Por Juan Terranova

1.El escándalo

En el principio, un escándalo. Nadie dudaba, en el mundillo literario alemán, uno de los más sofisticados y rentables del mundo, que la próxima novela de Thor Kunkel iba a ser un éxito. Sin embargo, cuando, en el 2003, el autor volvió de unas semanas de vacaciones en Holanda se encontró con que, apenas dos meses antes de lo acordado, Rowohlt (http://www.rowohlt.de) , su casa editora, había decidido suspender el lanzamiento. El editor de Kunkel, Alexander Fest, explicó a la prensa que la suspensión a último minuto se debía a diferencias «estéticas y de contenido». El asunto se transformó rápidamente en affair y todos los semanarios culturales de Alemania recogieron la noticia y dieron su opinión. Lo primero que trascendió fue que la descripción ficcional que el autor hacía del Instituto de Higiene de la SS en Berlín resultaba demasiado glamorosa y la importancia del Holocausto aparecía menospreciada. Kunkel respondió: «Esto es completamente ridículo y ultrajante.» Y agregó: «Lo que traté de hacer en mi libro es explorar uno de los más oscuros capítulos de la historia alemana. Mi novela ocurre en 1941 cuando no había caído una sola bomba en Alemania. Empieza en el punto de quiebre de la guerra, cuando comienza la invasión a la Unión Soviética. El libro trata las licencias mórbidas del Tercer Reich. No trato de ignorar el Holocausto, que ya está transitado como tema.» Luego remató: «¿Quién se piensa que es Fest?».

Para ese momento, el Franfurter Allgemeine Zeitung ya hablaba de la novela como «el libro de la temporada». En un largo ensayo, el prestigioso diario decía que el manuscrito contenía «decadencia, lujuria, placeres químicos, goces corporales y repulsivos y humor». Como era de esperarse, inmediatamente tres editoriales se ofrecieron para publicarlo. Otros editores también dieron su parecer. «Kunkel lee mucho a Pynchon y sobre estimo sus posibilidades artísticas» o «Hay otros escritores de su generación que escriben mucho mejor, Kunkel es un escritor que tiene un gran deseo de provocar». ¿Les suena esto último de alguna otra parte? El tema ya parecí agotado cuando una revista semanal, Der Spiegel, publicó e-mails privados del editor de Kunkel. Y un periodista de la revista, Ulrike Schieder, dijo que el novelista describía a los aliados como «animales sedientos de sangre» y a los alemanes como víctimas. Para Der Spiegel, Kunkel trivializaba a los nazis como una sociedad lujuriosa y decadente. El novelista reaccionó con furia y en una carta abierta acusó a la revista de tratar de arruinar su reputación y, como si hiciera falta, aclaró que condenaba los horrores del nazismo, especialmente el holocausto. Después, se describió a sí mismo como un alemán anglófilo y aseguró que el problema era el humor negro que Fest no entendía. La carta terminaba reafirmando que los horrores del nazismo no debían ser olvidados pero al mismo tiempo hacía hincapié en que se necesitaban nuevos ángulos para contarlo. El nombre de la novela en cuestión es Endstufe, algo así como Escena Final. El manuscrito llegaba a las 622 páginas y la narración giraba alrededor de un tema tan controversial como atractivo: las películas pornográficas que produjo el nazismo.

Novel-Endstufe-450x300

2. Hamburgo

Según el mismo Kunkel la historia empieza a mediados de los años noventa cuando un amigo le muestra una Playboy vieja que trae un artículo sobre la historia del sexo en el cine firmado por Arthur Knight y Hollis Alpert. (Probablemente un ejemplar aparecido alrededor de 1965, cuando los críticos empezaron a publicar por entregas su The History of Sex in Cinema.) En esa revista, el novelista lee por primera vez sobre las películas de Sachsenwald. El artículo decía: «El más singular de los negocios de cinematografía pornográfica fue el que emprendió el Tercer Reich. De 1936 a 1939, los nazis rodaron en Hamburgo las llamadas Películas de Sachsenwald. Se trataba de un porno blando destinado a Suecia, donde se cambió por el hierro utilizado en la construcción del tejado de la sala de congresos de Nuremberg.»

Kunkel pensó que ahí había una excelente historia y atrás, como a veces sucede, un contundente best-seller. Así, el escritor recurrió a referencistas y bibliotecas y no encontró nada. Visitó a los neonazis y estos tampoco sabían ni habían oído escuchar. Ronny Lloewy, del Fritz-Bauer-Institut, incluso dudaba de la existencia de las películas. Helmut Regel, del Bundesfilmarchive, no había oído hablar nunca de ese material. «¿Tomas de penetraciones? Hubo películas algo subidas de tono como Die Nacht der Amazonen, una obra de desnudos. Pero películas verdaderamente pornográficas no hubieran encajado con el puritanismo de los nazis.» Kunkel llegó a entrevistar, sin mayores resultados, a camarógrafos jubilados que habían trabajado con Riefenstahl y a varias actrices, ya muy viejas, de la UFA. Finalmente, dio con un documental de Alexander Kluge que mostraba breves secuencias de las películas de Sachsenwald. En Munich, Kluge le pasó el dato de un coleccionista. Y Werner Nekes –que debe ser todo un personaje– resultó ser el hombre. Seguramente, con una sonrisa de satisfacción en los labios, Nekes le mostró al escritor Frühlings Erwachen, que se puede traducir como El despertar de la primavera y le contó lo que sabía. Un diplomático y miembro de la nobleza de un país báltico había entablado y conducido las negociaciones con los propietarios de las minas suecas. Un crítico, Gösta Werner, dio el visto bueno y las películas empezaron a copiarse en la embajada alemana de Estocolmo. La operación se hizo en secreto y sin dejar huellas. 

Después de entrevistar a casi sesenta personas, y mediante un fotógrafo de Hamburgo que la había fotografiado desnuda cuando era una adolescente, Kunkel logró localizar a la última de las protagonistas que quedaba con vida, previsiblemente, en una residencia geriátrica. La viejita de ochenta y tres años le narró cómo, sesenta años atrás, dos hombres elegantes y educados las abordaron a ella y a su hermana en el centro de Berlín para después llevarlas, en un Opel Admiral negro, el auto preferido de la GESTAPO, a un bosque en las afueras de Hamburgo. Allí, en un ambiente bucólico, las dos jovencitas participaron en un «asunto de tres» con uno de los hombres, mientras seguramente el otro filmaba. La mujer cooperó con Kunkel y respondió todas sus preguntas con la sola condición de permanecer en el anonimato.

dibujo1

3. Una mujer atada a un árbol

De lo poco que hay en Internet, hasta ahora único medio accesible interesado en el libro y sus derivaciones, lo que sacamos en limpio es esto.

.– En 1941, hedonistas de las clases altas del nazismo se dedicaron a rodar filmes de porno duro para consumo privado. Según la declaración de la actriz erótica H. S., las películas Der Fallersteller Frühlings Erwachen se rodaron en Sachsenwald, en las inmediaciones de Aumühle, y es probable que la película en color Waldeslust se hiciera en un lago de los Alpes de la Alta Baviera. Los actores de esta última serían miembros de la asociación naturista Bund für Leibeszucht (Asociación para el Cultivo del Cuerpo). Según declaraciones de la testigo, los productores no pertenecían a ninguna organización militar.

.– Las declaraciones de Fritz Hippler, el antiguo intendente de cinematografía del Reich, apuntan a un entorno extraoficial de la clase alta del nacionalsocialismo, tal vez incluso a la Sociedad Hedonista Swing, que se reunía en Berchtesgaden. Esta estaba compuesta por miembros de la nobleza, artistas famosos, deportistas y actores que durante los años de guerra «vivían a lo grande en la Alta Baviera» en palabras del ministro Goebbels.

.– Ninguna de las películas ni sus nombres está registrada en el Bundesfilmarchive, Archivo Cinematográfico Federal de Alemania.

 .– Según Kunkel, Alexander Kluge confirmó la autenticidad de las copias que aun se conservan.

.– Aunque al menos una de las películas de Sachsenwald se proyectó en un establecimiento público de la empresa sueca Bolaget, en 1942, no se hallaron pruebas determinantes de que se produjera un negocio de intercambio con la compañía minera LKAB, con sede en la ciudad de Kiruna.

 .– Aparte del hierro sueco, existe una “pista inequívoca” que permite seguir las películas hasta el norte de Africa, al muy importante Mineralölkommandos (Comando Petrolífero) del Afrika-Korps. Las películas de Sachsenwald, igual que las postales de desnudos, eran unos objetos de intercambio muy cotizados entre los beréberes. Es probable que las películas se usaran como moneda de cambio para adquirir concesiones de explotación mineral. Pero también hay datos sobre el truque de otros suministros, que van de repelente de insectos hasta agua y comida. Posiblemente alguna copia terminó en las manos del, en ese momento, Bey de Túnez, conocido, entre otras cosas, por poseer una legendaria colección de pornografía occidental. 

De todo esto, aquí y ahora, lo único que tenemos nosotros –argentinos con banda ancha– es una foto muy fuera de foco y en blanco y negro donde se puede ver a un hombre desnudo atando a una mujer desnuda a un árbol. Nada señala que sean alemanes, nazis, miembros de la GESTAPO o agentes del recontra espionaje. Los pechos de la mujer son más bien pequeños.

 4. Porno und drung

Endstufe salió, finalmente, por Eichborn Berlin. En alemán hay un par de sitios relacionados con la salida y la génesis del libro. Antes que nada está la página personal del autor. El diario inglés The Guardian sacó el 12 de febrero del 2004, firmada por una tal Luke Harding, una nota bastante importante titulada con suspicacia Porno und drungPor su parte, la revista española Letras Libres publicó, el 1 de mayo del 2004, una especie de reseña que refrita lo de The Guardian. El cronista, Julio Aguilar, no leyó la novela, aunque no lo haga explícito. Pero tampoco leyó críticamente el material disponible en la web porque el título de la seudo-reseña es Historias pornonazis, que no está mal, pero el subtítulo es «actos pornográficos de militares nazis durante Segunda Guerra Mundial». Sobra lo de militares. Hay un artículo, sintético y muy seductor, que se reproduce una y otra vez, aquí y allá, en la web. Sobre todo se lo encuentra como El negocio de la pornografía nazi, visto con objetividad, para nada un mal título. También es posible encontrar refutaciones a la hipótesis central del libro de Kunkel. El responsable del Archivo Federal de Historia del Cine, Helmut Regel, salió el canal público alemán 3-sat afirmando que «En los treinta y cuatro años que llevo trabajando en el archivo, investigando la historia del cine entre 1933 y 1945, no he visto ni un metro de filmes pornográficos de producción alemana». Si las películas existen o son una invención, todavía no ha sido confirmado. El anónimo redactor del suelto Did the nazis make porno? –muy reproducido en la web– pregunta, con toda justicia, si se trata de un apócrifo, un error honesto o algo de entre las dos cosas. Algunas capítulos de la novela se pueden descargar de forma gratuita en inglés. No encontré indicios de que se haya traducido al español.

5. Escena final

No estoy seguro porque al momento de escribir esta glosa ya pasaron un par de años desde que la vi por última vez, pero creo que en una de las primeras escenas de la película de Oliver Stone The Doors, Jim Morrison, encarnado por un asombrosamente dúctil Val Kilmer, se reúne con sus compañeros de una escuela de cine de California. El futuro poeta y cantante les muestra su material más reciente. Se trata de un mash-up que sobreimprime imágenes pornográficas a desfiles de camisas pardas. Uno de los presentes pregunta: «¿Nazismo y pornografía, Jim? ¿Qué es esto?». Morrison agarra sus cosas y se va, dando por terminada su etapa de estudiante. La escena que sigue ya lo encuentra como cantante, ensayando Break On Through, la primera canción del primer disco de la banda y también su primer single. Pero el dato bien podría estar errado.///PACO