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Por Vid

Los ojos negros turbaron y con el blanco llegó el grito. Había calle, lluvia, música, cerveza y drogas. Había cinturas moviéndose, pies agotados y rojos. La piel transpiraba y una mirada podía llevarte a la cama de cualquier parte del mundo. Es que donde se baila descontroladamente se coge de la misma forma y si estás lejos de casa el descontrol es mayor. Las circunstancias no miden consecuencias porque el contexto se transforma en una pausa. Un paréntesis lleno de todo lo que te gustaría hacer siempre, hacés muy poco y con timidez.

Y me quiso pasar su celular, hablábamos en un bruto inglés sin pulir, le anoté el mío pero nos faltaba la característica y operadora avisaba el error. Apenas tecleé sentí su mirada en mi boca y ese fue el botón rojo que se apretó hasta el fondo y recién se apagó a mi vuelta.

Luego recuerdo playa y un porro con gusto a chocolate. Una luz pequeña y miles de destellos fugaces que salían del morro. La espuma del agua se acomodaba suave casi en los pies y, aunque odie la playa y me parezca un lugar bastante incómodo y detestable, me sentí cerca de alguna nube llena de caipiriña.

El escenario era adolescente pero no importaba demasiado, ya estábamos entrando sin hacerlo. Tres o cuatro palabras bastaban y después el cuarto y sus paredes amarillas. Un ventilador que marcaba el tiempo y en sus ojos Turquía, Brasil y París.

La libertad de la comunicación física. No hacía falta más porque no había otra cosa. Palabras no, ellas, las pocas que habían, sobraban. Todo lo que se necesitaba se estaba consumiendo.

Y de nuevo las piedras húmedas y la cerveza. Te agarran de la cintura y apenas aflojás los tenés respirándote calientes en el cuello. Te desprotege lo desconocido, la sonrisa y el poco tema de conversación. Las culturas se mezclan y hay argentinas llenas de ritmo andaluz, carioca o americano. Nigerianos con rusas decoran las paredes de colores. Así: nigeriano- rusa- nigeriano- rusa- rusa- apa- nigeriano- nigeriano- opa- rusa- nigeriano.

El mundo se transforma en pulsión y las piedras que resbalan terminan por tirarte. No te duele y te cagás de risa. Te parás y seguís bailando rota y sucia porque estás en Río, la ciudad a la que se la devoró la selva pero aún no nos enteramos.