1.

La mesa parecía armada por el INADI. En el auditorio de la Biblioteca Nacional se veía diversidad. Estaba el veterano de mil batallas Emilio Cicco, con barba Tagore, digno atributo fruto de su conversión sufí; estaba Cristian Valencia, un colombiano de bastón y motricidad reducida: estaba Nicolás Mavrakis, representante del mundo griego y su violencia socrática. Moderaba Javier Sinay, un judío progresista que hace de su judaísmo un instrumento de salvación profesional. (No lo vamos a culpar por trabajar de judío como Lorca trabajaba de gitano, esos, la verdad, sobran y Sinay no es claramente el peor.)

2.

Mavrakis pidió leer un texto. Bien argumentado, solvente, sin ansiedades, su ponencia desmenuzó el estatuto literario de la crónica poniéndola en perspectiva. La intervención atendía al tema de la mesa, titulada con pompa “Crónica: la verdad incómoda”. ¿Cuánta incomidad se banca el FILBA? Mavrakis usó, vale señalarlo, palabras ajenas al vocabulario del Festival. “Necrosis”, “morbo”, “distribución rentada del prestigio”, “conformismo ideológico”. Aceptemos su causticidad. Sin embargo, nadie nunca leyó un texto como ese, de ese nivel y elaboración, de esa calidad, en ninguna de las ediciones del FILBA. No porque no haya plumas capaces, sino porque el FILBA pide y da, reclama y muestra, otras cosa. El público, atento, escuchó y aplaudió.

3.

Cristian Valencia, a su turno, dijo que en Colombia la situación era diferente, que la crónica no estaba en decadencia porque básicamente Colombia era un país de mierda, “hecho polvo”, y fueras donde fueras tenías algo para contar y por eso no tenías que inventar temas tan frágiles como la compraventa de acordeones, la ventriloquia y el repulgue de las empanadas (hay crónicas argentinas sobre eso, doy fe). En Colombia hacer periodismo es simplemente otra cosa. Con voz amable, Cicco contó cómo algunos de sus entrevistados se quejaban por minucias y luego narró la fábula del rey desnudo. La función de la crónica era, justamente, señalar las blancas nalgas reales al aire. ¡El rey está desnudo! ¡Ser el niño impertinente que no sintió miedo a la autoridad!

4.

Entonces habló Sinay. Agridulce, comenzó a responder punto por punto el texto de Mavrakis. ¡Ah, estuvo muy bien defendiendo cada centímetro de la corporación periodística! Defendió a la revista Anfibia, defendió a la FNPI, defendió a Tusquets, la editorial que le acaba de publica un libro sobre judíos masacrados. Su respuesta parecía resumirse a un recursivo “¡Acá nadie le escupe el asado a nadie!” También sacaba libros de una mochila. Sin embargo, pese al esfuerzo y a la garra, no logró ser eficiente y mostró demasiado su ansiedad. Eso lo condenó. ¿Le tocaba a él ese rol sin ningún tipo de mediación? Valencia, invitado internacional, por ejemplo, se quejó con justicia por la reacción del moderador. Desde luego, no lo hizo en público. Una mujer de la platea, por su parte, sí papeloneó. Pidió que el moderador dejara de chicanear a los invitados. Estuvo un poco rústica al estilo “¿alguien puede pensar en los niños?” ¡Señora, por favor, aguántese las ganas, que por primera vez estamos discutiendo algo más o menos importante! Porque al final Sinay se animó a responder y eso tiene mérito. Cicco lo notó y dijo que estaba muy bien que esa discusión, tan postergada, sucediera. Sinay respondió defendiendo a los cronistas como grupo y a la crónica como entramado de intereses, como idea, como oficio, antes que como género y eso tiene valor. Yo, como cronista –¿qué otra cosa hago aquí si no es croniquear?– me sentí representando. Habría preferido, desde ya, una defensa menos atragantada, más inteligente y sosegada. Pero entiendo que Sinay es joven, creyente, célibe, y defiende a sus pares y a sus empleadores. ¡Cómo pedirle que sea un desencantando, un masoquista, un resignado como yo!

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5.

Luego Cicco, equidistante, le dio la razón a Mavrakis. El boom de la crónica irrita. Y agregó que Sinay reaccionaba contra eso y dijo que también tenía sus razones. Ahí el FILBA que se animaba a estirar un poco la cosa, a salirse del molde. Sinay quería discutir, quería defender su posición. Tendría que haber estado en el panel, no coordinando. ¡Cicco moderaba mejor!

6.

Después de eso nos corrió la mesa que venía a las 17:30.

7.

Ah, yo le grité a Sinay desde el público que no fuera maleducado y que dejara de interrumpir a los panelistas que él mismo tenía que coordinar. O sea, interrumpí para pedir que no interrumpiera. Un bárbaro.

8.

También dije: “¿No llegó el momento, quizás, en que el periodismo en la Argentina tenga que empezar a investigar qué es lo que pasa con la institución periodística? ¿Por qué perdió autonomía el periodismo de investigación? ¿Por qué se volvió frívolo? Hay gente que debería estar haciéndose preguntas sobre la política y el poder, pero también sobre el mismo periodismo. Entonces ahí hay un nudo, que no sale para el lado de seguir insistiendo en el pasado del oficio, sino que, como dice Mavrakis, habría que ver qué pasa con la tecnología.”

9.

De la mesa, rescato una ilustrativa anécdota del colombiano. Valencia contó que en Colombia un montañés que tenía unos libros decidió armar una biblioteca trashumante. Consiguió dos burros, les puso “Alfa” y “Beto” y salió a los caminos. Valencio lo acompañó durante tres días y escribió una crónica. ¿Por dónde lo acompañó? Por una zona de Colombia que está llena de “paracos”, o sea de paramilitares. “Si yo decía eso –agregó Valencia–, si yo contaba cómo nos paraban y nos registraban los paramilitares, mi crónica ganaba un premio y al bibliotecario lo mataban.” Y dijo que él no quería eso. Y contó que un periodista de televisión sacó en su programa a un tipo que hablaba de contrabando de combustible entre Venezuela y Colombia y a los quince días lo mataron. El combustible en Venezuela es muy barato por el petróleo subvencionado y entonces se lo trafica en la frontera. Pero el que habla, muere. El que es identificado, el que muestra la cara, muere. Combustible, contrabando, burros y libros. Sentí empatía con los burros. No con el librero trashumante, que al final es un idealista, mi corazón está con Alfa y Beto. ¿Ellos también corrían peligro de muerte si se los nombraba? Burros cargados con libros entre paramilitares. Dios los ayude.

10.

Patricio Erb me dijo, ya en la salida y sobre la mítica explanada, que el Ronald McDonald original había sido echado por engordar (fired for being overweight). Y yo pensé que la institución periodística era un poco así. Te dan las hamburguesas gratis pero si comés de más, te echan. A nadie le gustan los payasos gordos y preguntones. Ya a la noche, la poeta y novelista Leticia Martin, que estuvo la biblioteca, puso en Twitter: “mesas democráticas con públicos acostumbrados a megustear y comentar, la era internet”, supongo que en referencia al incidente de la mujer que pidió que alguien pensara en los niños.

11.

«En el lenguaje es siempre la guerra» escribió una vez Henry Meschonnic. Yo agregaría que a veces con la guerra también se pone en juego el amor.///PACO