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I

«Arte», lo que se llama «arte», es exactamente lo que puede colocarse en el casillero de «lo inútil». Es una definición con bastante acervo académico. Y sobre todas las cosas, es una definición que se ocupa de encasillar. Encasillar es algo a lo que le tienen miedo los maricones. Por eso mismo «The Expendables» es arte. Ahí está, encasillada en su imaginario de una violencia que, con la mejor buena voluntad, podría teorizarse como «nietzscheana».

Pero cualquiera que lea filosofía es un maricón y no debería perder su tiempo tratando de «elevar al rango de cultura» absolutamente nada. El intento es otra derrota cultural y debemos asumirlo con la misma resignación –otro verbo propio de los maricones– de quienes bordean la plenitud de los treinta años y sólo pueden escaparse a un cine a ver «The Expendables» de la manito de alguien.

II

Eso es lo primero que nos dice Sylvester Stallone desde sus anteojos Aviator y su cigarro y su cerveza y su John Fogerty sonando al calor de la metralla: esto es la vida: «Esto que suena a rock y huele a sudor aunque yo tenga más de sesenta y vos apenas treinta y algo: esto, amiguito, es la vida. ¡La tuya suena a Damien Rice y estás ahí con una mujer, maricón!».

III

El «imaginario de violencia» de «The Expendables» está congelado en una vitalidad permanente. El único punto de partida y llegada es que la mente de los «verdaderos tipos duros» es la de los púberes de doce años. Motos chooperas atronadoras, tatuajes masivos, musculatura hipertrofiada, armas de alto poder, la compañía masculina como única compañía aceptable. Todo eso a lo que quienes estamos sentados de este lado de la pantalla renunciamos cuando la adultez y el convencionalismo capitalista nos arrancó para siempre los testículos. Pero entonces, el único valor era el de llegar a constituirse en primus inter paris. Y las mujeres eran lo que debían ser: ornamentales, recortadas siempre por el escote, con nombres para olvidar, prescindibles, un trofeo menor y pasajero, apenas para lucir ante la mirada del enemigo.

La masculinidad no es practicar gore con piratas somalíes ni con soldados latinos –ellos son débiles porque son minorías, cualquiera lo acepta, menos los maricones–; masculinidad es destruir y humillar a un grupo numeroso de tipos en una cancha de básquet en los suburbios de cemento. Jason Stahtam se baja de su Ducatti y lo hace. Restituye el único verdadero honor del género: nadie toca a las damas, porque son la pertenencia, la honra, del héroe. Los mismos motivos por los que Aquiles practicaba su gore con los troyanos, herido por el robo de una esclava con la que jamás se rebajaría al contacto físico.

IV

¿Cuál es la función femenina en el cine de acción clásico? Constituirse en un detalle menor de la escenografía. Aparecer en cámara lenta y bajo una música acorde sólo para anunciarnos que el héroe estará a punto de enamorarse. Y nada más. Porque tocar a una mujer, besar a una mujer, acostarse con una mujer, a los doce años, es propio de maricones, de blandos, de pervertidos descarrilados.

V

«The Expendables» es el imaginario de la violencia congelado y por eso mismo siempre vital, sólido y confiable: Dolph Lundgren puede estar a punto de matar a golpes a Jet Li, pero Stallone jamás le disparará en la cabeza para impedirlo. Porque entonces violaría el código de honor, la hermandad: fracturaría «el imaginario». Para decirnos penosamente: «Mato a un compañero para evitar el asesinato de otro compañero porque yo también soy un maricón».

VI

«Conservación de la vida salvaje», dice el hidroavión de Sylvester Stallone. Ese es su manifiesto estético. Su poética. Su apuesta cinematográfica. Se ha dicho ya que, aquello que explota en «The Expendables», realmente explota. Y es verdad. Las acrobacias, las coreografías de golpes, los dobles de riesgo, las demoliciones de edificios, nada de eso está vigente en Hollywood. (Tal vez para Jason Bourne o el último James Bond, pero no mucho más). Porque es caro, porque es peligroso y porque resulta más barato recrearlo con una computadora.

Aún así, «The Expendables» no quiere retrotraer el género a su etapa artesanal –esos son valores propios de los sensibles y de los maricones–; «The Expendables» sólo enuncia cuál es el modo verdadero de hacer una clase de cine y de asistir a la ejecución perfecta de una clase de convenciones. «Conservación de la vida salvaje», aún cuando Bruce Willis haga películas donde casi siempre muere y aún cuando Arnold Schwarzenegger «quiere ser Presidente», como dice Stallone.

VII

Tal vez «The Expendables» se trate del «fin de un tipo de sensibilidad masculina». Puede ser. Sobre todo por varias de las contemplaciones hechas más arriba.

Cinematográficamente, «The Expendables» no es un negocio para los términos de pragmatismo financiero actuales de Hollywood, sino absoluta inutilidad. (Si resulta además un negocio, será por casualidad). Arte, lo que se llama «arte», es exactamente lo que puede colocarse en el casillero de «lo inútil». «The Expendables» es arte en la época de la reproductibilidad del cine a través de la remake, los digital effects y la blue screen. En ese acto manifiesto de resistencia, uno tiende a creer que «The Expendables» se trata del placer que algunos de los Santos Padres de Hollywood se propician a sí mismos.

VIII

«The Expendables» es el llanto de Mickey Rourke por sí mismo, recordando una masacre más a «los chicos malos de Bosnia»; el llanto de lo que pudo haberse salvado pero «no lo hizo». ¿Qué dice realmente Mickey Rourke? Sí, pudimos haber evitado escapar de la categoría de dinosaurios. Sí, pudimos haber hecho las valijas y readaptarnos a las nuevas exigencias del mercado. ¿Acaso no lo hizo Clint Eastwood, transformando a su Dirty Harry en un parco entrenador de boxeo que practica la eutanasia sobre su mejor discípula?

Pero «The Expendables» no le reprocha a Clint haberse convertido en un maricón. «The Expendables» sólo anuncia «aquí estaremos, camaradas». Con nuestra vitalidad intacta, tomando cerveza, arrasando islas latinas, cortando cabezas de minorías étnicas a machetazos en este mundo sin Dios ni Patria, fumando cigarros gruesos y lanzando cuchillos desde de cualquier maquinaria de alta cilindrada. Repudiando a las mujeres y amando sólo a nuestras armas de alto poder. Escuchando rock n´ roll y confiando sólo en nuestros semejantes.

«The Expendables» es un arte que te dice: sí, podrás estar de la mano de una mujer y podrás creer que los conflictos se resuelven con algo más que la violencia, pero no olvides que, aparte de un civilizado más, sos un maricón. Podrás decirnos que creés en el sistema democrático y en esa larga red de mentiras con titiriteros en Washington, el Pentágono y la CIA que llamás libertad, donde los golpes y las explosiones son «incorrección política». Pero nosotros te recordaremos que sos un maricón.

Ahí estamos. Congelados, convertidos en dinosaurios inútiles, en arte puro, pero todavía seguiremos siendo para siempre los verdaderos formadores de tu subjetividad. Para vos, maricón, que estás a favor del matrimonio gay cuando en el fondo sabés muy bien que los maricones sólo deberían hacer gárgaras con sus retrovirales, olvidados en alguna zanja. Para vos somos «The Expendables», execrable militante de ideas vacías en Twitter (la red de los maricones por excelencia). Y cada vez que nos veas, te recordaremos tus fracasos.

Esa será tu verdadera y última experiencia estética ante nosotros: la de contemplar todo lo que alguna vez quisiste ser y ya no serás nunca. «Conservación de la vida salvaje», como oposición a algunas de tus más penosas derrotas culturales.

Este texto se publicó originalmente en La Maquiladora.