad que sigue diciendo) se acuerdan cuando dicen “no! Tené cuidado”, cuando dicen eso es porque van a encender el ventilador. No lo toqués a este, no lo toqués a…que van a encender el ventilador. Ya encendieron el ventilador. Te juro (suena música clásica mientras en la pantalla vemos nuevamente la misma imagen del horizonte naranja fluor y el sobreimpreso “EL HOMBRE NO MUERE, SE MATA”)”. La música sigue sonando y ahora son los violines los que marcan el ritmo de la melodía. Mientras tanto, ya con un Neustadt fuera de pantalla y sin la frase perturbando los televisores argentinos, el editado continúa con una imagen de archivo en la que podemos ver a Domingo Cavallo y Carlos Menem brindando con un alegre Neustadt en el centro del plano, acompañado de un texto aclaratorio “ARCHIVO 14-5-95”, fecha en la que Carlos Menem había sido reelecto presidente del país.
El editorial siguió casi cuarenta minutos más, siendo está una proeza verbal que ninguno de los periodistas que quieren tomar la posta de Neustadt podría imitar. Ahora el conductor estaba sentado en su “oficina” y miraba a la cámara, nunca se despegaba de ella, y volvió a hablar, mientras ojeaba un apunte en su escritorio: “los que pertenecemos al 50% que votó por Menem hace 120 días (pausa mediana)…tenemos el derecho a preguntarnos que hicieron con nuestro capital. ¿Por qué lo derrochan?. Insisto: soy accionista del 50% que sacó Menem y pido cuentas, quiero saber en qué se gasta, en qué se despilfarra. Si el voto que puse fue para esto, ¿a quién acudir?, ¿a qué sucursal del gobierno dirigirme?. Necesito como accionista que alguien me conteste y sino, que me devuelvan la plata.
Como dice Enrique Sebach, estamos, hoy, a 50 meses y 20 días del 2001. 50 MESES y 20 DÍAS. Estamos discutiendo de quién es el yo-yo, de quién es el modelo en vez de profundizarlo. A algunos se les van los días, a otros se les van los meses. A mí se me va la vida. Ellos discuten de quién es el trompo, quién es el garante, de quién son las bolitas. Les digo que no tienen derecho. No tienen derecho…a mí que me devuelvan la fe, y que me devuelvan la plata, soy accionista. (…) Fui a buscar en el diccionario lo que significa la palabra boomerang: objeto de madera encorvado para ser lanzado de manera tal que vuelve al punto de partida y es usado por los indios australianos. Aquí también. Cuando el boomerang vuelve, puede cortar la cabeza del que lo lanzó (largo silencio, mientras mira a la cámara sonriendo)…y, ta pasando. Yo me pregunto, a veces ¿no?, ¿no había que hacer un plebiscito nacional para ver quién es el dueño del modelo?. El señor que me plantó este tema fue el doctor Menem. Me acuerdo que en un programa insolente de televisión -la primera vez que lo conocí al presidente-, era tal el terror de que el señor Menem pudiera ser presidente de la república que empecé contandole un cuento feroz…le contaba…me acordé que una chiquita en pleña campaña electoral (faltaban días para la elección), se había acercado y le había dicho “doctor presidente”…entonces el presidente, que ha sido un político íntegro, tomó a la chiquita, la besa y le dijo “¿sos tan peronista?”, y la chiquita dijo: “no doctor”. ¿Tus padres son peronistas?, “no doctor”. ¿Y entonces por qué queres que sea presidente?, y la chica le contestó: porque dicen que si usted gana, y es presidente de la Nación, nos vamos a vivir a Estados Unidos. Así empezó el programa. De ahí para atrás mi miedo era volver al pasado…más pasado del que tenemos. Así que él me dijo “de ninguna manera”…me lo dijo en público, en privado: “voy a cambiar la Argentina”. Y la cambió, así que yo no estoy discutiendo de quién es el modelo, eso lo están discutiendo en otros lugares… yo no… pero tener que reafirmarlo tantas veces, tener que estár diciendo todo el tiempo “el garante del modelo”, “el padre del modelo”, “el padre de la criatura”…uno dice, al final, no será el padre de la criatura. Y esto me parece peligroso. Y además todo el mundo, piensa con razón o no, que los políticos roban. Una frase ya popular, anda suelta”. Bernardo Neustadt reafirmaba con su puesta en escena y discurso en espejo que había un “padre del modelo” más allá de las internas Menem-Cavallo: él mismo.
Todo lo mediáticamente gangsteril y artista bravucón de la palabra que Neustadt manejaba sin fisuras lo tenía también por saberse el personaje más influyente del menemismo en el terreno mediático. Esa era la espalda que tenía y las vinculaciones e influencias que había logrado tras más de 50 años de práctica periodista. Algunos de sus salieris actuales dan la sensación que repiten un guión hegemónico que ya suena plástico, desgastado y reactualizado solamente en los nombres de hombres o mujeres que son los nuevos atacados, pero los argumentos que dan sentido a su discurso huele al gorilismo más elemental del tan bradeniano “Libro Azul” de 1945, con el que se intentó degradar la imagen galopante del otro Cid Campeador de la política argentina: Juan Domingo Perón.
Y aquí ya vamos enderenzando el barco, mientras la claridad golpea sobre el timón luego de navegar por aguas bravas y el haber divisado la tierra sobre la que podremos descansar nuestra reflexión final nos da la posibilidad de hacer pie nuevamente. Después de todo, las digresiones en el texto nos pueden dar una pauta por dónde ir, de como las ideas van tomando forma a medida que uno se propone desentrañar el derrotero de un personaje central del periodismo político nacional y es así como vamos a ir relacionando y conociendo las múltiples formas de utilización del periodismo en nuestro tiempo. No nos engañemos: el periodismo actualmente está atravesando una alarmante crisis de identidad ya que no es posible reconocerlo en su versión anterior -mucho más romantizada- de principios de siglo XX. Evidentemente, la salida de la Segunda Guerra Mundial y la entrada en el clima intraimperial de posguerra hasta su estancamiento en lo que conocimos como “Guerra Fría”, el periodismo sufrió alteraciones en su manera de desempeñarse. Pero no tenemos que irnos tan lejos ni cruzar el Océano Atlántico y visitar el Viejo Continente para tener una idea de lo que quiero exponer. No olvidemos que por aquellos años, mientras las agencias de noticias de los Estados Unidos hacían todo lo posible para criminalizar a la bestia roja tropical cubana, Rodolfo Walsh junto a Jorge Masetti y tantos otros comunicadores fundaban y organizaban “Prensa Latina”, desde la cual se sostuvo una comunicación que puso el eje en la difusión no solo de las políticas del gobierno cubano sino también de la necesidad de construir un nuevo tiempo revolucionario en el continente americano para derrotar al imperio y sus socios locales. Estas batallas comunicativas entre distintas lógicas y formas de ver el mundo están presentes en el periodismo desde su creación como herramienta de poder. Fue justamente a mitad del siglo XX cuando empezaron a surgir los primeros centros de formación e investigación de la comunicación y del periodismo cuando se construyó la idea de una práctica libre y objetiva, que hasta el día de hoy sigue siendo una especie de mantra devaluado desde el cuál se intentan justificar las más grandes aberraciones sin argumento alguno para cuidar las espaldas de empresarios y representantes políticos de la derecha, siempre tan cómodos en las conspiraciones palaciegas.
Pero hubo un hito en nuestro país que demostró que puede darse una pelea sin cuartel frente a los multimedios de comunicación, instituciones globales de formación de sentido en la población, que fue la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, más conocida como Ley de Medios. Y hay un artículo que me parece de los más importantes y es el que plantea un espectro comunicacional dividido en tres partes iguales conformado por tres sectores económicos, sociales y culturales: un 33% privado, un 33% público y un 33% comunitario. Este artículo siempre me pareció un ejemplo claro para discutir la cuestión de la propiedad en Argentina, y lo tenemos al alcance de la mano en una Ley que fue votada y aprobada por mayoría en el Congreso en 2010 y fue vetada/anulada por Mauricio Macri en el inicio de su gobierno en 2016, haciendo un guiño innecesario al Grupo Clarín, La Nación y Perfil, ya que no tenía que demostrarle nada a ellos. Sin embargo, esto sucedió en nuestro país y es una muestra más de como desde el 2016 hasta el 2020, el gobierno de Mauricio Macri funcionó como un espejo maldito de las conquistas logradas en años anteriores y que habían gozado de la simpatía y el apoyo de las mayorías populares democráticas en Argentina. Ese espejo maldito que también se utilizó tantas otras veces en la historia argentina y parece estar descansando -por el momento- en algún sotano del “Astrólogo”, uno de los personajes emblemáticos de Roberto Arlt, y tan recurrente también en nuestra política nacional.
Y acá también hay otro punto importante, que es discutir una nueva democratización en diversos espacios de participación de la comunidad en la Argentina (Poder Judicial, medios de comunicación, el modelo financiero y productivo del país, por poner algunos ejemplos), y que posiblemente una Nueva Constitución Nacional pueda acompañar y hacer confluir todas las iniciativas y militancias democratizadoras actuales. Podemos tomar como punto de arranque el artículo citado más arriba sobre la distribución del espacio comunicacional en un 33% para cada sector. De este modo, el Estado debe garantizar que el sector privado se subordine a la ley y reconozca a la comunicación como un derecho humano, un razonamiento que es compartido por el sector público y el comunitario, lugares donde justamente está la posibilidad de fomentar más y mejor democratización en nuestro país. Todas esas comunidades en donde se desarrolla un periodismo y una comunicación ligada a reflejar el día a día de los barrios, en los pueblos, de los puntos más distantes del país ubicados a cientos de miles de kilómetros de la Capital Federal dónde tienen sus cómodas oficinas céntricas los grandes grupos hegemónicos que cotizan en la bolsa de Estados Unidos y poseen bonos de la deuda externa que ellos mismos ayudaron a legalizar con un lobby propio del activismo cínico al que nos tienen acostumbrados día tras día, nos hablan desde el futuro. Somos nosotros los que estamos atrasados, aunque intentemos poner en tensión conceptos y hablar o escribir sobre política y decir qué debe y qué no debe hacerse. Son esos periodistas y trabajadores de la palabra que están ligados con sus comunidades los que están dando vida a un país que no sale en las principales pantallas de los canales de televisión tan preocupados por los “ALERTAS” y los “ÚLTIMO MOMENTO”, haciendo que por lo menos el periodismo vuelva a significar algo en la tierra que vio nacer a Rodolfo Walsh y Roberto Arlt. Pero aún así, no paramos de hablar de periodistas muertos, por más o menos simpatía que tengamos por ellos.
¿Acaso el periodismo sigue teniendo algún sentido en el siglo XXI?
¿La crónica puede ser una salida, o existe en realidad una traición de la crónica que está operando como salida elegante del periodismo hacia una forma literaria, más elitista, y canonizó un estilo definido y cerrado en dónde al final se terminan validando como ciertas las posturas que estén contenidas en su interior?
¿No hay acaso una inflación de la crónica en Argentina?
¿Es ese el único resquicio que le queda al periodismo, describir con lujo de detalle lo que acontece, o alguna vez se va a parar de frente a su historia y va a asumir sin medias tintas que está atravesado por las luchas políticas e intereses económicos?
¿Qué más tiene que pasar para que podamos discutir todo esto sin sentirnos que estamos fuera de la realidad o que estos puntos de vista están atrasados, y que hoy importan otras formas moldeadas al pulso de las redes sociales, el endiosamiento del algoritmo y los focus group con sus estadísticas monotemáticas que solo miden la aceptación o el rechazo de alguien o algo?
¿Tiene sentido que el periodismo busque la “verdad” o “comunicar la realidad”, si es que algo de eso todavía sigue en pie, o ya no importa tanto saber que es verdadero o falso?
¿Da lo mismo ahora?
¿Qué eslabón se perdió en el transcurso del cambio de posguerra a la declarada y propagandistica Guerra Fría que se aparece en nuestros días como un espectro que ya ni siquiera asusta ni incomoda con su opaca presencia?
¿Será que éste fantasma en el que se ha transformado el periodismo es un alma en pena que todavía sigue vagando en un plano de la realidad en el cual no se halla y no encuentra un cuerpo en el que pueda renacer porque todos los cuerpos disponibles ya fueron cooptados por otro tipo de subjetividad?////PACO
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