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Cada mañana, un padre de familia sahumaba su casa con unas hierbas aromáticas. Aunque no solo le bastaba con eso, sino que también, cada mañana, hacía beber a sus hijos un batido que él mismo preparaba con ingredientes especiales. Este oficinista del área de contabilidad había migrado del campo a la ciudad, despertaba a las 4:30 para respirar aire puro, tenía un árbol y varios cactus de todo tipo, y no se olvidaba de orar a Cristo ni de agradecer a los Apus (los espíritus de las montañas más importantes del Perú). Desde las 5:30 empezaba a molestar a su mujer y a todos sus hijos. Eran mañanas pesadas, ya que ellos oían la voz fuerte y autoritaria que les ordenaba levantarse. A simple vista, se podía ver a un hombre cotidiano de la sierra del Perú, un trabajador de oficina con una actitud positiva y enérgica. Pero este hombre era, también, un chamán.

La mente sobre la carne

El chamanismo se volvió popular en muchas partes del mundo, aunque desde hace un tiempo se ha vuelto también parte de cierta moda. Sin embargo, ¿cuándo sabemos que un chamán es de verdad? ¿Cómo sabemos si tiene o no el don? ¿Y cómo sabemos si, además, se preparan de la manera correcta para utilizarlo? ¿Son personas con ciertas características o de cierta procedencia las que pueden convertirse en verdaderos chamanes? ¿Existen “cursos” de chamanismo? ¿Son los chamanes elegidos por los dioses? Para empezar, el chamanismo deriva de la palabra asiática šaman, “alguien que sabe”. Según los antropólogos, el chamán es un intermediario entre el mundo físico y el mundo espiritual, y según la cultura en la que desarrollen sus saberes, los chamanes tienen algunos roles sanadores. Es por eso por lo que el chamanismo se convirtió en una especie de religión, ya que ellos se comunican con dioses o seres espirituales, cumpliendo un papel de mediadores para su comunidad.

El chamanismo se ha documentado en Asia, Tíbet, Oceanía, Hungría, Suecia, América del Norte y del Sur, Europa Central y África. En América Latina se hizo muy famoso a partir de la ayahuasca, un alucinógeno medicinal alternativo que también derivó en usos para divertirse o lograr una “experiencia espiritual comprada”. Sin embargo, a la hora de la verdad, lo más importante es saber con qué clase de chamán nos estamos relacionando, puesto que algunos son charlatanes y estafadores. Según el chamán Víctor Cauper Gonzáles, de 59 años y proveniente de la ciudad de Pucallpa (en la selva peruana), él aprendió el chamanismo de su abuelo y se convirtió en chamán cuando estudiaba para ser maestro. En una entrevista en la revista Vice dice: “Tener un buen maestro que te guíe es importante, pero ser un chamán también requiere intuición y paciencia. Tienes que ser capaz de ponerte en contacto con las plantas. Es algo que tienes que aprender por ti mismo, llega gradualmente, pero si no lo tienes dentro de ti, un maestro no puede ayudarte”. Esto quiere decir que, aunque haya talento, se debe aprender, y cuando no hay talento, debe haber predisposición y fe. Desde ya, no siempre la enseñanza o el conocimiento los hace aptos. El conocimiento sin el contacto con lo espiritual no sirve, pues en el plano físico se debe saber y en el mundo espiritual se debe sentir.

Padre, esposo, chamán, católico y trabajador estatal

Cada cierto tiempo, aquel padre madrugador solía preparar baños de florecimiento (un baño de limpieza y purificación de la mente y las emociones) a su hija. A ella le gustaba porque olía todo muy bien, y era algo sin duda tierno. Antes de retirarse para dejarla sola para el baño, él le indicaba lo que debía hacer: sobre todo, pensar en cosas positivas y relajar la mente. Hacía todo esto con su hija porque su madre se lo había hecho a él, y quizá no quería perder la tradición. Aún así, no dejaba de recordar a su propio padre como un hombre racional de letras.

Cada domingo, por otro lado, iba con su mujer a misa, se confesaban y recibían el cuerpo de Cristo en la comunión. Era (y todavía es) un hombre muy devoto de la iglesia católica, tanto que su mayor orgullo era ser parte de los que cargaban al Taytacha de los Temblores (el Señor de Los Temblores, el patrón jurado de la ciudad del Cusco). Luego se le veía hacer sus pagos a la tierra rezándole a los Apus, y antes de tomar cualquier bebida, echaba un poco al suelo para la Pachamama (madre tierra) como símbolo de respeto. Sin embargo, no había conflictos con su mestizaje cultural. Lo más importante era que, a pesar de vivir en el campo, tenía acceso a cosas simples de la vida occidental: una iglesia que lo educaba como cristiano, tiendas con galletas Oreo y Coca-Cola, y la ventaja de una carretera cercana por la que veía pasar a muchos viajeros con los que podía hablar en su idioma nativo y practicar el español.

Su trabajo como contador público era duro y pesado, pero cumplía con todo. Además, era un buen compañero, porque también ahí ayudaba con sus conocimientos médicos alternativos, aunque no todos lo veían como un chamán de verdad. Aún así, como temían ser maldecidos por él, las críticas eran discretas. El trabajo era más importante para su supervivencia familiar que el chamanismo, y por eso cuando llegaba a casa estaba cansado, molesto y estresado. Se notaba en su cara. Siempre decía que cuando se jubilara abriría su consultorio médico chamán para ayudar a la gente. Y aunque eso no le generaría suficiente dinero, lo haría feliz.

Mujeres chamanes

Muchos creen que los verdaderos chamanes solo son varones, y claro que es más común encontrar chamanes masculinos que femeninos. Pero, ciertamente, siempre existieron mujeres chamanes. La psicóloga transpersonal Claudia Val menciona que entre los mongoles, buriatos, yakuts, altaianos, turgout y kyrgys la palabra para una mujer chamán es “udagan” (o variaciones como “utagan”, “ubakan”, “utygan” o “utugun”) y que, debido a que el uso de “udagan” es tan generalizado, los expertos saben que es una palabra más antigua que todas las palabras para un chamán masculino, lo que demuestra que las chamanes han existido mucho más tiempo que los chamanes. En tal caso, no debería sorprendernos que existan mujeres chamanes que nacen, aprenden a serlo o, en todo caso, desean serlo.

En Perú, sobre todo en la sierra, y en específico en la ciudad del Cusco, hay chamanes que se dedican al turismo espiritual dirigido especialmente a extranjeros. Estos les ofrecen a los turistas un “paquete especial” de sesiones en grupo o individual para sanar el alma y probar la ayahuasca o el San Pedro (otro alucinógeno parecido que tiene como ingrediente principal el cactus). También hay curanderos o brujos, como les dicen, con un mercado para quienes buscan buena fortuna, saber el futuro, maldecir o bendecir a alguien y lograr los famosos amarres amorosos. Estas grandes sesiones son visitadas por muchas personas. Un chamán conocido como Guillermo Arévalo, que fue homenajeado por el Congreso de Perú por su trabajo sobre el desarrollo sostenible, cobra hasta 230 dólares a cada uno de los asistentes a sus sesiones cuando las realiza en países como Canadá, y no hay mucha diferencia en el precio cuando se viaja a Perú. Aunque, por supuesto, todo depende de qué busca cada uno.

Un verdadero chamán busca curar tanto física como mentalmente a sus pacientes logrando un equilibrio. Sin embargo, los turistas confunden la misión de los chamanes. Algunos acuden a ellos solo por morbo, saber su fortuna mediante la lectura de la hoja de coca o probar si realmente servirá ese amarre con la persona deseada, y es para ellos que algunos chamanes montan todo un “show” que crea un ambiente mágico y misterioso acorde a sus fantasías. En la ciudad del Cusco, protegida por el dios Inti (Sol), casi todos han tenido una experiencia o anécdota con la brujería de mano propia o de algún conocido. Pero algunos jóvenes, además, han visto en el chamanismo una forma de encontrarse con sus orígenes y perfeccionarse como seres humanos. ¿Ganar sabiduría? ¿Superar miedos y liberar un tercer ojo? ¿Ser uno con la Pachamama? Muchos buscan experiencias fuertes, desean sentir y ver lo que comúnmente nunca verán.

Lazos espirituales

Por su lado, el chamán de oficina sentía que su última hija era frágil en apariencia, pero resistente. Le resultaba un misterio, aunque para ella también su padre lo era. Desde muy pequeña, su hija no conciliaba el sueño plenamente, así que su padre mandó a hacer unas cruces de hierro que colocaba debajo de su almohada y del colchón, ponía su correa sobre su cama y un vaso de agua a su lado, y por último hacía unos rezos en quechua mientras tocaba su frente, como si fuera un exorcista. Su hija afirmaba que también veía fantasmas y gente que venía a visitarla. Sus hermanos y hermana le decían que todo estaba en su mente, simplemente era su imaginación. Aún así, las visitas fantasmagóricas nunca se fueron.

Ella no podía entender a su padre chamán, pues veía su gran esfuerzo en vano por ayudar a la gente, y no antes a sí mismo. Quizá por machismo, él no le prestaba atención a su opinión. Su hija, mientras tanto, no le mencionaba sus experiencias sobrenaturales, pues quizá su padre no aceptaría a una mujer chamán que tuviera su mismo talento. El día que ella afirmó que tenía un lazo con su sangre familiar y una conexión con la Pachamama, fue el día que viajó al pueblo de su padre. Aquella tarde también discutieron. Él sugirió llevar a los toros y las vacas a beber agua al río Vilcanota y ella aceptó de mala gana, pues seguía molesta. Mientras caminaban distanciados, percibía una presencia que envolvía el ambiente, como si padre e hija estuvieran cubiertos por el manto de una mujer. En el río, mientras tanto, las vacas y los toros hacían sonidos con sus hocicos, y entre las rocas enormes, a casi diez metros de distancia de su padre, ella lo veía a él mirando la corriente, como si mirara su futuro y el de su hija. Ella también miró la corriente y vio lo que veía su padre. Rápidamente volteó su mirada hacia él y sintió que su rostro se quemaba. Eran lágrimas.

¿El chamanismo es sexista?

Actualmente hay muchos turistas que visitan el Perú por atractivos turísticos tan famosos como Machu Picchu. Por uno u otro motivo, muchos creen que quizá encuentren la respuesta que necesitan en sus vidas con algún chamán de los Andes o de la selva. Pero el problema es que no todos los que están a la vista son chamanes reales. El chamanismo se ha vuelto un negocio, y parte de ese negocio son los “retiros espirituales” a partir de los cuales ha habido varias noticias sobre violaciones. En su mayoría, las víctimas son mujeres que, al probar la ayahuasca, quedan inconscientes. También hay casos más terribles de asesinatos o desapariciones. La aventura de los turistas a veces puede salir cara y por eso suele decirse que no es bueno ir solos a estos retiros espirituales.

En una noticia de la BBC publicada en enero de 2020, una joven daba testimonio de su experiencia. Como había funcionado bien la primera vez, había vuelto al Perú para un segundo retiro con un chamán. En este segundo retiro, confiada en el chamán al que ya conocía y respetaba, y que ella misma describía como poseedor de una superioridad moral, la abusó. Si bien estos casos bajaron, los chamanes de verdad no se promocionan. No los encontraremos en sitios web u ofreciendo un viaje astral con un alucinógeno sin antes hacer la debida preparación. Estos chamanes, en su mayoría, se encuentran alejados de la ciudad, y si están en la ciudad, entonces tienen un talento específico con el que conviven mientras llevan adelante una vida citadina como cualquier otro. No todos los días visten con trajes típicos o con hojas de coca a la mano. En el chamanismo no importa si se trata de un chamán hombre o mujer, lo importante es la mente y el espíritu. No se debe romper el voto de respeto hacia los dioses ni hacia el paciente, porque cuando se viola esa regla, ese (o esa) chamán se corrompe. No todos los chamanes son malos, hay quienes en verdad cumplen su misión. 

Los y las chamanes del siglo XXI

Cuando la hija del chaman tenia 8 años fue de viaje junto a su padre en busca de una familia con una niña enferma. La familia vivía en las montañas, alejada del pueblo más cercano. En el trayecto, el padre chamán estaba preocupado por si la altura afectara a su hija, pero ella estaba bien y sin quejas. Cuando encontraron la casa, una mujer los esperaba para recibirlos. Pronto el chamán habló en quechua con ella y pasaron al interior, donde había una niña en cama junto a su padre. Esa niña tenía unos seis años y sudaba frio. Rápidamente, el chamán sacó sus hierbas y su incienso. Tocó la frente de su pequeña paciente y supo que la niña habia perdido su “ánimo” (una parte de su alma). Los padres le contaron que había tenido una mala caída en cierto lugar mientras pasteaba a sus llamas. El chamán debía ir al lugar donde había caído, llamar a su “ánimo” y traer la tierra donde había caído. La hija del chaman fue con él.

La neblina estaba intensa. Cuando regresaron, el chamán preparó la tierra con un poco de agua, se lo dio a la pequeña en la boca y le puso unas hierbas en la frente. La pequeña necesitaba reposo, el chamán dijo que ya estaba completa otra vez. Al día siguiente, el chamán y su hija debían marcharse de madrugada, pero antes la familia le obsequió al chamán unos granos de maíz y una botella de agua de un manantial aparentemente mágico. Por su lado, la niña y la hija del chamán intercambiaron juguetes. Ya solos, la hija del chamán miraba a su padre con admiración y le dijo: “Papá, eres fuerte, le ganaste al malo”. 

Muchos años después, la hija del chamán logró graduarse de la universidad, conoció a su padre mejor y se dio cuenta que no era machismo lo que sentía. Él no era (ni es) un hombre de palabras, así que quería que ella terminara con éxito una carrera porque, aún con talento para el chamanismo, debía tener una buena educación para transmitirlo con las debidas palabras al mundo, cumpliendo así la regla del chamán: el equilibrio del saber terrenal y del saber espiritual. Si bien nunca hablaron del tema, las acciones lo decían todo. Él no quería que ella pasara por la misma burla y frustración que había sufrido desde la niñez y sabía que el mundo nunca aceptaría a cualquier mujer chamán. Sin embargo, cuando estuviera lista, lo haría debidamente y de manera acorde a su generación. Y aunque el chamán de oficina no contaba con el reconocimiento especial de ser llamado “chamán”, él humildemente se dice a sí mismo “sanador”. Aún así, su hija le dice a sus conocidos: “Hola, soy la hija del chamán”////PACO

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