Política


Martín Rodríguez sobre la arena política (*)

I. El kirchnerismo de los primeros y los últimos años

Primera respuesta: el kirchnerismo cambia menos que uno. Antes de 2008 había un centro de conflicto aunque “externo” a la sociedad, que era la dictadura, los años 90, el menemismo residual, el FMI. La ausencia del campo y de Clarín en esos primeros años hace que hoy el período de 2003 a 2007 parezca el de la socialdemocracia, un Kirchner herbívoro que militaba el “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, como el último Perón. Así lo quieren mostrar, pero el kirchnerismo siempre fue igual. Kirchner tuvo obsesiones permanentes: los derechos humanos, el progresismo en general, la alianza con el peronismo territorial. Desde el principio produjo la captura simbólica del progresismo. Y ese progresismo cambió del republicanismo al populismo de Laclau. Las valoraciones sobre la Corte pueden ser una bisagra ideológica. Pero hagamos una diferencia de dos tiempos siguiendo la pregunta: hoy podemos decir que al kirchnerismo le gustan los conflictos que él mismo crea. Prefiere invisibilizar o a lo sumo gestionar en frío los conflictos que le lleva la sociedad. Ese es el cambio de estos diez años. Llegó como bombero a solucionar conflictos y termina siendo el productor del conflicto que legaliza. ¿Cómo se construye el orden? No reprimiendo: produciendo la conflictividad. Su idea no es que hay que pacificar a la sociedad sino producirle de arriba hacia abajo los conflictos que el propio Estado regula. Como crear derechos: que voten los de 16 años, que se voten los consejeros del consejo de la magistratura. Derechos sin sujetos. Es cierto, no todo se democratiza en base a demanda, pero este modo institucionalista hace que los reveses que sufre el kirchnerismo caigan al desierto, o, a lo sumo, impacten sólo en la burbuja de microclima. Esta espectacularidad vacía explica el éxito creciente del municipalismo. Relato versus gestión.

II. Los medios como arena central de la disputa política

El objetivo está cumplido. Un día los debates terminan. Este abrió más los ojos en torno a algo simple: que esos medios sean vistos como un grupo económico y de intereses. Clarín es un grupo extenso y sofisticado, con puntos de venta mucho más diversos que la mera política, pero su política quedó desnuda. Ahora, puntualmente, sobre el contenido de la ley de medios a esta altura creo sólo en aquello que condiciona a Clarín, el aspecto anti monopólico sobre el grupo que fue dañino para la soberanía política. El resto, los ideales de la ley, me parecen imposibles y excesivamente voluntaristas. Queda bien no anteponer a los derechos las razones de un negocio, estoy espiritualmente de acuerdo, pero la realidad de estos años termina siendo este bluff de empresarios como Spolsky, Vila, Manzano, Telefónica. En síntesis, es una ley gatopardista, entonces que Clarín la cumpla, pero bajemos las expectativas culturales sobre los efectos de la ley. La idea de que va a hacer nacer una nueva sociedad. Va a dejar un empresariado como el de Cristóbal, que se compró la Coca-Cola de Radio 10 y la convirtió en Pepsi. De vuelta: deseo el fin de la “batalla cultural” y la resolución del problema de esa industria ajustado a la ley. Y me preocupa también que al monumento moral del periodismo independiente (el “ogro” de la antipolítica) se contraponga la otra cara de la misma moneda: el monumento moral del periodismo militante. Son elefantes que ocupan demasiado espacio y le hacen daño tremendo a la política. Ambas cosas la siguen sustituyendo por momentos.

III. Kirchnerismo y Cristinismo

Si Néstor era el político que se hacía cargo con culpa de los sacrificios de la sociedad, ahora hay una sutil inversión: la sociedad se debe hacer cargo del sacrificio que se llevó a Néstor. Creo que de ahí viene la dificultad de Cristina de mirar algunas tragedias que la ponen en situación de responsabilidad, por ende, en la Argentina, en situación de culpabilidad. Cristina siente que dio todo. Y su liderazgo fue una sorpresa, surgió ahí. Proyectó un carisma que es más “tómalo o déjalo” que el de Néstor. Y su ritmo no para. Va a terminar el ciclo sin bajar la velocidad. En ese orden creo que Cristina gobierna mucho contra la herencia y la concepción de poder de Néstor. No eran tan diferentes, no eran iguales. Eso Lanata lo pesca, lo muestra y lo calla.

IV. Lo que circula por internet

Los medios tradicionales pertenecen a un mundo en general más aburrido, más apuntado al promedio de una sociedad despareja, desigual, pero cuyo centro lo ocupa alguien que enciende una spika o que compra un diario en un kiosco yendo al trabajo. No es gente sobreinformada. Twitter o los blogs apuntan a otra parte de la sociedad, a un público más sofisticado o específico. Encontraron el negocio en que ambos se alimentan. Está lleno de lectura de tweets o post en la tele o radio, y twitter hay días que está insoportablemente vivo frente a la pantalla. Es la primera versión fugaz de la historia. Pero son compatibles y se nutren.

MANU 188

V. Scioli en la economía interna del kirchnerismo

Scioli es un conservador popular al que le piden los votos por conservador. Siempre tuvo jefes, nunca jefes que lo odiaran y necesitaran tanto. Lo odian por lo que representa, lo necesitan por lo que cosecha. Expresa junto a Massa, Urtubey, Boudou, a una generación intermedia que es parte del peronismo. Es un peronismo natural. O sea: son peronistas porque no se les pasa por la cabeza ser otra cosa. No tienen traumas psicológicos o existenciales con eso. No tienen vínculos de sangre con la historia trágica del peronismo. Los radicales, los socialistas, los peronistas de izquierda o los liberales de su edad tienen más límites, son más principistas. Scioli expresa en su forma lavada la esperanza de que nos puede ir bien: bienestar, consumo, progreso individual, seguridad. Prefiero que se asuma que Scioli no es un político para ser usado sino también una expresión del peronismo. Lo matás y te nacen mil Pro. Representa gente que no tiene y que no tiene por qué tener una relación tan intensa con la política. El problema de esta camada intermedia es que representan demasiado, no tienen mediaciones con sus representados, y entonces hasta Sarlo sale espantada diciendo que no tienen una “visión del mundo”. Alumbran la clase media no progresista, ponele. Y a las clases bajas menos ligadas a la ayuda social del Estado. Pero pienso: si el peronismo es la pretensión de un movimiento (aunque creo que técnicamente es un sistema) Scioli tiene que estar adentro. Y tiene que estar sin control de calidad ideológica, sin el peaje de Mariotto, Kunkel o Diana Conti, es decir, esos consumidores del poder de Cristina. Esto es una democracia: respetemos como a Dios a los que reciben la brisa cálida del voto popular. Obvio que hay que convivir y no resignar ideas propias. No se trata de colectivizar pragmatismo, que florezcan mil Maquiavelos, sí de percibir la verdad relativa en cada expresión del peronismo. Aplico este análisis también sobre Massa. ¿O nos creemos que son la CÍA, que sueñan con ir a abrirle la celda a Etchecolatz?

VI. Después de 2015

El centro del quilombo actual creo que sigue plasmado en lo que escribió Alejandro Bercovich el año pasado en Crisis (“Capitalismo punk”). Consumo sin futuro. ¿Qué puede hacer una familia promedio? Con inflación, sin crédito y sin acceso al dólar: sólo gastar lo que tiene en la mano. La plata se quema en las manos. El kirchnerismo cuando habla de “todos” habla de “los últimos”, habla de la AUH y borronea de su horizonte discursivo a sectores intermedios. Salvo que sean militantes. En cierto sentido, menos mal que el CEDIN le ganó la batalla a la “batalla cultural” contra el dólar, quiero decir: incluso la discusión sobre ese patacón del dólar me parece más valiosa y reemplaza la discusión sobre la batalla contra el dólar, de un higienismo hipócrita asqueroso. El gobierno alimenta esa “lucha de clases medias”, de progresistas versus Lanata, la guerra del consorcio del progresismo argentino, el “business del país dividido”, como dice Luciano Chiconi. Y por supuesto que este país es un quilombo, que no es pacifista, pero la política no lo va a ordenar según sus parámetros simbólicos, porque la extensión de nuestros problemas te lo lleva puesto. Un día hay saqueos, queman Constitución o chocan dos trenes y varios se quedan mudos. Tienen que esperar la tapa de Clarín para decir algo. Este país no está exactamente dividido, es una guerra de elite, en la que por supuesto yo tengo mis preferencias. Valdría decir que una división es otra cosa: guerra civil, palizas; una familia discutiendo fuerte es que la sociedad cambia, no es división. En este contexto, un deseo que aparece flotando no es el de 2007 en boca de Lavagna (“enfriar la economía”), sino, en todo caso, el de enfriar la política para ordenar la economía, porque no se entiende fuera de sus objetivos de máxima (“crecimiento con inclusión”) qué es el modelo. Hay relato pero ya no es claro el modelo. En definitiva, mi sensación del malestar acerca de cómo esa niebla de “teoría social” es el carro delante del caballo de la política actual está escrita en un tuit de Sofía Mercader: “Leo ‘la política es conflicto’, pienso, el kirchnerismo es la reducción de la política a conflicto”.

VII. El debate intelectual

Si me guío por Carta Abierta, los “periodistas militantes” y los columnistas de La Nación, el debate argentino es una pelea del viejo régimen de una cultura decadente. Discuten en términos que no me interesan, que no representan demasiado, aunque sea el registro más masivo del “debate intelectual”. Unos defienden un antiguo régimen de privilegios, de poder permanente, otros, funcionan en espejo, como ilustrados. Hay que hacer la salvedad sobre jovatos que fueron más desobedientes para imponer sus propias formas y operaciones a la época como Artemio, Wainfeld, Verbitsky, Quintín, Asís. Pero me parece que dentro de veinte años se va hacer revisionismo sobre muchísimo material disperso que hoy no está en primer plano, que no son todos masivos y que no son los invitados pacificados que sienta María Laura Santillán en su “Argentina para armar”: el blog de Lucas Carrasco, el Coronel Gonorrea, la poesía de Carlos Godoy y Martín Armada, Artepolítica, Ezequiel Meler, Natanson, Sol Prieto, Gonzo, Manolo & Omix, Schmidt, Hernán Iglesias Illia, Alejandro Sehtman , los vómitos de Falduto, los tweets de Tomás Aguerre o Tomás Borovinsky, Lisandro Varela, los cuentos de Vanoli, la revista Crisis, Mansilla, los poemas de Sergio Raimondi, de Alejandro Rubio, ustedes tres (Canal, Vecino, Mavrakis), muchos más, y no la Carta 13 o 14 o el libro de Dante Palma para entender qué pasó en la ciudad de estos años. No estoy celebrando una “diversidad”, ni una “cultura”, sino otras formas de producción y circulación de las ideas en conflicto. Porque cito gente que también se odia entre sí. Pero una parte jerárquica del kirchnerismo cultural es un mundo de jubilados de privilegio que se mantienen dueños de la manija que dividen entre buenos y malos de un modo caduco y extorsivo, es decir, con una sola línea de tiempo y con la vara de la dictadura. Y si hacemos un repaso podemos pensar así: esa “cultura de izquierda” tipo Forster entró a la política fuerte en 2008, como entraba Galíndez (el mítico masajista de la selección) al Azteca, lleno de amor a socorrer a Néstor tirado en el piso. Pero reemplazaron a la política en la cancha. Entraron a hacer masajes pero les sacaron la camiseta a los jugadores y se las pusieron ellos. El gabinete parece ser Gvirtz o Grossman. Y produjo el peor efecto del “todo es política”: el “todo es batalla cultural”.

VIII. De la poesía de Ministerio de Desarrollo Social a las nuevas formas de publicación y circulación de literatura

La del e-book pienso que la lee más gente. Tuvo muchísimas descargas. Y que –por ejemplo en ese caso, en la editorial Determinado rumor- está encarada por un poeta que también fue de los 90, Sebastián Morfes, o sea, que veo también una continuidad en eso de pensar la circulación de los textos. Lo que se escribe, cómo se escribe, y que llegue lo más rápido posible a quien lo lee.

IX. Addenda

Un beneficio secundario de todo esto está en el futuro: el progresismo nació como fiscal de la república, pero su paso al poder le quita el aura de “reserva moral” del país, sobre todo desde los años 90. Lo digo sabiendo que todos somos parte -aún renegados- de ese monstruo. Once es la zanja de sus tragedias, el barrio de frontera donde se prendió fuego el progresismo. Parte de la década ganada es el fin del progresismo como vaca sagrada, como reserva moral de la nación.

(*) Martín Rodríguez. 35 años. Ex estudiante de sociología. Diez años en el Estado.