Fue en un restaurante muy barato del centro rafaelino. Uno de esos paseos de compras para gente sin dinero, en el frente tenía una especie de parrillada para comer repletos de bolsas con mercadería importada de Once o robada de camiones durante la madrugada. Muy kitsch: plantas de plástico, bancas y mesas de roble, mozos con falso frac y caras de cansados. El director del diario me había dicho que había “un almuerzo para periodistas” donde lanzarían la fórmula para las elecciones legislativas provinciales de ese año. Un partido vecinal que se había formado para la ocasión juntando peronistas autodenominados “independientes”. Eso significaría algo así como sin lugar donde caer a hacer rosquetas, ya sea porque sus referentes perdieron poder o porque los echaron de todos lados.

Cuando llego veo unas siete personas sentadas en una mesa ubicada en un ángulo del comedor, rodeados solamente por otras mesas vacías. El mozo cambiaba de canal en un televisor empotrado al techo. Me recibe un hombre de mediana edad, con algunas canas, excesivamente flaco, como si hace no mucho hubiese estado enfermo, peinado a la gomina y con un traje que le quedaba un poco grande, de lana marrón. Parecía sobreactuar su alegría al verme y hacerme pasar explicando enfáticamente que era el único periodista de la sala, por lo que sus declaraciones iban a ser “exclusivas”. Por suerte, detrás de mí apareció un colega de una radio, que no parecía contrariado de almorzar un sábado al mediodía con estos sórdidos desconocidos.

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Nuestro anfitrión se apuró a aclarar que comeríamos “después de la presentación de los candidatos”. Sorda decepción de mi colega y mía. Nos llevó a un rincón del comedor, donde había improvisado una mesa con mantel donde rápidamente se sentaron las personas que lo acompañaban, y un par de sillas enfrentadas que nos correspondían a nosotros, los periodistas que cronizaríamos el trascendente lanzamiento de lo que ellos llamaban “Partido Amplio” o un eufemismo con el mismo grado de ambigüedad.

Poniéndose en el centro del pintoresco grupo que lo rodeaba, siguió tan entusiasta como al principio, explicando las sólidas bases conceptuales que formaron la nueva fuerza política que ante nosotros estaba naciendo. Decían ser “peronistas de Perón”, pero con “amplitud de miradas” y que “tienen diálogo con referentes de todos los partidos”. Señalando a uno que estaba sentado cerca de la punta, aseguró que “viene de la militancia en la UCR”. El flaco, también de mediana edad, saludó a los cronistas con un movimiento de cabeza y una leve sonrisa.

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El individuo más llamativo del grupo era una mujer, la única presente en la conferencia de prensa. Una señora que era como un personaje de Landrú: de tipo cincuentona, rubia con raíces, peinado de rodete, piernas a noventa grados y las manos sobre la falda, un trajecito bien ceñido a dos grandes ubres, y una boa de zorro probablemente artificial rodeando su cuello. El líder de la agrupación la presentó como “una verdadera experta en el ámbito legislativo”, de “sólida experiencia en la Cámara de Diputados de la Provincia”. Ella se encargó de aclarar, luego de agradecer a los presentes y a sus compañeros por haberla invitado a participar del nuevo partido político, que sus conocimientos provenían de trabajar veinte años como taquígrafa en el Congreso de Santa Fe. Explicó que siempre soñó con ocupar un cargo legislativo y que ve la oportunidad “en lo que estamos formando con mis nuevos compañeros”. Mientras hablaba, los demás dejaron evidenciar sin culpas miradas lascivas y sonrisas pícaras. Luego de su alocución, volvió a tomar la palabra nuestro anfitrión, aclarando que todavía no se habla de candidaturas en su partido, porque “probablemente todos tengan su lugar, a menos, claro, que hagamos una alianza con otras fuerzas políticas, todavía eso está en proceso de diálogo y concertación”.

El discurso final, nuevamente a cargo del mismo tipo, agradeció “a nuestro valor más importante como sociedad: el periodismo, que se acercó hasta aquí a difundir las actividades de este gran partido que hoy comienza su carrera, que esperamos sea exitosa”. Antes de cerrar, agradeció la presencia en el acto de un querido empresario de la ciudad, “un hombre probo”, que estaba a unos metros de donde sucedía el acto, sentado en una mesa solo, con un vaso de vino, un sifón y una panera. El aludido saludó con un gesto de cabeza y una sonrisa, y nuestro anfitrión y líder carismático aclaró que “su presencia nos honra” y toda clase de halagos sin mucha conexión. El tipo es un conocido borrachín de los bares que tiene una inmensa fortuna por haber creado una fábrica de muchas cosas que sobrevivió a todas las crisis argentinas del último medio siglo. Quedó bastante claro que, cuando se vayan los periodistas, al pobre Agustín se le venía el mangazo.

Finalizado el acto, salí desesperadamente a la vereda para encender un cigarrillo y cerciorarme mentalmente de que había mantenido una cara de póker aceptable hasta ese momento. Rápidamente, el Gurú de la Rosqueta se acerca y me comenta que “son un partido chico, sin estructura, sin dinero, pero con muchas ganas de hacer cosas”. Ahí visualicé a un gordo con traje y bigotes, que fumaba conmigo y parecía más avispado que los demás. “Esto es algo poco ambicioso –me dijo- tenemos suerte si metemos aunque sea un diputado”, se sinceró con una media sonrisa que denotaba cierta esperanza cínica.

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Terminado el pucho, el director del evento nos anunció a los periodistas que “ya están sirviendo la comida en un ratito, pueden sentarse con los demás en la mesa de la esquina”, que era por cierto la única ocupada del restaurant, el cual poco tiempo después del evento cerró para transformarse en un anexo con electrodomésticos del paseo de compras lumpen. “No se preocupen, la comida es sin cargo, una cortesía del partido. Sólo les van a cobrar las bebidas”. Miré a los primeros miembros del Partido Vecinal por la Victoria Unidos y Organizados Contra los Fantasmas: reían, adobaban la ensalada, charlaban de cosas que no llegaba a escuchar. Saludé a todos con cortesía esgrimiendo una buena excusa, saqué mi emepetrés y me fui a la ESSO a tomar café pensando cómo contar esto en una página de diario que nadie, nunca, iba a leer. ///PACO