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«Para Mercedes, que, además de todo esto, sabe quién es Paul Klee».

1.

Sin embargo, aunque uno no quiera, las explicaciones de los chistes aparecen igual. Es lo que pasa cuando busco más información sobre Jasper Johns. La referencia, la aclaración de las referencias, tiene también que ver con Los Simpsons y el capítulo en que Homero, como yo con las aclaraciones on-line, se topa con la profesión de artista. O, al revés, su desconocida profesión de artista lo encuentra a él cuando la parrilla que armó mal se le suelta del auto y golpea contra una marchand.

Es la mujer la que reconoce a Homero como un genio, lo publicita, le organiza dos exposiciones y luego lo hace caer en desgracia cuando supone que eso que se llama gusto ya no lo acompaña. Es ahí donde Homero se pregunta por la belleza y recorre un museo para inspirarse con el aduanero Rousseau, Warhol, Turner, Claas Oldenburg, Picasso y un etcétera largo y variado.

Por otro lado, en la primera exposición, en la que come sin parar, cuando Lisa le recrimina la glotonería, le responde que los artistas aman la comida y pone de ejemplo a Jasper Johns, que se guarda entremeses en el bolsillo, se roba las lamparitas y dice: “¡Matanga!”. Ahí, otra vez, aparecen para mí, unidas, belleza y sustracción.

2.

Hace ya un par de años que estudio sin éxito ruso.  En una de las lecciones del libro, en la que se supone que estudiábamos el acusativo femenino para la palabra “cuadro”, se mostraba el (y el texto se mofaba del) Cuadrado negro sobre fondo blanco de Malevich. La anécdota dice que cuando lo presentó le dijeron a Malevich que eso podía hacerlo cualquiera y lo desafiaron a mostrarse capaz de pintar algo distinto. Mercedes sostiene que volvió, a los pocos días, con el Cuadrado blanco sobre fondo blanco. Yo, en cambio, que hizo el Círculo negro sobre fondo blanco. En cualquier caso, la broma no necesita de las explicaciones, aunque existan.

Ahora bien, a pesar de que vuelvo cada tanto a Suprematismo, el libro donde Malevich se explaya sobre el futuro e insiste en que la naturaleza no es referencial, que no es objetiva, que no puede ser representada como tal, irritado, después de la clase de ruso, busqué el “Manifiesto suprematista”. Quise leerlo en idioma original y fui, una vez más, derrotado por la lengua. En castellano, traducido, dice: “La ascensión a las alturas del arte no objetivo es fatigosa y llena de tormentos y, sin embargo, nos hace felices. Los contornos de la objetividad se hunden cada vez más a cada paso, y, al fin, el mundo de los conceptos objetivos, todo lo que habíamos amado y de lo que habíamos vivido, se vuelve invisible. Ya no hay imágenes de la realidad, ya no hay representaciones ideales; ¡no queda más que un desierto! Pero ese desierto está lleno del espíritu de la sensibilidad no-objetiva, que todo lo penetra”.

Hay, para Malevich, un mundo sensible en lo geométrico, en la abstracción pura de la forma, en la construcción representativa que no busca imitar nada, sino crearse (e imitarse) a sí misma. Pero sobre todo hay, también, una pregunta por la belleza y una preocupación, como Homero o Jasper Johns, por la forma de constituirla.

3.

En O vento e o moinho (“El viento y el molino”, el libro de 2007 que, creo, permanece sin traducir), el agudo crítico brasileño Rodrigo Naves abre con una cita de las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo. En la carta de 1884, por una similitud numérica, Vincent especula con las posiciones políticas de ambos hermanos en la lejana Revolución de 1848: él se ve del lado de los rebeldes y coloca a Theo del lado de los soldados del rey. Dice que el presente, treinta y seis años después de la revuelta, ya no hay barricadas en las calles de París. “Y sin embargo existen, el molino no está más, pero el viento continúa.” Qué es el viento, qué el molino, podemos preguntarnos. Naves habla de la capacidad de construir algo, el molino, que encauce la dispersión del viento; pero también como la forma que las instituciones humanas (el molino) parecen ser derrotadas cuando aquello que las anima (el viento) busca otras lugares en los que expresarse.

La cita del viento y el molino proviene de Los miserables, dice Naves, en un diálogo de personajes en el que se da vuelta la comprensión: el molino, lo instituido, puede imprimirle al viento su propia dinámica, una que el viento aún esparce.

La metáfora doble abre, más que una posibilidad, la puerta a un cuarto sin ventanas, la entrada a cierto encierro. Aun así, Naves consigue interpretarla de una manera que implica una lectura sobre el arte contemporáneo: “La frase de Víctor Hugo, tal como la usaba Van Gogh, expone con claridad lo que podríamos llamar hoy una crisis de enemigos, la dificultad de las fuerzas sociales para articularse tanto por la ausencia de un opositor claro como por la incapacidad de ordenarse a sí mismas, ambos movimientos que se complican mutuamente”.

Esa crisis de enemigos de la que habla Naves (ya no están las personas que le reclamaban a Malevich si podía hacer otra cosa) ha permitido una amplitud y una tolerancia, pero también “una incorporación exterior y rebajada de dinámicas que terminan apenas siendo tematizadas.” En otras palabras, es el tema (por sobre la intuición de la forma o sobre la idea de belleza) el que domina casi de forma superficial la producción artística. No es uno en sí, son todos los temas de aquello que está aceptado como tal: la guerra, la segregación racial, el (nuevo) rol de las mujeres, las formas del sometimiento, el pasado trágico, la miseria. Esas obras hablan por un tema, a través de un tema, más que de una expresión de la forma. Esto se suple, de acuerdo a Naves, con el uso del mundo: “cualquier material es posible (esperma, cera, grasa, sangre o tierra)”, aunque eso no constituye una apropiación, sino, de nuevo, una necesidad superficial de distinguirse sin adentrarse en la complejidad de la forma ni de reflexionar, como Malevich o Johns o Homero Simpson, sobre la belleza.

“Paradojalmente, la ampliación del campo del arte –casi todo puede ser considerado un objeto de arte– la condujo a un estrechamiento de su radio de acción, porque parece condenada a reflejar las propias condiciones de validez.” Esas obras buscan, en todo caso, confirmarse como tales, una confirmación que no es intrínseca, sino apriorística, se basa en la construcción de un mensaje previamente concebido. Entonces, a pesar de que tengan, como se dice en Springfield, “perfecta validancia”, no logran salir de la propia aporía. Quieren derrumbar el molino sin pensar que el viento los arrastra.

Décio Pignatari, poeta concreto, publicista y semiólogo, también brasileño, dice: “lo bello es el uso”. Es una frase saussuriana, desde ya, el uso como el habla de Saussure. Pero también, como la serialización de lo bello. Es decir, me gusta este pantalón porque se usa, del mismo modo que me río cuando veo, en canales retro, la ropa de hace treinta años atrás porque ya nadie se viste así.

Ahora bien, si no hay enemigos, como propone Naves, si el molino fue derrumbado y el viento se dispersa sin cauce ni razón, entonces todo es aceptado, todo puede ser usado. Amplío el silogismo: si lo bello es el uso, si todo puede usarse, entonces, todo es bello. No hay necesidad de pensar la belleza como una problemática, sino el tema y la validación del tema.

En mi campo de experiencia, la literatura, esta idea se ha filtrado hace años: se escribe de determinada manera, preferentemente en el modo realista de redacción, y es una regla que respetan los textos orientados al consumo masivo como aquellos que se perciben (y conciben como) artísticos. Los libros se comentan, se ponderan, por aquello de lo que hablan en vez de sobre la propuesta estética que está ya dada.

Tal vez la pregunta estética sería, si seguimos a Pignatari, acerca de la manera de construir el uso.

4.

Jasper Johns roba. El chiste de Los Simpsons proviene de que incorpora objetos y citas de otros en sus pinturas. Esa reapropiación implica también volver a significar el uso de las obras, volver a darles un sentido. Cuadros como Fuga de ideas (Racing thoughts) o Pintura con dos bolines juegan con esta idea. Las lamparitas galvanizadas (delante de Homero se roba la materia prima para hacerlas) vuelven sobre el uso de las cosas y resaltan en un obra que iba a volverse poco a poco más abstracta (Bailarines en un avión, Usuyaki, Cadáver y espejo II).

Dos series formales, sin embargo, son mis preferidas. Por un lado las banderas y por el otro las dianas. Las banderas, que según la Wikipedia son más de cuarenta, tienen tres hitos. La primera Bandera de 1955 está hecha con la técnica de encáustica y sobre diarios viejos. La pregunta es obvia: ¿es una bandera?, ¿un símbolo puede ser simbolizado a su vez?, ¿una pintura de una bandera tiene algún uso? Luego, están las Tres banderas que son, como su título dice, tres banderas superpuestas en distintos tamaños. Acá hay casi una caricaturización del objeto. Por último, la Bandera blanca, que no reniega tampoco del concepto de rendición, hace menguar la misma idea de lo que se muestra, la aplana, se nota la forma, pero está pintada de blanco, desvirtuada la insignia que se distingue por la combinación de colores que, acá, están ausentes.

Las dianas también constituyen una serie: Diana con cuatro caras, Diana, Diana con moldes de yeso. La forma precede al cuadro, del mismo modo que la bandera. Es decir, como señala el mismo Johns, que eligió trabajar con formas preexistentes, reconocibles en el espectador para poder “llegar a otro nivel”. Esa misteriosa frase habla de una búsqueda, pero también de un abandono. La búsqueda es estética, tentativa, exploratoria no sobre la forma ni sobre el tema, sino sobre el efecto (la belleza como efecto), en todo caso, sobre el color, sobre la textura. La obra abandona la representación lineal (sin llegar al límite de la abstracción absoluta del suprematismo de Malevich), en tanto exhibe algo común, conocido, que también es un símbolo o una cosa que se completa en otra: no sirve la diana sin los dardos.

Diana verde, creo, lo mismo que con Bandera blanca, borra los límites de aquello que está en el cuadro. Es un blanco para dardos o flechas pintado de un verde casi monocromo, en el que apenas se aprecian las líneas que delimitan las zonas de la diana, los valores del que acierta o no el disparo. Con esa forma menguada, con los límites escindidos, el cuadro cuestiona la posibilidad del objeto como uso (y como belleza, diría Pignatari).

En todo caso, la belleza en Jasper Johns está en la serialización de lo dado, de lo conocido, en el cuestionamiento del objeto como tal, en la posibilidad negada del uso (¿acaso el reemplazo irrestricto del consumo no lo niega también?), en la ampliación del campo de lo bello independiente del tema, en la construcción de algo nuevo desde lo ya existente, en la interpretación.

5.

Entonces, el cuestionamiento y la construcción imposible del uso es una de los formas que la belleza adquiere en Jasper Johns; del mismo modo, podríamos decir que para Malevich, esa forma y esa belleza son el abjurar del uso, en perder lo objetivo. En ninguno de los dos aparece la consigna del pop de Andy Warhol: “ser pop es que te gusten las cosas”.

Warhol, en una pesadilla, despierta a Homero Simpson, que ha ido a inspirarse al museo, arrojándole latas de sopas Campbell. Homero se despierta angustiado, atrapado entre los límites de lo que puede. Incluso le dice a Marge: “estos sujetos son genios”, por los cuadro que ha visto, “a mí no se me ocurriría jamás algo como un lápiz o una lata”. El chiste se explica solo.

Sin embargo, después de eso, el Homero artista decide también reflexionar sobre la belleza y sobre el uso, cuando Lisa le cuenta de la obras de Christo y Jeanne-Claude: el Reichstag envuelto, las sombrillas en California, Estados Unidos, y en Ibaraki, Japón.

Mientras Homero aún reflexiona, debo hacer referencia a un pequeño libro cuyas ideas han dejado huella en mí desde que lo leí a los dieciocho años y que, tal vez, sea el origen de esta inquietud por el problema de la belleza. Se trata, claro, de Descenso y ascenso del alma por la belleza, de Leopoldo Marechal. Me resulta admirable la búsqueda de una solución al problema estético, al de la conformación de una estética que hace Marechal. Es, además, un texto hiperculto, neoplatónico, consciente de la eternidad de lo bello a diferencia de la relatividad de lo fabricado, católico. Son todos atributos que no tienen que ver conmigo. Tal vez, por eso me guste tanto incluso hoy en día.

Para Homero la belleza no es ni terrenal ni eterna e inmutable, no hay movimientos que describan la forma de aprehensión de aquello que llamamos “belleza”. Para Homero lo bello está en la transformación. Decide, como su última obra, como la forma de redimirse del fracaso de no haber entendido del todo aquello que hacía, inundar Springfield. Roba los tapetes, le pone snorkel a los animales del zoológico (le pide a Bart que se los ponga a los leones, mientras él hace lo propio con otras bestias más inofensivas) y luego hace desagotar los tomas de agua de la ciudad. “Es como Venecia, pero sin la peste”, dice cuando la presenta. Los grandes canales de Springfield parece llamarse.

En todo caso, la transformación de Homero vuelve, como Jasper Johns y Malevich, a cuestionar el uso, a apropiárselo, a hacer de ese uso una construcción que, entonces, se vuelve bella. Rodrigo Naves señala con lucidez la incorporación del adjetivo artístico para las obras de los últimos años. Dice que esa palabra se distingue de arte con la misma relación entre adjetivo y sustantivo. El adjetivo (artístico) no puede llevar a cabo una acción, apenas modalizar algo anterior, aquello que hemos señalado como “tema”. Mientras que el sustantivo (arte) puede llevar adelante la transformación que es la estética de Homero, la de cuestionar la referencialidad de lo natural de Malevich, la de sustraer (en la doble acepción de robar y de menguar) en la apuesta de Jasper Johns.

La transformación de Homero también implica volver a plantearse la cuestión de la belleza y funciona como un camuflaje. También puede pensarse como una forma de robo, de sustracción por medio del disfraz. No me extraña, entonces, que, mientras los habitantes de Springfield disfrutan de la ciudad inundada, mientras Marge pinta un cuadro figurativo de lo que ve, Jasper Johns se acerca en una lancha, le hurta el cuadro a Marge cuando ella se besa con Homero y dice, sin piedad: “¡Matanga!”////PACO

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