I
Nunca fui de enfermarme mucho. De muy chica, otitis cada tanto, iba al pediatra si me dolía el oído, un análisis de sangre cada tanto, capaz un hisopado, nunca fui de tener fiebre, todo bastante bien. Podría decirse que gozaba de buena salud, hasta que cumplí 14 años, y en mi casa pusieron banda ancha. Siempre fui quejosa, pero esto fue el principio del fin. Un hipocondríaco con Internet es como un piromaníaco con fósforos y nafta. Mi sistema inmunológico pareció evaporarse apenas se prendieron las luces del módem. A partir de ese momento, cada dolor, por ínfimo que fuera, lo googleaba. Y siempre, siempre tenía algo grave. Quizás tenía una llaga en la boca y nada más, pero Internet me decía que si también tenía dolores abdominales y caída del cabello podría ser el Síndrome de No Se Qué Carajo. Instantáneamente empezaba a sentir cómo me dolían los músculos abdominales. Me pasaba el cepillo de pelo y se me salía un mechón rubio. Claramente tenía el Síndrome de No Se Qué Carajo. O cáncer.

II
Todo empeoró en 2011, cuando me mudé sola. Mi sistema inmunológico podría haberse quedado acá a dar una mano, pero prefirió irse definitivamente. Empecé a enfermarme una vez cada quince días, incluso una vez por semana. Me baja la presión, me desmayo en el subte, me salen aftas en la boca, tengo fiebre, me da tos, vómitos, se me aflojan las piernas, me duele la garganta. Insoportable. ¿Qué hace una chica con un sistema inmunológico débil, un dejo de hipocondría e Internet? Debería ir al médico. Pero no, no me gusta ir al médico. Me molestan las salas de espera, siempre creo que estoy más grave que el resto. No importa que hayas volcado con el auto y supuestamente sufras de un politraumatismo en el cráneo, mi dolor de oído no puede esperar.

III
¿Entonces? Googleo mis síntomas, curas caseras o medicamentos de venta libre, y twitteo mis dolencias. Por suerte un año antes del escape en helicóptero de mi sistema inmunológico, había decidido abrirme una cuenta en twitter. Está bueno. Hay jóvenes, viejos, vagos, médicos, periodistas –demasiados–, abogados, adolescentes que se autodenominan bipolares, y todólogos, muchos todólogos. Debo decir que para mis dolencias periódicas han ayudado mucho.

IV
Siempre alguien me responde: un médico, alguien con buenas intenciones, un desconocido al que le pasó lo mismo, algún que otro pelotudo, a veces hasta bots. Me resultan más confiables que los “pos oye chika tomate un zumo de lima y c te pasa todo” o “yo ke tu hiria a un mdico aora mismo!!!” de Yahoo Respuestas. Y me han ayudado mucho. Nunca me voy a olvidar de un neurólogo al que le describí todos mis síntomas porque estaba segura que tenía parálisis facial porque no podría abrir un ojo. Era conjuntivitis.

V
¿Mi consejo? Un botiquín con las cosas básicas siempre viene bien, asesórense con un médico (no con un farmacéutico, se creen que son médicos, lo mismo los bioquímicos). Y si algo les duele más de lo normal, vayan al médico, bánquense la sala de espera, el politraumatismo, el nene con tos, el que se cayó de la moto, la chica a la que se le incrustó el tampón (me pasó en una guardia, se llamaba Maribel y estaba en silla de ruedas, pobre), porque pueden terminar como yo, operados de urgencia, con el apéndice a punto de reventar, el día de su cumpleaños.///PACO.